Muerte
Conrad no veía nada, totalmente inconsciente. Flotaba boca arriba en un mar negro, como un barco que cabecea a la deriva.
Era un lugar sin solución de continuidad, sin horizontes. No había más que el líquido elemento, el vaivén del líquido elemento subiendo y bajando debajo de él, subiendo y bajando con él.
—Mamá. Mamá. Mamá.
Se oía como algo que se dilata y extingue, y vuelve a dilatarse. Le parecía casi como una parte de sí mismo. Era como el propio elemento en el que flotaba, la sustancia de un grito:
—Mamá.
Dos pulsantes sílabas que salían del pecho de su hija con un sollozo:
—Mamá. Mamá. Mamá. Mamá.
Jessie…
Conrad sentía el inexpresable terror de aquel grito. Lo sentía dilatarse y comprimirse en su interior.
—Mamá…
Sentía la confusión que fluía de aquel grito, la agónica y postrera confusión. La sentía preguntarse qué le estaba sucediendo. ¿Por qué? ¿Por qué no estaba con su madre, abrazada a su madre?
—Mamaaaaaaa…
Jessie…, pensó Conrad.
Y se levantó.
No fue, en un primer instante, totalmente consciente de que se estaba levantando. Notó, simplemente, que se movía en aquella tiniebla. Sentía el insoportable peso del dolor, como si tratase de levantar aquel insoportable peso con brazos de papel, con piernas de mantequilla.
Jessie… Jessie… mi…
Los gemidos de Jessica se convirtieron en un prolongado grito de terror.
—Nooooooo…
A Conrad le daba vueltas toda la habitación, aquella destartalada estancia. Se había puesto en pie. Iba tropezando hacia adelante. Veía la estancia durante un instante y luego la perdía de vista. Y allí estaba Maxwell, como una mole, agigantándose y comprimiéndose luego como un agujero negro, concentrándose en la tiniebla.
—Nooooooo… Mamá…
Allí estaba Maxwell, a cuatro patas, gateando hacia su hija… Y Jessica retrocedía, arrimándose a la pared mientras Maxwell avanzaba por el colchón hacia ella.
Conrad se tambaleó hacia adelante. La estancia se elevaba y se hundía. Inclinado hacia adelante, con los brazos colgando, dio los últimos tropezones por la estancia. Cayó encima de Maxwell. Le echó las manos al cuello.
—¡Joder! —exclamó Maxwell.
Se levantó. Conrad se aferró a él, rodeando el cuello de Maxwell débilmente con sus brazos. Voló en el aire a la espalda del hombretón. La rugiente mole tiraba de él y lo zarandeaba. Conrad seguía aferrándose a él, flotando en la estancia que oscilaba y giraba.
—¡Cabrón! ¡Más que cabrón! —gritaba Maxwell.
Llevó el brazo hacia atrás y logró hacer presa en el cuello de Conrad. Asió uno de sus brazos, el izquierdo. No necesitó más. Con un inarticulado grito se quitó de encima a aquel hombre menudo. Lo estampó contra el suelo.
Pese al clamor de los gemidos de la niña y a sus estentóreos gritos, Maxwell oyó cómo se partía el brazo de Conrad. Conrad profirió un único y agudo grito. Su cuerpo quedó rígido y luego inerme.
Maxwell se puso de pie encima de él. Le espetó toda clase de insultos con espumarajos que rebosaban de sus labios, tirándose de los pelos.
—¿Y ahora qué, eh? ¿Y ahora qué? ¡Cabrón! ¡Más que cabrón! ¡Estás muerto! Puedes darte por muerto. ¿Ahora qué, eh?
Su mirada era tan extraviada que, por un instante, sólo el blanco del ojo brilló bajo su hundida frente.
Luego Maxwell se agachó, le echó las manos al cuello a Conrad y apretó. Lo cogió de la hebilla del cinturón y lo levantó en el aire. Conrad se elevó como un muñeco, con los brazos colgando y el que tenía roto describiendo extraños movimientos. Maxwell lo elevó más, hasta la altura de sus hombros. Conrad dio una arcada y soltó una gran bocanada de sangre.
—¡Estás muerto! —rugía Maxwell, mientras volteaba el cuerpo de Conrad alrededor de la habitación.
Conrad iba por los aires como un muñeco de trapo. Su hija lo miraba paralizada por el pánico. Gritaba sin parar. Su padre fue a dar en un rincón y cayó de bruces. La sangre empezó a brotar en seguida de su cabeza y formó en el suelo un charco rojo. Quedó allí con las piernas dobladas y con el brazo izquierdo formando un ángulo anormal.
Ya no se movió más. No veía nada. No oía nada. No oía los incesantes gritos de su hija. No oyó las risotadas de Maxwell ni le vio darse la vuelta. No levantó la cabeza cuando la mole empezó a moverse, más calmado ya, hacia el pequeño colchón, hacia la pequeña.
Maxwell se arrodilló junto a ella. La cogió por un tobillo mientras ella gritaba llamando a su madre. Maxwell volvió a reír, jadeando mientras le apretaba el cuello con una mano. Empezó a estrangularla. Lentamente. Casi tiernamente.
Jessica gritó por última vez.