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Minet al-Hosn, Beirut, Líbano

El Wolf, un local de ambiente gay, estaba en una calle secundaria del distrito de Hamra, cerca de la Universidad Norteamericana. A las once de la noche, la acera exterior estaba atestada de hombres con las camisas abiertas hasta el ombligo y cócteles o botellas de cerveza 961 en la mano. Carrie se abrió camino entre ellos y pasó junto al portero, un tipo corpulento con la cabeza rapada que la miró con curiosidad.

Dentro, el local estaba lleno, la música hip-hop retumbaba y los láseres destellaban sobre un mar de hombres que hablaban, se besaban y se metían mano. A lo largo de las paredes había bancos de cuero sintético sobre los que jóvenes esbeltos vestidos con pantalones muy cortos y ajustados ofrecían bailes sensuales a hombres más mayores con dinero que gastar. Carrie consiguió abrirse paso a través de la multitud hasta la barra. Era la única mujer del local. Aunque dedicó un rato a mirar, no vio a Bilal Mohamad por ninguna parte.

—¿Qué va a tomar? —le preguntó el camarero en árabe. Era un hombre delgado, de unos treinta y tantos, pero con una cara de niño que podría haberle hecho pasar por un joven de veinte. No llevaba nada sobre el torso, excepto un par de tirantes rojos que sujetaban unos pantalones de cuero ajustados.

—Tequila, Patrón Silver —contestó casi gritando para que la oyera por encima del ruido.

—¿Se ha perdido? —le preguntó el camarero cuando regresó con su bebida.

—Yo no, pero él sí —dijo Carrie, y le mostró la fotografía de Bilal Mohamad que llevaba en el móvil—. ¿Dónde puedo encontrarlo?

—No lo he visto —contestó el chico, y se marchó para servir a otro cliente.

—¿Estás buscando a Bilal? —le preguntó un hombre que estaba apretujado a su lado.

—A Bilal Mohamad, sí —asintió ella—. ¿Tienes idea de dónde podría estar?

—¿Quién quiere saberlo? —volvió a preguntar el hombre.

—Benjamin Franklin —contestó Carrie al tiempo que le mostraba un billete de cien dólares.

—No eres el tipo de Bilal, habibi —repuso el hombre—. De hecho, no eres el tipo de ninguno de los de por aquí.

—No estés tan seguro. Hay putas realmente enfermas en Beirut, habibi. Puede que incluso sea una de ellas. —Esbozó una amplia sonrisa.

—Eres una chica mala —dijo el tipo al tiempo que le daba unas palmaditas en el hombro, maliciosamente encantado—. La pregunta fundamental, mi querida habibi, es ¿tiene un hermano assayid Franklin?

—Si lo tiene, ¿cómo sé que me dirás la verdad? —Carrie sacó un segundo billete de cien y lo deslizó por la barra, junto con el otro, en dirección a su interlocutor.

—Está en el Marina Tower. Planta dieciséis. Si no me crees, pregúntaselo a Abdullah Abdullah. —El hombre se guardó el dinero y le hizo un gesto al camarero, que se acercó.

—¿De verdad te llamas Abdullah Abdullah? —le preguntó Carrie.

—No, pero así es como me llaman —respondió el camarero encogiéndose de hombros. Después le hizo un gesto para que se acercara a él—. ¿Está segura de que sabe usted lo que está haciendo, mademoiselle?

—¿Lo está alguien? —repuso ella.

—Bilal tiene amigos peligrosos —masculló el camarero.

—Y yo también.

—No, mademoiselle. Está lo peligroso, y luego está Bilal. Es un psicópata. Confíe en mí, no quiere ir allí. Si quiere cocaína, hachís, heroína, deje que yo se la consiga. Es más seguro. De mejor calidad. Más barato, también.

—¿Está en el Marina Tower?

—¿Conoce el dicho: «La única forma de conseguir un apartamento en Minet al-Hosn es que alguien muera»? No están hablando sólo de disponibilidad y dinero. Están hablando de qué está dispuesta a hacer la gente por esa riqueza… y de qué harán para protegerla —contestó el camarero.

—Soy una niña grande, sadiqi. ¿Está allí?

—Hace días que no lo veo. Si tiene suerte, usted tampoco lo verá —dijo él mientras machacaba hojas de menta para preparar un mojito.

El Marina Tower era un rascacielos blanco con forma de media luna situado en primera línea de mar. Las luces del edificio se reflejaban en el agua del puerto deportivo. El vestíbulo era ultramoderno y lujoso, un anuncio para los inquilinos que podían permitirse los millones que costaba un apartamento allí. Carrie tuvo que discutir con Saunders para conseguir que le permitiera ir sola.

—Ya sabemos que mató a Davis Fielding… y probablemente a más personas. Y eso incluso antes de que el camarero te advirtiera. Además, nadie hace tanto dinero en Beirut sin ser muy peligroso por sí mismo o tener amigos muy peligrosos —le insistió Saunders en el todoterreno BMW en el que se dirigieron hacia allí.

Con ellos viajaban dos nuevos agentes de la delegación de Beirut, Chandler y Boyce, transferidos del Grupo de Operaciones Especiales de la CIA, dos tipos con el pelo corto y duros como el diamante. Ambos eran ex militares de Operaciones Especiales que Saunders se había llevado consigo desde Ankara para que lo ayudaran a limpiar la delegación de Beirut.

—Chandler y Boyce. Parece el nombre de un bufete de abogados, ¿no? —había soltado Saunders al presentárselos a Carrie.

—Más bien de un negocio de antigüedades —comentó ella mientras les estrechaba la mano—. Mira, no me malinterpretes. Me alegra que estén aquí, pero no queremos un tiroteo. Queremos saber quién lo mandó a matar a Davis.

—Creo que ya lo sabemos: Abu Nazir —repuso Saunders.

—No, creemos que lo sabemos, lo que no es lo mismo —puntualizó ella.

—Debería hacerlo yo. O Chandler o Boyce.

—Mejor lo hago yo. Soy una mujer. Menos amenazante, menos probable que la cosa se ponga fea. Y hablo árabe mejor que ninguno de los demás.

—Sea como sea, no vas a entrar si no es llena de micrófonos hasta las cejas. En cuanto oiga algo que huela lo más mínimamente a problemas, aquí mis anticuarios y yo entraremos como locos, disparando primero y preguntando después. Ese hijo de puta está muerto, ¿entendido?

—Lo entiendo. Sólo quiero ver qué puedo sacarle primero —contestó Carrie cuando aparcaban el todoterreno en una calle lateral.

Después se dirigieron a pie hacia el aparcamiento del Marina Tower. Por la noche, el edificio estaba iluminado con líneas horizontales de luz blanca a lo largo de los balcones, como un montón de neones curvados.

—No creo que sea así, Carrie. Que lo comprendas, quiero decir —insistió Saunders cuando ya estaban cerca del aparcamiento—. Si te pasara algo, Saul me crucificaría. Es posible que literalmente.

—Lo sé. —Miró a Chandler y a Boyce—. Si creéis que estoy metida en un lío, chicos, venid a salvadme, por favor.

Ambos hicieron un gesto de asentimiento.

Agachados junto a un Mercedes sedán, hicieron una comprobación de voz de los micrófonos de Carrie y prepararon las armas y el equipamiento. Cuando estuvieron listos, echaron a andar, de uno en uno, hacia la entrada de servicio trasera.

Uno de ellos, Boyce, forzó la cerradura de la puerta de servicio. Entraron y cogieron el ascensor hasta la decimosexta planta. Tres de ellos se bajaron, el otro, Boyce, subió un piso más. Lo prepararía todo para poder entrar por el balcón de Bilal Mohamad desde el balcón del apartamento del piso superior. Saunders y Chandler esperarían y monitorizarían a Carrie desde el rellano de la escalera, listos para irrumpir en el apartamento de Bilal de inmediato. El código de emergencia de Carrie era cualquier cosa que tuviera que ver con las flores. En cuanto lo mencionara, el resto acudiría corriendo.

A una señal de Saunders, Carrie se acercó al apartamento de Mohamad —sólo había dos en toda la planta— y, tras sacar su Beretta, llamó a la puerta.

No hubo respuesta. Volvió a llamar, esa vez con más fuerza. Y llamó una vez más. Nada. Después de todo aquello, no había nadie en casa, pensó cabreada. Acercó la oreja a la puerta y prestó atención, pero no oyó nada. Entonces percibió el débil zumbido de algo eléctrico, como una maquinilla de afeitar. Volvió la vista hacia la puerta que daba paso a la escalera, que estaba ligeramente entreabierta, y no pudo distinguir a Saunders ni a Chandler, pero se alegraba de que estuvieran allí. Respiró hondo, sacó su ganzúa y comenzó a trabajar en la cerradura, tratando de recordar su entrenamiento en La Granja.

Sonó un clic, hizo girar la manija y abrió la puerta con la Beretta lista. Entró en un salón enorme y lujoso, intensamente iluminado y con un ventanal panorámico que daba al puerto deportivo y el mar. El zumbido eléctrico se oía ahora con más fuerza. Parecía proceder del dormitorio. Carrie dejó la puerta del apartamento entornada para Saunders y Chandler y avanzó lentamente con la pistola en ristre hacia la habitación. Abrió la puerta del dormitorio con el pie, entró y se detuvo ante la extraña imagen de un hombre de aspecto aniñado, musculoso —presumiblemente Bilal Mohamad—, con el pelo totalmente decolorado, de un rubio blanquísimo, y el cuerpo envuelto en una bolsa de basura de plástico negro de la que sólo sobresalía la cabeza. La apuntaba directamente con una pistola con silenciador.

Ambos permanecieron así, paralizados. Ninguno de ellos movió un solo músculo. A Carrie se le pasó entonces por la cabeza un pensamiento bastante extraño: el hombre parecía una versión masculina de Marilyn Monroe, sexy y perdido al mismo tiempo. Y entonces se dio cuenta de que el zumbido eléctrico había desaparecido.

Ya Allah, esto es muy incómodo —dijo al fin Bilal en árabe—. ¿Deberíamos matarnos el uno al otro o ver si hay alguna forma de que ambos sobrevivamos?

—Baja el arma e, inshallah, hablaremos —contestó Carrie también en árabe.

—Vale, pero si me matas voy a darme de tortas en el infierno por confiar en una agente de la CIA. Eres de la CIA, ¿no? Una pregunta estúpida. Claro que lo eres. —Había cambiado al inglés—. Estadounidense, mujer, pistola. Algún idiota se ha dado cuenta al fin de que Davis Fielding no se suicidó. ¿Has sido tú? Claro que sí. No se toman a las mujeres tan en serio como deberían, ¿verdad? —Lanzó la pistola sobre la cama. Entonces, Carrie pudo prestar atención a lo que la rodeaba y se dio cuenta de que Bilal tenía las manos cubiertas de sangre. Él la vio mirárselas—. Has venido en un mal momento. Media hora más tarde y ya me habría marchado —añadió.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.

—Míralo por ti misma —contestó haciendo un gesto en dirección al baño—. Espero que no tengas un estómago delicado.

—No te muevas. Mantén las manos donde pueda verlas —le ordenó mientras avanzaba hacia la puerta del baño.

—Por supuesto. Ya estás bastante nerviosa. ¿Por qué no ibas a estarlo? No quiero que me dispares por accidente.

Carrie lanzó una breve mirada al interior del baño. Había un cuerpo de hombre desnudo en el interior de la bañera. Le habían cortado la cabeza y las manos, y la primera descansaba plácidamente sobre las segundas a los pies de la tina. El zumbido que había oído era el de un cuchillo de trinchar eléctrico que seguía enchufado a la toma de corriente del lavabo. Asqueada, notó un movimiento a sus espaldas y se volvió a toda prisa, lista para disparar. Bilal se había movido ligeramente, pero sólo para secarse las manos manchadas de sangre sobre el cubrecama.

—¡No te muevas! —le ordenó ella—. ¿Quién era?

—Daleel Ismail. Siempre le gusté, ya me entiendes. Eres una mujer atractiva. La gente se encapricha de nosotros, no podemos evitar gustar a los hombres. Pobre Daleel. Pensó que al fin iba a hacérselo conmigo. Es lo que tiene la vida. Nunca puedes estar seguro de si vas a ser el que jode o el jodido —sentenció.

—¿Por qué lo has matado?

—¿No te lo imaginas? Oye, ¿puedo quitarme este plástico? —dijo dando unos tirones a la bolsa de basura que llevaba puesta—. Hace calor, y la idea de morir llevando esto puesto es asquerosa. A no ser que quieras dejarme seguir con lo que estaba haciendo, ¿no? —añadió sin apartar la mirada de ella—. Vale, pues entonces voy a quitármela.

Se quitó la bolsa de plástico por la cabeza y la lanzó sobre la cama.

—No tenemos por qué estar aquí de pie. ¿Nos tomamos una copa y hablamos de esto como los asesinos civilizados que somos? —sugirió mientras caminaba hacia la puerta de la habitación y salía a la sala principal—. Sé que no te fías de mí. Puedes vigilarme mientras me lavo las manos. El cuerpo humano es algo realmente sucio, ¿no crees? Es increíble que nos las ingeniemos para idealizarlo y fantasear tanto con él sexualmente.

Carrie lo siguió hasta la barra y no apartó la Beretta de él mientras se lavaba las manos en el fregadero. Luego se las secó con un paño.

—¿Qué vas a tomar? —le preguntó Bilal.

—Tequila si tienes. Si no, whisky —contestó.

—Whisky. Highland Park —dijo él mientras examinaba las botellas que había detrás de la barra.

Sirvió dos vasos y le hizo un gesto a Carrie para que se uniera a él en un par de sillones ultramodernos que había en la sala principal.

—¿Por qué brindamos? —preguntó Carrie.

—Porque ambos seguimos vivos… de momento —respondió Mohamad, y bebió.

Carrie lo imitó.

—¿Por qué has matado a ese tal Daleel como se llame?

—Se parecía a mí. Misma talla, misma altura, musculatura. La gente a veces lo confundía conmigo. No sé por qué no podía entender que no quisiera acostarme con él. Habría sido demasiado parecido a la masturbación.

De pronto, Carrie lo entendió.

—Estabas fingiendo tu propia muerte. Por eso lo de la cabeza y las manos: para dificultar la identificación del cuerpo. Asumirían que eras tú. ¿Qué ibas a hacer con la cabeza y las manos? ¿Lanzarlas al Mediterráneo?

—¿Ves?, eres una chica lista. ¿Te importa si fumo? —Estiró la mano para coger un cigarrillo de una caja con incrustaciones de marfil que había sobre la mesita de café de cristal—. Sé lo ridiculamente puritanos que los estadounidenses sois con estas cosas. No pasa nada por ser un asesino, pero no se debe fumar. —Encendió el cigarrillo, le dio una calada profunda y exhaló.

—¿Y qué pasa con el ADN? Habrían descubierto que no eras tú.

—¿En serio? —La miró como si hubiera sugerido que un hombre de las cavernas programara un ordenador—. Esto es Oriente Medio, no Manhattan. No hay base de datos, no hay ciencia. El propósito del trabajo policial aquí es destruir a tus enemigos políticos, no resolver crímenes.

—¿Adonde ibas a marcharte? —quiso saber ella.

—En realidad, era una elección ridicula: o la muerte o vivir en Nueva Zelanda. Ambas son prácticamente imposibles de diferenciar.

—¿De quién huías? ¿De nosotros?

—Es cierto que la arrogancia estadounidense no tiene límites, ¿verdad? ¿Por qué tener miedo de vosotros? Lo peor que te puede pasar si te creas mala fama entre los estadounidenses es que te den tu propio reality show en televisión. ¿No te lo imaginas? No pareces estúpida; aun así, la gente te engaña. —Le lanzó una bocanada de humo a la cara.

—¿Qué hay de Davis Fielding? ¿Erais amantes?

—Me llamó él. ¿Puedes creértelo? Todos esos años utilizando a Rana para fingir que era hetero y pensando que era su informante cuando en realidad, entre ella y yo, le sacamos todas y cada una de las informaciones relativas a Oriente Medio. Me llamó para despedirse, el bobo sentimentaloide. Era tan mal espía como amante.

Al mirarlo, con su extraño rostro aniñado y su pelo rubio blanquecino, Carrie lo entendió de pronto.

—Abu Nazir. Por eso mataste a Fielding. Está desmantelando las cosas. Por eso huyes —dijo.

—Bien —soltó él, y volvió a lanzarle otra bocanada de humo—, no eres completamente imbécil. Entonces, ¿qué va a ser…? ¿Carrie, verdad? —Sonrió con maldad y el miedo invadió a su interlocutora, que se dio cuenta de que Bilal conocía su verdadera identidad. Estaba viendo al verdadero hombre. Peor, el tipo estaba decidido a hacer lo que quisiera que fuese a hacer. Tenía que conseguir que su gente entrara ya—. ¿Ves?, se lo saqué todo a Fielding. De modo que, Carrie, ¿vas a dejarme volver a lo que estaba haciendo y desaparecer? ¿O vas a hacer algo ridículo, como meterme en una celda con esos yihadíes estúpidos en Guantánamo?

—Ninguna de las dos cosas. Ahora vas a trabajar para nosotros —repuso ella, y, echando un vistazo a su alrededor, habló como dirigiéndose al vacío—: ¿Sabes? Unas flores harían maravillas en este apartamento.

Bilal se irguió en su silla.

—¿A quién debo espiar? ¿A Abu Nazir? —preguntó.

Carrie se limitó a mirarlo con fijeza. Los ruidos de la carrera de Saunders y Chandler se mezclaban con la imagen de Boyce descendiendo por una cuerda hasta el balcón.

Ya Allah —dijo entonces Bilal—, no conoces a Abu Nazir en absoluto, ¿verdad?

Metió la mano debajo del cojín de su silla y sacó una pistola de nueve milímetros. Y, antes de que Carrie pudiera decir o hacer algo, la levantó y se descerrajó un tiro en la cabeza.