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Base aérea de Balad, Iraq

El soldado de primera Williams los salvó. Llamó al Predator, que aún estaba sobrevolando la zona a demasiada altura como para ser visto u oído desde el suelo. Mientras Carrie y Warzer le servían de soporte a Virgil —hasta que pudieron pasar rodando por encima de la barrera de hormigón junto a los marines—, y con el sargento Billings disparando fuego de cobertura, el Predator lanzó los dos misiles Hellfire que le quedaban contra los edificios desde los que tiraban la mayor parte de los muyahidines. Los ruidos de las explosiones llegaron hasta ellos desde el otro lado de la carretera.

Una vez que atravesaron la valla por un agujero dentado, los muyahidines que habían entrado en la fábrica tras ellos quedaron atrapados en medio de un devastador fuego cruzado entre la ametralladora de los marines del Humvee, plantado en medio de la carretera, y el de los soldados que estaban con ellos tras la valla.

Carrie observó que más de veinte muyahidines corrían hacia el Humvee desde las ruinas de los edificios situados en el extremo más lejano de la carretera sólo para ser derribados por la ametralladora ligera de su posición. Gracias a Dios que el sargento Billings había tenido la previsión de situar aquella segunda escuadra detrás de la fábrica, pensó al tiempo que cogía la primera bocanada de aire de verdad desde que habían entrado en las instalaciones.

Virgil había recibido un disparo en la parte baja de la pierna. La herida sangraba en abundancia, era posible que le hubieran alcanzado en una arteria. El sargento Billings empleó su cuchillo de combate para cortarle la pernera del pantalón a Virgil y le practicó un torniquete en la herida, pero tenían que conseguirle ayuda médica urgentemente. Algunos minutos después, los disparos de los muyahidines habían disminuido lo suficiente como para poder montarlo en un Humvee y llevarlo al otro lado del canal hasta el campamento de Snake Pit, una base de artillería que no era más que una zona de arena rodeada por muros de sacos de arena. Una vez allí, metieron a Virgil en un helicóptero Huey. Carrie fue con él y con uno de los marines, que también había resultado herido por los fragmentos de metralla de una granada propulsada. No había sitio suficiente para Warzer; los seguiría en el siguiente helicóptero que saliera de la base.

El helicóptero se alzó entre un estrépito de ruido y polvo mientras el campamento iba empequeñeciendo a toda prisa debajo de ellos. Carrie se sentó junto a Virgil, que estaba tumbado en una camilla al lado del marine herido. Éste estaba tendido sobre el suelo del vehículo mientras un médico militar lo atendía. A través de la puerta abierta, donde se había situado un artillero, Carrie divisaba a sus pies la ciudad de color arena y la bifurcación en forma de «V» donde el río Éufrates se separaba del canal. El helicóptero viró y se encaminó hacia el este por encima del río, en dirección a Bagdad.

—¿Cuánto tardaremos en llegar? —le preguntó al médico militar casi a gritos para que pudiera oírla por encima del ruido del rotor. El viento que entraba por las puertas abiertas le agitaba el uniforme y le sacudía contra la cara unos cuantos mechones de pelo que se le escapaban por debajo del casco.

—No mucho, señora. Estará bien —respondió el doctor señalando a Virgil—. Le he dado un poco de morfina.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó a Virgil.

—Mejor con la morfina. —Hizo un gesto de dolor—. Nadie habla nunca de lo increíblemente doloroso que es que te peguen un tiro.

—Lo siento —se disculpó ella—. Sabíamos que podía ser una trampa.

—No podía evitarse. Era una ocasión de pillar a Abu Ubaida y a Abu Nazir. No podíamos dejarla pasar. Sin embargo, lo de Romeo no es bueno. Si hubieras podido seguir utilizándolo, podríamos haber conseguido otra oportunidad.

—Romeo era un agente doble. —Carrie frunció el ceño. Trabajaba contra nosotros tanto como para nosotros—. Se acercó a él—. Creo que él fue el responsable de lo de Dempsey.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Nos proporcionó información útil… y sabía que en la ciudad no había ningún servicio de telefonía móvil operativo. Las radios de campo tienen un alcance demasiado limitado, y al-Qaeda tenía sitiado el centro gubernamental. Tuvo que imaginarse que enviaríamos a alguien de vuelta a la Zona Verde. El reloj comenzó a correr desde el instante en que nos despedimos en la casa de té.

—Entonces, ¿por qué lo han matado?

—No lo sé. Es una gilipollez —contestó ella—. No deberían haberlo hecho. No necesitaban hacer eso para tendernos la trampa. Hay algo más. Pero no lo veo.

—Nos retrasamos demasiado. Deberíamos haber atacado la fábrica justo después de que se lo llevaron allí.

—¿Cómo? Era imposible moverse por la ciudad de noche. Y estoy absolutamente segura de que no podríamos haberlo hecho sin los marines. Es agua pasada —dijo Carrie—. Al menos tú ya estás fuera. Tu familia se alegrará.

—A mi familia no le importará una mierda. Pero tampoco puedo culparlas. —Frunció el ceño—. Carlotta y yo nos separamos hace un par de años. Mi hija, Rachel, cree que soy el peor padre del mundo. Y está en lo cierto: nunca he estado ahí para ella. —De nuevo, compuso una mueca de dolor.

—Ahora dispondrás de algo de tiempo. Tal vez puedas compensarlas.

—¿Para qué? ¿Para volver a dejarlas tiradas la próxima vez que surja una operación urgente? Estarían locas si me dejaran volver a entrar en sus vidas. —Le agarró el brazo a Carrie—. Las personas como nosotros somos yonquis. Estamos enganchados a la acción. No permitas que te lo hagan a ti, Carrie. Lárgate mientras puedas. No conozco a nadie del NCS con un matrimonio decente. ¿Por qué crees que todo el mundo es infiel?

—Tranquilo —le dijo dándole unas palmaditas en el hombro—. Hacemos el bien. Sin nosotros, el país está ciego. No importa lo fuerte que seas si no ves.

—Eso es lo que nos decimos a nosotros mismos. Escucha, Carrie, tú no has matado a Dempsey —le aseguró.

—Sí que lo he hecho. Está claro que sí.

—¿Por lo de Romeo? Mierda, esto duele —se quejó Virgil al tiempo que trataba de estirar la pierna.

—No, por Abu Ubaida. Tenía sus sospechas sobre Romeo, y es lo bastante listo como para saber que intentaríamos enviar a alguien a Bagdad —contestó ella.

—No todo recae sobre ti, Carrie. Ramadi es un campo de batalla. Dempsey sabía en qué se estaba metiendo. Saul lo eligió a propósito para esto.

—Puede ser —aceptó ella mirando por la puerta abierta que tenía al lado. A sus pies, vio el resplandor del sol sobre la kilométrica superficie del lago Habbaniyah, como un espejo sobre el suelo del desierto—. En cuanto a lo que has dicho antes sobre la infidelidad, ¿qué hay de Fielding? ¿Es ésa la razón por la que estaba con Rana? Debía de ser consciente del riesgo que estaba corriendo.

—No sé por qué Fielding se… ¡Aaahhh! —gritó cuando el helicóptero sufrió una ligera sacudida—. No sé por qué hacía la mitad de las cosas que hacía. ¿Todavía le estás dando vueltas a eso?

—La forma en que murió, no me lo creo —repuso Carrie.

—Escucha —añadió Virgil apretándole el brazo con más fuerza—, este lugar, toda la misión de Estados Unidos en este país, está a punto de estallar en mil pedazos. Concéntrate en eso. Yo ahora estoy fuera. Tú eres la única que puede evitarlo.

Carrie asintió y permaneció allí sentada agarrándole la mano hasta que la larga pista de la base aérea de Balad apareció ante sus ojos.

Carrie acompañó a Virgil en una ambulancia militar hasta el hospital de la base de Balad, el servicio médico militar más cercano. En cuanto vio que se estaban haciendo cargo de su amigo, llamó a Saul desde el despacho de la enfermera jefe. Eran más de las tres de la tarde hora local, las ocho de la mañana en Langley. Saul estaba en el coche de camino al trabajo. Le contó lo de Virgil para que él pudiera organizarlo todo. En cuanto su compañero estuviera estable, se lo llevarían al hospital de la base aérea de Ramstein, en Alemania, para que siguiera el tratamiento, y después regresaría a Estados Unidos.

—¿Estás operativa? —le preguntó.

El hecho de que Virgil estuviera herido debía de haberle afectado.

—Corta el rollo, Saul —replicó ella—. No soy ninguna niñita pusilánime y ésta es una línea abierta. ¿Qué sabes de Bravo? —La «B» de la secretaria Bryce y su viaje a Bagdad—. ¿Puedes impedirlo?

—Bill y David van a reunirse hoy con ella.

«Vale», pensó Carrie respirando con algo más de facilidad. David Estes y el director de la CIA, el mismísimo Bill Walden. Se lo estaban tomando en serio.

—Saul, Romeo ha caído.

Su jefe no contestó de inmediato. Carrie oyó por la línea el lejano sonido del claxon de un coche. Probablemente algún gilipollas en el bulevar Dolley Madison o algo por el estilo, pensó.

—¿Qué sabes de Tararí y Tarará? —Los respectivos nombres en clave de Abu Nazir y Abu Ubaida.

—No. Lo siento —contestó Carrie. ¿Qué otra cosa podía decir? A Saul debía de haberle supuesto un duro golpe, era la primera ocasión en que los habían tenido a tiro a los dos a la vez—. Sobre el otro asunto, enviaré un lobo de tierra.

Un «lobo de tierra» era un informe crítico urgente, el más gravemente perentorio, el tipo de comunicación de mayor prioridad dentro de la CIA. En teoría, cuando entraba un lobo de tierra, se suponía que el director de la CIA lo tendría en sus manos al cabo de una hora de su recepción en Langley.

—Alertaré a Beanstalk, Habichuela —dijo Saul.

Si estaba cabreado por su fracaso en Ramadi, no lo demostraba. «Habichuela» era Perry Dreyer, el jefe de la delegación de la CIA en Bagdad. Él le había dado a Dempsey y ella lo había matado. Carrie no lo habría culpado si en ese momento Dreyer se hubiera negado a darle siquiera la hora, aunque, si alguien tenía la más ligera idea acerca de cómo estaban las cosas realmente en Iraq y de a qué había tenido que enfrentarse ella en Ramadi —no las gilipolleces oficiales que estaba publicando la Administración—, ése era Perry.

—Escucha, ¿estás segura de que es útil?

Así que Saul sí que dudaba de ella, pensó. Era una pregunta justa, en cualquier caso. Carrie estaba basando toda su información en Romeo, que no sólo había trabajado como agente doble, sino que además era un tramposo hijo de puta de al-Qaeda. Pero… ella había visto a Romeo con sus hijos. Los quería, y debía de ser consciente de que, si los marines los bañaban en regalos y dinero, la noticia llegaría a Abu Ubaida y Abu Nazir en menos de lo que canta un gallo. Romeo también sabía que si los intentos de asesinato no se habían producido al cabo de una semana, ella se habría dado cuenta de que estaba mintiendo y habría actuado. La información que le había proporcionado debía de ser buena. El hecho de que hubieran decapitado a Romeo y matado a Dempsey demostraba que Abu Ubaida sabía que Romeo la había transmitido.

En algún momento de aquella larga noche, antes de que su equipo y ella llegaran a la fábrica de porcelana, Romeo, torturado por Abu Ubaida, había perdido la vida. Si le hubiera estado pasando información falsa, le habrían dado una paliza, pero lo habrían mantenido con vida para que le transmitiera más mierda y quizá para arrastrarla hacia otra trampa.

Un hilo muy fino, pero era todo cuanto tenía.

—Mucho —respondió—. Prepáralo todo. Estaré en Zulú Víctor —«ZV», la Zona Verde, Bagdad— en cuanto pueda —añadió, y colgó.

Se despidió de Virgil en el hospital y, utilizando su teléfono móvil, intentó mandarle un sms a Warzer con la esperanza de que hubiera cogido un helicóptero hacia Camp Victory, justo al lado del aeropuerto de Bagdad, y se las hubiera ingeniado para regresar a la Zona Verde.

«¿cómo está v?», le contestó él para preguntarle por Virgil.

«bien, ¿has vuelto? deberíamos vernos», escribió ella.

«he vuelto, torre reloj de mi distrito Fajr -2».

Gracias a Dios, pensó Carrie, y experimentó la primera sensación de alivio desde hacía días. Warzer había conseguido regresar a salvo a Bagdad.

Recordó que le había contado que su familia y él vivían en Adhamiya, un distrito suní de la orilla oriental del Tigris. Tendría que descubrir dónde estaba la torre del reloj, probablemente cerca de una mezquita o una plaza importante. Fajr era la oración del amanecer para los musulmanes, y el «-2» era una pista engañosa que quería decir más dos horas, así que se reunirían en torno a las ocho de la mañana.

Embarcó en el helicóptero media hora después, saboreando un sándwich que había comprado en un pequeño centro comercial de restaurantes de comida rápida norteamericana, como Subway, Burger King y Pizza Hut, que había en la base. Para la mayoría de los soldados que vivían y trabajaban tras los muros de hormigón armado y las fortificaciones de la gran base estadounidense, era como si nunca hubieran salido de casa: no tenían ningún tipo de contacto con Oriente Medio.

De camino hacia el helicóptero, pudo oler el humo y ver las columnas negras que se elevaban desde los fosos de incineración en los que, según le había comentado alguien, quemaban la basura de la base. Ya casi estaba anocheciendo y el helicóptero proyectaba una larga sombra sobre el asfalto. Estar en aquella bulliciosa base estadounidense hacía que Ramadi pareciera irreal, como un universo distinto.

El aparato despegó y voló bajo sobre la autopista 1, al sur de Bagdad. Había poco tráfico en la carretera cuando la noche se acercaba, puesto que resultaba demasiado peligroso circular por ella tras el ocaso. Cuando sobrevolaron las afueras de la ciudad, vio algo en lo que nunca antes había reparado. Desde el aire, Bagdad era la capital mundial de las palmeras, y el sol poniente teñía el río Tigris de un tono cobrizo.