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Bachoura, Beirut y Líbano

Carrie observó a Rana abrir los ojos. Se encontraban en un almacén situado en el sótano de un refugio próximo al cementerio de Bachoura que la delegación de Beirut había llamado Iroquois. La habitación estaba vacía, iluminada por una única bombilla. Las paredes estaban insonorizadas y la puerta, cerrada. Habían atado a la actriz a una silla con ataduras de plástico. Los únicos otros elementos de mobiliario eran la silla en la que Carrie estaba sentada, un taburete y un banco de madera sobre el que habían puesto un cubo lleno de agua y una toalla. Junto a ella, en un taburete, Carrie había dejado su Glock 26, a la que había colocado un silenciador.

—Puedes gritar como una descosida, nadie te oirá —le advirtió Carrie en árabe.

—No es mi estilo —repuso Rana—. A menos que me paguen. Una vez lancé un grito tremendo en una película de terror. Las calles de los caníbales malos. Como contraposición a Las calles de los caníbales buenos, supongo. ¿Quieres oírlo?

—No me interesan tus méritos. Esto no es una audición —repuso Carrie.

—¿Quieres dinero? Yo no soy rica —manifestó Rana.

—Eres famosa.

—No es lo mismo.

—No quiero dinero. Hablemos de Taha al-Douni.

—¿De quién?

Carrie miró al suelo y luego levantó los ojos hacia Rana.

—Necesito que me digas la verdad. Si lo haces, volverás a tu antigua vida en cuestión de horas. De lo contrario, nunca saldrás de esta habitación —la amenazó.

Durante un largo instante, ninguna de las dos pronunció palabra. Rana miraba a su alrededor, como buscando una salida.

—¿Qué es esto? —inquirió mientras tan sólo un leve temblor en su voz traicionaba su nerviosismo.

«Es actriz —se recordó Carrie—. Miente para vivir. Como el resto de nosotros».

—Escucha, ya hay un montón de cosas que no tienes que contarnos. Lo sabemos todo de ti. Y de Dima y de Marielle, y también sabemos que eres la pequeña zorra de Davis Fielding, el jefe de la delegación de la CIA en Beirut. Hablaremos de ello dentro de un minuto. —Se apercibía de que Rana estaba alarmada por lo que había dicho, porque supiera todas esas cosas.

«Interrogatorio 101 —pensó—. Deja que el individuo crea que sabes muchas cosas sobre él y sobre lo que está haciendo y supondrá que sabes más de lo que dices saber. Es asombrosa la cantidad de detalles que revelará sin querer porque piensa que tú ya los conoces».

—Te reuniste con Taha al-Douni en Baalbek. ¿De qué trató la reunión?

—No sé de qué me hablas —contestó Rana.

—Sí, sí que lo sabes. —Carrie frunció el ceño, sacó la cámara de vídeo y le mostró las imágenes de ella y Ruiseñor hablando en las ruinas—. Min fathleki, no hagamos esto desagradable. De hecho, incluso antes de que lleguemos a eso, tengo una pregunta mejor. ¿Qué hace una buena chica musulmana suní de Trípoli con un espía chií que trabaja para la DGS y Hezbolá?

Rana se la quedó mirando fijamente, con unos ojos como platos.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —musitó.

—La verdad. La Biblia cristiana dice que la verdad te liberará. En este caso, no puede ser más exacto. Pero si me mientes… —miró el banco y el cubo de agua—, créeme, no te va a gustar.

—¿Cómo es que sabes de mí? ¿De Trípoli? ¿Te lo contó Dima, esa puta? No podía mantener la boca cerrada, del mismo modo que no era capaz de mantener las piernas juntas.

—¿De verdad creiste que podías ser la amante de un jefe de delegación de la CIA y reunirte con espías sirios sin llamar la atención? —preguntó Carrie—. ¿Para quién trabajas?

—¿No lo sabes? —Rana se humedeció los labios. Cabello oscuro, ojos oscuros. Una mujer atractiva, pensó Carrie. Una mujer que pensaba que su belleza la sacaría siempre del apuro—. Dios, mataría por un cigarrillo.

—Después —Carrie arrugó el entrecejo—. Vas a tener que empezar a contestar a mis preguntas o las cosas se pondrán feas para ti. ¿Para quién trabajas? ¿Para Hezbolá?

Rana negó con la cabeza, con la levísima insinuación de una sonrisa en los labios.

Kos emek Hezbolá —respondió, utilizando la peor expresión vulgar en árabe—. Ni para Hezbolá ni para los sirios.

—Entonces, ¿para quién? Al-Douni pertenece a la DGS.

—¿Quién te dijo eso? ¿Dima? ¿Eres de la CIA? ¿Está en vuestro poder? ¿Ha estado cantando?

Carrie reflexionó unos instantes, decidiendo. ¿Estaba Rana intentando engañarla? Ya vería quién engañaba a quién.

—Dima está muerta. Ahora mismo, tus perspectivas tampoco parecen muy halagüeñas —le dijo. Eso la descompuso. Vio que Rana se ponía pálida. Negó con la cabeza, agitando su famosa melena castaña de un lado a otro—. Última oportunidad. Luego vendrán los hombres. Se mueren por intervenir. Por ponerle las manos encima a una mujer guapa como tú. Algo que las mujeres sabemos —terció Carrie, cruzando las piernas—. La belleza es una cosa muy frágil, ¿verdad? ¿Para quién trabajáis al-Douni y tú?

Rana sacudió la cabeza. Carrie decidió probar con una pequeña verdad más.

—¿Es al-Douni un agente doble? Sólo puedo ayudarte si tú me dejas. Lo único que tienes que hacer es asentir con la cabeza.

Casi a regañadientes, Rana asintió.

Los pensamientos se precipitaron a la mente de Carrie. Si al-Douni era un agente doble, ¿para quién más trabajaba? ¿A las órdenes de quién estaba? ¿Del novio de Dima, Mohammed Siddiqi, el iraquí que fingía ser catarí, según Marielle? ¿O Rana simplemente le estaba diciendo lo que ella quería oír?

—¿Para quién trabaja de verdad?

—No estoy segura. Pero fue él quien presentó a Dima y a su novio, el catarí —contestó Rana.

—¿Mohammed Siddiqi? Me han dicho que no era un catarí de verdad —terció Carrie.

—Has estado hablando con Marielle. —Rana frunció el ceño—. Inshallah, dame un cigarrillo y te contaré todo lo que quieras saber.

Carrie se acercó a la puerta, salió y regresó con un Marlboro encendido. Se lo puso a la chica entre los labios. Ahora averiguaría si Rana había decidido realmente cooperar.

—De acuerdo —dijo Rana, dando una calada y echando una nube de humo—. Tienes razón. Trabajo para Taha. Me refiero a al-Douni. También recluté a Dima, aunque ella fingía ser una maronita del 14 de Marzo. Como obviamente sabes, las dos somos del norte, las dos suníes, las dos hijas de padres que formaron parte de los Murabitun.

—¿Taha al-Douni te reclutó para que te convirtieras en la amante de Davis Fielding?

—No soy su amante —respondió ella, aspirando profundamente el humo y dejando que Carrie le quitara el cigarrillo de entre los labios para poder expulsarlo.

—¿Qué quieres decir? ¿No irás a decirme que no mantenéis relaciones sexuales? Eres una mujer guapa. Famosa incluso.

—No es tan sencillo. Al principio sí lo hacíamos, pero ahora me utiliza sobre todo para presumir. Nos vemos en fiestas, recepciones diplomáticas, cosas así —se encogió de hombros.

—Pero ¿tú lo espías?

Rana asintió.

—¿Lo sabe él?

—No sé lo que sabe. —Hizo un gesto de desdén—. Últimamente, con la llegada del Mohammed de Dima, el énfasis cambió.

—¿De qué a qué?

—De cualquier cosa que pudiéramos descubrir acerca de las actividades de la CIA en el Líbano y Siria a Iraq. Quieren saber qué es lo que los norteamericanos saben y no saben acerca de sus planes en Iraq.

—¿Está al-Douni bajo las órdenes de Mohammed, el novio de Dima?

Rana se echó a reír con menosprecio.

—¿Ese ibn el himar? —«Hijo de un burro»—. Es un correo, el chico de los recados. Un don nadie.

—¿Y Dima le tenía miedo?

Rana asintió.

—El cabrón la maltrataba, el muy cerdo. Todo cuanto tenía que hacer era mirarla.

Eso era lo que había dicho Marielle, pensó Carrie. De modo que así era como habían conseguido que Dima, la chica de alterne suní, se convirtiera en una terrorista. Si Ruiseñor no dirigía la película y Mohammed era tan sólo el chico de los recados, ¿de quién era la operación? ¿Y qué interés tenían en la inteligencia estadounidense sobre Iraq? La respuesta era obvia.

—¿Trabaja Mohammed para al-Qaeda? ¿Está en contacto con Abu Nazir?

—No lo sé. Nadie habla con Abu Nazir, nadie sabe quiénes son sus contactos. Taha habló una vez del segundo de Abu Nazir, Abu Ubaida.

—¿Y qué dijo?

—Dijo que era el verdugo de Abu Nazir.