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Park Avenue, Nueva York

Eran dos: Bassam al-Shakran, el vendedor de productos farmacéuticos jordano, y otro hombre que no pudieron identificar de inmediato. En la pantalla que mostraba las imágenes de la cámara oculta dispuesta frente al hotel observaron cómo dos individuos descargaban de su camioneta lo que parecía una cinta para correr envuelta en plástico y la entraban en una carretilla por el acceso de servicio del Waldorf Astoria.

—Es él. Es Bassam —dijo Carrie.

—¿Quién es el otro tío? ¿El primo? —preguntó Gillespie.

—Es el primo. Mohammad al-Salman. Eche un vistazo —corroboró Leonora. Carrie y Gillespie se acercaron al ordenador. En la pantalla había una fotografía con un artículo de un periódico local que mostraba a dos hombres árabes vestidos de traje con un imán. El artículo hablaba de una donación que habían hecho a la mezquita del lugar, la Fundación Islámica Masjid—. Ése es Mohammad —señaló la agente de policía.

—Tenía usted razón en lo del dinero —le dijo Koslowski a Carrie.

Cambiaron la imagen para ver la transmisión de una cámara de seguridad del interior del hotel y observaron a los dos hombres introducir la cinta en el ascensor de servicio, pero la pantalla correspondiente a la cámara de seguridad del piso diecinueve sólo mostró a uno de los hombres saliendo del ascensor y empujando la máquina al interior del gimnasio.

—Veo a Mohammad —indicó Koslowski—. ¿Dónde está Bassam?

—Mire. Alguien ha cortado el plástico que cubre el aparato —señaló Carrie.

Todos se volvieron hacia el monitor que mostraba el pasillo del hotel al que daba la habitación de Dima.

—Miren, Bassam —indicó Gillespie, señalándolo. Observaron a al-Shakran recorrer el pasillo hasta la habitación de Dima y llamar a la puerta—. ¿Qué lleva? ¿Una bolsa de lona?

»Una bolsa de lona —repitió Gillespie, muy serio—. ¿Qué creen que es lo más probable que haya dentro?

Observaron abrirse la puerta de la habitación y alcanzaron a ver brevemente a la mujer de la peluca rubia que lo hacía pasar. La misma colocó un cartel de «No molestar» en la puerta y la cerró. El pasillo estaba vacío.

—¿Y ahora qué? —planteo el agente Sanders, que acababa de hablar por teléfono con el Equipo de Rescate de Rehenes que había mandado a Red Hook.

—A esperar —respondió Carrie.

—¿A esperar qué?

—Que vuelva Mohammad —contestó ella.

—Si es que vuelve —dijo Sanders.

—Volverá —repuso ella. Desde el principio había pensado que tratar de llegar hasta el vicepresidente sorteando el servicio secreto no era tarea para un hombre solo. Y Dima no iba a efectuar ninguno de los disparos. Dima no. Así que el primo tendría que regresar al hotel.

Koslowski estaba hablando por teléfono con Tom Raeden, el jefe de la unidad Hércules del DPNY. Él y sus hombres estaban en las suites del Waldorf. Una de las pantallas los mostraba con todo su equipo en la suite. Raeden era un tipo de metro ochenta con el cabello rubio prácticamente rapado y los hombros de un defensa de fútbol americano. Koslowski les indicó que se prepararan. Con suerte, entrarían en acción en unas pocas horas.

—¿Qué está pasando en Red Hook? —le preguntó Koslowski a Sanders.

—Nos hemos puesto en contacto con una tal señora Pérez, propietaria del almacén. Tenemos a dos hombres en el interior. Hay un almacén de recambios de coche al otro lado de la calle. Nuestros hombres se han introducido en él como obreros de la construcción. Ahora están instalando cámaras ocultas, con francotiradores ex SEAL o ex Delta en los tejados. No se dejarán ver hasta el último segundo. Podremos ver la transmisión de un momento a otro —contestó Sanders—. También hemos informado al servicio secreto. Es parte de nuestro protocolo en relación con ellos —explicó—. Harán que el vicepresidente se ajuste al programa hasta nuevo aviso.

—¿Han bloqueado la carretera por si acaso? —quiso saber Koslowski.

—Una vez aparezcan con la camioneta, no tendrán forma de salir de esa calle —respondió Sanders—. Tenemos dos grandes camiones blindados que bloquearán ambos extremos de la calle justo cuando entremos nosotros.

—Perfecto —aprobó Koslowski con un gesto de la cabeza—. Tenemos que ver las transmisiones cuanto antes.

—¿Qué pasará cuando sus hombres entren en la habitación del hotel? ¿Podremos ver algo?

—Con suerte, sí —repuso Koslowski—. Dos de ellos llevarán una cámara integrada en el casco. La imagen saltará, pero veremos lo mismo que vean ellos.

—Aquí están nuestras imágenes —señaló Sanders, apuntando a dos monitores. Uno de ellos mostraba la puerta principal del almacén frigorífico desde una cámara colocada al otro lado de la calle. Estaba ubicado en un edificio de hormigón sin ventanas y con alambre de espino en la azotea.

—Es como una fortaleza —murmuró uno de los agentes de la Oficina Antiterrorista.

La otra pantalla mostraba la camioneta aparcada con el logotipo de Giovanni’s Pizza pintado de cualquier manera en uno de los costados, vista desde un lugar elevado, en oblicuo, desde el otro lado de la calle.

—¿Dónde colocaron la cámara para obtener estas tomas? —inquirió Koslowski.

—En un poste telefónico —respondió uno de los hombres del FBI de Sanders.

—¿Qué hora es? —quiso saber alguien.

—Un poco pasado mediodía —contestó Gillespie tras consultar su reloj.

—Va a ser un día muy largo —declaró Sanders.

Dos agentes del equipo antiterrorista, un hombre y una mujer, llegaron con unas cajas de bocadillos de fiambres y refrescos. Todos cogieron algo y se pusieron a comer. Se oía un murmullo de conversación.

—Ahí está —anunció Carrie con la boca llena, señalando la pantalla que mostraba las imágenes captadas desde las oficinas de FedEx en Park Avenue.

—¿Quién?

—Mohammad. El primo.

Observaron a un hombre con un traje marrón dirigirse hacia la entrada del Waldorf.

—Buena vista. Se ha cambiado de ropa —observó Koslowski.

Se quedaron mirando cómo Mohammad entraba en el hotel. En otro monitor, que mostraba las imágenes enviadas por una cámara de seguridad normal del hotel, lo observaron atravesar el ornamentado vestíbulo y entrar en el ascensor. Un minuto después, el monitor del pasillo mostró cómo salía del ascensor, pasaba junto a una camarera, que era en realidad una de las agentes de Koslowski, llamaba y entraba en la habitación.

—Ahora, lo único que tienen que hacer es esperar —dijo Koslowski.

—Como nosotros —apuntó Saul.

—¿Dónde van a dejar el camión? —preguntó Sanders.

—Probablemente en un aparcamiento, luego cogerán el metro para volver —explicó Koslowski—. Tengo a agentes de paisano buscando el camión en todos los estacionamientos del centro.

—Diles que se acerquen con cuidado. Es probable que haya una bomba camuflada —le advirtió Saul.

—Lo suponíamos —repuso Koslowski—. Tendremos que evacuar y hacer venir al escuadrón antiexplosivos.

Media hora después, contestó a una llamada de uno de los agentes de paisano.

—Hemos encontrado el camión. Está en un lugar llamado Quik Park, en la Cincuenta y Seis Oeste, cerca de la Nueve —anunció, y dijo algo por teléfono.

—Diles que no se acerquen. Que esperen a evacuar toda la estructura y que se aproximen sólo después de que hayamos acabado en el Waldorf y en Red Hook —le advirtió Saul.

—Acabo de hacerlo —replicó Koslowski.

—Hijo de puta, ahí está —anunció uno de los hombres del FBI señalando una de las pantallas.

—¿Es él? —inquirió Gillespie.

—Es él —le confirmó Koslowski mirando la fotografía que había sobre la mesa—. Abdel Yassin. Bienvenido de nuevo a la fiesta. ¿Quién es ese que está con él?

—No lo sé —respondió Carrie—, pero dígales a sus hombres que traten de no matarlo. Si pertenece a una célula local, una vez esto haya terminado, querrá usted arrestarlos a todos.

—Ahí van —señaló Gillespie mientras el camión partía y desaparecía del campo visual de la cámara oculta dirigiéndose hacia el este, alejándose del sol, que se hallaba bajo en el horizonte, suspendido justo por encima de la línea de los edificios. En breve habría anochecido.

—¿Hora? —gritó Koslowski.

—Las 17.11 —informó Leonora consultando su reloj.

—Dígale a su gente que se prepare —le indicó Koslowski a Sanders.

—La suya también —repuso Sanders mientras hablaba por teléfono.

Koslowski alertó a Raeden y a su equipo y a los agentes de paisano apostados en el Waldorf. Le pidió a Gillespie que mandara preparar los perímetros externos para clausurar por completo varias manzanas alrededor del hotel pero que no se movieran hasta que las unidades Hércules entraran en acción.

—Una vez demos la orden de «adelante», nadie, y quiero decir nadie, entrará o saldrá del Waldorf Astoria —declaró.

Todos los ojos estaban fijos en dos monitores: uno que mostraba la vista desde la acera de enfrente del almacén refrigerado de Red Hook y el otro que transmitía imágenes de la cámara de seguridad del pasillo donde estaba la habitación en la que seguían Dima y los jordanos. No se habían movido en todo el día. Los agentes habían colocado sensores en el suelo de la habitación situada justo encima de la de Dima, pero habían detectado niveles de conversación o movimiento sorprendentemente bajos, aunque el técnico sí informó de unos sonidos parecidos a chasquidos que sugerían que estaban cargando y comprobando sus armas.

Contemplaron en el monitor cómo la camioneta con el nombre de la pizzería en el costado se acercaba al almacén y aparcaba en el arcén, en el espacio destinado a carga y descarga. Los dos hombres, Yassin y el desconocido, que parecía de Oriente Medio, ambos vestidos con monos blancos, salieron del vehículo. Sacaron de él un carrito de acero con plataforma y entraron en el edificio.

—Sitúense en sus puestos —ordenó Sanders por teléfono—. Arréstenlos.

Vieron a un escuadrón de diez hombres, ahora ataviados con el equipo completo de operaciones especiales, con rifles de asalto HK33 y las letras «FBI HRT» pintadas en la espalda de sus chaquetas en color amarillo chillón, salir del edificio situado al otro lado de la calle y dividirse en dos grupos, desplegados contra el almacén de refrigeración, a ambos lados de la puerta.

Mientras observaba, Carrie sabía que por lo menos había también dos francotiradores que ocuparían ahora sus puestos para disparar en el tejado del edificio del que había salido el equipo. No veía las hormigoneras ni al resto del equipo desplegándose para bloquear ambos lados de la calle, pero, por la conversación que Sanders mantenía al teléfono móvil, supuso que estaban ocupando sus posiciones.

Koslowski y Gillespie intercambiaron una mirada y asintieron.

Koslowski llamó a Raeden.

—Adelante —indicó—. Es todo tuyo, Tom.

—Luz verde —dijo Gillespie por el teléfono móvil al oficial de policía que estaba al mando en el exterior del Waldorf.

Carrie sabía que las dos unidades Hércules que se hallaban en el interior del hotel habían entrado ya en acción. Estarían bajando la escalera dirigiéndose al piso donde se encontraban Dima y los jordanos. A partir de ese momento, cualquier persona que encontraran en la escalera o en el pasillo sería arrestada. Entonces, en la pantalla, vio primero a uno y después a varios de los miembros de la unidad Hércules aparecer en el pasillo y avanzar hacia la habitación. Una de las camareras de incógnito los acompañaba. Llevaba en la mano una pistola Beretta de nueve milímetros.

Los miembros del equipo se situaron a ambos lados de la puerta de la estancia. Llevaban chalecos de Kevlar e iban armados con fusiles de asalto M4A1 y escopetas de cañón corto.

—Capitán, dígales que no la maten —le pidió Carrie a Koslowski.

Éste, con los ojos pegados a la pantalla, no contestó. Observaron a la camarera llamar a la puerta.

En ese momento, en el otro televisor, los dos árabes salieron del almacén de refrigeración empujando el carrito, cargado con seis alturas de grandes cajas de cartón.

Era la mayor cantidad de HMTD que Carrie hubiera visto nunca. Allí debía de haber unos buenos cuatrocientos cincuenta kilos. La mayor cantidad de ese explosivo que ella hubiera visto o de la que hubiera oído hablar siquiera. Desde luego iban a volar algo importante.

Los miembros del Equipo de Rescate de Rehenes corrieron hacia ellos como un enjambre, apuntándolos con los rifles, gritándoles que dejaran las cajas en el suelo y que levantaran las manos. Por un instante, los dos hombres titubearon.

El jordano, Yassin, comenzó a llevarse la mano al bolsillo. «¡El móvil! Va a hacer estallar el explosivo —pensó Carrie—. ¡Disparad! ¡Ahora!».

Al instante, una bala le perforó la cabeza desde el otro lado de la calle. El carrito echó a rodar. «¡Va a volcar! —se dijo ella, poniéndose instintivamente tensa al prever la explosión—. ¡Van a morir todos!». Justo cuando el cuerpo de Yassin alcanzaba el suelo, el carrito comenzó a ladearse. Era como ver un desastre a cámara lenta. Su mente chilló «¡Va a explotar!». Al mismo tiempo, dos miembros del Equipo de Rescate de Rehenes abrieron fuego contra el segundo hombre, que se desplomó sobre el asfalto.

«¡No les deis a las cajas!», pensó Carrie, encogiéndose al imaginar la explosión. Si tan sólo una de esas balas las alcanzaba… Observaron llenos de horror mientras el carrito se volteaba y las cajas se desparramaban por la calle y una de ellas se abría y revelaba algo blanco en su interior. El HMTD.

Pero no sucedió nada.

Habían estado de suerte, pensó Carrie, volviendo a respirar. El HMTD estaba aún lo bastante frío como para mantenerse estable, de lo contrario habrían muerto todos. El Equipo de Rescate de Rehenes se arremolinó alrededor de las cajas y de los dos hombres caídos.

—Están los dos muertos —anunció Sanders al resto de los presentes.

Habían sido increíblemente afortunados. Tenían que volver a refrigerar el HMTD en seguida. Estaba ahí tirado en la calle. Carrie apenas si tuvo tiempo de completar lo que estaba pensando.

—Servicio de limpieza de habitaciones —anunció la camarera de incógnito en el pasillo del hotel en el otro monitor y, acto seguido, se apartó y se alejó de la puerta.

—Vuelva más tarde —respondió la voz de Dima al otro lado.

Raeden, el jefe de la unidad Hércules, asintió con la cabeza. Un segundo hombre introdujo una llave electrónica —Carrie supuso que se trataba de una llave maestra— en la ranura, agarró el picaporte y, cuando la luz se puso verde, empujó la puerta y la abrió.

—Le he dicho que volviera más tarde —dijo una mujer. Era Dima.

Carrie la vio avanzar hacia la puerta. Sólo uno de los hombres, Bassam al-Shakran, estaba a la vista cuando la unidad irrumpió en la habitación. Empuñaba lo que parecía un AR-15. Dima se puso a gritar cuando la unidad Hércules entró en la estancia.

La cámara del casco del jefe de la unidad mostraba una imagen temblorosa mientras Bassam se echaba a un lado y disparaba el rifle. Su primo disparó un segundo AR-15 contra Raeden mientras una tormenta de tiros estallaba en el interior de la habitación y los fuertes estallidos de los disparos sonaban seguidos como el granizo. La cámara del casco cayó a nivel del suelo y pasó a mostrar la habitación de costado. «Raeden. ¿Ha muerto? —se preguntó Carrie—. ¿Están todos muertos? ¿Qué está pasando?». Lo único que transmitía la cámara del casco era la imagen de unas piernas que se movían. Difícil decir de quién eran.

Todo terminó en cuestión de segundos.

—No veo nada. ¿Y Dima? ¿Está viva? —chilló Carrie.

Gillespie gritaba por el móvil que clausuraran el lugar. Sanders vociferaba al teléfono, llamando al servicio secreto. Koslowski miraba el monitor y escuchaba a alguien por el móvil, probablemente a algún miembro de su equipo que se hallaba en la habitación.

—¿Está viva, maldita sea? —bramó Carrie.

Koslowski se volvió hacia ella, su rostro era como una máscara.