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Puente de al-Jumariyah, Bagdad, Iraq
—Dame buenas noticias, Perry —rogó Carrie tras dejarse caer sobre una silla del despacho de Dreyer en el Centro de Convenciones. Llevaba vaqueros y la abaya negra colgada del brazo. La tarde estaba avanzada, el sol había descendido por detrás de los edificios de la calle 14 de Julio y proyectaba sus sombras sobre el campo de fútbol, conformado más de polvo que de hierba, que podía verse a través de las persianas venecianas de la ventana del despacho—. ¿Tenemos ya una cita con al-Waliki?
—Todavía no. El embajador se muestra inflexible. Dice que tratar con los iraquíes es como negociar con una cesta de anguilas. Quiere un único mensaje de nuestra parte. El presidente lo apoya. De hecho, va a reunirse con el nuevo primer ministro mañana —respondió Dreyer haciendo una mueca.
—Bueno, ¡pues el mensaje para al-Waliki va a ser que está muerto! ¡Y Benson también! ¿Qué hay de Saul? ¿David? ¿El director?
—Lo han intentado y los han mandado callar. Éste es el show de Benson. ¿Cuánto tiempo tenemos?
—Mañana. Todo va a suceder mañana.
—¿Estás segura? ¿Cuáles son las probabilidades?
—Ahora te pareces a los de Langley —contestó Carrie—. El noventa y nueve por ciento. ¿Le parecen bastante altas a todo el mundo? Y en cuanto a Benson, si no consigues meternos a él, a al-Waliki y a mí en la misma jodida sala, mañana será su último día en la tierra.
—¿Cómo puedes estar segura? Ambos van a estar aquí, dentro del Centro de Convenciones. Ambos bien protegidos. ¿Cómo van a entrar los guerrilleros de AQI?
—No tienen que entrar.
—¿De qué estás hablando?
—Ya están dentro. Ya están aquí —contestó mientras señalaba con la cabeza hacia el centro del edificio.
—Lo que quiere decir… —Carrie lo observó recorrer mentalmente el camino que lo llevaba hasta la respuesta—. Las ISF. Tienen infiltrados en las Fuerzas de Seguridad Iraquíes. Van a asesinarlos las personas asignadas para protegerlos —concluyó.
—De acuerdo con Warzer —explicó ella—, la mayor parte de los ISF encargados de proporcionar seguridad a funcionarios del Gobierno iraquí viven en caravanas o apartamentos ocupados en villas del interior de la Zona Verde que fueron abandonadas por los funcionarios del partido Baath cuando cayó Saddam. Ya están aquí.
Dreyer se recostó en su asiento y la miró como Carrie se imaginaba que un entrenador de baloncesto miraría a un jugador que estaba a punto de jugarse un triple sobre la bocina.
—¿Estás segura de esto?
—Es viable.
—¿Cómo demonios has descubierto esto? —quiso saber Dreyer.
—Como tú bien sabes y Washington parece ser incapaz de entender, lo que pasa en Oriente Medio es que no es una región de países, sino un reñidero de tribus —contestó Carrie—. Warzer es miembro de la tribu Dulaimi de Ramadi; es un suní que vive en Adhamiya. Además, no es tonto. Ve hacia qué lado sopla el viento en Iraq, y ahora mismo sopla a favor de los chiíes. Los estadounidenses nos hemos encargado de ello, y a Warzer le da un miedo terrible. Así que necesita una tarjeta de «Queda libre de la cárcel» por si todo sale mal… y eso quiere decir asilo en Estados Unidos. Así que quiere resultarnos tan útil como le sea posible.
—Ve al grano.
—Warzer ha estado trabajándose como posible informante a un paisano de su tribu que es miembro de las Fuerzas de Seguridad Iraquíes, pero que tiene algunos contactos cuestionables. Para mí eso quiere decir que no hay forma de que, como mínimo, no conozca a alguien de AQI. Ese tipo también vive en Adhamiya. Se llama Karrar Yassim.
»He intercambiado unas palabras con la esposa de Yassim. Está aterrorizada. Tiene miedo de los chiíes, del ejército de al-Mahdi y de nosotros. Me confirmó lo que ya sospechábamos: unas cuantas incorporaciones nuevas, yihadíes de Dulaimi, a los guardias de las ISF asignados para proteger aquí a al-Waliki, dentro de la Zona Verde y del Centro de Convenciones. Esto no es ingeniería aeronáutica, Perry; es un asesinato. ¿Puedes conseguirme esa reunión con al-Waliki o no? —insistió.
—De acuerdo —dijo él mientras exhalaba y unía ambas manos—. Lo intentaré de nuevo.
—Bien. Porque salvarle el culo a Benson o a al-Waliki no es lo más importante que tengo en mente.
—¿Ah, no? ¿Y qué es?
—Matar a Abu Ubaida. Esta vez voy a cogerlo —replicó.
A través de los binoculares de visión nocturna, Carrie observó a los muyahidines entrar en el edificio de la calle Abu Nuw’as uno por uno. La calle discurría a lo largo de la orilla oriental del río y estaba envuelta en tinieblas; toda la parte oriental de la ciudad sufría uno de los cortes de suministro eléctrico que afectaban a Bagdad a diario. Iban fuertemente armados; parecía que sobre todo llevaban AKM y granadas propulsadas, pensó. Uno de ellos cargaba con un arma grande con aspecto de tubo, e iba seguido por otros dos hombres que llevaban algo voluminoso a la espalda.
—¿Qué lleva? —preguntó.
—Mierda —masculló el coronel Salazar, que estaba al mando de la 4.ª Brigada de la 3.ª División de infantería, principal responsable de la defensa de la Zona Verde—. Podría ser un Saxhorn AT-13. Ruso, joder.
—¿Para qué es?
—Para acabar con los tanques. —El militar se quitó las gafas de visión nocturna y miró a Carrie a la luz de la luna que reflejaba el río, la única luz disponible en la oscura sala del edificio del Parlamento iraquí en la orilla occidental del río, donde habían establecido su puesto de observación—. No me gusta esa idea de dejarlos cruzar el río y entrar en la Zona Verde.
—Lo sé, coronel —asintió ella—. Pero si los liquidamos ahora, la amenaza permanecerá, y puede que la próxima vez no sepamos que se acercan. Me apuesto lo que quiera a que Abu Ubaida está con ellos en estos momentos. Si me da un equipo para matarlo, acabamos con una de las manos de AQI en Iraq. Cuando matemos a Abu Nazir, tendremos la segunda mano.
—¿Está diciendo que el ataque principal llegará mañana a través del puente de al-Jumariyah?
—No estoy segura de cuáles son sus tácticas. Tal vez envíen a unos cuantos hombres esta noche para liquidar a quienquiera que tenga que vigilar esta parte del puente mañana. Usted sabe de esos asuntos más que yo, coronel. Pero sí, el principal ataque para entrar en la Zona Verde será en la Puerta de los Asesinos. Nuestro informador nos confirmó que se estaban entrenando para ello en Ramadi. Verlos entrar en ese edificio del otro lado del río lo ratifica.
—¿Qué pasa con Abu Ubaida? ¿Dónde estará? —quiso saber el teniente coronel Leslie, el segundo al mando del coronel.
—O bien justo donde estamos mirando, en ese edificio al otro lado del río, o bien aquí, en el hospital infantil de la calle Haifa, junto al puesto de control de la Puerta de los Asesinos —intervino el sargento mayor Coogan señalando el mapa de localización de la pantalla de su portátil, que brillaba en la oscuridad.
—Deberíamos limitarnos a llamar a las Fuerzas Aéreas. Arrasar ese maldito edificio —opinó Leslie, que señaló con la barbilla la orilla contraria.
—¿Y cómo sabríamos entonces que está muerto? —preguntó Carrie—. Por eso estoy aquí. Para que, cuando sus hombres lo maten, yo pueda realizar una identificación positiva.
El coronel Salazar la escudriñó bajo la luz de la luna. Su pelo corto y entrecano se veía más oscuro de lo que lo habría estado a la luz del día. Por su cara, algo similar a la de un bulldog, parecía un hombre que no solía estar dispuesto a aguantar muchas tonterías. «Un tipo inteligente», pensó Carrie.
—De acuerdo, señorita Mathison. Conoce a ese cerdo mejor que ninguno de nosotros. ¿Dónde cree que estará mañana? —le preguntó.
—Creo que su sargento mayor tiene razón, coronel. En el hospital infantil. Estará cerca de lo que esté ocurriendo en el puesto de control y en el Centro de Convenciones, pero no se expondrá en la línea de tiro. Es probable que vaya disfrazado como un miembro de la plantilla.
—¿De médico, por ejemplo? —sugirió el coronel Salazar.
—Ése es exactamente el tipo de cosa que haría —asintió Carrie.
—¿De modo que la necesitaremos con quienquiera que metamos allí para asegurarnos de que no disparamos al médico equivocado? —preguntó Leslie—. Ese puesto de control será una masacre, señorita. Se pondrá jodidamente difícil. Sé que es usted de la CIA y todo eso, pero, sin ofender, ¿está segura de que está preparada para esto?
—Acabo de volver de Ramadi. Sé exactamente para qué estoy preparada. Y, confíe en mí, no iré en la vanguardia. Iré por detrás de los soldados que envíen dentro. Y, coronel —añadió Carrie mirando a Salazar—, por favor, no subestime a Abu Ubaida. No es un simple moro; es listo como el demonio. Y tan sólo posee una décima parte de la inteligencia de Abu Nazir.
—No lo haré —dijo Salazar con los ojos entornados—. Al menos, gracias a usted, por una vez tenemos el elemento sorpresa de nuestra parte. Le daremos una unidad del Grupo de Operaciones Especiales para el hospital. La mejor que tenemos. ¿Quién la lidera? —le preguntó a Leslie.
—El capitán Mullins. II Batallón —contestó el teniente coronel.
—Buen hombre. Si alguien puede protegerla y coger a ese hijo de puta, es él —aseguró Salazar.
—¿Qué hay de la secretaria de Estado? —preguntó Carrie.
—Políticos. —El coronel frunció el ceño—. Intentaremos mantenerla en Camp Victory mientras barremos el distrito de Amiriyah con la fuerza suficiente como para hacer que los insurgentes mantengan la cabeza baja hasta que resolvamos lo de la Zona Verde. Pero, obviamente, nadie, ni siquiera el general Casey en persona, puede decirle qué hacer o adonde puede ir y adonde no.
—¿Cuándo está programada la llegada de su avión?
—Lo último que me han dicho, a las 9.05 —contestó Leslie. Miró su reloj—. Dentro de ocho horas. No hay mucho tiempo para prepararlo todo.
—La clave es la Puerta de los Asesinos —dijo ella—. ¿Debo suponer que tienen todo lo necesario para detenerlos allí? Van a intentar abrirse camino a la fuerza hasta el Centro de Convenciones.
El teniente coronel Leslie asintió.
—Todo lo necesario, incluyendo un pelotón de tanques Abrams y un par de vehículos de combate Bradley que haremos entrar detrás de ellos. Una vez que entran en la zona de batalla, allí se quedan.
Carrie se volvió entonces hacia Salazar.
—Coronel, ese misil ruso que hemos visto…, ¿resistiría un tanque Abrams un impacto con una de esas cosas? —preguntó.
—Posiblemente —contestó él—. Depende de muchos factores distintos. Hay que suponer que el misil impacta en el tanque, tener en cuenta dónde impacta, las defensas MDC del tanque…, varias cosas.
—¿Y qué hay de un Bradley? ¿Resistiría?
—Imposible.