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Adhamiya, Bagdad, Iraq

Perry Dreyer la estaba esperando en su despacho del Centro de Convenciones. El cartel de la entrada rezaba: «Servicio de Ayuda a los Refugiados de Estados Unidos», y estaba unas cuantas puertas más allá del despacho de la USAID donde Carrie había visto a Dempsey por primera vez.

Carrie esperó en el mostrador de recepción mientras una mujer norteamericana de treinta y tantos años con una falda limpia y una blusa blanca examinaba su sucio uniforme de marine —con una enorme mancha de sangre de la herida de Virgil en la camisa—, su cara sin lavar, su pelo revuelto y la mochila que llevaba colgada al hombro. «Vete a la mierda —pensó Carrie—. ¿Crees que estás en Iraq? Prueba Ramadi en lugar de la Zona Verde, cariño».

La mujer cogió el teléfono y dijo «Sí», y después, «Venga conmigo», y se levantó y guió a Carrie a través de un despacho grande y moderno, lleno de empleados de la CIA sentados a sus ordenadores, hasta otro despacho enorme y privado en el que Dreyer, un hombre vehemente de pelo rizado, ataviado con unos pantalones informales, una camisa de cuadros y unas gafas de montura metálica, estaba sentado tras un escritorio de cristal. Le indicó que tomara asiento.

—¿Cómo está Virgil? —preguntó.

—Bien. La bala lo alcanzó en la arteria fibular de la pierna, pero han podido parar la hemorragia. Lo están solucionando y, en cuanto se estabilice, lo trasladarán a Ramstein y después a casa.

Dreyer asintió con la mirada clavada en las manchas de sangre del uniforme de Carrie.

—¿Qué hay de ti?

—¿Que qué hay de mí?

—¿No tienes ningún agujero de bala? ¿Todo bien?

—No, no está todo bien. Dempsey está muerto, Virgil está fuera y hemos perdido a Romeo. Así que no, no estoy «bien», pero estoy operativa, si es a eso a lo que se refiere.

—¡Vaya! —exclamó él con la mano levantada—. Tranquilízate, Carrie. Estás disparando contra el tipo equivocado. Saul no tuvo que venderte para que yo te comprara. Te quería aquí. Y no me equivocaba. Lo que has conseguido después de haber regresado al país hace sólo unos días es casi milagroso. Así que relájate. Y llámame Perry.

Carrie se derrumbó sobre la silla.

—Lo siento —se disculpó—. Desde que la cagué con Dempsey, tengo ganas de matar a alguien. Simplemente te ha tocado a ti.

—Dempsey ha sido una baja. Aquí hemos tenido muchas… y algo me dice que estamos a punto de sufrir muchas más. ¿Vas a enviar un lobo de tierra?

Carrie asintió.

—Bien —continuó él—. Te daré un ordenador con una conexión JWICS segura.

Lo pronunció «yei-wiks».

—Puede que eso despierte de una vez por todas a esos idiotas de Washington. ¿Qué sabes de los intentos de asesinato y los ataques planeados? ¿Qué necesitas de mí? —dijo Dreyer.

—Ese nuevo tipo chií, al-Waliki, el nuevo primer ministro.

—¿Qué pasa con él?

—La secretaria de Estado Bryce es sólo un aperitivo; él es el verdadero objetivo —explicó Carrie—. Si AQI lo pilla, conseguirán su guerra civil. Tengo que reunirme con él. Tenemos que protegerlo.

Dreyer hizo un mohín.

—No es tan fácil. Eso depende de Estado. Son muy celosos de lo suyo. Nuestro intrépido líder, el embajador Benson, ha dado órdenes. Nadie se reúne con al-Waliki excepto él.

Carrie lo miró con incredulidad.

—Estás de broma, ¿verdad? Tenemos a unos marines viviendo entre su propia mierda en Ramadi, artefactos explosivos improvisados y cuerpos decapitados desde Bagdad hasta Siria; este puñetero país está a punto de saltar por los aires y ¿ese tío se dedica a jugar a los burócratas?

—Tiene miedo. —Dreyer frunció el ceño—. Los kurdos están listos para crear su propio país, los suníes quieren una guerra y los iraníes están haciendo movimientos con Muqtada al-Sadr y los chiíes para entrar y recoger los platos rotos. Benson es el favorito del presidente. No podemos pasar por encima de él.

«Dios mío», pensó Carrie. ¿Era posible que Dempsey, y Dima, y Rana, e incluso Fielding, hubieran muerto en vano? ¿Que Estados Unidos perdiera la guerra y que murieran tantas personas a cuenta de la burocracia?

—Es una mierda —espetó.

—Es una mierda enorme —concedió Dreyer—. ¿Cuándo es el ataque?

—Mi informador creía que sería la semana que viene, pero eso fue antes de que Abu Ubaida se diera cuenta de que era un agente doble y le cortara la cabeza.

Eso le recordó que le había prometido a Romeo que cuidaría de su familia. «Lo haré», se dijo. Pero antes tenía que evitar una guerra.

Dreyer se quitó las gafas y las limpió con un paño. Sin ellas, sus ojos parecían más indulgentes, menos precavidos.

—Carrie, ahora soy yo quien te lo pregunta, y también Saul. ¿Cuándo crees tú que sucederá?

Ella se irguió en su silla. Al entrar en el despacho se sentía mugrienta y desesperadamente necesitada de una ducha, pero en ese instante, de repente, se sintió genial, ni el más mínimo rastro de cansancio. Nada de preocupaciones respecto a Virgil o a cualquier otro asunto. Y entonces se dio cuenta. ¿Iba a sufrir otro de sus vuelos? No se había tomado la clozapina desde hacía veinticuatro horas. ¿Había empezado ya? Tragó saliva con dificultad. Tenía que salir de allí y tomarse una pastilla. Hasta entonces, debía concentrarse. Lo bueno de Perry era que al menos, como en el caso de Saul, Carrie podía ponerse a su misma altura.

—Lo que todo el mundo olvida, de lo que nadie se da cuenta es de lo listos que son estos tíos. Todos creen que son una panda de hajis estúpidos que corretean por ahí gritando «Allahu akbar», que se mueren de ganas por volarse a sí mismos por los aires para poder llegar a las setenta y dos vírgenes. Pero lo cierto es que piensan —dijo al tiempo que se daba unos golpecitos en la sien con el dedo— estratégicamente. Eso es lo que los convierte en un peligro. Nosotros también tenemos que hacerlo.

—Estoy de acuerdo —convino Dreyer mientras volvía a ponerse las gafas—. No te reprimas. ¿Qué crees que está pasando?

—No estoy segura, pero Abu Ubaida ha estado forzando los límites. Primero en Beirut y Nueva York y ahora aquí. ¿Por qué? Podría decirse que porque está en el negocio del terrorismo; es a eso a lo que se dedica. Pero creo que podría estar sucediendo algo ente Abu Ubaida y Abu Nazir. Romeo lo insinuó y yo ya tenía el presentimiento antes —explicó.

—¿Qué quieres decir?

—No hay pruebas que sugieran que Abu Nazir estuviese siquiera en Ramadi. Cuando entrevisté a Romeo por primera vez, comentó que Abu Nazir estaba en Haditha. Creo que fue un desliz, una indiscreción. Intentó ocultarlo añadiendo que tal vez estuviera en Faluya, pero yo opino que fue un error. Las fuerzas estadounidenses están por toda Faluya. Una de las cosas que deberíamos hacer ahora es llevar unos cuantos ojos a Haditha.

—La situación allí es bastante peligrosa —Perry se frotó la mandíbula con la mano—. ¿Qué hay de Bagdad?

—Asumamos de momento que todo este asunto tiene que ver con Abu Ubaida. Sé que está en Ramadi porque yo misma vi a ese hijo de puta. Ponte en su lugar. Tiene que suponer que sabemos lo de los asesinatos a través de Romeo, así que sólo tiene dos opciones: cancelar el plan (en cuyo caso, sea cual sea el juego que se trae con Abu Nazir o con nosotros, ha perdido), o hacerlo avanzar.

Dreyer se apoyó sobre el escritorio y se inclinó hacia adelante.

—Tu mejor conjetura: ¿de cuánto tiempo disponemos? —le preguntó.

—¿Qué pasa con la secretaria Bryce? ¿Han cancelado su viaje?

—Su avión ya está en el aire. Realizará una parada en Amán para reunirse con el rey Abdalá, después llegará aquí.

—No lo entiendo. Se está metiendo en la boca del lobo.

—El presidente cree que esta reunión con al-Waliki es demasiado importante. La Administración considera que toda su policía iraquí está en situación de riesgo. Hay elecciones de mitad de mandato en noviembre —dijo Dreyer con una mueca de disgusto.

—Pero ¿es que se han vuelto locos? —Carrie sacudió la cabeza—. ¿Creen que nos estamos inventando toda esta mierda?

—Eso no importa. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—Cuarenta y ocho horas; en mi opinión, mucho menos. Lo más probable es que ya estén posicionando a los muyahidines en el interior de Bagdad en este mismo instante —añadió ella—. Perry, me importa una mierda lo que diga el embajador Benson. Consígueme una reunión con al-Waliki.

—Para hacer eso, necesito algo más de ti. En concreto, saber cómo y dónde van a atacar a los objetivos.

—Eso es lo que voy a averiguar.

—No tardes mucho —repuso él.

Medianoche. Se despertó de una pesadilla empapada en sudor. Durante un instante, no estuvo segura de dónde se encontraba. Todo se había mezclado: Reston, Beirut, Ramadi, Bagdad. El ruido de los disparos a lo lejos se lo recordó. Estaba de vuelta en el hotel al-Rasheed de Bagdad.

En su sueño, su padre estaba en la fábrica de Ramadi. Le habían cortado la cabeza. Estaba allí de pie, cubierto de sangre, sujetando su propia cabeza cercenada entre las manos, y le recriminaba:

—¿Por qué no quieres verme, Carrie? Si mamá te quisiera, no se habría marchado sin decir siquiera adiós. Se habría puesto en contacto contigo. Pero yo me quedé, y mira lo que me has hecho.

—Por favor, papá. Lo siento, pero por favor… Me estás asustando con esa cabeza —gritó.

Él se puso la cabeza sobre el cuello y continuó:

—Escucha a tu padre, princesa. ¿Cómo va a quererte alguien alguna vez si te niegas a hablar con la única persona que ya lo hace?

Justo cuando pronunció esas palabras, Abu Ubaida se acercó a ella en el souk con su cuchillo mientras le decía:

—Ahora te toca a ti, Carrie. Qué cabeza más bonita.

Y entonces se despertó.

Se acercó al minibar y abrió una botella de agua Afnan. La vació del todo y luego se dirigió hacia la puerta del balcón para contemplar la ciudad y el río. «Déjame en paz, papá —pensó—. Seré buena y hablaré contigo cuando vuelva, te lo prometo. Pero justo ahora, ya he matado a demasiadas personas y estoy a punto de matar a unas cuantas más, así que, por favor, déjame dormir. Lo necesito de verdad, y esta enfermedad de locos que heredé de ti no ayuda en absoluto. Pero supongo que todo eso ya lo sabes, ¿no es así?

»Puede que ambos necesitemos redimirnos».

Por la mañana, de nuevo con la ropa que llevaba en Beirut —unos vaqueros ajustados, una camiseta con mangas y un hiyab negro sobre el pelo—, se reunió con Warzer junto a la torre del reloj de la mezquita de Abu Hanifa, en el distrito de Adhamiya, al otro lado del río. Tras separarse y andar y desandar el camino entre la mezquita y la Universidad de Iraq en taxis para asegurarse de que no los estaban siguiendo, se encontraron en una mesa exterior de un café shisha en la calle Imam al-Adham. Había unos cuantos hombres sentados fuera, ninguno cerca de ellos. La mañana era calurosa, abrasadora, y el aire estaba impregnado del olor a tabaco con sabor a manzana y a melocotón que procedía del interior del local.

—¿Va a venir de todas formas? —se sorprendió Warzer mientras sacudía la cabeza. Se refería a la visita de la secretaria de Estado—. No lo entiendo.

—Es año de elecciones en Estados Unidos. Habrá muchas cosas que no tendrán ningún sentido —le explicó Carrie, y se inclinó sobre su taza de café—. Necesitamos información específica. ¿Cómo van a entrar en la Zona Verde? ¿Dónde va a producirse el ataque? ¿Hora exacta? ¿Cómo van a hacerlo? ¿Armas? ¿Coche bomba? Y, sea lo que sea, tenemos que averiguarlo pronto. Dudo que tengamos más de un día, si acaso.

—¿Qué quieres que haga?

—Hay dos baluartes suníes en Bagdad que AQI podría usar: uno aquí, en el distrito de Adhamiya, y el de al-Amiriyah, justo al lado de Camp Victory y del aeropuerto. Su mejor opción para el ataque contra la secretaria que vuela en…

—Claro. Utilizarán al-Amiriyah. En el caso del otro ataque, ¿crees que van a hacerlo desde aquí, desde Adhamiya?

Carrie asintió.

—Lo que necesito es información sobre gente nueva, hombres jóvenes, islamistas de Ambar del tipo salafista que acaben de llegar a Adhamiya hace dos o tres días, que se alojen con familia o amigos. ¿Quién podría saber ese tipo de cosas?

—Sus parientes. Las mujeres del souk —Warzer se encogió de hombros.

—Yo me encargaré de eso. ¿Quién más?

—Claro. —El intérprete esbozó una sonrisa—. Acabamos de estar allí. La masjid. La mezquita de Abu Hanifa. Los hombres cotillean tanto como las mujeres.

—De acuerdo, de modo que así es como lanzan el ataque contra la Puerta de los Asesinos. ¿Cómo consiguen atravesar el río?

—La Puerta de los Asesinos está en la calle Haifa, cerca del puente de al-Jumariyah. ¿Por el puente?

—O eso, o en un bote hinchable, o buceando. Llegarán esta noche. Pero ¿cómo y dónde van a coger a la secretaria y al nuevo primer ministro? —preguntó Carrie, y a continuación se irguió en su silla.

—¿Qué pasa?

—¡Espera! ¡Justo al otro lado de la calle!

—¿Qué quieres decir?

—El Consejo de Representantes iraquí tiene sus oficinas y su cámara en el Centro de Convenciones, donde también Estados Unidos tiene sus despachos, justo cruzando la calle Yafa en diagonal desde mi hotel.

—Pero, Carrie, el Centro de Convenciones está muy vigilado. ¿Cómo conseguirán entrar? —preguntó Warzer.

—Ah, eso. —Ella sonrió y tomó un sorbo de su café—. No hay ningún problema. Sé exactamente cómo van a hacerlo.