25

Ouzai, Beirut, Líbano

Fielding fue a abrir la puerta, arma en mano. Era Saul Berenson, arrastrando una maleta con ruedas, llegado, como era obvio, directamente del aeropuerto. Lo acompañaba Virgil, que llevaba su rifle de asalto en un estuche de plástico rígido.

—Hola, Davis. ¿Esperas una invasión? —le preguntó Saul mientras entraba en el apartamento con los ojos fijos en la pistola. Virgil lo siguió.

—Mathison jodió Achilles, nuestro anterior refugio. No me habría extrañado que jodiera también éste —replicó Fielding.

Saul se quitó la chaqueta y se sentó frente a Carrie. Miró a Fielding, que, al cabo de un momento, guardó la pistola.

—Tengo entendido que Ruiseñor ha muerto —le dijo a Carrie.

—Rana también —musitó ella, apartando la mirada—. Fielding dice que sólo era un contacto.

Saul se frotó las manos como si las tuviera frías.

—Es una lástima que no pudiéramos interrogarlo. Podría haberlo dejado todo más claro que el agua.

—¿Qué esperabas? —intervino Fielding—. Te dije que Mathison no tenía experiencia suficiente para dirigir una operación como ésta. Deberías habérmela dado a mí.

Saul miró a Fielding.

—¿Qué habrías hecho tú de otro modo, Davis? Para que conste —planteó con voz tranquila.

—Habría empleado a nuestra gente, no a las Forces Libanaises. Y habría elegido yo el lugar —respondió Fielding.

—No hubo tiempo… Además, él ya sosp… —empezó a decir Carrie, pero Saul levantó la mano y la detuvo.

—Carrie tenía mi autorización —declaró.

—Mira, Saul, sé que Carrie es tu protegida, pero ésta es mi delegación. ¿Quieres que la dirija yo o no? —saltó Fielding.

—Espera —intervino Carrie, sacando el teléfono móvil y entregándoselo a Saul—. No fue un desastre total. Es de Ruiseñor.

Saul se lo lanzó a Virgil.

—Quiero todas y cada una de las jodidas minucias que haya habido jamás en ese teléfono —le pidió a Virgil, que asintió. Luego se volvió hacia Fielding—. Tengo que hablar con Carrie a solas, Davis. Pero te alegrarás de saber que se va de Beirut.

—Pero, Saul… —terció ella, y calló ante una mirada suya.

Berenson se volvió hacia Fielding, que exhibía una amplia sonrisa.

—Estás haciendo lo correc… —comenzó a decir, pero él lo interrumpió.

—Tú también te vas, Davis. También tenemos que hablar. Me reuniré contigo en tu oficina, la de la calle Maarad, dentro de… —miró su reloj— aproximadamente una hora.

—¿De qué estás hablando? ¿Que me voy? —espetó Fielding poniéndose en pie.

—A Langley. Te necesitamos otra vez allí —Saul sonrió—. Todo va bien. Te lo explicaré. Ahora, tengo que aclarar las cosas con Carrie primero, ¿de acuerdo? —La miró a ella—. ¿Qué estás tomando?

—Vodka. Belvedere.

—¿Puedo? —inquirió cogiendo el vaso que ella tenía en la mano—. Ha sido un vuelo condenadamente largo.

Fielding miró a Carrie con seriedad y cogió su chaqueta. Observó a Saul terminarse el vodka que quedaba en el vaso.

—¿Qué pasa con la delegación? ¿Quién está al mando? —inquirió Fielding.

—Vamos a hacer volver a Saunders de Ankara. No te preocupes, es sólo temporal —dijo Saul, en tono tranquilizador, haciendo con la mano un gesto indicativo de que no tenía importancia.

—Joder, Saul. ¿No puedes darme una pista? —preguntó Fielding.

Berenson negó con la cabeza.

—Sólo para tus oídos. No quiero que estos dos —indicó a Carrie y a Virgil— lo sepan. No tardaré. Lo prometo.

Fielding estudió a Saul por unos instantes, como intentando decidir si creerlo o no.

—Bueno, ¿sabes?, pedí a algunos de mis chicos que vinieran —añadió—. No queríamos una repetición de lo de Achilles.

—Diles que no vengan. No los necesitamos —replicó Saul al tiempo que le indicaba con un gesto que se fuera—. Te pondré al corriente dentro de una hora, ¿de acuerdo?

Fielding asintió y, sin apartar los ojos de Saul, abandonó el apartamento.

—¿Te has vuelto completamente loco? ¿Sabes que ese gilipollas…? —comenzó a decir Carrie, pero Saul se llevó un dedo a los labios y miró a Virgil, quien se acercó a la puerta y la abrió para asegurarse de que Fielding se había ido—. ¿Qué pasa? ¿Por qué querías verme a solas?

Saul esbozó una sonrisa. Virgil, mirándolos a los dos, sonrió a su vez.

—¿Sabes lo que has hecho? ¿Tienes idea? —inquirió Saul.

—¿De qué estás hablando?

—Esa foto que mandaste. La del contacto que localizaste, esa tal Marielle.

—El hombre, Mohammed Siddiqi. ¿Qué pasa con él?

Saul se inclinó hacia adelante y le tocó el brazo.

—Bueno, tu antiguo jefe, Alan Yerushenko, y todo su equipo, además de todo el mundo en la NESA, nos dicen con una probabilidad del setenta y tantos por ciento que la foto que mandaste, la persona que identificaste como un tal Mohammed Siddiqi, un presunto catarí, que, por cierto, según Doha no existe, es la única fotografía conocida de Abu Ubaida, mano derecha y número dos de Abu Nazir, jefe de al-Qaeda en Iraq y la persona que está, con toda probabilidad, detrás de los atentados de Nueva York.

Carrie se echó hacia atrás, estupefacta. «Increíble», pensó. Hacía un momento la iban a mandar a Polonia y ahora, de pronto, acababa de anotarse una carrera y de ganar un partido de la liga de béisbol.

—¿Qué va a pasarle a Fielding? —inquirió.

—Cuando se baje del avión, Langley se encargará de él. —Saul frunció el ceño—. No será agradable. No sé en qué demonios estaría pensando. Ni hasta qué punto está metido en ello, ni con quién.

—¿Y qué me dices de Langley? ¿Estoy fuera de la lista negra?

Saul sonrió.

—¿Bromeas? Por lo que respecta al director, eres la reina del baile de graduación, Wonder Woman y un James Bond mujer todos en uno. Yerushenko dijo que, si no estuviera casado y fuera abuelo, se casaría contigo. Por fin tenemos posibilidades de pillar a ese hijo de puta.

—¿Y David? —preguntó ella sin mirarlo.

—Estes también.

—Entonces, ¿por qué has dicho que me iba? Tengo mucho más que hacer aquí.

Él negó con la cabeza.

—Te vas a Bagdad. Tu vuelo sale dentro de cuatro horas. Tienes una nueva misión. Es toda tuya. Tú la diriges.

—¿En qué consiste?

—Te la ha asignado el propio Bill Walden. Tráenos las cabezas de Abu Ubaida y de Abu Nazir. Al-Qaeda está a punto de asumir el control sobre toda la provincia de Ambar, en Iraq. El país está al borde de la guerra civil. Nuestras tropas están atrapadas en medio. Será un baño de sangre. Los chicos de Inteligencia de la Defensa tienen estimaciones de bajas que no te podrías creer. La única manera de evitarlo es atrapar a esos dos.

—¿Por qué yo?

—Te entiendo. Esto es muy importante. Pero tú lo encontraste. Tú tienes mejor idea de cómo es que cualquiera de nosotros. Hablas árabe como una nativa. ¿Quién mejor que tú? Has nacido para esto, Carrie.

—Y quizá habrá un poco de justicia para Dima. Y para Rana. —murmuró ella.

—Ay, Carrie —suspiró Saul—. No busques justicia en esta vida. Tendrás muchas menos decepciones.

—Los objetivos. ¿Cómo los quieres? ¿Vivos o muertos? —preguntó ella.

—Por mí, en un millón de pedazos. Simplemente atrapa a esos cabrones —respondió Saul con los dientes apretados.

Virgil y Carrie viajaban en un taxi por la calle Ouzai de camino al aeropuerto. Incluso a aquellas tardías horas de la noche, la calle estaba abarrotada de vehículos y había mucho ruido. Los edificios próximos a la costa eran viejos y decrépitos, con ropa tendida y pancartas negras que proclamaban en letras blancas «Muerte a Israel», colgando de los balcones.

Había vuelto a casa de Virgil para hacer las maletas. Cuando se puso a doblar su vestido de Terani, él negó con la cabeza.

—No tendrás muchas ocasiones de usarlo en Bagdad —declaró.

—Probablemente no —replicó ella, doblándolo y metiéndolo en la maleta, sin saber qué hacer con él si no.

Cuando estuvieron listos, se dirigieron al cementerio próximo al bulevar Bayhoum para que Carrie pudiera dejar un mensaje en el buzón, comunicándole a Julia/Fatima que tenía que volver a marcharse. Le decía que tuviera cuidado. No tuvo que mencionar lo que ambas sabían: que las bombas no tardarían en llegar.

—¿Qué me dices de la advertencia de Julia sobre Hezbolá y los israelíes? —le había preguntado a Saul cuando se hallaban todavía en el refugio—. Julia nos ha proporcionado siempre información valiosa y segura. Va a estallar una guerra. Es sólo cuestión de semanas o meses.

—Se la hemos mandado a los de arriba. Estaba en el informe diario del presidente. Estes se aseguró de que la viera —respondió él.

—¿Van a advertir a los israelíes?

Saul levantó las manos en un gesto que de algún modo abarcaba inexplicablemente dos mil años de historia del pueblo judío.

—Eso depende de la Administración. Compartir con otros países no es inteligencia, es política —contestó.

—¿Incluso si se trata de aliados? —inquirió ella.

—Especialmente si se trata de aliados.

—Si sucede, el Líbano se llevará la peor parte —declaró Carrie, sirviendo lo que quedaba del Belvedere en unos vasos para los tres.

—Siempre. L’chaim —brindó Saul, levantando su vaso.

—Que os den —dijo Virgil, y tomó un trago.

Mientras miraba por la ventanilla, Carrie distinguió a la luz de los faros de los coches que pasaban la silueta de una palmera recortada contra los feos edificios de la barriada y sintió que se le encogía el corazón.

—Voy a echar de menos Beirut —le confió a Virgil. Esa vida, esa gente tenían algo. Una especie de valiente locura. ¿Qué era lo que había dicho Marielle? Que vivían en un «puente suspendido sobre un abismo».

—Esto no es Virginia —asintió él. Una señal de tráfico indicaba que el aeropuerto se encontraba más adelante.

El teléfono móvil de Carrie comenzó a sonar. Era Saul.

—¿Carrie? —dijo.

—Ya estamos llegando al aeropuerto —respondió ella.

—Fielding ha muerto.

Carrie sintió un súbito vacío, un agujero abierto en la boca del estómago. Lo odiaba, pero aun así. Incapaz de evitarlo, pensó en su padre, sintiéndose fatal al recordar cómo lo había encontrado el día antes de Acción de Gracias, había visto lo que se había hecho a sí mismo y lo había trasladado a toda prisa al hospital en una ambulancia mientras pensaba: «Lo siento, papá, lo siento mucho», y al mismo tiempo deseaba, con una sensación horrible, no haber regresado aquel día antes de lo previsto.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó.

—Un disparo en la cabeza. Parece un suicidio.

Virgil le lanzó una mirada a Carrie, preguntándose qué estaba sucediendo, y luego volvió a mirar al frente, entornando los ojos para protegerlos de la luz de los coches que circulaban en dirección opuesta.

—Vamos a volver —terció ella—. Tenemos que llegar al fondo de este asunto.

—Carrie, no era estúpido. Sabia lo que se le venía encima.

—Saul, escúchame. Era un mentiroso de mierda, una excusa patética para un ser humano, pero nunca habría hecho eso. Eso no. No era de ese tipo de personas.

—¿Qué tipo de persona crees que era?

—De las que piensan que son más listas que nadie. Que nadie puede tocarlas. Que siempre salen victoriosas. —Le dio un golpecito a Virgil en el brazo—. Oye, espérame. Vamos a volver.

—No. Es una orden. Iraq es demasiado importante. Además, sea lo que sea lo que provocó esto, las respuestas están en Bagdad —declaró Saul.