UNA PROTESTA MONUMENTAL
Antonio López va morir a Barcelona el 16 de gener de 1883, sobtadament i al llit. La seva esquela li donava els títols següents: marquès de Comillas, gran d’Espanya, senador, cavaller amb la Gran Creu de l’Orde de Carles III i d’Isabel la Catòlica, president del Banco Hispano-Colonial, de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, de la Sociedad de Crédito Mercantil i vicepresident de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte de España.
La premsa barcelonina va elogiar la seva persona amb estranya unanimitat: des d’El Diluvio, un diari progressista que havia criticat abans i criticaria després l’actuació de les seves empreses, fins a La Renaixença, que va publicar que Catalunya havia perdut amb ell un dels seus «defensors més decidits i entusiastes», en referència a una actuació a Madrid en defensa dels drets aranzelaris.
Com en el cas del seu consogre, aviat es va formar una comissió per construir-li un monument, que va rebre el suport de l’Ajuntament de Barcelona. L’estàtua es va instal·lar a l’antiga plaça de Sant Sebastià, que va rebre llavors el nom de plaça d’Antonio López y López. Va ser inaugurada el 13 de setembre de 1884, tot just un any i mig després de la seva mort.
Francesc Bru, el seu aïrat cunyat, va remoure cel i terra per evitar que López tingués un homenatge en pedra i una plaça dedicada a Barcelona. De fet, el ja esmentat llibre La verdadera vida de Antonio López y López és l’últim intent desesperat de Pancho Bru per impedir que els barcelonins honoressin algú que, a parer de l’autor, era un veritable dimoni. En el seu libel, Bru reprodueix el diàleg que ell mateix va mantenir amb un amic poc abans de la publicació de l’obra. L’amic intenta dissuadir-lo del seu afany de revenja a través de l’edició de La verdadera vida. «Recuerda», diu l’amic a Bru, «que es un triste pájaro el que ensucia su propio nido y que, según ha dicho un grande hombre, la ropa sucia debe lavarse en familia».
La continuació de la conversa recorda alguns melodrames galdosians:
—Me tiene sin cuidado el daño que a la fortuna de López pueda causar mi libro: ellos han roto con su conducta todo lazo de parentesco, yo los rechazo y les repudio a mi vez. Ni soy pájaro de su casta ni gracias a Dios he nacido en su nido. Además ¿no crees tú que merecen castigo la osadía y el cinismo de esta gente?
—Convengo en que merecen castigo. Pero creo que podría infringírseles otro, tan severo pero menos escandaloso que la publicación de tu libro.
—No sé cuál. Lo he buscado en vano y con afán, porque cree que no me ha sido nada grato remover tanto lodo, ni con gusto alguno he gastado la respetable cantidad que representa la edición […].
—Te lo suplico, por nuestra amistad. Te lo ruego por la memoria de tu santa madre, que lo fue también de Luisa. ¡Olvídate que ha sido esposa de López! Considera que tu libro costará la vida a tu referida hermana, vieja ya, abatida y achacosa. Deja el castigo a la Providencia y cree que no se hará esperar; dejando tiempo al tiempo has de ver desaparecida la raza de los López; ya sabes que tu sobrino Claudio, sin tener hijos, ha de sucumbir a la tisis que le devora; sabes también que su hermana, la mujer de Güell, atacada de epilepsis crónica, ha de morir fatalmente loca. Tú que al morir tu cuñado creíste en los juicios de Dios, deja a Él el castigo.
—Imposible —constestele—. Sí; es verdad que creo en la justicia de la Providencia; pero no menos firmemente creo que estoy designado para ser su instrumento; yo el oscuro, el perseguido, el denigrado, he de abatir el orgullo de esa altiva y pérfida raza. O buscas un castigo semejante en sus resultados al mío o publico el libro.
—¡Eres implacable!
—Como lo es el destino.[021]
Bru no va poder evitar l’erecció del monument a López al final de la Via Laietana. I va escriure amb retòrica inflamada:
¿Qué os parece españoles esta dignidad? ¿Qué les parece a los barceloneses? Pueden estar muy ufanos de tener en una de sus plazas públicas la estatua de un chalán de carne humana, célebre por su vil crueldad en la isla de Cuba, antes de serlo en la Península por sus millones y suntuosidades. Con razón podrá llamarse a aquella plaza, la plaza de los Negreros, porque será la rehabilitación monumental y la apoteosis radiante de todos los comerciantes de carne humana.[022]