Capítulo 1

Puerto de Nueva York, 1860

Anne miraba desde la baranda del barco cómo iban subiendo sus baúles. Bill estaba hablando con el capitán en la cubierta, junto al palo mayor. Había mucho movimiento esa mañana en el puerto, todos iban de un lado para otro arreglando el barco para zarpar lo más rápido posible. El barco se llamaba “The Claribell” y ellos iban a ser los únicos pasajeros.

El capitán les dijo que además de ellos llevaban prisioneros de todos los países en las bodegas del barco. Les dijo que “The Claribell” era un barco prisión, pero que de vez en cuando también llevaban pasajeros.

Bill al principio se sintió renuente a subirse a un barco prisión, pero se calmó un poco cuando el capitán le convenció de que estaban a salvo, que los prisioneros estaban bien custodiados.

Su doncella Kelly estaba junto a ella mirándolo todo con tristeza. Las dos dejaban a muchos amigos allí.

—Es tan triste dejar este lugar tan maravilloso milady — dijo Kelly con tristeza.

—Así es Kelly.

—Pero tenemos el consuelo de que volvemos a casa, allí nos esperan más amigos — Kelly miró a su señora y sonrió — y ya verá como allí será feliz.

—Lo dudo mucho Kelly — Anne empezó a tener frio — no amo a Bill.

—Pero cuando se case y viva un tiempo con él, llegará a amarlo — Kelly sabía que eso no iba a ser así, pero quería animar a su señora.

Anne no dijo nada a ese comentario, pero meneó la cabeza negativamente de un lado a otro.

Cuando sus baúles ya estaban dentro, el capitán dio la orden de levantar anclas e izar las velas, el barco iba a salir.

—No Kelly, no creo que llegue a amarlo alguna vez — dijo Anne mientras el barco se alejaba del puerto — ni siquiera siento nada cuando me toca y me besa. Es imposible.

Kelly no supo que decirle a su señora y se quedó mirando a la gente que había en el puerto.

Cuando el barco llegó a alta mar y el puerto ya no se veía, Bill se acercó a Anne.

—Debes entrar en tu camarote querida, empieza a refrescar — dijo Bill mientras le frotaba los brazos.

Anne miró a Bill y afirmó con la cabeza. Ella y su doncella se fueron a sus respectivos camarotes.

Abajo en las bodegas, había una celda en dónde se encontraban los prisioneros de ese barco. Había de todas las naciones y de todos los delitos posibles. Había asesinos, ladrones, violadores, estafadores e incluso traidores. Entre los escoceses se encontraba Devlin McLachlain, un hombre que había sido acusado de matar a su mujer a sangre fría. Habían sido los padres de su mujer los que le habían acusado, jamás le habían gustado que su hija se casara con un guerrero escocés de las tierras altas, según ellos todos eran unos barbaros sin modales.

Se habían fugado y casado en secreto y una vez consumado el matrimonio los padres de ella ya no pudieron hacer nada. Al año y medio nació la pequeña Kathleen, una hermosa niña de cabello rubio y ojos azules.

Pero la pequeña no había cumplido ni dos años cuando una noche llegó y se encontró a la pequeña sola en el sofá del salón llorando. “Sally, ¿dónde estás?” empezó Devlin a llamar a su mujer a gritos.

Devlin subió las escaleras que llevaban a sus aposentos y allí encontró a su mujer. Estaba tendida en la cama y un gran charco de sangre empapaba las sabanas debajo de ella. Tenía varias puñaladas en el cuerpo y le habían rajado el cuello. Habían dejado el cuchillo sobre su estómago.

Devlin la cogió entre sus brazos y lanzó un grito de dolor. “¿Quién te ha hecho esto? ¿Por qué? Se preguntaba mientras mecía a su mujer entre sus brazos. Cogió el cuchillo para apartarlo y fue ahí cuando los soldados ingleses entraron. Le culparon de la muerte de su mujer, y sus suegros se quedaron con su pequeña. “Has matado a mi hija, maldito asesino. Ahora vas a pagar con tu libertad su muerte” fueron las últimas palabras que les dijeron antes de encerrarlo, y la última vez que vio a su pequeña. No hubo manera de hacerle ver al juez que era inocente, le habían condenado por muchos años en ese barco prisión.

Había pasado ya casi tres años desde esa aciaga noche y él estaba decidido a recuperar a su hija a como diera lugar. Todavía le dolía pensar en eso, pero ahora tenía que tener la mente fría para quitarse esos grilletes y volver a Escocia a por su hija.