Tal era el estado de la riqueza pública a fines de 1800. Desde aquella época han pasado veinticinco años de una prosperidad siempre en aumento, y la población casi se ha duplicado. Antes del año de 1800 nunca había llegado la exportación del azúcar registrado a la cantidad de 170.000 cajas (31.280.000 kilogramos); en estos últimos tiempos20 ha pasado de 200.000 cajas y aun ha llegado a 250.0 y 300.000 (46 a 55 millones de kilogramos). Un nuevo ramo de industria se ha creado; el plantío de los cafetales, cuya exportación ofrece un valor de 3 ½ millones de pesos duros; la industria, guiada con mayores conocimientos, ha tenido mejor dirección: el sistema de tributos que gravaba sobre aquella y sobre el comercio exterior se alteró desde el año de 1791, y posteriormente se ha ido perfeccionando por cambios sucesivos. Siempre que la metrópoli, desconociendo sus propios intereses, ha querido dar un marcha atrás, muchas voces valientes se han levantado no solamente entre los habaneros, sino también frecuentemente entre los administradores españoles, para defender la causa de la libertad del comercio americano. Modernamente, por el celo ilustrado y las miras patrióticas del Intendente don Claudio Martínez Pinillos, acaba de abrirse una nueva vía en beneficio del empleo de capitales, concediendo a la Habana el comercio de depósito o escala, bajo los auspicios más favorables21.
Las comunicaciones interiores de la isla, penosas y costosas, encarecen las producciones en los puertos, a pesar de la poca distancia entre las costas del norte y las del sur. Un proyecto de canalización que reuniese la doble ventaja de unir la Habana y el Batabanó por medio de un canal navegable, disminuyendo al mismo tiempo la carestía del transporte de las producciones indígenas, merece se haga aquí una mención especial. La idea del canal de los Güines se concibió hace más de medio siglo, con el objeto sencillo de suministrar22 a los carpinteros del arsenal de la Habana las maderas de construcción a precios más módicos. En 1796, el conde de Jaruco y Mompox, hombre estimable y emprendedor que con motivo de su amistad con el Príncipe de la Paz tenía mucho influjo, se encargó de renovar aquel proyecto, en 1798 se ejecutó la nivelación por dos ingenieros de mucho mérito, don Francisco y don Félix Lemaur, los cuales reconocieron que la extensión total del canal tendría a lo largo 19 leguas de cinco mil varas cada una, que el punto de división estaría en Taberna del Rey, y que se necesitarían diez y nueve esclusas por la parte del norte y veintiuna por la del sur. En línea recta no hay más que ocho leguas y 1/3 marítimas desde la Habana a Batabanó. El canal de los Güines, aun como canal de pequeña navegación, sería de la mayor utilidad para el transporte de los productos agrícolas en barcos de vapor23, porque se hallaría en las inmediaciones de los terrenos mejor cultivados. En ninguna parte se ponen más intransitables los caminos durante la estación de las lluvias que en aquella parte de la isla, donde el terreno es de un calizo desmoronable muy propio para que puedan construirse en él caminos herrados. El transporte del azúcar desde Güines a la Habana, cuya distancia es de doce leguas, cuesta en la actualidad un peso duro por quintal. Además de las ventajas de facilitar las comunicaciones interiores, también daría el canal una gran importancia al surtidero de Batabanó, en el cual entrarían los buques menores cargados de carne salada (tasajo) de Venezuela sin tener que doblar el cabo de San Antonio. En la mala estación y en tiempos de guerra, cuando los corsarios están en crucero entre el cabo Catoche, las Tortugas y el Mariel, es una felicidad el poder acortar la travesía de Tierra Firme a la isla de Cuba, entrando no en la Habana sino en algún puerto de la costa meridional. En 1776, se calculó el coste del canal de los Güines a un millón o un millón y 200.000 pesos duros; es de creer que hoy día costaría más de un millón y medio. Las producciones que anualmente podrían pasar por el canal se han calculado del modo siguiente: 75.000 cajas de azúcar; 25.000 arrobas de café y 8.000 bocoyes de melaza y de ron. Según el primer proyecto, el de 1796, se quería unir el canal con el riachuelo de los Güines, trayéndolo desde el Ingenio de la Holanda hacia Quivicán, tres leguas al sur del Bejucal y de Santa Rosa24. Esta idea se ha abandonado en el día, porque el riachuelo de los Güines pierde sus aguas hacia el este hoy riego de las sabanas del hato del Guanamón. En lugar de dirigir el canal al este del barrio del Cerro y al sur del fuerte de Atarés, a la bahía de la Habana misma, habría que servirse primeramente del cauce de la Chorrera o Río Almendares, desde Calabazar hasta el Husillo y después de la Zanja Real, no solamente para hacer que lleguen los barcos hasta el centro de los arrabales y de la ciudad de la Habana, sino también para suministrar agua a las fuentes, de la que carecen durante tres meses del año. Yo he tenido el gusto de visitar, en unión con los señores Le Maur, las llanuras por donde debe pasar aquella línea de navegación. La utilidad del proyecto es incuestionable, si se consigue traer en tiempo de gran sequía suficiente cantidad de agua al punto de división.
En la Habana, igualmente que en todas partes donde el comercio y la riqueza que éste produce toma un incremento rápido, se quejan del influjo dañoso que ejerce este incremento en las costumbres antiguas. No es aquí el lugar de comparar el anterior estado de la isla de Cuba cubierta de pastos antes que se apoderasen de ella los ingleses, y su estado actual después que ha venido a ser la metrópoli de las Antillas; tampoco nos ocuparemos en poner en balanza el candor y la sencillez de las costumbres de una sociedad naciente, con las que son propias a una civilización adelantada. Siendo el espíritu del comercio el que engendra el culto a las riquezas, esto hace sin duda que el pueblo desprecie todo lo que no puede conseguir con dinero; pero es por fortuna tal el estado de las cosas humanas, que cuanto hay algo más digno de ser deseado, más noble y más libre en el hombre, se debe únicamente a las inspiraciones del alma y al alcance y adelantamiento de las facultades intelectuales. El culto de las riquezas, si pudiese apoderarse de un modo absoluto de todas las clases de la sociedad, produciría infaliblemente el mal del que se quejan quienes ven con sentimiento lo que ellos llaman la preponderancia del sistema industrial; pero el incremento del comercio, multiplicando las relaciones entre los pueblos, y abriendo una esfera inmensa al genio, derramando capitales en la agricultura y creando nuevas necesidades por el refinamiento del lujo, presenta el remedio contra los peligros del que se creen amenazados. En esta complicación extrema de causas y efectos se necesita tiempo para establecer el equilibrio entre las diferentes clases de la sociedad. Sin duda ninguna que no puede determinarse que a una época determinada la civilización, el progreso de los conocimientos y el desarrollo de la razón pública puedan medirse por la cabida de toneladas, por el valor de las exportaciones, o por la perfección de las artes industriales; los pueblos, igualmente que los individuos, no deben juzgarse por un solo período de su vida; porque es preciso que lleguen al término de su destino, recorriendo antes la escala entera de una civilización acomodada a su carácter nacional y a su situación física.