18 En Cubanacán, esto es, en el interior de la isla, cerca de Jagua y de la Trinidad, donde las arenas mezcladas de oro se han transportado por las aguas hasta el terreno calizo (manuscritos de don Félix de Arrate de 1750, y de don Antonio López, de 1802). Pedro Mártir de Anglería, el más sabio de los autores de la conquista, dice (Década III, libro IX, p. 24, D., y p. 63 D., edición de 1533); “Cuba es más rica en oro que la Española (Santo Domingo); y en el momento en que escribo se han juntado en Cuba 180 mil castellanos de oro”. Si este cálculo no es exagerado, como yo me inclino a creerlo, probaría un producto de explotación y despojo a los naturales de 3.600 marcos de oro. Herrera y Tordesillas valúa el quinto del Rey en la isla de Cuba en 6.000 pesos, lo que indicaría un producto anual de 2.000 marcos de oro de 22 quilates y por consiguiente más puro que el oro de Cibao de Santo Domingo (véase acerca del valor de los castellanos de oro y del peso ensayado del siglo décimo sexto, mi Essai politique sur le royaune...). En 1804 todas las minas de México producían 7.000 marcos de oro y las del Perú 3.400. Es difícil distinguir en estos cálculos acerca del oro enviado a España por los primeros conquistadores, entre lo que provenía del lavado y lo que estaba siglos hacía depositado en las manos de los indígenas, a quienes se lo quitaban arbitrariamente. Suponiendo en las dos islas de Cuba y de Haití (en el Cubanacán y el Cibao) el producto de lavado de 3.000 marcos de oro, resulta una cantidad tres veces menor que la que anualmente (de 1790 a 1805) suministraba la pequeña provincia de Choco. Esta suposición de una antigua riqueza nada tiene de inverosímil; y si admira el corto producto de los lavaderos de oro hechos en nuestros días en Cuba y Santo Domingo en los mismos parajes de donde en otro tiempo se sacaban cantidades considerables, se debe también tener presente que en el Brasil ha bajado el producto de los lavaderos de oro de 6.600 kilogramos a menos de 595, desde 1760 a 1820 (Relation Historique...). Las pepitas de oro de peso de muchas libras que se han hallado en nuestro tiempo en la Florida y en las dos Carolinas prueban la riqueza primitiva de toda la cuenca de las Antillas, desde la isla de Cuba hasta los montes Apalaches. Por otra parte, es muy natural que el producto de los lavaderos de oro se disminuya con mucha mayor rapidez que el de una explotación subterránea de vetas. Es cierto que los metales no producen actualmente más en las hendiduras de las vetas (por sublimación) de lo que se acumula en los terrenos de aluvión por el curso de los ríos, en los parajes donde los cerros o mesetas tienen más elevación que el nivel de las aguas corrientes inmediatas; pero en las rocas de vetas metálicas, el minero no conoce al mismo tiempo todo el terreno que tiene que explotar, pues tiene la probabilidad de alargar los trabajos, profundizarlos y atravesar otras vetas compañeras. Los terrenos de aluvión no tienen generalmente sino un corto grueso en el cual hay oro, y descansan las más veces sobre rocas del todo estériles. Su posición superficial y la uniformidad de su composición facilitan el conocimiento de sus límites, y abrevian dondequiera que puede haber muchos trabajadores y abundan las aguas para lavar el agotamiento total del terreno donde está el oro. Yo creo que estas consideraciones sacadas de la historia de la conquista y de la ciencia de minería pueden ayudar a resolver el problema de las riquezas metálicas de Haití que se discute actualmente. En esta isla y en el Brasil será más útil intentar explotaciones subterráneas (de las vetas) en los terrenos primitivos e intermediarios, que volver a emprender los lavados abandonados en siglos de barbarie, de robo y destrozo.<<