1 Estas comparaciones no tranquilizan sino a los que, siendo partidarios secretos del tráfico de negros, quieren obviar las desgracias de la raza negra, y se sublevan, por decirlo así, contra toda emoción que podría sorprenderlos. Muchas veces se confunde el estado permanente de una casta, fundado en la barbarie de las leyes y de las instituciones, con los excesos de una autoridad que se ejerce momentáneamente con algunos individuos. Así es como Bolingbroke, que ha vivido siete años en Demerary y que ha visitado las Antillas, no se detiene en repetir que “a bordo de un navío de guerra inglés se usa del azote con más frecuencia que en los plantíos de las colonias inglesas”. Añade que “en general se azota muy poco a los negros, pero que se han imaginado medios de corrección muy razonables, como el hacer comer la sopa hirviendo y con mucha pimienta, o el beber con una cucharita una solución de sal de Glauber”. El tráfico de esclavos le parece un beneficio universal, y está persuadido que si se dejase a los negros volver a las costas de África, después de que durante veinte años han gozado en Demerary “de todas las comodidades de la vida de los esclavos, reclutarían en ella, y traerían naciones enteras a las posesiones inglesas” (Henry Bolingbroke, A voyage to the Demerary. Norwich, 1807, pp. 107, 108, 116 y 136). He aquí sin duda una fe de pionero bien firme y bien cándida; sin embargo, Bolingbroke, según lo prueban otros muchos pasajes de su libro, es un hombre moderado y lleno de intenciones benéficas para con los esclavos.<<