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HABÉIS decidido reanimar al ser felino.

A medida que el vapor sale lentamente de la caja de cristal y se vuelve inofensivo al mezclarse con la atmósfera, el ser ronronea y se mueve. Se despereza. Luego se apoya en la caja y la abre.

Repara en Paul y en ti.

—Paul, ¿me oyes?

—¿Qué quieres?

—¿Has traído por casualidad algún alimento para gatos?

—Amigo mío, lamentablemente, no.

—¡Pues en ese caso creo que hemos cometido un grave error! ¡Este ser ha tenido tiempo de sobra para aumentar su apetito mientras permanecía en estado de animación suspendida!

Como si quisiera demostrar que estás en lo cierto, el ser felino en un improviso da un salto y cae sobre ti aplastándote contra el suelo.

La bestia te gruñe en la cara. Das un puntapié en su barriga, pero no parece notarlo. No puedes mover los brazos pues sus garras los sujetan y sus uñas se hunden en el suelo.

—¡Paul, ayúdame!

Miras a través del cálido aliento de la bestia alienígena, que presenta un color ligeramente azulado, y ves que Paul manipula algunos instrumentos.

—¿Qué haces? ¡Dale con algo en la cabeza!

El ser concentra toda tu atención cuando abre al máximo la boca con la intención de devorar tu cabeza.

Cierras los ojos, convencido de que en unos segundos todo habrá acabado.

Un rayo amarillo chisporroteante recorre toda la estancia. Teletransporta al ser felino a su jaula pero, desgraciadamente, también os afecta a vosotros.

Tenéis la sensación de que os estáis desintegrando. El proceso es indoloro pero, de todos modos, resulta desconcertante.

Te das cuenta de que tus átomos dispersos están a punto de emprender un viaje… ¡y no puedes hacer nada para impedirlo!