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HAS avanzado hasta la casa del coronel Anson Mac Donald y… ¡Crash!, aterrizas en medio de un espino. Por si fuera poco, has llegado en mitad de la noche.

Las espinas rasgan tu ropa y hieren tu piel mientras intentas incorporarte pero, de momento, comprobar que estás en las señas correctas es más importante que curar las heridas.

Compruebas que estás en un patio trasero. Como lo más correcto sería llamar a la puerta principal, te desplazas en medio de la colección de turbinas de viento y células solares que cubren las necesidades energéticas básicas de la vivienda.

Te acercas a un jardín de plantas fosforescentes. Despiden tanta luz que permanecer oculto resulta muy difícil.

—¡Arf! ¡Arf! ¡Grrrrr! ¡Arf! ¡Grrrrr!

Esperas que no sea lo que supones que es.

Pero lo es. Un perro cibernético —mitad máquina y mitad pastor alemán— ha percibido tu olor y ahora intenta alcanzarte.

Corres hacia la zona en sombras. Intentas moverte a favor del viento para que tu olor no le llegue. Lamentablemente, han triplicado la capacidad olfativa y auditiva del can y mejorado su vista con visión infrarroja.

Trepas a un muro de piedra. Tus dedos se aferran al borde, pero el perro te echa a tierra.

En el momento en que el can está a punto de ahogarte, una mano se asoma desde las penumbras y le acaricia el cogote. Oyes el chasquido de un interruptor.

En una décima de segundo la conducta del perro cambia radicalmente y te lame la cara con su lengua áspera y húmeda.

—Rover, ya está bien. Ahora déjalo en paz —dice una voz amable. A medida que el perro se aleja y se dispone a montar guardia a corta distancia, el coronel Anson Mac Donald se acerca a ti y te pregunta jovialmente—: Oye, ¿te conozco? Si no me equivoco, mi amigo Paul Linebarger me dijo que esperaba la llegada de un visitante proveniente de un sitio remoto.

—Ese soy yo —dices al tiempo que te pones de pie—. Lamento haberlo molestado a estas horas de la noche.

—No te preocupes. Me gusta la compañía —llegas a la conclusión de que el coronel es un hombre encantador—. Entremos y veamos cómo puedo ayudarte.

—Anson está, sin lugar a dudas, en condiciones de ayudarte. Al día siguiente viajas en un autobús de alta velocidad por una supercarretera… a más de 160 km por hora. ¡Y mañana por la mañana serás uno de los alumnos de la Academia Espacial!