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ESTÁS en la Quincuagésima Feria Anual de la Electrónica, en Bristol, Tennessee, no lejos de los límites de la Reserva Federal de Mutaciones.

Las intensas luces intermitentes de la Galería de videomáquinas recreativas centellean con tanta frecuencia, que te resulta difícil distinguir a Mac Creigh que está de pie a tu lado.

Penetran en tus oídos los sonidos de una mandolina eléctrica y un banjo sintetizado que llegan desde afuera.

Mac Creigh está a punto de iniciar la partida. Se repliega las mangas de la camisa y sujeta a sus brazos y a su cabeza un extraño dispositivo que sale de la máquina.

—Si logro ganar algunas partidas más, tendremos lo suficiente para participar en el concurso de la gran rueda. Lo gané hace unos años y volveré a conseguirlo. Tendremos dinero suficiente para el desembolso inicial de un cohete privado. ¡Los mineros los venden muy baratos! ¡Podremos emprender nuestro viaje!

Tú no estás tan seguro.

Sin embargo, mientras permanezcas junto a Mac Creigh harás bien en aprender todo lo que puedas.

Cerca de un menú colgado por encima de una parrilla de microondas, ves a un grupo de chiquillos que agobian al cocinero encargado de las comidas rápidas. Todos quieren ser atendidos en primer lugar.

A pesar del caos reinante en la zona de la parrilla, te separas de Mac Creigh y te abres paso a empellones. El menú resulta desconcertante. Al parecer, han reemplazado las hamburguesas y los perros calientes por buñuelos de soja y filetes de patata. ¿En qué consistirán los buñuelos fobianos y los asteroides gruesos y pesados?

Como no quieres que tu ignorancia te ponga en evidencia, le preguntas a un chico que está a tu lado:

—¿Qué se puede comer de bueno aquí?

—La comida no vale gran cosa —responde—, aunque a mí me gusta el bocadillo de oxígeno sólido picado acompañado de asteroides gruesos y pesados. ¡La gaseosa azucarada tiene mucha efervescencia!

Por alguna razón las recomendaciones del muchacho te quitan el apetito. Regresas junto a Mac Creigh para ver cómo le va.

Parece totalmente absorto en la partida. Bolas programadas por ordenador giran en la pantalla, atacando a un monstruo horripilante. El tanteo que aparece en el ángulo superior derecho aumenta constantemente. La gente que observa a Mac Creigh sonríe y aplaude. Es posible que le vaya bien, pero tú acabas por prestar cada vez más atención al monstruo que, a medida que aumenta el tanteo, se pone más furioso.

Mac Creigh dirige las bolas electrónicas contra el pellejo del monstruo cuando éste intenta salir de un foso. Las bolas lo alcanzan… y lo obligan a regresar al foso. Antes de volver a utilizarlas, Mac Creigh tiene que guiar las bolas hasta sacarlas de los laberintos que rodean la pantalla.

De pronto las bolas programadas por ordenador inician un disparatado torbellino y estallan. El tablero de mandos chisporrotea y se agrieta. Mac Creigh tira frenéticamente de las clavijas que tiene en los codos y en la cabeza, pero no consigue liberarse.

—¡Cuidado! —grita alguien mientras la multitud se dispersa despavorida—. ¡Es un deformamentes!

Segundos después, la única persona que permanece en el lugar eres tú. Todos los demás han salido corriendo o se han escondido detrás de una máquina.

—¡Será mejor que tengas cuidado! —te recomienda alguien que corre por allí—. ¡No es aconsejable meterse con los deformamentes!

Un espectral monstruo azul se eleva por encima de la cabeza de Mac Creigh. Su imagen ha desaparecido de la pantalla.

A continuación la forma azul ruge y agita sus poderosos puños, que parecen sólidos.

Mac Creigh cae de rodillas y se aferra a la máquina mientras el monstruo toma un bocado de un plato de asteroides gruesos y pesados que alguien ha abandonado. Contempla la galería, quizá buscando algo más sabroso para comer. ¡Sus ojos parecen fijarse en ti! El monstruo te está estudiando para decidir si te escoge como próximo bocado.

De su forma imprecisa sale humo, como si su propia carga eléctrica quemara el aire.

¡Te das cuenta de que el monstruo tiene que ser pura electricidad!

En una mesa cercana ves un receptor de radio portátil provisto de una larga antena. ¿Es posible que la antena actúe como pararrayos y neutralice al monstruo como si de un rayo se tratara?

Coges el receptor, lo enciendes y lo arrojas contra el monstruo.

El aparato atraviesa el monstruo y se estrella contra un rincón de la galería. El monstruo ríe… pero sólo unos segundos. La antena empieza a atraerlo. El ser eléctrico pierde su forma.

De repente estalla… y desaparece en medio de una luz muy intensa. El receptor se comprime y luego sale disparado en varios fragmentos humeantes.

Corres junto a Mac Creigh y le sueltas las clavijas.

Se recupera lentamente.

—¿Estás bien? —le preguntas.

—Tú… tú me has salvado la vida otra vez. —Mac Creigh parpadea—. Tengo que confesarte algo: nunca estuve en el espacio. Todas las labores mineras que he realizado fueron en La Tierra. De todos modos, pensé que juntos podríamos llegar a Saturno. Chico, me caes bien. Eres fenomenal.

No puedes enojarte con él pues, al fin y al cabo, fuiste tú quien decidió no ir con Paul.

Dejas a Mac Creigh al cuidado de un robot que tiene aproximadamente el tamaño de un cubo de basura de cocina y que le dice:

—RELÁJATE. NOSOTROS NOS HAREMOS CARGO DE TODO.

El robot te aparta de su camino y hunde una aguja en el brazo de Mac Creigh.

El amigo, del telépata se estremece y luego se queda quieto, serenamente dormido.

A su lado se detiene una camilla robot motorizada. Otros robots lo acomodan en ella y se lo llevan.

Te quedas solo en la galería, tan lejos de Saturno como cuando abandonaste la Reserva Federal de Mutaciones.

Un dedo metálico te da un golpecito en el hombro, pero no se trata de otro robot. El dedo pertenece a un cíborg: un tipejo corpulento, en parte hombre y en parte máquina, con un lado de la cara, una mano y varios miembros más, de metal.

—He visto lo que hiciste —afirma mientras fuma un cigarro cuyo humo huele a plástico quemado—. Fuiste muy valiente al salvar a tu amigo, pero me parece que ahora te han dejado en la estacada. A propósito, me llamo Maurice Hugi. Tal vez pueda ayudarte a llegar a donde quieres ir.

Piensas que vale la pena intentarlo.

—¿Puedes llevarme a Saturno? —preguntas esperanzado.

—Veamos, vayamos por partes. Dentro de pocos días estaré en Washington, donde hay un puerto espacial y una junta de reclutamiento. Es todo lo que puedo ofrecerte.

Asientes en silencio. Washington parece un buen punto de partida, pero Hugi no partirá hasta dentro de unos días. Además, lo conoces tan poco como a James Mac Creigh.

Podrías intentar reunirte con Paul en la Reserva Federal de Mutaciones o confiar en este amable desconocido.

—Bueno, ¿qué decides? —pregunta Hugi preocupado.

Si vas con Hugi a Washington. Pasa a la sección 8.

Si retrocedes para reunirte con Paul. Pasa a la sección 7.

PISTA [1]