19

HA pasado una semana desde que llegaste a La Luna, después de hacer un aterrizaje de emergencia con el prototipo. Empiezas a acostumbrarte a pesar la sexta parte de lo que pesabas en La Tierra.

Vuelas en tu aeronave y a tus pies, a un kilómetro y medio de distancia, ves valles y cráteres que pasan lentamente. Las montañas dentadas arrojan sombras a través del paisaje sin vida. Hasta el polvo permanece eternamente inmóvil.

—Creo que ese pícaro de Hart se dirige hacia el Cráter Tsiolkovski —dice Sydney Bounds, tu compañero—. Recientemente descubrieron en su interior una red de fisuras subterráneas.

Haces una pausa.

—Es el sitio ideal para ocultar una nave en la que huir —comentas.

—Me alegro de que estés aquí. Entre tu perspicacia y la mía, podremos vencer a ese viejo pirata.

Viejo pirata es la expresión más exacta, piensas.

Desde tu primer día como novicio, has oído hablar de Ellis Hart, un viejo astuto que, por pura diversión es capaz de robar un objeto sin valor en las mismas narices de la Policía confederada.

Y si el objeto tiene un valor incalculable… bueno, mucho mejor.

Desde que llegaste al campamento de instrucción has oído comentarios sobre Hart y su legendaria guarida, donde acumula el botín de sus correrías interplanetarias.

En síntesis, Ellis Hart es el hombre más buscado del Sistema Solar. Y, a juzgar por lo que has oído, está encantado de su peculiar circunstancia.

Sydney y tú habéis seguido a Hart desde que localizasteis una aeronave sospechosa que salía a hurtadillas de la Base Lunar 5.

Abrigas la esperanza de que, si capturas a Hart, convencerás a tus superiores de que te envíen a Saturno.

Sydney pasa delante de ti, te obstruye la visión de la pantalla del radar y aprieta un botón.

—Mira, he puesto el dispositivo explorador infrarrojo para que registre los restos de radiación de cristales de dilitio. Eso nos ayudará a localizarlo.

—¡Bien pensado! —exclamas, observando la pantalla de radar y el dispositivo explorador—. ¡Mira, ya lo tenemos!

—¡No me equivoqué! Se dirige hacia el Tsiolkovski.

Un cuarto de hora más tarde sobrevoláis las rocas negras como pizarra del Cráter Tsiolkovski, que debe su nombre al científico ruso que a principios del siglo veinte inicio la teoría de los cohetes.

—¡Presta atención! —exclama Sydney—. ¡Estoy viendo su nave! —al otro lado del cráter, sobre el horizonte, la aeronave sospechosa se aleja rápidamente—. ¡No puede igualar nuestra velocidad! ¡Ya lo tenemos!

Lamentablemente, la predicción de tu compañero es prematura. Un rayo láser aviesamente disparado desde abajo atraviesa la cola de tu nave.

—¡Nos han dado! —exclamas—. ¡Hart nos disparó por la espalda!

—¡Procedimientos de emergencia! —ordena Sydney antes de que la nave se estrelle contra la negra superficie.

El metal se dobla y se derrumba a tu alrededor. Sydney y tú sois violentamente sacudidos en el interior de la nave.

Te detienes finalmente cerca del borde afectado por el rayo láser. Es una suerte que Sydney y tú tomarais la precaución de dejaros puestos los cascos de los trajes espaciales. Cierras tu sistema de ventilación y conectas las bombas de las botellas.

Si bien estás a salvo, ¿qué pasa con Sydney?

Te desplazas hacia él con dificultad. Su cabeza pende hacia atrás y sus brazos cuelgan flojamente por encima del asiento del piloto.

Evidentemente cerró de manera automática su sistema de ventilación antes de desmayarse, de modo que el aire contenido en su traje no fuera expulsado en cuanto se vio expuesto al vacío.

¡Pero no conectó las botellas y podría estar asfixiándose!

Sydney permanece inmóvil hasta mucho después de que por su traje circule oxígeno fresco. Finalmente se queja y se agita.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Me siento muy mal!

Le dices que no se mueva y llamas a los médicos para que lo atiendan.

Tendrás que perseguir a Hart en solitario.

Examinas la pistola de rayos láser que cuelga de la pared. Como parece haberse salvado del accidente, te la llevas.

Cuando sales a la superficie, restos del choque aún se deslizan por el llano.

Investigas la zona más cercana y escudriñas detrás de cada roca elevada y dentro de cada grieta. Entonces tienes una idea: puedes calcular de dónde salió el rayo láser si tienes en cuenta el emplazamiento de tu astronave en el momento en que fue alcanzada y el ángulo del rayo.

Calculas de dónde salió el láser y te acercas cautelosamente a la zona.

Miras detrás de una roca.

Hart no está allí —esperabas que se hubiera ausentado, pero hay una extraña abertura que parece internarse en lo profundo de La Luna.

Arrojas una piedra al interior de la fisura. Si no está mirando, Hart no podrá ver cómo cae la piedra en el vacío. Pero si está atento, tal vez se asuste y dispare su láser. Y en ese caso verás el brillo del rayo en la obscuridad.

No ocurre nada.

Esperas un instante y te cuelas por la cavidad. Tal vez Hart sea demasiado listo para dejarse engañar por esa estratagema, pero ahora ya es muy tarde para preocuparse.

En La Tierra, las cavernas han sido lentamente abiertas en la roca por corrientes de agua subterráneas, pero las de La Luna sólo son agujeros bajo la superficie, huecos que se formaron hace más de cuatro mil millones de años, cuando se enfriaron los océanos de metal fundido.

Las paredes de las cavernas lunares tienen una característica en común: son ásperas y desiguales. A menudo forman complejos laberintos y ésta no es la excepción a la regla. Te abres paso a obscuras pasando la mano sobre la impecable franja que Hart ha grabado a fuego en la pared para guiarse.

Tal vez esa franja fue trazada hace muchos años.

¡Quizá te estás acercando a la legendaria guarida de Hart!

Después de andar diez minutos por la tenebrosa obscuridad del laberinto, ves más adelante una centelleante línea de luz.

Preparas tu pistola de rayos láser y caminas hacia allí. Te asomas a una estancia amplia y cavernosa y ves que Hart introduce las últimas provisiones en una astronave. El aparato es una auténtica reliquia del pasado.

Seguramente hace años que lo tiene oculto allí en previsión de un día en que tuviera que largarse rápidamente de La Luna.

Entras en la caverna y le apuntas directamente a la cabeza.

—¡Quieto! —le ordenas por radio—. ¡Queda detenido!

Hay una pausa.

Hart deja la caja en el suelo, te saluda y te llama por tu nombre. No parece sorprendido por tu presencia.

—Esperaba que si alguien descubría mi refugio en La Luna fueras tú —comenta por radio—. Investigué sobre todos los reclutas de la Confederación y descubrí algunas cosas muy interesantes sobre ti. Nadie sabe realmente de dónde vienes, pero todos están enterados de que tu máxima aspiración es ir a Saturno. —Hart señala su astronave y añade—: ¡Aquí tienes el billete! —esboza una audaz sonrisa—. Si me acompañas al punto de reunión con los piratas espaciales, personalmente me ocuparé de que llegues a Saturno en un abrir y cerrar los ojos. Por el contrario… si me entregas, es imposible saber cuánto tiempo pasará hasta que te encomienden una tarea en Saturno que podría no llegar nunca.

Fugazmente divisas otra aeronave a través de la abertura que aparece por encima de la astronave en la que Hart se propone escapar.

La policía confederada está cada vez más cerca.

—¿Qué eliges, una vida de libertad y aventuras a mi lado… o la esclavitud de la civilización?

Entregas a Hart. Pasa a la sección 11.

Huyes con Hart. Pasa a la sección 17.

PISTA [6]