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OBREVUELAS la
autopista. Los coches aumentan o reducen automáticamente la
velocidad, según el modo en que los ordenadores de a bordo analizan
tu pauta de vuelo. Has decidido aterrizar con el prototipo que
funciona defectuosamente en carretera, pero el deseo de aterrizaje
del desmayado George influye en tu dominio del reactor, por lo que
éste toma tierra antes, casi, de que los coches puedan dejar libre
el terreno.
Elevas rápidamente el reactor. Apenas reparas en los coches que te esquivan, se desvían hacia el bordillo o frenan en seco. Algunos chocan entre sí cuando sus programas defensivos les ordenan que te eviten.
El reactor percibe tu control justo a tiempo y desciende. Los aterrados pensamientos de George hacen que oscile peligrosamente.
El mecanismo de aterrizaje toca el pavimento. ¡Lo has conseguido!
Cuando el reactor para, te sueltas del aparato y luego sueltas a George. Permaneces varios minutos en la cabina, recobrando la calma, contento de seguir con vida. Entonces ves que furiosos conductores y policías rodean el prototipo, trepando prácticamente a la cabina.
Has salido sano y salvo de esta aventura, pero en la autopista y sus alrededores hay un montón de coches accidentados.
Una vez reparado el reactor, un piloto más experimentado lo lleva de regreso a la base, donde el sargento Padgett intercambia algunas palabras contigo.
—Lo hiciste muy bien —dice sonriente—. Este aterrizaje pasará a formar parte de la preparación de los nuevos pilotos. Todo falló simultáneamente, incluidas algunas cosas que hasta ahora nunca habían funcionado mal y las superaste como un campeón. Sólo hay una pega.
—¿Cuál, señor?
—Causaste cuarenta y tres heridos, pusiste en peligro un centenar de vidas y eres directamente responsable de daños por valor de medio millón de dólares. Además, has violado la primera ley general: un astronauta siempre debe actuar para preservar la vida y el bienestar de los demás. Creo que tienes dotes de astronauta pero, por ahora, es difícil saberlo. Te enviaré a un curso de instrucción submarina para ver cómo te las arreglas.
La decisión del sargento no te entusiasma. El cursillo de instrucción submarina postergará tu llegada a Saturno a tiempo para cumplir tu misión.