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ESTÁS en una estación espacial emplazada en un satélite. Permaneces ocioso delante de un tablero de instrumentos, con las manos a la espalda, observando las lecturas y los brillantes pilotos radiactivos que se encuentran más allá de las barreras de cristal.

No pasa casi nada y lo más probable es que en el futuro próximo no haya ninguna novedad, a menos que acontezca algo inesperado.

El problema de tu estancia en Venus reside en que Saturno se encuentra al otro lado del Sol, y ahora estás aún más lejos de tu meta.

Te alejas del tablero de instrumentos y contemplas Venus a través de una inmensa puerta.

La serenidad de las nubes venusianas no es más que una ilusión. Venus es el territorio de las lluvias ácidas y de atroces tormentas de rayos. La superficie irradia tal calor que las gotas de lluvia se evaporan incluso antes de tocar el suelo. A pesar de las continuas tormentas que se producen en el cielo, la superficie es prácticamente un desierto.

Aunque desde esa altura es muy difícil verlo, Venus se está terragenerando. Desde hace muchos años la Confederación deja caer amoníaco en la atmósfera con la esperanza de que reaccione al entrar en contacto con el dióxido de carbono. El resultado de dicha reacción será urea, un importante componente de los abonos, que podría producir el «efecto invernadero»: las nubes actúan del mismo modo que un invernadero permitiendo que la energía del Sol se filtre en la atmósfera de Venus e impidiendo que escape.

Jirel Stark, la comandante de tu aeronave, sostiene que el proceso gradual está funcionando y que dispone de estadísticas para demostrarlo.

—La tarea de terragénesis quedará concluida aproximadamente en cien años —dijo durante tu primera y breve inspección de la estación espacial—. Construir para el futuro contiene elementos gratificadores. Dentro de tres o cuatro siglos, la gente se alegrará enormemente del trabajo que hoy estamos haciendo…

Si se le puede llamar «trabajo» a estar aquí sin hacer nada…, piensas en el preciso momento en que entra la oficial Cathy Yokomoto. Saluda, y de inmediato apunta diligentemente datos en las hojas de un sujetapapeles. Su extraordinaria dedicación te llama aún más la atención.

Te acercas a Cathy para saludarla, pero suelta su sujetapapeles y te hace una zancadilla. Caes pesadamente al suelo.

Una luz extraña ilumina su mirada.

—Ha llegado el momento —dice.

¡Es posible que el aburrimiento la haya trastornado! —piensas.

A continuación se destornilla un dedo de la mano ¡Cathy es un cíborg y se propone sabotear la nave!

Seguramente es un miembro de la temida organización revolucionaria Cíborgs Invaden el Mundo.

Has oído hablar de ellos muchas veces en la Academia Espacial. Te han dicho que, cuanto más sucios los trucos, más les gustan.

Cathy gira hacia la barrera de cristal y acciona un control de la palma de su mano, de donde sale un rayo amarillo que chisporrotea al introducirse en el cristal. ¡Se propone contaminar el satélite con la radiación utilizada para mantener en órbita la estación espacial!

Cathy está tan concentrada en su tarea que no repara en que coges un martillo y se lo arrojas. Le da en la cabeza, golpeando una placa metálica que suena y retumba en toda la sala.

Cae sin conocimiento. ¡No obstante, la radiación ya ha empezado a entrar en la estación!

Existe la posibilidad de que puedas detener la fuga y salvar el satélite.

También puedes retroceder en el tiempo y en el espacio a La Tierra, donde con un poco de suerte te encontrarás sano y salvo.

Intentas salvar el satélite. Pasa a la sección 31.

Eliges regresar a la Tierra. Pasa a la sección 40.

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