Capítulo 22
Hugo levantó la vista del móvil al escuchar pasos, todavía era temprano y estaba solo en la barra y no pudo evitar una mueca al ver entrar a su primo Manuel. No iba a verle a él, de eso estaba seguro. Casi de la misma edad, desde pequeños habían tenido un marcado antagonismo: los dos querían lo mismo y competían entre sí por conseguirlo. Los mismos juguetes, la atención de los abuelos e incluso la cama donde dormir cuando se quedaban en Ayamonte. Por eso, su saludo no fue cordial.
—Hola, Manuel… ¿Qué quieres?
—Tanta amabilidad me abruma, Hugo. He venido a tomar una copa, esto es un bar.
—No vienes a tomar una copa y los dos lo sabemos. ¿Qué quieres?
—En realidad estoy aquí para ver a esa preciosidad de compañera de trabajo que tienes. Me dijo que libraba los martes, así que he venido a ver si quiere salir conmigo mañana.
—Déjala en paz.
—¿Está contigo?
—No.
—Entonces deja que sea ella quien decida.
—No está conmigo, pero tampoco es el tipo de mujer a la que se usa y se deja a un lado. No voy a permitir que le hagas daño.
—No pretendo hacerle daño, solo invitarla a salir a tomar algo o al cine.
—¿Por qué estás interesado en ella?
—Me gusta.
Hugo miró a su primo con recelo.
—No, no te gusta. Estás aquí porque piensas que hay algo entre ella y yo.
—¿Y no lo hay?
—Ya te he dicho que no.
—En ese caso, es libre y yo también. Y no vas a conseguir que no salga con ella, si a Inés le apetece. ¿Dónde está?
—En la cocina.
—¿Puedes decirle que salga un momento?
Hugo sentía la bilis revolvérsele dentro. Era su primo, y aunque nunca fueron los mejores amigos, era sangre de su sangre y contuvo las ganas de darle un puñetazo. No le engañaba, Manuel creía que entre Inés y él había algo y pretendía competir para conseguirla. Pero Inés no era un trofeo, ni la cama del pueblo ni la croqueta más grande. Era una mujer y él no iba a consentir que le hiciera daño por muy primo suyo que fuera.
Ella salió en aquel momento llevando una cesta con cubiertos.
—Hola, preciosa —saludó Manuel.
—Manuel… ¿Cómo tú por aquí?
—Pues pasaba cerca y me dije que no había un sitio mejor donde tomar una copa que este bar.
—Claro que no. ¿Qué te apetece? Invita la casa.
Hugo le lanzó una mirada atravesada. Había esperado que ella no le siguiera la corriente y lo hubiera despachado con cajas destempladas, pero le estaba mostrando una sonrisa de oreja a oreja y además le invitaba.
Inés ignoró la mirada dura y continuó su conversación con Manuel.
—Ron cola —dijo este.
Ella se volvió hacia las botellas y le sirvió uno de los más caros. Hugo apretó los dientes.
—Este es el de las visitas especiales.
—¿Tú no tomas nada?
—No, estoy trabajando. No bebo alcohol hasta que termino.
—¿Mi primo no te deja? —preguntó socarrón.
Hugo respondió hosco:
—Ella es la jefa aquí, la que impone las normas, no yo.
Manuel lo ignoró y le dio un sorbo a la bebida, paladeándola.
—Hum, buenísimo. El punto justo.
—Eso sí es mérito de Hugo, él me enseñó a prepararlos.
—Puesto que no te tomas nada conmigo ahora, me debes una. O mejor, la debo yo. ¿Qué haces mañana?
—¿Mañana? Nada.
—Es tu día libre ¿no?
—Sí, Alveares cierra los martes.
—Pues si no tienes planes, ¿qué te parece si salimos y me dejas invitarte a algo?
—Vale.
La pronta respuesta fue un mazazo para Hugo. A punto estuvo de decir que no podía quedar con él, de inventar algo urgente que hacer en Alveares para impedirlo. Pero no lo hizo, Inés le rebatiría cualquier cosa que dijera y eso solo le haría quedar en evidencia delante de su primo.
Se mordió la lengua y observó el juego de Manuel.
—Entonces, hecho. ¿Qué te apetece hacer? ¿Discoteca, cine, copas, paseo…? ¿O cena? Tú decides, preciosa.
—Cine… me encanta. Y hace mucho que no voy; ir sola no es divertido.
—Pues échale un vistazo a la cartelera y me dices.
—Me gustan las películas de aventura, esas llenas de peligros y saltos desde sitios imposibles. Esas cosas que yo no me atrevería a hacer ni soñando.
—Perfecto. Pues te recojo sobre las siete, ¿te parece? Luego podemos cenar algo y tomar una copa.
—Recuerda que abrimos a las siete y media, Inés. Que luego te quedas dormida cuando trasnochas —advirtió Hugo.
—Bueno, su jefa no la va a despedir si llega tarde, ¿verdad? —dijo Manuel con un guiño.
—No llegaré tarde.
Hugo no respondió. Estaba realmente enfadado. ¿Acaso Inés no veía el tipo de hombre que era su primo? ¿Lo que buscaba en ella? Se estaba dejando engatusar como una boba.
Los clientes empezaron a llegar e Inés tuvo que dejar a Manuel para atenderles. Este terminó su copa y se marchó no sin antes apuntar el teléfono de Inés. Hugo lo fulminó con la mirada mientras se marchaba, y cuando a las once ella se dispuso a marcharse, le dijo:
—Quédate hasta el final, si no te importa; me gustaría hablar contigo. Yo te llevo.
—De acuerdo.
Inés sabía lo que iba a decirle, pero no estaba dispuesta a que le estropeara la única diversión que había tenido desde que llegó a Sevilla, con la única excepción de la noche que salió con Miriam y Marta.
Cuando el último cliente se hubo marchado, Hugo dejó salir la rabia y el enfado que sentía.
—¿Por qué le has dicho a Manuel que vas a salir con él?
—Porque me apetece.
—Ya te advertí sobre él.
—Sí, lo recuerdo, me dijiste algo así como que era un ligón, que usaba a las mujeres y luego las olvidaba. Bien, advertida quedo.
—Inés, no lo entiendes…
—¿Qué tengo que entender, Hugo? Tu primo es un ligón o un mujeriego. Bien, ¿y qué?
—Que solo busca en ti una cosa. Si piensas que le gustas estás muy equivocada.
Inés sintió una punzada de dolor, pero en seguida la convirtió en enfado.
—¿Tan fea soy que no le puedo gustar a un hombre? No es eso lo que me dice el espejo ni la mirada de algunos clientes. Puede que no sea una mujer de bandera, pero fea tampoco. Y ya sabes lo que dicen, el libro de los gustos está en blanco.
—No eres fea, claro que no… pero él no te ha pedido salir porque le gustes sino porque piensa que me gustas a mí y con eso quiere tocarme las narices.
—Bien, no te preocupes, le dejaré muy claro que no te gusto y que tú a mí tampoco. Pero voy a salir con él mañana —dijo decidida, más aún que antes.
—Intentará llevarte a la cama.
—Estupendo.
Hugo sintió una nube negra nublarle la mente. La sola idea de Inés en la cama con su primo le enfadó más que ninguna otra cosa que recordara.
—¡¿Cómo que estupendo?! ¿Vas a irte a la cama con él si te lo propone?
—¿Por qué no? –dijo muy irritada ante la reacción de Hugo—. Le he cogido el gusto… y necesito practicar y aprender cosas nuevas. Mis conocimientos son bastante básicos, ya lo sabes.
—¡Practicar! ¡Estás loca! ¡Practicar!
Se mordió la lengua justo antes de decir que si quería practicar y aprender cosas nuevas él estaba dispuesto a enseñárselas. Pero se contuvo.
—Hugo, que fueras el primero no quiere decir que debas decirme cómo y con quién debo seguir el aprendizaje. Yo te agradezco mucho que te tomaras la molestia, pero variar es bueno y además, tengo curiosidad por saber cómo es con otros hombres.
—¿Y por qué no te limitas a practicar con tu vecino? —preguntó, pero esa idea tampoco le gustó, aunque desde luego lo prefería a Manuel. Al menos no le conocía—. ¿Acaso él no te satisface?
Inés se encogió de hombros y ese gesto característico en ella que solía hacerle gracia, ahora le estaba irritando.
—¿Sí o no? ¿O acaso no lo has hecho con él?
—Aún no —dijo no queriendo mentirle más de lo necesario.
Hugo respiró aliviado.
—¿No se decide? ¿Todavía estáis en la etapa de los besos?
—Sí.
—Bueno, paciencia, mujer, todo llegará. No tengas prisa, a lo mejor el chico necesita su tiempo.
—Lo sé. Mientras puedo ir cogiendo experiencia.
—Pero no con Manuel.
—¿Por qué no? Está cachas y es muy guapo. Esos pectorales que tiene…
—Joder, las mujeres solo pensáis en lo mismo, no veis más allá de unos cuantos musculitos. ¡Y luego nos echáis en cara a los hombres que solo nos fijamos en las tetas!
—Está claro que tu primo no se ha encaprichado de mis tetas, son más bien pequeñas como ya sabes.
Él iba a decir «y preciosas», pero no quería seguir hablando de sus pechos sino convencerla del error que sería salir con Manuel.
—No quiero que te rompa el corazón, para él las mujeres no valen gran cosa. Las usa y luego se va.
«Algo así como tú», pensó Inés, pero no lo dijo. De todas formas se suavizó un poco porque el tono de Hugo había cambiado de enfadado a tierno y bastante preocupado. Pero no iba a dejarse convencer.
—No va a romperme el corazón, está ocupado y no por tu primo.
—Ya —dijo seco—. Por tu amor platónico.
—No del todo platónico. No nos hemos acostado, pero…
—Habéis pasado de los besos entonces.
—Algo.
Hugo sintió algo duro dentro del pecho que no supo identificar.
—¿Puedo preguntarte hasta dónde habéis llegado? —No pudo evitar imaginarse una mano gorda y sebosa acariciando los pequeños pechos de Inés. La idea le revolvió la bilis.
—Mejor no.
—Vale… no debí preguntar; en realidad no es asunto mío.
—No, no lo es —dijo incómoda por el derrotero que había tomado la conversación—. Si no tienes nada más que decirme, me gustaría irme a casa.
—¿Vas a salir con mi primo entonces?
—Sí.
Hugo asintió. Inés era terca como una mula, cuando se le metía algo en la cabeza era imposible convencerla de lo contrario. La voz le salió más dura de lo que pensaba cuando le dijo:
—No digas que no te he advertido.
—No lo diré.
Sin decir nada más entró en el guardarropa a cambiarse y con toda intención dejó la puerta abierta para que ella pudiera verle. Inés no desperdició la ocasión y le contempló arrobada, mientras él fingía que no se daba cuenta, recreándose en el cuerpo moreno de miembros largos y gráciles. Y deseó con toda su alma que fuera él y no Manuel quien la hubiera invitado al cine.
Pero no debía hacerse ilusiones, de modo que se limitó a disfrutar del espectáculo y cuando él terminó se apresuró a cambiarse ella también para que la llevara a casa.
Se abrazó con fuerza a él cuando subió a la moto y se dijo que al menos en esas raras ocasiones, podía abrazarle.