Capítulo 7

A puerta cerrada, Inés y Hugo preparaban la fiesta de cumpleaños de Miriam, que se iba a celebrar en Alveares. Los años anteriores lo habían hecho en su casa de Espartinas, pero ya Manoli estaba mayor y Susana muy ocupada con un caso importante para echar una mano, lo que le había proporcionado la excusa perfecta para decidirse a celebrarlo fuera del hogar. También cumplía 23 años, y necesitaba hacer una fiesta diferente a la barbacoa de siempre, aunque careciera de piscina, por lo que había hablado con Inés y le había pedido si le podía alquilar Alveares por una noche.

Esta había aceptado encantada después de comentarlo con Hugo, y entre los tres habían diseñado un menú sencillo que se pudiera llevar a cabo en la precaria cocina del local: sándwiches fríos y calientes, tortillas, empanadas, el consabido jamón que Hugo se encargaría de ir cortando, unos cuantos kilos de carne para hacer a la plancha y al final una gran tarta de tres chocolates que había preparado Inés según receta propia. Encarna se encargaría de la cocina y entre Inés y Hugo de la barra.

Según les había dicho serían unas veinticinco personas entre amigos de la facultad y de la urbanización, Marta y unas primas de Ángel.

Habían escogido un martes, para poder cerrar el local al público e Inés había ofrecido a Hugo que escogiera otro día de descanso, pero él había respondido que ella aún no estaba preparada para quedarse sola en la barra, aunque el verano les hubiera restado clientela.

A las nueve en punto abrieron las puertas del bar. Marta, Ángel y Miriam llegaron al momento, repartiendo besos y abrazos.

—Habéis llegado muy pronto —dijo Hugo divertido—. No nos ha dado tiempo de colgar las guirnaldas ni los farolillos

Miriam le miró espantada.

¡No serás capaz! Siempre he odiado ese tipo de cosas y tú lo sabes.

La risotada de él le hizo comprender que estaba bromeando.

—Anda, elemento, ponnos algo de beber.

¿Quién conduce hoy?

—Nadie —respondió Marta—. Mi padre se ha ofrecido a recogernos a todos cuando demos la fiesta por terminada. Incluido a ti, de modo que te puedes tomar unas copas aunque estés trabajando.

—No será necesario.

¿Qué os sirvo? —preguntó Inés.

—Cerveza para empezar —dijo Ángel.

—Yo un vino —pidió Marta.

—También para mí.

—Voy a sacar un poco de jamón —dijo Hugo entrando en la cocina.

Cuando salió poco después llevando un plato de jamón recién cortado, ya había algunos invitados en la sala. Se quedó perplejo por unos instantes y luego agachó la cabeza y dejó que el pelo le cayera sobre la cara. Colocó el plato sobre la barra y le susurró a su hermana:

¿Qué hace Sofía aquí?

—Está invitada… es prima de Ángel. ¿Y tú de qué la conoces?

Hugo levantó una ceja.

¿Sales con ella?

—Salir, salir… no.

—O sea, que te la estás tirando —dijo Marta.

—Eso sí…

Inés miró a la chica en cuestión, una pelirroja impresionante, con un cuerpo de infarto y unos enormes ojazos verdes rodeados de pestañas espesas y oscuras. No pudo evitar encogerse sobre sí misma sintiéndose sosa e insignificante. La chica estaba sentada en una mesa apartada y Hugo se volvió medio de espaldas con la esperanza de que no le reconociera.

—Espero que no me vea o querrá que me la lleve a casa esta noche. Y ya he quedado.

La puerta se abrió de nuevo con un leve ruido y Hugo alzó la vista. Dos mujeres acababan de entrar charlando entre ellas y riendo.

¡¡¡Hostia puta!!! —exclamó y se escabulló a la cocina a toda prisa. Inés y Miriam le siguieron apretujándose todos en la pequeña habitación.

¿Qué te pasa?

—Las que acaban de entrar, y vienen juntas, son María y Rocío.

—Sí, son compañeras mías de la facultad.

—Ya lo sé, pero no imaginaba que fuerais tan amigas como para que las invitaras. Tampoco que se conocían hasta el punto de venir juntas.

¿También te has tirado a alguna de ellas?

—A las dos, pero todas creen que son la única.

¡Por Dios, Hugo!

¿Son? ¿Quieres decir que te las estás tirando a las tres en la actualidad? — intervino Encarna en la conversación.

Inés estaba sin palabras, consciente de las estúpidas esperanzas que en algún momento había albergado en su tonta cabeza. Salió de la cocina, sin querer oír nada más.

—No a la vez. En diferentes días.

—Ya imagino.

Miriam tragó saliva con dificultad.

—Una preguntita, Hugo… ¿Te estás acostando con más amigas mías?

—En este momento, no.

—Pero….

—Nena, me he acostado con la mayoría de tus amigas. Y no soy yo el que lo provoca, cuando me presentas a alguna siempre se las apaña para buscarme.

—Y tú te dejas encontrar.

—Sí, yo me dejo encontrar, ¿y qué? Soy joven, libre… no le pongo los cuernos a nadie.

¿No? Si creen que son la única, yo diría que sí.

—Siempre les digo que se trata de un rollo y que no va a ir más allá.

—Pero no les dices que te lías con otras.

—No, eso no. Pero tampoco les digo lo contario. Jamás le he dicho a una mujer que es la única en mi vida.

—Cualquier día te vas a ver metido en un buen lio.

—Ya me las apañaré, siempre lo hago.

¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Salir ahí a dar la cara?

—Rocío me arranca la piel a tiras, seguro, además de montar un buen follón. Su ego no le permite tener competencia.

—Ocúpate tú de la cocina y yo saldré a servir copas —dijo Encarna dándole un pescozón en la nuca—. Si alguien pide un coctel te traeré los ingredientes para que lo prepares aquí. No quiero que corra la sangre en la fiesta de cumpleaños de tu hermana.

Ambas mujeres salieron al local. Marta le preguntó a Miriam en cuanto se situó a su lado y se bebió media copa de golpe:

¿Qué le pasa? Inés no ha querido decirme nada, dice que son cosas de Hugo.

Miriam miró a la aludida, que servía una jarra en el grifo de la cerveza con la cabeza baja y gesto contrito.

—Que el follapavas de mi hermano está escondido en la cocina porque hay ahora mismo tres mujeres en este local que se está tirando a la vez, aunque eso sí, en distintos días de la semana para que no se encuentren. Y me parece que acaba de romperle el corazón a Inés.

Marta también la miró.

—Sí, eso parece… Pobre chica, mala idea poner los ojos en tu hermano.

—Muy mala.

El local se fue llenando poco a poco, los invitados empezaron a comer y beber. A media noche pusieron música y se habilitó una pequeña pista de baile replegando las mesas a los rincones.

Miriam advirtió que Inés se mantenía mustia y apartada toda la noche, ignorando sus invitaciones a que comiera y bebiera con ellos y limitándose a picotear un poco de los platos que iba sacando de la cocina.

Cada vez que tenía que entrar en ella se apresuraba a dejar platos sucios y recoger otros llenos tratando de dirigirle a Hugo la palabra lo menos posible, cosa que a él no le pasó del todo inadvertida.

Estaba limpiando la plancha después de terminar de hacer toda la carne cuando Inés entró de nuevo en el recinto.

—Dice tu hermana que ya puedes salir, que se han marchado las tres.

Se dio la vuelta y la miró, observando que ella estaba seria y rehuía su mirada.

—Lo siento mucho, Inés. Sé que te has visto obligada a hacer tú casi todo el trabajo esta noche, entiendo que estés enfadada.

—Yo no estoy enfadada.

Se acercó hacia ella que dio un paso atrás apretando los labios en un gesto que le confirmaba que no estaba equivocado. Levantó una ceja, ya hacía tiempo que Inés no retrocedía ante él como si le fuera a picar un escorpión cuando traspasaba su espacio vital.

—Claro que lo estás, no hay más que verte.

—Pero no es por haber hecho tu parte del trabajo.

¿Entonces?

La frase se le había escapado, pero no podía decirle la verdad. No podía contarle que la había decepcionado mucho esa noche, y tuvo que improvisar sobre la marcha.

—Es por tu hermana. Me cae muy bien y se ha portado genial conmigo ayudándome a comprar ropa para el bar y enseñándome a maquillarme. Es lo más parecido a una amiga que he tenido en mucho tiempo. No me hubiera gustado que su fiesta de cumpleaños se hubiera visto ensombrecida por… —Iba a decir «porque tú no eres capaz de mantener la bragueta cerrada», pero solo añadió— por tu culpa. ¿Qué crees que hubiera pasado si esas tres mujeres con las que te estás acostando lo hubieran descubierto?

—Pues que me hubieran despellejado vivo, pero eso no tiene nada que ver con Miriam.

—Claro que tiene que ver, es tu hermana, y seguro que su lealtad hubiera estado contigo por encima de todo.

—Estás haciendo un drama de algo bastante trivial, Inés. Puede que en tu pueblo lo sea, eso de estar enrollado con tres mujeres a la vez, pero te aseguro que aquí, no. Es de lo más normal; también las mujeres lo hacen.

—Entonces me alegro de ser de pueblo. Y si fuera tan normal tú no te hubieras pasado toda la noche escondido en la cocina.

—Si lo he hecho ha sido precisamente por mi hermana, para que ningún mal rollo, y menos uno que tenga que ver conmigo, empañara su fiesta de cumpleaños. Anda, jefa, no te enfades —añadió sonriéndole, e Inés sintió a su pesar que algo se le derretía por dentro—. Vamos a salir ahí fuera y a tomarnos una copa a la salud de Miriam.

Inés se dejó llevar dispuesta a terminar la noche de forma agradable.

—¡Apareció Casanova! —susurró Marta en cuanto les vio salir.

¿Puedes ponerme un cubata, Inés? Estoy muerto de sed.

Apenas quedaban unas ocho o nueve personas en el local, la música había pasado a ser lenta para permitir la conversación y Miriam bailaba con Ángel besándose al compás de la música. Inés sintió una terrible envidia al verles. Hugo le siguió la mirada y sonrió leyéndole el pensamiento. Le dio un largo trago al cubata que Inés le había preparado momentos antes y agarrándola de la mano tiró de ella, deseoso de hacerse perdonar.

—Ven, Inés… vamos a bailar.

Ella levantó la cabeza y le miró con ojos asombrados. ¿Tan transparente era? ¿Tanto se le notaba lo que estaba pensando?

—No… yo no…

Hugo le sonrió con condescendencia.

—Tú no sabes bailar… en tu pueblo la gente no baila agarrados, solo se deja espacio infinito entre unos y otros, ya lo sé. Pero es hora de que aprendas, ahora estás en Sevilla —dijo tirando de ella sin permitirle negarse.

La llevó hasta el centro del local y le rodeó la cintura con los brazos. Inés contuvo el aliento.

—Las manos sobre mis hombros, doña Inés, no voy a comerte.

Ella alzó los brazos y apoyó las palmas sobre los hombros de Hugo, bastante más alto que ella, lo que hizo que se acercase más y que sus cuerpos entrasen en el espacio vital del otro.

¿Y ahora qué? —preguntó para tratar de salvar el rubor que notaba en su rostro, rubor que esperaba que la luz tenue del local ocultase.

—Ahora déjate llevar…

Inés pensó que nada le gustaría más, pero la cercanía de Hugo la hacía estar tensa y nerviosa, más de lo que había estado en su vida. Tanto que lo primero que hizo fue pisarle.

—Lo siento…

—No pasa nada… relájate, doña Inés. Los hombres no mordemos a menos que la mujer en cuestión quiera que lo hagamos. Y yo tengo muy claro que tú no deseas eso, ¿verdad? De modo que relájate y disfruta de las sensaciones del baile, chiquilla. Mete tus pies entre los míos y te resultará más fácil seguir los pasos.

Hugo introdujo una pierna entre las de Inés y la cercanía se hizo más patente aún, sus muslos se rozaban, sus pechos también.

Inés se estaba excitando y por un momento, solo por un momento, temió que él lo notase. Pero luego, sin ser consciente de ello, se fue acercando cada vez más, impulsada por una necesidad imperiosa de sentir su contacto hasta que sus cuerpos acabaron pegados el uno al otro.

Hugo respiró hondo tratando de calmar la excitación que le produjo el gesto de ella. Estaba seguro de que Inés no le estaba lanzando ninguna señal, que era tan ingenua que no era consciente de la reacción que estaba provocando en él con su cercanía.

Trató de concentrarse en lo que hubiera podido pasar si las mujeres que habían estado allí esa noche se hubieran percatado de que llevaba semanas viéndose con las tres, y de cómo eso hubiera arruinado la fiesta de Miriam, pero no le sirvió de mucho. El cuerpo pequeño de Inés seguía frotándose con suavidad contra el suyo al compás de la música y le estaba destrozando los nervios. No estaba acostumbrado a contenerse, cuando una mujer lo excitaba se encargaba de hacérselo saber, de que notara el efecto físico que le producía; pero no quería ni pensar en la reacción de su jefa, se recalcó mentalmente la relación que los unía, si llegaba a darse cuenta de lo que le estaba pasando. Y si no lo controlaba se iba a dar cuenta sin remedio debido a su cercanía. Aunque fuera su jefa y él tuviera sumo cuidado en mantener el sexo fuera del lugar de trabajo; aunque el cuerpo delgado y menudo no le atrajese de forma especial, cuando una mujer se restregaba contra él como Inés lo estaba haciendo en aquel momento, su reacción era inmediata. Y apretar los dientes y tratar de distraer su atención no le estaba funcionando en absoluto. Ella tenía un olor diferente al de otras mujeres con las que había estado; ni a desodorante ni a perfume ni a maquillaje… olía solo a mujer y ese era un aroma que hacía mucho que no percibía.

Miriam y Ángel pasaron junto a ellos y a su cuñado no se le escapó los apuros que estaba pasando y le sonrió divertido. Cuando ya le resultó imposible mantener el precario control de su cuerpo, y gotas de sudor empezaron a correrle por la espalda ante el esfuerzo por controlar la erección, le susurró al oído:

—Inés… si seguimos bailando tan cerca voy a ser yo el que te pise, y calzo un cuarenta y cuatro. Puedo hacerte mucho daño —dijo con tacto.

Ella sintió como si bajara de una nube y musitó:

—Perdón… no me había dado cuenta.

Se separó un poco de él, que respiro aliviado; ya podía dejar a su cuerpo reaccionar libremente porque Inés no lo notaría. De todas formas no quiso arriesgarse y después de bailar una canción más, se separó. Ya la erección era muy evidente y si Inés volvía a pegarse a él, la notaría sin remisión.

—Bueno, jefa, aprendes rápido. Ya sabes bailar, y yo debo volver tras la barra por si alguien quiere beber alguna cosa.

La soltó aliviado y regresó a su puesto, dándole un largo trago al vaso que había dejado a medias. Marta se acercó a Inés y empezó a hablar con ella.

La fiesta transcurrió tranquila y relajada una hora más hasta que Raúl, el padre de Marta, hizo su aparición para llevarles a casa. Hugo se acercó hasta él y le pidió:

¿Te importaría acercar a Inés hasta Bermejales? Te pilla de camino y tienes un puesto libre en el coche.

—Claro, sin problemas.

Miriam miró la decepción pintada y a duras penas disimulada en la cara de Inés al escuchar sus palabras, y acercándose a su hermano le comentó bajito:

¿Por qué no la llevas tú?

Él se encogió de hombros y dijo:

—He quedado.

¿Con alguna de ellas?

Sonrió evasivo.

—Eso no se dice.

¡¿Otra?! ¿Hay más?

Hugo se hizo el tonto.

—¿Qué comes? ¿Cómo puedes seguir ese ritmo?

—Tengo veinticinco años. Estoy en la flor de la vida y en la mejor etapa sexual de un hombre.

Ángel también tiene veinticinco, pero él es mucho más tranquilo en esos temas. Lo que yo le agradezco muchísimo, claro.

—Pues hoy es tu cumpleaños; hazle cumplir.

—Nos hemos visto esta tarde, antes de la fiesta.

¿Por la tarde? ¿Qué mierda de celebración es esa?

—A ver, Hugo, ambos vivimos todavía con nuestros padres.

¿Y? Marta duerme con Sergio cuando él está en Sevilla. No creo que papá y mamá se opongan a que Ángel se quede a dormir en casa alguna que otra vez.

—No creo, pero Ángel es muy tradicional. Le da vergüenza.

—Bueno, Miriam, si alguna vez necesitáis un sitio para pasar una noche juntos, cuenta con mi casa.

Mirian le dio un beso cariñoso en la mejilla.

—Gracias, Hugo, pero nos las apañamos.

—Te la ofrecería esta noche, pero…

—Has quedado, lo sé. Además, ya hemos estado juntos esta tarde.

¿Y? Todavía queda la noche… Un hombre de veinticinco años no debería tener problema con eso.

—Nosotros somos de un polvete bien echado y punto. Nada de maratones.

—Bien, como quieras.

Inés asistía a la conversación entre ambos hermanos sin salir de su asombro. ¿De verdad Miriam y Hugo hablaban de sexo con esa libertad? En su casa el sexo era algo innombrable y la sola idea de parejas de novios que durmieran juntos en casa de los padres, algo imposible de imaginar siquiera.

No dejaba de darle vueltas mientras recogían el bar y echaban la cancela metálica. Después se metió en el coche de Raúl, y Hugo subió a la moto perdiéndose en dirección contraria, dispuesto a disfrutar de su cita.

Inés le vio alejarse sintiendo todavía una mezcla de sentimientos encontrados dentro de ella. Por una parte la decepción de saber que él estaba liado con tres mujeres en aquel momento, tres mujeres guapas y mundanas, lo que destruía la pequeñísima ilusión que había empezado a nacer dentro de ella, tímida e incontrolable.

Esa ilusión había muerto al principio de la noche, aplastada por la evidencia, para revivir con fuerza al final, cuando Hugo la había rodeado con los brazos para bailar con ella, haciéndola sentir cosas que nunca había experimentado antes.

Pero tenía que hacer caso al sentido común que siempre la había caracterizado, y aplastar cualquier emoción que tuviera que ver con Hugo Figueroa, porque él no se fijaría en ella ni en cien años.