Capítulo 9
Acababan de abrir aquella tarde cuando el móvil de Hugo sonó con la melodía que le tenía destinada a su padre. Era muy extraño, Fran nunca le llamaba y menos en horas de trabajo, por lo que se apresuró a contestar perdiéndose en la cocina.
—Hola, papá.
—Hugo… —La voz estrangulada de Fran le encogió el corazón.
—Papá, ¿qué pasa?
—Se trata de Sergio… su barco ha desaparecido.
—¿Cómo que ha desaparecido? ¿Dónde?
—Cerca de Somalia. No aparece en los radares ni la radio responde. No se sabe nada más. Acaban de llamarnos para decírnoslo.
—¿Cómo está mamá?
—Entera, ya la conoces; pero la procesión va por dentro, claro.
—Sí, por supuesto que la conozco. Voy para allá.
—No hay nada que podamos hacer más que esperar; solo quería que lo supieras.
—Voy para allá.
Salió de la cocina guardando el móvil en el bolsillo del pantalón.
—Inés, tengo que irme.
Ella le miró asombrada. Hugo nunca había faltado del trabajo en los meses que llevaba allí. Estaba muy pálido bajo la piel morena.
—¿Ocurre algo?
—Mi hermano Sergio ha desaparecido. Bueno, él solo no, el barco con toda la tripulación. No se sabe nada. Voy para casa, mi familia necesita que esté con ellos en estos momentos. ¿Crees que podrás llevar esto tu sola?
—Por supuesto.
—De todas formas llama a Marieta.
—No te preocupes, Hugo. Todo irá bien aquí. Diles a tus padres que lo siento muchísimo.
—Se lo diré.
Inés le vio marcharse con el gesto contraído por la inquietud. Imaginaba cómo se sentía, empezaba a comprender el tipo de familia que eran los Figueroa. Todos con todos, todos para todos en lo bueno pero sobre todo en lo malo. Y añoró no tener algo así. También a ella le hubiera gustado ir para allá, reconfortarles de alguna forma, pero no sería más que una intrusa en una situación semejante. Sería mucho más útil en Alveares, para que Hugo pudiera estar con los suyos en esos momentos difíciles.
Fue una noche terrible de insomnio y sin noticias nuevas, en la que tanto Fran como Raúl, intentaron tirar de contactos para saber algo más, con escaso resultado. Lo único que habían averiguado era que el barco había sido apresado, pero nada sobre los tripulantes. Hugo, con su impaciencia, solo había conseguido poner más nerviosos a los demás, pero no podía evitarlo. Había paseado como una fiera enjaulada durante toda la noche, incapaz de sentarse, incapaz de soportar la inactividad y la impotencia de no poder hacer nada por su hermano. Hubiera preferido mil veces salir en su busca, enfrentarse a mil peligros si era necesario, pero la impotencia lo estaba matando. No obstante, poco podía hacer salvo esperar.
Por la mañana Susana había mandado a todos a seguir con sus quehaceres habituales comentando con mucha lógica que la situación podía prolongarse bastante y que el mejor modo de combatir la impaciencia y la incertidumbre era zambullirse en la rutina diaria. Fran y ella irían al despacho, ya abierto desde primeros de septiembre, Marta, Inma y Raúl también acudirían a sus respectivas ocupaciones y él se fue a casa y después de ducharse y cambiarse de ropa se marchó a Alveares.
Tras la barra, Marieta se apresuró a preguntarle.
—¿Habéis sabido algo de tu hermano?
—De él no, solo que el barco ha sido apresado cerca de las costas Somalíes. Seguimos en espera de más noticias.
La chica colocó la mano sobre su brazo y lo acarició en un gesto consolador.
—Si quieres irte yo seguiré cubriéndote el tiempo que sea necesario. Pareces cansado.
—Gracias, pero ahora necesito actividad. Estarme quieto y a la espera no es lo mío.
Inés no dijo nada, solo lo miraba y en sus ojos limpios y francos Hugo encontró más consuelo que en cualquier palabra que pudieran decirle. Ella leyó en los de él la devastación producida por la noticia, la armadura de hombre duro resquebrajada dejando ver el alma por los resquicios. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no acercarse, abrazarle y absorber parte de su carga.
Y le envidió, envidió ese sentimiento de unión que rodeaba a la familia Figueroa tanto en los buenos como en los malos momentos. La noche anterior, acostada en su cama, no había podido pegar ojo y hubiera dado cualquier cosa por estar entre ellos compartiendo su dolor del mismo modo que una vez había compartido su diversión.
Sin que él dijera nada, sirvió un café cargado y lo colocó ante él.
—Bébelo, te está haciendo falta.
—Gracias, Inés —dijo sonriéndole. Ella no le había tocado, no había posado su mano sobre él como había hecho Marieta, sin embargo su mirada le había acariciado el alma.
Se tomó el café y se situó tras la barra dispuesto a empezar su jornada de trabajo con el móvil en el bolsillo y atento a cualquier vibración procedente del mismo.