Capítulo 5

Aquella noche había poco movimiento en el bar, el verano estaba pasando factura, la gente prefería las terrazas al aire libre antes que los locales cerrados aunque estuvieran climatizados.

A mediodía solía llenarse con los clientes habituales que paraban a tomarse una caña antes de ir a sus casas, pero las noches estaban siendo bastante tranquilas. Hugo e Inés se aburrían tras la barra cada noche, y aquella más de lo habitual, puesto que solo dos parejas ocupaban sendas mesas y llevaban ya un buen rato con la misma consumición delante de ellos. Ni se decidían a pedir otra ni a marcharse, por lo que Hugo le propuso a su compañera, que secaba con calma una copa para matar el tiempo:

—Vete a casa, Inés, yo me quedo. Es absurdo que los dos estemos aquí sin hacer nada.

—Es temprano aún, me iré con el último autobús, como siempre —rechazó la oferta. Le gustaba estar en el bar cuando había poca gente, a veces Hugo y ella charlaban y se tomaban una copa cuando no había nadie, en espera de la hora de cierre. Confiaba en que esa noche los clientes se marchasen pronto y pudieran disfrutar de un rato distendido, porque Hugo era la única persona que conocía en Sevilla, y aunque seguía intimidándola y temía sus burlas, esos momentos con él eran la única distracción que tenía. Además, estaba empezando a caerle bien.

De pronto la puerta se abrió y dos parejas más entraron al bar dando al traste con las esperanzas de Inés. Luego reconoció a Miriam en una de las chicas.

Hugo salió de detrás de la barra y se acercó a ellos, abrazando efusivamente a un chico de pelo castaño y muy bronceado.

¡Sergio!

—Hola, pequeñajo —respondió el otro sin tener en cuenta que Hugo era al menos media cabeza más alto que él.

Inés pudo apreciar que había cariño en aquel abrazo, un cariño que ella nunca había experimentado porque su tía tenía poco de efusiva y controlaba sus afectos para no demostrarlos. Y mucho menos en público.

Hugo se separó, contempló a su hermano y dijo:

—Pensaba pasar el martes por casa para verte, mamá me dijo que llegabas ayer.

—No ha sido necesario, aunque mamá se queja de que vas poco por allí. Teníamos ganas de un rato de diversión y decidimos pasar por Alveares antes de irnos de marcha.

—Estupendo. Venid y os serviré algo.

Se acercaron a la barra y Hugo hizo las presentaciones.

—Inés, la dueña del bar. Mi hermano Sergio y su novia, Marta. Este es Ángel, el novio de Miriam. A ella ya la conoces.

—Encantada de conoceros a todos.

—Igualmente, Inés.

Se acomodaron en la barra y Hugo empezó a servir copas, conociendo los gustos de cada uno.

—Una tónica para mí, hoy conduzco yo —interrumpió su hermana la copa que estaba a punto de servirle.

¿Por qué no os sentáis a una mesa? Yo me ocuparé de la barra, Hugo.

Él la miro alzando una ceja.

¿En serio?

—No hay tanta clientela como para que no pueda hacerlo. Disfruta de tu familia.

Marta le miró desafiante.

—No creo que lo haga… disfruta detrás de esa barra casi más que subido a la moto, que ya es decir.

—Es cierto… prefiero quedarme aquí. ¿Te pongo algo a ti, Inés?

—Una cerveza. Aunque no debería beber mientras trabajo, ¿no?

—Eres la dueña, puedes hacer lo que quieras. Además, un día es un día. No veía a mi hermano desde hace meses.

—Soy marino mercante —aclaró este

—Y para mi desgracia pasa más tiempo navegando que en tierra —comentó Marta acariciándole el brazo—. Hay veces que pienso que está más enamorado el mar que de mí.

—No lo pienses, porque no es verdad. Tú eres lo que más quiero en el mundo, preciosa.

—No les eches cuenta… son los pastelosos de la familia —dijo Hugo mirando a Inés—. Por suerte, no todos somos así.

¡Mira quién fue a hablar! —respondió Marta picada— El que la palabra más romántica que conoce es follar.

—Es la única que necesito.

—Ah, de momento… pero ya te tocará a ti… El día que te escuche decir una palabra tierna a una mujer lo voy a publicar a los cuatro vientos. En Facebook, en Twitter y hasta en Youtube.

—Ese día no llegará, cuñada.

—Llegará, cuñado. Y nosotros estaremos ahí para verlo.

Miriam levantó su copa y propuso un brindis.

¡Por el hijo pródigo que aparece por casa de vez en cuando!

¡Por Sergio! —corearon todos.

—Yo lo decía más bien por Hugo… —bromeó—. Está a media hora escasa de camino y se vende bien caro.

—Trabajo mucho, solo descanso los martes. Inés es una tirana y me explota miserablemente.

Esta se atragantó con el sorbo que estaba tomando.

—Yo… no… ¿Por qué no me has dicho… que querías más días de descanso? Pensé que…

—No te ahogues, jefa —dijo dándole unas palmaditas en la espalda—. Bromeaba.

—No le hagas caso, Inés. Disfruta burlándose de los demás —comentó Marta.

Ella bajó la vista ante la mirada de todos.

—De los demás, no; de mí. Y no sé por qué, no le he hecho nada.

¿Quieres saber por qué? —repuso el aludido sonriendo—. Porque me encanta ver cómo te suben los colores a la menor provocación. Es un espectáculo que no se disfruta hoy en día, ya nadie se sonroja.

—Yo sí, pero no para diversión tuya. No puedo evitarlo, ojalá pudiera —dijo con enfado. Luego cogió el resto de cerveza que le quedaba en el vaso y lo vació en el fregadero.

—Disculpad, tengo cosas que hacer. Seguid con vuestra reunión familiar.

Y sin añadir palabra dio media vuelta y se perdió por la puerta de la cocina. Hugo la miró asombrado.

¿Se ha enfadado? —preguntó incrédulo.

—Yo diría que sí —añadió su hermana.

¿Por qué? Solo le estaba gastando una broma… y la verdad es que está adorable cuando se pone roja y tartamudea… parece que tiene catorce años en vez de veinticinco.

Miriam y Marta intercambiaron una mirada.

—A lo mejor lo que le ha molestado es que hablaras de sus sonrojos delante de nosotros. No has estado muy fino, Hugo —recriminó Ángel.

—Puede ser… Si me disculpáis, voy a ver si lo arreglo.

—Más te vale o peligra tu puesto de trabajo, hermano.

Hugo se perdió también en la cocina. Marta susurró bajito mirando a Miriam.

¿Ha dicho adorable?

—Eso creo.

—Jolines…

Inés sintió los pasos de Hugo entrando en la reducida habitación y se volvió de espaldas fingiendo estar ocupada limpiando la encimera. Bajó la vista para que no descubriera el ligero enrojecimiento de sus ojos y parpadeó tratando de evitar que las lágrimas llegaran a salir. Se había sentido humillada por su comentario delante de su familia, pero que viera que la había hecho llorar la humillaría mucho más.

Él se detuvo justo detrás, sin llegar a rozarla y le preguntó a bocajarro:

¿Estás enfadada?

Ella negó con la cabeza.

¿Y por qué te has ido tan de repente entonces?

—Me acordé de que tenía que limpiar esto.

—Está reluciente. Encarna lo deja todo limpio antes de irse.

Inés no contestó y siguió restregando la brillante superficie de acero inoxidable escrupulosamente limpia.

—Inés…

Ella continuó ignorándole.

—Inés, mírame.

La agarró del brazo y la hizo darse la vuelta. Ella agachó la cabeza tratando de evitar que viera las lágrimas contenidas, pero no lo consiguió.

—Joder… ¿estás llorando? ¿Por lo que te he dicho?

Alargó los brazos y la abrazó, pero Inés se zafó de un tirón.

—Déjame en paz, quiero estar sola.

Él le cogió la mano.

—Lo siento… De verdad que lo siento.

¿Qué sientes? ¿Burlarte de mí delante de tu familia, o hacerlo siempre? Soy tu mono de feria particular, ¿no? En verdad disfrutas humillándome.

¡No… no, Inés!

—Sí, Hugo, reconócelo. Y hacerlo delante de tu familia ha sido imperdonable. Mirad la tonta de Inés… se pone colorada por todo… es una paleta medio boba acabada de salir del pueblo… Y puedes rematar la faena diciendo que soy virgen a los veinticinco, que nunca he visto a un hombre desnudo… ni siquiera en calzoncillos… Anda, sal ahí y cuéntales la historia completa…

Esta vez Hugo sí consiguió abrazarla. La apretó con fuerza para impedirle que se soltase y apoyó la boca sobre su pelo. Y susurró:

—Perdóname… perdóname Inés… Jamás se me ocurriría contar nada de eso, ni a mi familia ni a nadie.

Inés se ahogaba, apenas podía respirar por la fuerza con que Hugo la mantenía abrazada. El cuerpo duro y fuerte la rodeaba produciéndole sensaciones desconocidas para ella. La boca de él apoyada en su coronilla y susurrando palabras de disculpa cosquilleaba sus sentidos y deseó seguir enfadada para siempre y que no la soltase. Pero sentía que su enojo se evaporaba por segundos. No era fácil estar enfadada con Hugo Figueroa si se disculpaba de esa forma.

Al fin la dejó ir.

¿Me perdonas?

—Sí.

—Bien… Ahora sal ahí y sigue tomándote esa copa con nosotros. Ya verás lo bien que te cae mi familia, son estupendos.

—Dame unos minutos para lavarme la cara.

—De acuerdo, pero si no sales entraré a buscarte.

—Saldré.

Hugo se reunió con su familia y poco después, Inés, más calmada y con las señales del llanto borradas de su rostro, salió también. Él se apresuró a servirle otra cerveza a la que ella dio un largo trago. La bebida, cuando la servía Hugo sabía mucho mejor que cuando lo hacía ella, e incluso Marieta, que llevaba años de práctica.

Nadie hizo el menor comentario sobre su brusca marcha, y la conversación se desarrolló durante un rato con naturalidad, centrada en anécdotas de Sergio y sus compañeros de tripulación. Sobre lugares exóticos visitados y a Inés se le despertó de repente el deseo de ver mundo, algo que nunca había experimentado antes. Todo llegaría, pensó. Lo primero era hacerse al cien por cien con su trabajo en Alveares para que Hugo no tuviera el menor motivo para burlarse de ella, y luego… luego habría muchas cosas por experimentar. Ahí fuera había todo un mundo por descubrir, infinidad de cosas por hacer y ella acabaría por hacerlas todas.

La suave alarma que tenía programada en el reloj de pulsera para avisarle del último autobús, sonó y, apurando su cerveza, comento:

—Tengo que marcharme.

¿Ya? —preguntó Miriam.

—Sí, si pierdo el último autobús o me gasto un dineral en un taxi o Hugo se verá obligado a llevarme a casa. Siempre me marcho a esta hora y él se encarga de cerrar.

—Quédate si te apetece, Inés. Te llevo yo sin problemas.

¿No te vienes con nosotros cuando cierres? Podéis veniros los dos… lo pasaremos bien —invitó Sergio.

—Cerramos a la una, aunque hoy si echamos el cierre antes no creo que nos perdamos una gran venta. Y abrimos a las siete para los desayunos. Deberíamos dormir unas horas.

¿Desde cuándo rechazas una noche de marcha, Hugo? ¿Cuántas veces hemos salido y te has ido a casa con el tiempo suficiente para darte una ducha y abrir el bar?

—Muchas, Miriam… pero Inés no está acostumbrada.

—Yo puedo marcharme a casa en el autobús… todavía lo pillo, y tú te vas con tus hermanos por ahí —dijo consciente de que su negativa se debía a ella.

¿No te apetece venir? —preguntó Miriam mirándola a los ojos.

—Estoy cansada —mintió. Nada le apetecía más que acompañarles, nunca había salido de noche en el pueblo ni tenía amigos en Sevilla con quien hacerlo, pero sabía que Hugo no deseaba que se uniera al grupo—. Estoy cansada, y Hugo tiene razón; si me marcho con vosotros mañana seré una piltrafa y no daré pie con bola. Si ya a veces confundo las comandas, no te digo si no hubiera dormido.

—-Podemos hacer una cosa… quédate hasta el cierre, luego te acercamos a casa y ya luego seguimos nosotros.

—No hace falta, de verdad.

Hugo colocó su mano fuerte y morena sobre el antebrazo de Inés, invitándola.

—Quédate… yo te acerco en un momento y luego me reúno con ellos.

—De acuerdo.

Inés se integró sin demasiados problemas en la conversación general, aunque observó y escuchó más que habló, envidiando aquella relación de familia que ella nunca había tenido. A la una menos cuarto cerraron el bar y subió a la moto de Hugo para que este la llevara a casa, esperando hasta el último minuto que la invitase a cambiar de idea y acompañarles, pero no lo hizo. Se abrazó con fuerza a su cintura y apoyó la cabeza contra la ligera cazadora aspirando el olor que ya empezaba a asociar con Hugo y que impregnaba toda su ropa. La moto arrancó y en poco rato se encontró en la puerta de su casa.

—Buenas noches. Gracias por traerme.

—De nada, doña Inés… No te enfadas porque te llame así, ¿no?

Ella negó con la cabeza.

—Pero solo en privado.

Él sonrió.

—De acuerdo, solo en privado.

—Diviértete. Y si mañana te retrasas, yo abriré.

—No me retrasaré, soy un tipo serio en lo que se refiere al trabajo.

Entró en el portal y escuchó a sus espaldas la moto alejarse en el silencio de la noche. Trató de decirse a sí misma que necesitaba descansar, que en verdad estaba cansada para paliar la decepción de no haber sido invitada a compartir la noche de diversión.