Prólogo

Después de que entre los tres hermanos Marta se decantara por Sergio, Hugo pensaba que tendría el corazón roto el resto de su vida. No fue así. Ayudó mucho que la nueva pareja no mostrara en público ningún signo de su nueva relación y se comportaran como siempre, como los amigos entrañables que habían sido desde la infancia, para no herir los sentimientos de los dos hermanos menos afortunados.

Aquella noche en que Marta y Sergio se quedaron en la playa, Hugo regresó con Javier y con Miriam a casa de sus abuelos y después de cenar su hermano se lo llevó de copas por el pueblo y le permitió emborracharse. Es más, le animó a ello consciente de que lo necesitaba. Se tomó varias copas, mientras Javier solo se permitió una, le dejó filosofar sobre la vida, sobre el amor y desvió la conversación de «la mujer» hacia las mujeres en general. Después lo llevó tambaleante hasta la casa de los abuelos y lo hizo entrar con sigilo. Ya Sergio estaba acostado pero despierto en la habitación que los tres hermanos compartían, y entre él y Javier lo desnudaron, lo metieron en la cama, y le aguantaron la frente cuando la borrachera desencadenó en vomitona a las cuatro de la madrugada. Después lo volvieron a acostar para que descansara. El malestar físico con que se levantó le ayudó a soportar el otro, el del primer desengaño amoroso que nunca suele ser el más profundo, pero sí el que más duele.

A sus diecisiete años apenas cumplidos, decidió que si no podía tener a Marta se dedicaría a explorar el otro sexo en su totalidad, o al menos en la medida que las féminas se lo permitieran. Isabel, su compañera de instituto, fue su primera relación que podía considerar seria y estuvieron juntos un par de meses. Con ella descubrió algo parecido al enamoramiento, y Marta empezó a difuminarse.

Después siguió una larga lista de amigas que se sucedían una detrás de otra, con una facilidad pasmosa. Ninguna le robó el corazón ni tampoco el sueño. Empezaba a salir con alguien, durante unas semanas se sentía enamorado como solo un adolescente puede estarlo, para acabar aburriéndose en poco tiempo y rompiendo la incipiente relación. Por lo general era él quien cortaba ante el estupor de su hermana que creía en el amor para siempre tal y como lo veía en sus padres.

Con el tiempo empezó a sentirse harto de llantos y reproches, de mujeres que esperaban amor eterno aunque él jamás lo hubiera prometido y evitó las relaciones de cualquier tipo. Cuando conocía a una chica que le atraía, se aseguraba de dejar muy claro que se trataba de un simple intercambio sexual entre adultos y si la mujer en cuestión no aceptaba o intuía que esperaba más, se daba media vuelta y buscaba en otro sitio.

Marta simplemente se diluyó en el recuerdo, y un par de años después le costaba trabajo recordar que alguna vez había sido su gran amor. Se convirtió para él en la novia de su hermano, en una amiga entrañable de su infancia y nada más.

Y él continuó con su vida sin mirar atrás.