Capítulo 31

Miércoles, 13 de julio

Gordon Square, Bloomsbury

Era otra tarde pegajosa, espesa y sofocante. La tormenta que llevaba toda la semana amenazando la ciudad todavía no se había materializado y, aunque en Inglaterra era algo habitual, la gente no dejaba de hablar sobre el tiempo. Cuando su taxi cabriolé entró en Gordon Square, Mary vio y sintió la espesa alfombra de paja cubriendo el empedrado, amortiguando el sonido de los cascos de los caballos. Era algo que solía hacerse para los inválidos, para ayudarles a descansar, y Mary deseó que no hubiera sido hecho para James. Después de todo, su enfermedad le había permitido escribirle una nota.

El ama de llaves abrió la puerta y contempló a Mary:

—Miss Quinn. Entre.

Fue guiada hasta el salón, donde un hombre corpulento y con una calva incipiente la recibió con educada tolerancia.

—Miss Quinn. Ha pasado algún tiempo desde que nos vimos por primera vez —su voz sugería, sin posibilidad de error, que le parecía una lástima que volvieran a encontrarse.

—Mr. Easton —respondió, cortésmente —¿Cómo está usted?

El otro Mr. Easton, el más joven, estaba dócilmente reclinado en un sofá, cubierto hasta el pecho con mantas.

—Gracias por venir —dijo—. Me levantaría, pero si lo hiciera, George me mataría.

Mary sonrió y murmuró algo educado. Según parecía, ese día debían respetar todas las formalidades. No la habían invitado a quitarse el sombrero y los guantes, lo que significaba que la visita sería corta: quince minutos como mucho. Era lo mejor. Una estancia larga y agradable solo serviría para aumentar el dolor de decir adiós.

—¿Té? —preguntó George.

—Gracias, no.

—Sí, sí que tomará —dijo James, con repentino vigor—. Y quítate el sombrero, Mary. Y George, vete, sé un buen carabina.

George pareció encresparse, igual que un gallo.

—Es por el propio bien de Miss Quinn, Jamie, y…

—Tonterías. Échame un vistazo: difícilmente podría hacerle ningún daño. ¡Y no me llames Jamie!

Después de balbucear alguna protesta, George se retiró, con la condición de que la puerta de la sala permaneciese abierta. Realizado lo cual, James le ofreció a Mary su sonrisa más encantadora.

—¿Vienes y te sientas junto a mí?

Ella sonrió abiertamente.

—Eres un niño horriblemente consentido.

—George es un tirano. El único modo de que aceptase que recibiese una visita era si me tumbaba en este sofá y él supervisaba nuestra conversación.

Mary dejó sus guantes sobre una mesa al lado del sofá.

—¿Qué es tan urgente que no pueda esperar hasta que estés recuperado?

—Quería verte.

Ella se ruborizó de placer. Y se tragó los remordimientos que la embargaban.

—Y quiero saber todas las noticias. George no me cuenta nada, por miedo a sobreexcitarme.

—Bueno… —había pasado un día y medio desde la noche en la torre de St. Stephen—. Big Ben sonó por primera vez el lunes. Suena bastante bien, aunque las campanas de los cuartos no están en funcionamiento todavía.

—Noticias de verdad, si no te importa. No soy tu vieja tía solterona.

Mary volvió a sonrojarse y dijo lo primero que le vino a la mente:

—Keenan ha sido acusado de asesinato. Aunque supongo que eso ya lo sabes, siendo testigo de la acusación.

James asintió.

—Encontraron a Reid en Saffron Walden, recién casado con Jane Wick. Había acordado con Keenan que si se marchaba de la ciudad con la familia Wick y guardaban silencio, Keenan les dejaría en paz. Supongo que ahora eso ya no es posible: el juez querrá que testifique.

James volvió a asentir.

—No debería pasarle nada. Las pruebas contra Keenan son muy claras.

—Reid está preocupado por su parte en los robos, obviamente, pero debería recibir algún tipo de clemencia. Le molestó mucho lo del chantaje a Harkness. Eso fue lo que causó la primera fricción entre los tres albañiles: Reid mantenía que no estaba bien y Keenan y Wick le presionaban para que guardara silencio.

—¿Pero no le parecía mal beneficiarse de materiales robados?

Mary arrugó la nariz.

—Hay una gran diferencia moral. Y, desde el punto de vista de Reid, los robos no hacían daño a nadie directamente. Representaban solo un porcentaje muy pequeño del presupuesto de la obra, y aun así parecían una pequeña fortuna en comparación con su sueldo. También intentó justificar el dinero empleándolo bien: mantuvo a un chico de los recados herido y a sus hermanas pequeñas, y también ayudó a la familia Wick.

«Teníamos razón acerca de las heridas que tenía el lunes, ¿sabes? Se había peleado con Wick por Jane. Ella acababa de decirle a Reid que estaba otra vez embarazada y él se puso furioso. Recriminó a Wick que la desgastase a base de tener hijos y le dijo que cualquier hombre decente la dejaría tranquila por una temporada.

James sonrió.

—Tú tenías razón y yo estaba equivocado. Pensé que era un rufián dado a emborracharse, ¿recuerdas?

Mary arqueó las cejas.

—¿Ahora admites tus imperfecciones? Realmente estás enfermo.

—Soy la más generosa de las personas.

—Bueno, ya que alardeas de generosidad, quiero pedirte algo en relación a Jenkins, el chico que llevó a la policía a la torre.

—¿Qué pasa con él?

—Es listo. Pobre. El mayor de varios hermanos, con los padres muertos. Supongo que no…

James hizo un gesto de asentimiento.

—Envíale a nuestras oficinas. Estoy seguro de que George le encontrará algo que hacer hasta que yo esté de vuelta, aunque solo sea sacarle punta a los lápices.

Mary sonrió.

—Cuéntalos primero. Está acostumbrado a meterse cosas en los bolsillos.

James soltó un bufido.

—Te juntas con compañías muy extrañas.

Hubo una pausa. Mary se entretuvo jugueteando con sus guantes. ¿Cómo sacar a colación la verdadera pregunta que quería hacerle…? Parecía algo brutal, sumergirse en asuntos que claramente eran muy sensibles. Pero necesitaba saberlo, aunque solamente fuese para entender cómo se sentía James.

—¿Qué ocurre?

No tenía sentido recurrir a indirectas. No con James.

—¿Cuáles son las consecuencias para Easton Engineering, ahora que sabes que la carta de Harkness era falsa?

—¿Te refieres a si tumbó nuestra reputación además de la suya? —Puso una mueca indescifrable—. Sería lo imaginable, pero por raro que pueda parecer, no. Todavía no sé cómo —hizo una breve pausa—. A veces pienso que Harkness me escogió porque soy joven y esperaba que iba a poder manejarme. O quizás pensó que no tenía experiencia y no podría diferenciar las buenas prácticas de las malas. O… Dios bendito, tal vez realmente quería que yo conociera al Primer Comisionado, incluso bajo semejantes circunstancias. Su última buena obra o algo parecido. Nunca lo sabré. Pero el resultado es que sí he conocido al Primer Comisionado. Si ello supondrá algún beneficio en el futuro es algo que aún no puede predecirse.

—Y… ¿Te sientes bien con respecto a eso?

—Por supuesto que no. He jugado a la política, me he ensuciado las manos y el resultado fue desastroso. Lamento prácticamente cada minuto que pasé en esa obra maldita —su tono era tan vehemente que Mary se echó impulsivamente hacia atrás. James la miró a los ojos y dibujó una media sonrisa en sus labios—. Excepto, por supuesto, los que estuve contigo —ella emitió un sonido de protesta y él se echó a reír—. Es cierto, es cierto. Suena trillado, suena terriblemente a frase hecha, lo sé. Pero lo digo de verdad. Encontrarme de nuevo contigo es lo único bueno de todo este asunto.

En el interior de Mary se produjo una lucha entre miedo y otra cosa, una especie de alegría salvaje. Estaban entrando en territorio peligroso. Si no hablaba pronto, ya nunca lo haría.

—Yo… Hay algo que necesito decirte.

La mirada de James pareció afilarse ante la repentina cautela que se apreciaba en su tono.

—¿De qué se trata?

Mary abrió dos veces la boca para hablar, incapaz de conseguirlo. La volvió a cerrar las dos veces.

Finalmente, dijo, simplemente:

—¿Quién crees que soy?

Hubo una pausa. Luego, lentamente:

—Cuando te conocí por primera vez, pensé que eras la amante de algún hombre rico. Después descubrí que trabajabas como asistente de alguna dama. Ahora me dices que eres una aspirante a periodista —su tono era precavido—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Hay nuevas profesiones que quieras contarme?

—No exactamente. Son más bien… antiguas omisiones.

La expresión de James era de quietud y espera.

—Adelante.

—Soy… soy una criminal. Una antigua ladrona.

Fuera lo que fuera lo que James había estado esperando, no era aquello. Sus ojos fueron velozmente a los de ella, enormemente abiertos por la sorpresa.

—¡¿Qué?!

—Cuando tenía doce años, fui juzgada y condenada por allanamiento de morada.

—Eso conlleva la pena de muerte.

—Sí. Escapé.

—Pero te seguirán buscando. Si te cogieran, te colgarían.

—Sí.

—Debes de estar viviendo con un nombre falso.

—Sí.

James la miró fijamente durante un largo minuto. En sus ojos se percibía una compleja mezcla de emociones.

Incredulidad.

Afecto, todavía.

Y, sí, repulsa.

Allí, por fin, estaba la respuesta que ella necesitaba para poder seguir su camino. Finalmente, con un tono rudo, James dijo:

—¿Por qué me estás diciendo todo esto?

—Quería que supieras la verdad.

El pequeño colgante de jade que descansaba sobre su clavícula era un constante recordatorio de su otra verdad. La que nunca podría contarle a nadie.

—Pero, ¿por qué?

—Porque… —Aquella era la parte más difícil, una de las cosas más difíciles que había dicho en muchos años—. Porque no quería que te encariñases conmigo, con alguien de quien sabes tan poco —hizo una pausa—. Vives según unos principios muy claros, sin ambigüedades. Condenaste a Harkness por haber robado, porque lo que debería haber hecho era haberle puesto freno a la avaricia de su familia. Te desprecias a ti mismo por haberte rebajado a jugar a la política con Harkness y el Comisionado. Lo que acabo de decirte debe cambiar tus sentimientos hacia mí.

Ahora James no podía mirarla a la cara.

Después de varios minutos, Mary preguntó:

—¿No es así?

No hubo respuesta. Ni tampoco una mirada.

Mary recogió sus guantes de la mesa y se puso en pie, produciendo un sonido de roce entre su falda y el sofá.

—He disfrutado con tu amistad. Gracias por eso.

Deseaba decir algo más, agradecerle algo más que su amistad. Pero no confiaba en que su voz se mantuviese firme.

Cuando James habló finalmente, ella ya estaba en la puerta de la sala.

—¿Por qué me lo dices ahora?

Mary le miró y vio sus ojos oscuros y heridos.

—¿Preferirías que no te lo dijera?

—Por supuesto que no —de pronto estaba enfadado—. Pero ahora tu vida está en mis manos. ¿No tienes miedo de que vaya a la policía?

—Mi vida estaba en tus manos el domingo por la noche. Nada ha cambiado desde entonces, James. Al menos no para mí.