Capítulo 28

Las calles alrededor de Westminster estaban oscuras y desiertas. En la zona había pocas cosas que atrajeran la atención en domingo y también muy pocos residentes. Y en aquella tranquilidad inusual y amplificada del lugar, la figura del hombre corpulento que se movía furtivamente por las sombras era fácil de distinguir. Mary se detuvo y se agazapó detrás de un buzón para observar sus movimientos. De todos modos, ya sabía adónde se dirigía.

El hombre le resultaba familiar. Aquella cabeza cuadrada sobre aquellos hombros fornidos y anchos era la de Keenan, estaba segura. Y no solo eso, también había descubierto la identidad del hombre que se había colado en el recinto de la obra el pasado lunes. El hombre que había registrado la oficina de Harkness, que le había intentado dar caza a ella y a punto había estado de cogerla. También ese hombre había sido Keenan. Y al darse cuenta de ello, también comprendió por qué el robo no había sido denunciado. Si Harkness estaba en contubernio con Keenan, el robo era parte de su acuerdo. Si Harkness estaba intentando solucionar el problema de los robos, probablemente se trataba de algún tipo de trampa preparada por él mismo. Fuera como fuese, no tenía sentido involucrar a la policía. Aún.

Mary siguió observando, esperando a que Keenan clavase en la tapia de madera su soporte para escalar. Esa noche, sin embargo, Keenan parecía dudar. Miró a su alrededor. Recorrió la longitud de la tapia con aire de desconfianza. Según se iba acercando a su escondite, Mary se preparó para echar a correr. Su única oportunidad de escapar era partir con cierta ventaja, pues además de lo grande que era, Keenan también era rápido. Pero no estaba mirando hacia la calle. Estaba concentrado en la valla o, más bien, en algo que estaba más allá de la valla. Dio la vuelta y regresó en dirección a la puerta de entrada y allí examinó el cerrojo. Entonces, tras echar una rápida mirada por encima de su hombro, simplemente levantó el pestillo y abrió la puerta.

Mary se sorprendió. No había usado ninguna llave, lo que significaba que la puerta no estaba cerrada. Pero eso parecía imposible. Solamente Harkness y, quizás, el Primer Comisionado, tendría una llave. A menos que…

El retumbar de las ruedas de un carruaje le hizo ponerse tensa otra vez. Sin embargo, en esta ocasión se relajó en cuanto reconoció al cochero. No podía decir que estuviera contenta precisamente de ver a Barker, pero verle a él era preferible antes que ver a cualquier otra persona. No podía decirse lo mismo de él: cuando Mary salió de detrás del buzón, Barker frunció el ceño con expresión de desagrado. El carruaje redujo la marcha hasta detenerse con desgana y el conductor saltó a la calle, saludándola en silencio. Colocó las escaleras, abrió la puerta y ofreció su mano con el gesto solícito de un enfermero hacia un niño.

—Cuidado con el escalón, señor.

—Lo dices como si nunca hubiera bajado de un coche antes.

—Lo digo porque se está comportando usted de forma claramente irracional, señor.

—No sé cuánto tiempo estaré aquí.

Finalmente, el que hablaba emergió del interior, apoyándose en el brazo de Barker. Sus ojos oscuros inspeccionaron la calle y se detuvieron sobresaltados, culpables casi, al descubrir a Mary, a menos de diez metros de él. Mary sintió una puñalada de alarma, de angustia, incluso, al ver el estado en que James se encontraba. No obstante, por la expresión de su cara supo que lo peor que podía hacer era mostrar su preocupación. Se acercó al bordillo de la acera y dijo, con tono de absoluta normalidad:

—Parece que no dejamos de encontrarnos en todas partes.

James soltó un breve suspiro de diversión y descendió del vehículo.

—¿Has seguido a Harkness?

—A Keenan.

—¿Le has visto entrar?

—Hace un momento. Pero a Harkness no. ¿Estás seguro de que está aquí?

—Me apostaría mi puesto como inspector de seguridad —sonrió con cierta tristeza y Mary comprendió que le estaba ofreciendo una tregua.

—Vamos, entonces. La puerta está abierta, como si solo estuvieran esperándonos a nosotros para comenzar.

—Lástima, tenía ganas de escalar la valla.

—Muy gracioso —dijo ella—. Si puedes andar a paso normal ya habrás hecho bastante.

—Oh, también tú, no. Ya me han advertido de la importancia de guardar cama, ¿sabes?

—Me alegro de oírlo.

Mientras seguía a James hacia la puerta, se giró para mirar a Barker, que parecía de mal humor. Siguiendo un impulso, le dijo:

—Cuidaré de él.

—Supongo que puedes intentarlo —fue la tétrica respuesta.

Desde la puerta, Mary y James vieron a Keenan emergiendo de la oficina. Su semblante ceñudo de siempre estaba ahora incluso más intensificado y parecía estar murmurando algo para sí mismo, amenazas y maldiciones, probablemente. Después de un momento, con un sonoro gruñido, volvió a meterse dentro. Permaneció en el interior quizás medio minuto y, cuando salió otra vez, su ánimo no había mejorado. Con un nuevo gruñido de exasperación, se encaminó hacia la entrada a la torre, dejando la puerta de la oficina ligeramente abierta, lo cual era una muestra de descuido para un ladrón. Cuando desapareció dentro de la torre, Mary miró a James, él asintió y ambos entraron en el recinto.

Mary se detuvo un momento para examinar el cerrojo. Estaba intacto, no lo habían destrozado, y cuando se lo indicó con un gesto a James, este asintió de nuevo.

—Harkness tiene la única llave —dijo con la voz crispada.

Sus botas resonaron sobre los guijarros del suelo al avanzar por el recinto. Aunque el edificio estaba casi completado, la obra estaba sumida en una atmósfera de desolación que la hacía parecer más una ruina abandonada que una triunfal construcción que habría de ser un punto de referencia arquitectónico. O tal fuese una vez más la imaginación de Mary, dejándose llevar.

James empujó la puerta de la oficina para abrirla de par en par. Sin embargo, algo la bloqueaba al otro lado, y el primer pensamiento de Mary fue que se trataba de Harkness. James tuvo la misma idea, a juzgar por la velocidad con que se abalanzó al interior.

—Papeles —dijo, girándose hacia Mary—. Son papeles.

La luz era muy escasa en la pequeña oficina, ahora que el sol descendía en el cielo.

Mary registró la estancia con la mirada, intentando emparejar el caos actual con su recuerdo más reciente de la disposición de sus contenidos. Las cosas habían sido movidas de lugar, pero…

—¿Ha sido saqueada?

James encogió los hombros.

—¿Quién sabe? Tiene el mismo aspecto que durante toda la semana.

—Aunque… —Los ojos de Mary se posaron en la mesa. El cajón superior estaba levemente abierto, una pulgada, y no podía recordar haberlo visto así antes. Con cuidado, lo sacó de su sitio. Era una bandeja de poca profundidad completamente vacía, salvo por un sobre, el mismo tipo de sobre que había caído del bolsillo de Reid. Pertenecía al material de oficina de Harkness. En él había un mensaje garabateado: Aquí está la paga de esta semana. Al lado del texto había un esbozo, unas pocas líneas, en realidad, torpemente trazadas, de la torre de St. Stephen. Una equis de color negro marcaba el campanario.

—¿Qué has encontrado?

—Ven y míralo.

James se colocó justo detrás del hombro de Mary y su respiración agitó su pelo.

—Maldición, maldición, maldición —dijo, con voz queda.

—Melodramático, ¿no te parece?

—Yo estaba pensando en las escaleras.

El sobre estaba vacío, pero Mary se lo metió de todos modos en el bolsillo.

—¿No deberías…? Podría ser mejor que tú…

—¿Me quedase aquí abajo? —Mientras hablaba ya había empezado a cruzar el recinto—. Ni pensarlo.

—¿Cómo de enfermo estás?

—Bastante. ¿Qué eres ahora mismo, una chica o un chico?

—Supongo que será mejor que sea Mark.

—Bien. Si me preguntas otra vez por mi salud, te arreo, Mark Quinn.

Con un resoplido de resignación, Mary abrió la pequeña puerta que daba a las escaleras interiores de la torre.

—Después de usted, Mr. Easton, señor.