Capítulo 3
Domingo, 3 de julio
Cuartel General de la Agencia
Cuando Mary volvió a entrar en el despacho a la tarde siguiente, de nuevo vestida como Mark, tuvo la definida sensación de estar interrumpiendo algo. No estaba claro el qué: Anne y Felicity estaban sentadas en sus sillas de costumbre y la saludaron con su habitual concisión. Sin embargo, había algo en la cuidada carencia de expresión de Anne, un brillo latente en los ojos de Felicity, que la hizo dudar. Un instante más tarde la sensación había desaparecido.
Anne le indicó que se sentara.
—¿Qué te hizo decidir aceptar la misión? —Su voz sonaba seca, casi neutra y, no obstante, estaba impregnada de preocupación.
Mary se sentó erguida.
—He pensado mucho en nuestra conversación —comenzó a decir con cautela—. No había sido capaz de identificar el miedo que sentía hasta que usted me sugirió la respuesta. No quería pensar en ello y, ciertamente, no quería creer su teoría, pero creo que usted tenía razón —miró a Anne a los ojos y le ofreció una pequeña sonrisa—: Debo aprender a superar mis miedos, en lugar de intentar ignorarlos.
Felicity le lanzó una rápida mirada a Anne y luego volvió a mirar a Mary.
—Entonces sigues estando asustada —dijo Anne.
—Sí. Pero ahora lo sé, y teniendo presente ese miedo, elijo aceptar la misión —tenía la esperanza de sonar más confiada de lo que realmente se sentía.
Se produjo un largo silencio. Anne y Felicity la miraron fijamente, como si estuvieran esperando que se viniera abajo de un momento a otro. Que cambiase de idea. Mary les sostuvo la mirada, esperando.
Finalmente, Felicity hizo un gesto de asentimiento.
—Muy bien, has hecho tu elección. Ahora…
—Hay solo una cosa más.
Anne levantó una ceja.
—¿Y qué es?
Mary tragó saliva.
—Necesitaré vivir en una casa de huéspedes, si realmente voy a hacerme pasar por Mark Quinn. Esta mañana he alquilado una habitación en una casa de Lambeth.
Las dos mujeres enmudecieron por el estupor. Después de varios segundos, Mary dijo:
—Empezaré por las razones prácticas: los obreros que conozca podrían preguntarme dónde vivo. Resultaría más bien extraño que Mark viviese en St. John’s Wood, y sería útil poseer una dirección conocida por la mayoría. Si alguien investigase la dirección, una casa de huéspedes no resultaría sospechosa. En cambio, sería muy extraño si un chico viviese en un internado de chicas.
—¿Y hay otras razones aparte de las prácticas? —Preguntó Anne.
Mary respiró profundamente.
—Resultará más sencillo si no voy alternando entre ser yo misma y ser Mark. Seré un chico más convincente, si no soy una chica también. Y… —Su voz se tambaleó un poco en ese punto, y esperó un poco antes de proseguir:— Cuando era más joven y me hacía pasar por un chico, nunca dejaba de representar el papel. Debería recrear esa situación.
Anne frunció el ceño.
—¿Por qué? ¿Por qué regresar deliberadamente a un pasado peligroso y aterrador?
Mary titubeó:
—No sé muy bien cómo explicarlo. Pienso… creo… que podría servirme para dejar de tenerle miedo.
Anne adoptó una pose pensativa.
—Son razones poderosas —murmuró—. ¿Alguna otra?
Y —pensó Mary— si no regreso a las comodidades de la Academia, me sentiré menos inclinada a abandonar o a rendirme.
—No —dijo.
Hubo una pausa durante la cual las dos mujeres se miraron entre sí. Después de un momento, Anne hizo un simple gesto de asentimiento.
—Organizaré nuestra red de información para que puedas comunicarte con nosotras de forma encubierta. Hay un pub cerca de Westminster donde, al darles una contraseña, puedes dejar un mensaje escrito, en código. Pero para recoger mensajes utilizaremos algún punto de Lambeth. Tenemos un contacto en una panadería del Cut que puede resultar útil… —miró a Mary— De todas maneras, si cambias de idea, en cualquier momento…
Mary ya se había puesto de pie.
—Gracias. No lo haré.
—Espera un momento —dijo Felicity—. La sesión de entrenamiento que te prometí: encuéntrate conmigo esta noche, antes de la cena y saldremos a dar un paseo. Quizás al pub.
Mary sabía que tenía que aparentar que estaba contenta, e incluso emocionada con tal propuesta, pero lo máximo que logró fue un ademán de asentimiento antes de girar el pomo. Cuando logró cerrar la puerta sus rodillas comenzaron a temblar. El pasillo estaba vacío y en silencio, así que se apoyó contra la pared un segundo, con los ojos cerrados. Estaba hecho. La misión era suya, y con sus propias condiciones. Pero en vez de satisfacción, lo que sentía era de nuevo ese salvaje estremecimiento de miedo. La misión era excitante, por supuesto, y peligrosa también. ¿Acaso había aceptado algo excesivo para ella?
—Por supuesto que no —las palabras provenían del interior del despacho, pero la hicieron sobresaltarse. Era la voz de Anne.
—¿Y apruebas ese plan? —ahora fue Felicity la que habló.
Percibió una pausa de duda, y luego una respuesta en voz baja que no pudo escuchar. Anne y Felicity debían estar hablando más alto de lo normal para que sus voces atravesasen la pesada puerta de roble. Mary permaneció totalmente inmóvil, sintiendo el impacto de lo que oía, a pesar de que no conseguía entender bien las palabras. Nunca antes les había escuchado discutir. En ocasiones podían no estar de acuerdo en algo, pero lo hacían de forma educada, como damas. Pero esta mordaz severidad era algo nuevo.
Mary entendió ahora lo que había interrumpido antes, y ese descubrimiento no fue bien recibido. Había entrado en el despacho a mitad de la discusión —¿sobre el caso, sobre la Agencia, sobre ella?—. No tenía ni idea, y no era propio de ella quedarse allí y tratar de escuchar. Incluso si pudiera entender lo que decían, no era capaz de escuchar a escondidas a sus superiores. Pero al obligar a sus pies a moverse, Mary sintió que el miedo comenzaba a desaparecer. Sin embargo, no fue un alivio.
Esta vez el miedo fue sustituido por el pavor.