CAPÍTULO IX
De la COMPOSICIÓN con la LÍNEA ONDULANTE
No es fácil encontrar una habitación en cualquier casa, en la que no haya líneas ondulantes utilizadas de un modo u otro. Qué poco elegante seria el aspecto de todos nuestros muebles sin ellas. Cuán planas y poco decorativas las molduras de las cornisas y chimeneas, sin la variedad que introduce la gola[1], la cual está enteramente compuesta por líneas ondulantes.
Aunque todas las líneas ondulantes son decorativas cuando se aplican adecuadamente, sin embargo, hablando rigurosamente, sólo hay una línea precisa a la que se pueda llamar la línea de la belleza. La cual, en la escala que puede verse en la fig. 49 (sup. cent., L. I), es la número 4. Las líneas 5, 6, 7, por sus curvaturas demasiado abultadas se vuelven groseras y toscas. Por el contrario, las n.º 3, 2 y 1, al ser tan rectas, son mediocres y pobres, como se apreciará en la siguiente figura (fig. 50, sup. dcha., L. I), donde se han empleado en las patas de unas sillas.
Una idea todavía más perfecta de los efectos de la línea ondulante precisa, y de aquellas otras líneas que se desvían de ella, podría concebirse mediante la fila de corsés de la figura 53 (inf. izda., L. I). Donde el número 4 está realizado con la línea ondulante precisa, y por consiguiente es el corsé mejor formado. Cada ballena de un buen corsé debe estar hecha para combarse de este modo, porque un corsé completo, cuando lo atamos bien apretado por detrás es realmente un armazón de elementos bien diversificados y su superficie es, sin duda, la de una forma bella. Así pues, si tuviéramos que dibujar una línea, o llevar el cordón desde la parte superior de la lazada hasta la parte trasera del corsé, rodeando el cuerpo y bajando hasta debajo del estómago, se convertiría en una línea serpentina tan perfecta y precisa como la que vimos alrededor del cono en la figura 26 de la lámina I.
Por tal razón todos los adornos, que contrastan transversalmente sobre el cuerpo de esta manera, como las cintas que lucen los Caballeros de la Orden de la Jarretera, son delicados y graciosos. Los números 5, 6, 7 y 3, 2, 1, se desvían o bien hacia la rigidez y la mediocridad, o bien hacia la falta de gracia y la deformidad.
Después de lo que ya hemos dicho, las razones por las que estos efectos desagradan serán evidentes hasta para los menos capacitados.
Vale la pena sin embargo señalar que el corsé número 2 podría sentarle mejor a un hombre bien formado que el número 4; y que este número 4 le sentaría mejor a una mujer bien formada que el número 2. Y la verdad es que, cuando los consideramos simplemente por sus formas, y comparamos ambos modelos, como podrían compararse dos jarrones, se observa que según nuestros principios es mucho más bello y elegante el número 4 que el 2. ¿No vemos que con ello se realza el mérito de estos principios, porque además demuestran hasta qué punto la forma del cuerpo femenino aventaja en belleza a la del hombre?
Muchos de los ejemplos propuestos podrían generalizarse a observaciones sobre cualquier otro objeto que pueda salimos al paso, ya sea animado o inanimado. Hasta el punto de que podemos explicar mediante sus líneas no sólo la fealdad del sapo, del cerdo, del oso o de la araña, porque carecen de esta línea ondulante, sino que también podríamos explicar los diferentes grados de belleza que les corresponde a aquellos objetos que la poseen.