CAPÍTULO IV
De la SENCILLEZ o DISTINCIÓN
La sencillez carente de variedad es completamente insípida y sólo en el mejor de los casos no desagrada; pero, cuando se le une la variedad, entonces nos place porque acentúa el placer de la variedad, otorgándole a la vista el poder de disfrutar con ella fácilmente.
No existe objeto compuesto sólo de líneas rectas, que posea tanta variedad con tan pocas partes como la pirámide. Su variación constante, a medida que la mirada asciende gradualmente desde su base y su falta de monotonía a medida que gira a su alrededor, es lo que la ha hecho ser apreciada en codas las épocas, por encima incluso del cono. El cual es muy homogéneo desde todos los puntos de vista y se diferencia tan sólo por los contrastes de luz y sombra.
Las torres, los monumentos y la mayoría de las composiciones en pintura y escultura, se mantienen dentro de la estructura del cono o de la pirámide, como los límites más idóneos debido a su sencillez y variedad. Por este motivo las estatuas ecuestres gustan más que las figuras solas.
Los autores (pues tres fueron los que participaron en la obra) del más bello grupo escultórico jamás creado por los antiguos o por los modernos (me refiero al Laocoonte y sus dos hijos) prefirieron incurrir en el absurdo de hacer a los hijos de la mitad del tamaño del padre, aunque presentan todas las características de haber sido concebidos como hombres adultos, antes que dejar de enmarcar su composición dentro de los límites de una pirámide (ver fig. 9, int. L. I)[1]. De tal modo que, si un carpintero juicioso fuera empleado para hacer una caja de madera para preservarla de las inclemencias del tiempo o para el transporte, encontraría rápidamente, a ojo, que la composición completa se adecúa perfectamente y cabría con facilidad en una forma piramidal.
Las torres han sido generalmente variaciones de un cono, a las que para reducir su exagerada sencillez, se les ha cambiado la base circular por polígonos de diversas caras, aunque siempre de números pares. Y ello supongo que debido a la uniformidad. En cualquier caso se puede afirmar que su forma ha sido elegida por el arquitecto pensando en el cono, pues es posible inscribirlas completamente en dicha figura. Aunque, a mi juicio, los números impares son preferibles a los pares, porque la variedad es más agradable que la uniformidad allí donde ambas responderían a los mismos fines. Como en este caso donde ambos polígonos pueden circunscribirse en el mismo círculo, o en otras palabras, ambas composiciones inscribirse en el mismo cono. No puedo dejar de señalar que también la naturaleza en todas sus creaciones caprichosas —si se me permite la expresión— emplea con mayor frecuencia los números impares, allí donde es indiferente la preferencia entre pares o impares, como por ejemplo en los bordes dentados de las hojas, en los pétalos de las flores, etc.
También la forma oval es preferible al círculo, por su variedad y sencillez, como el triángulo es preferible al cuadrado, o la pirámide al cubo. Por eso, esta figura que se reduce en un extremo, como la del huevo, fue la elegida por el autor de toda variedad para enmarcar las facciones de un bello rostro.
Cuando la forma oval tiende un poco más al cono que el huevo, se convierte en un compuesto de estas dos figuras. Esta es la forma de la piña (fig. 10, sup. ext., L. I), a la que la naturaleza ha distinguido particularmente otorgándole los adornos de un rico mosaico, compuesto de líneas serpentinas contrapuestas y cuyas pepitas (fig. 11, sup. ext., L. I) —como las llaman los jardineros— son también variadas debido a sus dos cavidades y a la redonda prominencia de cada una.
Si hubiera sido posible encontrar una forma simple más elegante que ésta, probablemente el juicioso arquitecto Sir Christopher Wren[2] no hubiese elegido las piñas para rematar los lados de la fachada de San Pablo. Y quizás el globo y la cruz, con los que remata la catedral —aún siendo una figura elegantemente variada— podrían no haber ocupado esta situación privilegiada de no haber sido necesario un motivo religioso para la ocasión.
Así vemos que la sencillez le da belleza incluso a la variedad. Como la una hace más comprensible a la otra debería siempre ser tenida en cuenta en las obras de arte, pues sirve para evitar confusión en las formas bellas tal como se demostrará en el capítulo siguiente.