CAPÍTULO III

De la UNIFORMIDAD, REGULARIDAD o SIMETRÍA

Podría pensarse que la mayor parte de los efectos de la belleza proceden de la simetría de las parres en el objeto bello. Pero estoy convencido de que fácilmente se verá que esta noción tan extendida carece de fundamento. Es cierto que la simetría puede tener propiedades de gran importancia, tales como la conveniencia, la adecuación y la utilidad, y no agradar sin embargo a la vista en lo que se refiere a la belleza.

Hay en nuestra naturaleza desde la infancia una especie de amor por la imitación, por el que la vista se entretiene y sorprende con el mimetismo, y se deleita con la exactitud de las correspondencias, pero esto siempre nos lleva a un deseo superior de variedad, y pronto la uniformidad se vuelve fastidiosa.

Si la uniformidad de las líneas, las figuras o sus partes fuese verdaderamente la causa principal de la belleza, entonces cuanto más uniformemente se mantuviesen las apariencias, tanto mayor placer obtendría la mirada. Pero esto dista tanto de ser así que, una vez que la mente ve satisfecha su exigencia de que las partes se correspondan mutuamente, con una uniformidad tal que mantengan la adecuación correspondiente a la posición, de modo que no se pierda el equilibrio, ya esté la figura de pie, o en movimiento, hundiéndose, nadando o volando, la vista se complace al verla girar y cambiar de posición, alterando sus apariencias uniformes. Así, el perfil de la mayoría de los objetos y de los rostros resulta mucho más agradable que su frente.

Por consiguiente, está claro que el placer no surge de ver la semejanza exacta que un lado mantiene con el otro, sino de saber que esta semejanza se produce por su adecuación al uso y al fin. Así, si se gira un poco hacia un lado la cabeza de una mujer bella, y se inclina ligeramente rompiendo la exacta similitud de las dos mitades de la cara, siempre se la considera más agradable, al diferenciarla un poco más de las líneas rectas y paralelas de un mero rostro formal. Y a esto se le llama comúnmente un aire gracioso.

Una constante regla de la composición en pintura es evitar la regularidad. Cuando observamos un edificio, o cualquier otro objeto de la vida, somos libres de contemplar el lado que más nos guste, cambiando de posición. Por esto es por lo que el pintor, cuando se deja guiar por su elección, escoge, como más agradable a la mirada, el ángulo antes que el frente, eliminando la regularidad de las líneas mediante la perspectiva, sin perder por ello la idea de adecuación. Y cuando necesariamente tiene que representar la fachada de un edificio, con todas sus regularidades y paralelismos, rompe —como suele decirse— tan desagradables apariencias, colocando un árbol delante o proyectando la sombra de una nube imaginaria, o algún otro objeto que pueda responder al propósito de añadir diversidad o, lo que es lo mismo, de disminuir la uniformidad.

plate 4

plate 5

plate 6

Si fuesen agradables los objetos uniformes, ¿por qué se pone entonces tanto cuidado en contrastar y diferenciar todos los miembros de una estatua? El retrato de Enrique VIII (fig. 72, int. dcha., L. II) sería entonces preferible a las figuras bellamente contrastadas de Guido[1] o de Correggio, y el sencillo contoneo del Antinoo tendría que rendirse ante la rígida y recta figura del maestro de danza (figs. 6 y 7, int., L. I) y los uniformes esquemas musculares de las figuras sacadas del libro de las proporciones de Alberto Durero (fig. 55, inf. dcha., L. I) serian de mejor gusto que aquellas del famoso resto de una antigua figura (fig. 54, inf., L. I) de la que Miguel Angel sacó buena parte de su habilidad para la gracia.

En resumen, todo lo que es adecuado y proporcionado a los objetivos fundamentales satisface el espíritu y le agrada por esta razón. La uniformidad es de esta clase. La encontramos en cierro grado necesaria para proporcionar la idea del movimiento y el reposo, sin que tengamos la sensación de que las figuras vayan a caerse. Pero cuando cualquiera de estos propósitos se puede satisfacer igualmente con elementos más irregulares, la vista se complace más en la contemplación de la variedad.

¡Qué agradable es la idea de firmeza que transmiten al ojo las tres elegantes patas de una mesa, los tres pies de una tetera o el célebre trípode de los antiguos! Fácilmente se ve pues que la regularidad, la uniformidad o la simetría nos agradan sólo en tanto que nos proporcionan la idea de adecuación.