CAPÍTULO XVI
De la ACTITUD
Las disposiciones del cuerpo y de los miembros que más graciosas aparecen en reposo dependen de delicados contrastes ondulantes, regidos en su mayor parte por la precisa línea serpentina que, en las actitudes de autoridad es más extensa y desplegada que de ordinario, pero inferior en gracia en aquellas posturas de negligencia y abandono; y tanto más exagerada en la actitud insolente y orgullosa, o en las distorsiones de dolor (véase la figura 9 de la lámina I), como seducida y contrastada con líneas rectas y paralelas, cuando se trata de expresar mediocridad, torpeza o sumisión.
La idea general de una acción o de una actitud puede sugerirse con un lápiz en muy pocas líneas. Fácilmente se advierte que la actitud de una persona en la cruz ha de estar caracterizada por las dos líneas rectas de la cruz. Del mismo modo, la manera de exponer la crucifixión de San Andrés se entiende por completo mediante una cruz en forma de aspa.
Y puesto que dos o tres líneas son en principio suficientes para mostrar la intención de una actitud, voy a aprovechar esta oportunidad para presentar al lector, que se haya tomado la molestia de seguirme hasta aquí, el esbozo de una contradanza, al modo en que comencé a trazar el dibujo, para demostrar con ello cómo son necesarias muy pocas líneas para expresar nuestras primeras ocurrencias relativas a las diferentes actitudes. Véase la figura 71 (L. II. sup.) que describe de alguna manera las distintas figuras y acciones, ridículas en su mayor parte, que están representadas en la parte central de la lámina II.
El tipo más afable y encantador puede deformar fácilmente su apariencia general disponiendo su cuerpo y extremidades en líneas sencillas. Tales líneas pueden aparecer todavía más desagradables en personas de una determinada condición. He escogido por ello aquellas figuras que creo que coinciden mejor con mi primera consideración de las líneas (fig. 71).
Los dos segmentos de curva que aparecen junto al número 71, me sirvieron para las figuras de la vieja y de su acompañante al fondo de la sala. La curva y las dos líneas rectas formando ángulo recto me sugirieron la postura un poco despatarrada del gordo. Después resolví mantener una figura en los límites de un círculo, lo que dio lugar a la parte superior de la mujer gorda, entre el gordo y el desgarbado personaje que lleva peluca de bolsa[1], para el que trace una especie de X. La primera dama y su acompañante en traje de montar, al picar, como ellos dicen, sus brazos hacia atrás, componen una figura semejante a una D, con una línea recta bajo ella que señala la escasa rigidez de sus enaguas. Una Z sirvió para señalar la posición angular que el cuerpo traza con las piernas y los muslos del amancrado caballero que lleva una peluca de coletas[2]. La parte superior de su rolliza compañera se delimitó mediante una O, que al transformarse en una P nos permitió trazar las líneas rectas bajo ella. La forma regular del diamante de las cartas fue ocupada por el traje volante de la pequeña figura saltarina que lleva una peluca de tipo Spencer. Mientras que una doble L señaló la posición paralela de los brazos y manos de su encapotada compañera. Por último, las dos líneas ondulantes fueran trazadas para los movimientos más delicados de las dos figuras del lado de acá.
Hasta la mejor representación del baile más elegante ha de resultar siempre algo ridícula y poco natural en un cuadro, al presentar cada figura más bien una acción en suspenso que una actitud. Pues si fuera posible en un baile real detener a todo el mundo en un instante determinado, ni uno de cada veinte aparecería agraciado, aunque todos ellos lo fuesen en sus movimientos, y tampoco nos sería posible comprender la propia figura que compone la danza.
La propia sala de baile ha sido a propósito decorada con cuadros y esculturas que nos puedan servir para una explicación posterior. Enrique VIII (fig. 72, L. II, int.) compone con sus brazos y sus piernas una X perfecta. La postura de Carlos I (fig. 51) está compuesta de líneas menos variadas, que las de la estatua de Eduardo VI (fig. 73), encima de la cual se encuentra una medalla compuesta con el mismo tipo de líneas. Mientras que la medalla que se encuentra encima de la reina Isabel, al igual que la figura de ésta, están compuestas al contrario, lo mismo que las dos figuras de madera que se encuentran al final de la sala. De modo semejante la cómica postura de asombro que puede verse en un grabado francés de Sancho, mientras Don Quijote derriba el teatro de marionetas (fig. 75, L. II, ext. dcha.) y que ha sido trazada siguiendo una curva simple, como la línea de puntos que se encuentra junto a ella, contrasta con el elegante giro de líneas serpentinas de la mujer samaritana (fig. 74, L. II, ext. izda.) sacada de uno de los mejores cuadros de Annibale Carracci.