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No es necesario esperar hasta después de la muerte para experimentar el cielo y el infierno, lo podemos hacer en esta vida, dentro de nosotros. Cuando cometemos acciones perjudiciales, experimentamos ese fuego del infierno que es el deseo y la aversión. Cuando realizamos acciones provechosas, experimentamos el cielo de la paz interior. Así pues, no sólo en beneficio de los demás, sino también en el propio —para no hacernos daño— tenemos que abstenernos de las palabras y dé los actos perjudiciales.
Pero hay otra razón para acometer la práctica de sila: si queremos examinarnos y penetrar en lo más profundo de nuestra realidad, es imprescindible que la mente esté bien calmada y tranquila. Es imposible ver el fondo de un estanque cuando el agua está revuelta. La introspección requiere que la mente esté en calma, libre de agitación; cuando cometemos una acción perjudicial, la mente se inunda de desasosiego; cuando nos abstenemos de cualquier acción perjudicial —corporal o verbal—, es el momento en el que la mente tiene la oportunidad de sosegarse lo suficiente para que pueda producirse le introspección.
Todavía hay una razón más por la que sila es esencial: aquel que practica el Dhamma trabaja para llegar a la meta final, la extinción de todo sufrimiento. Mientras realiza esta tarea no puede enredarse en acciones que refuercen el mismo hábito mental que está intentando erradicar. Cualquier acción que dañe a otro forzosamente está causada y va acompañada por el deseo, la aversión y la ignorancia. La comisión de tales acciones significa dar un paso adelante y dos atrás en el camino, frustrando cualquier progreso en dirección a la meta.
Sila, pues, es necesaria para el bien de la sociedad y para el bien de cada uno de sus miembros, no sólo por el bienestar mundano de una persona, sino también por su progreso en el camino del Dhamma.
El campo del adiestramiento en sila está compuesto por tres de los factores del Noble Sendero Óctuple: Recta Palabra, Recta Acción y Recto Sustentamiento.
Recta Palabra
La palabra debe ser pura y provechosa. La pureza se obtiene eliminando la impureza. Comprendamos, pues, lo que es palabra impura y que incluye: contar mentiras, esto es, decir algo más o algo menos que la verdad estricta; andar con cuentos que conviertan a los amigos en enemigos; murmurar y calumniar; decir palabras ásperas que molesten a los otros y que no tienen ningún efecto beneficioso; el chismorreo ocioso, el parloteo sin sentido que hace perder el tiempo propio y el ajeno. La abstención de toda esta palabra impura hace que sólo quede la Recta Palabra.
Pero no debemos tomarlo sólo como un concepto negativo. El Buda explicó que quien practica la Recta Palabra:
Dice la verdad y es resuelto en la veracidad, fidedigno, formal, franco con los demás. Reconcilia a los enemistados y estimula a los unidos. Se deleita con la armonía, procura la armonía, se regocija en la armonía y crea armonía con sus palabras. Su verbo es gentil, grato al oído, amable, afectuoso, cortés, afable y agradable a muchos. Habla en el momento oportuno, se ajusta a los hechos, se ajusta a lo que es beneficioso, se ajusta al Dhamma y al Código de Conducta. Sus palabras son dignas de ser recordadas, oportunas, bien razonadas, bien elegidas y constructivas