...ahora...
El gran debate entre cuerpo y mente continuó hasta la noche y sólo terminó cuando los contendientes cayeron dormidos simultáneamente.
—Los dos roncan ahora —comentó Saira—, como locomotoras.
Apareció por la mañana, vestida con el uniforme del colegio, para comerse las aloo-parathas de Mrinalini. Ahora se chupaba los labios y empezaba con su tercera paratha.
—Qué tragoncita eres, Saira —dijo Abhay, y le tiró de la trenza.
—Oh, déjala que coma —objetó Ashok, levantando la mirada del periódico.
Saira le hizo una mueca de burla a Abhay.
—Está bien, tío Ashok. No me importa. Pero quien no quiera comer los mitbai de Gulati y las parathas de tía-ji, bueno, es que no está bien de la cabeza —y miró de forma sombría a Abhay, mientras daba un gran bocado a la paratha.
—Bueno, supongo que es verdad, sabihonda —respondió Abhay, riendo.
Se oyeron grandes murmullos fuera, de gente que iba de un lado a otro: llegaron noticias de que la policía había decidido prohibir las reuniones diarias.
—¿Por qué? —quiso saber Saira.
—Porque no se ha pedido permiso —contestó Ashok.
—Vamos a ver qué pasa —dijo Saira, y salió con su uniforme y su corbata azul. Ashok y Mrinalini salieron juntos para ver al jefe de policía, que había sido alumno de ambos.
—¡Permiso! —protestó Abhay—. ¿Quién se han creído que son?
Le contesté:
—El ejercicio del poder resulta muy placentero. Incluso cuando se hace en pequeñas dosis.
Habíamos perfeccionado un sistema, mediante el cual yo escribía en pequeñas libretas y él miraba por encima de mi hombro. Ahora podíamos mantener una conversación casi a ritmo normal.
—Tú fuiste poderoso, ¿verdad? —me preguntó Abhay.
—Conocí un poco de eso —escribí, y de pronto sentí miedo de lo que tendría que escribir en los días siguientes—. Hay cosas que me gustaría dejar en el olvido, lejos de la memoria.
—Dejemos que la memoria venga cuando debe —dijo—. Pero por ahora, mientras voy recordando, hay placer.
Y pusimos en el vídeo Kagaz ke Phool, y luego Sholay, y hacia la mitad de la película apareció Saira en la puerta, quitándose la corbata y dando unos cuantos saltitos.
—Muy bien, mocosa —concedió Abhay—. ¿Cuál ha sido tu hazaña?
—Ah —comenzó ella—, a primera hora, dijimos a nuestros maestros de educación cívica que no íbamos a estudiar. Luego, los hijos del jefe de policía, de sexto y séptimo, devolvieron la comida a casa sin probar bocado. Y cuando se acabaron las clases y volvíamos a casa, no sé cómo se organizó espontáneamente una manifestación en el bazar y hasta las tiendas de mithai cerraron.
—¿De verdad? —comentó Abhay—. Y ahora ¿qué?
—Pues que ya tenemos el permiso de la policía, y hasta controlarán la muchedumbre y pondrán un quiosco de objetos perdidos —se rió, echando la cabeza atrás, con una risa profunda y contagiosa que le sacudió todo el cuerpo. Nos dirigió una sonrisa e hizo girar la corbata sobre su cabeza, como si fuera un látigo—, ¿No es maravillosa la democracia?