...ahora...

Ahora se desarrollaba una furiosa discusión en el maidan, surgida de alguna manera a mitad de la narración. Los antagonistas eran el director jubilado del departamento de Sánscrito de la Universidad de Janakpur y un biólogo llegado de Calcuta, y lo que debatían era, por supuesto, la conciencia y el cuerpo y la naturaleza de la mente. La emoción era elevada, al igual que las voces, y Ganesha y Hanuman hacían apuestas.

—Ganancia fácil, mono —comentó Ganesha—. La educación del viejo profesor es mucho más profunda.

—Ah, sí —dijo Hanuman—, pero la cultura del bengalí es mucho más extensa. Tiene un máster en literatura colonial.

—Cierto, cierto, pero eso se queda sólo en la superficie, en todo caso.

—Espera y verás —respondió Hanuman—. Espera y verás.

Hubo un ruido en la puerta y entró un hombre en la habitación, llevando una caja. Era un hombre corpulento y gordo, de cara redonda y un cabello fino, oleoso, peinado hacia atrás, y la caja que sostenía delante de él estaba envuelta en papel iridiscente, azul, verde y dorado.

—Tío Gulati —dijo Saira, y se puso en pie de un salto.

Él abrió la caja y se la enseñó. Dentro había filas apretadas de dulces, gulab jamun, jalebis y barfi. Sobre la cabeza inclinada de ella me saludó.

—Soy Gulati —dijo—. Propietario de la tienda Gulati Sweet Emporium. Son dulces para el narrador. Por favor, pruébelos.

—Sabes —dijo Saira mientras mordía un gulab jamun—, no deberías entrar aquí.

—Ya me voy —replicó—. Sólo he venido para traer esta muestra de mi aprecio. Que os aproveche —y maniobró con su corpachón sorteando sillas y se dirigió a la puerta.

—¿Cómo llegó hasta aquí, a pesar de tus medidas de seguridad? —preguntó con el ceño fruncido Abhay a Saira.

—Probablemente sobornó a todos con sus dulces —contestó ella—. ¿Quién puede resistirse?

—Ahora irá diciendo a todo el mundo que es el proveedor oficial de dulces del mono milagroso —dijo Abhay—. Gordo gr asiento.

—Tú, Abhay bhaiya —observó Saira, mientras el zumo de gulab jamun le corría por la barbilla—, tienes la fea costumbre de no creer a nadie ni en nada.

—Saira, no seas grosera con los mayores —le dijo su madre, masticando un jalebi.

—Es que es verdad —protestó Saira—. Es una mala costumbre.

Mientras tanto, yo probaba un poco de barfi, y comprobé que era auténtico barfi, con su suave esencia de almendra, satisfactorio para el intelecto y el corazón. Empujé la caja hacia Abhay. El hizo un gesto negativo con la cabeza.

Ashok y Mrinalini estaban en su sitio, junto a la máquina de escribir.

—Estamos listos —dijo Mrinalini, limpiándose los dedos.

—Decid a los de fuera que guarden silencio —avisó Yama—. En las mentes y en los cuerpos. De lo contrario tendrán que vérselas conmigo.