1
—¿Más caviar? —Daniel Cliff señaló el plato de servir y la tapa se irisó, pasando de opaca a transparente—. Está fresco, se lo prometo. Se lo han traído a mi chef en avión desde Irán esta mañana.
—No, gracias. —Julie Dehghani se llevó la servilleta a los labios y la dejó en su plato con un gesto que zanjaba la cuestión. El comedor daba al Golden Gate y la mayoría de la gente a la que Daniel invitaba se contentaba con pasar una hora o dos disfrutando simplemente de la vista, pero podía ver que ella se estaba cansando de su charloteo.
—Me gustaría enseñarle algo —dijo Daniel. La llevó hasta la sala de conferencias contigua. Sobre la mesa había un teclado inalámbrico; la pantalla gigante mostraba una interfaz de línea de comandos de Linux—. Siéntese —le sugirió.
Julie se sentó.
—Si se trata de una especie de prueba, debería haberme avisado —dijo ella.
—En absoluto —contestó Daniel—. No se las voy a hacer pasar canutas. Solo quiero que me diga qué le parece el rendimiento de esta máquina.
Ella frunció ligeramente el ceño, pero estaba dispuesta a seguirle el juego. Ejecutó algunos bancos de pruebas estándar. Daniel vio cómo entornaba los ojos delante de la pantalla, cómo prácticamente alargaba una mano hacia el sitio donde habría estado un monitor de mesa, como para poder comprobar de nuevo el número de dígitos de las FLOPS contándolos con el dedo. Había muchos más de los que esperaba, pero no estaba viendo doble.
—Es increíble —dijo—. ¿Puede ser que todo el edificio esté lleno de procesadores en red, y que solo el ático esté disponible para las personas?
—Dígamelo usted. ¿Es un clúster? —dijo Daniel.
—Hum. —Y eso que no se las iba a hacer pasar canutas, pero en realidad tampoco era para tanto. Ejecutó diferentes bancos de pruebas, basados en algoritmos que se podía demostrar que era imposible paralelizar; por muy inteligente que fuera el compilador, los pasos que requerían estos programas tenían que realizarse de forma secuencial por necesidad.
El número de FLOPS no se movió.
—Muy bien, hay un único procesador —dijo Julie—. Ha conseguido captar mi atención. ¿Dónde está?
—Dele la vuelta al teclado.
Metido en un puerto, había un módulo de color gris marengo de cinco centímetros cuadrados y cinco milímetros de grosor. Julie lo estudió, pero no llevaba el logotipo del fabricante ni ninguna otra marca identificativa.
—¿Esto conecta con el procesador? —preguntó.
—No. Eso es el procesador.
—Está de broma. —Lo extrajo del puerto y la imagen se fue de la pantalla. Lo levantó y le dio la vuelta, aunque Daniel no estaba seguro de qué era lo que buscaba. Algún punto en el que meter un destornillador y desmontarlo, lo más seguro.
—Quien rompe paga, así que espero que le sobren unos cuantos cientos —dijo él.
—¿Unos cuantos cientos de miles? Ni por asomo.
—Unos cuantos cientos de millones.
Julie se sonrojó.
—Claro. Si fueran unos cuantos cientos de miles, todo el mundo tendría uno. —Lo dejó sobre la mesa y, por si acaso, lo empujó un poquito alejándolo del borde—. Como he dicho, ha conseguido captar mi atención.
Daniel sonrió.
—Le pido disculpas por el numerito.
—No, esto merecía el preámbulo. ¿Qué es exactamente?
—Un cristal fotónico tridimensional. Sin componentes electrónicos que lo ralenticen; totalmente óptico. La arquitectura se nanofabricó con un método sobre el que preferiría no darle mucho detalles.
—Me parece bien. —Se quedó pensando un momento—. Entiendo que no espera que compre uno. Mi presupuesto de investigación para los próximos mil años apenas lo cubriría.
—En el puesto que tiene ahora. Pero la universidad y usted no son inseparables.
—Entonces ¿esto es una entrevista de trabajo?
Daniel asintió.
Julie no pudo contenerse; cogió el cristal y lo volvió a estudiar, como si pensara que aún podía haber algún detalle discernible a simple vista.
—¿Puede darme una descripción del trabajo?
—Comadrona.
—¿De qué? —dijo riéndose.
—De la historia —dijo Daniel.
La sonrisa de Julie se desvaneció lentamente.
—Creo que es usted la mejor investigadora en el campo de la IA de su generación —dijo él—. Quiero que trabaje para mí. —Alargó la mano y le quitó el cristal—. Con esto como plataforma, imagine lo que podría hacer.
—¿Y qué querría que hiciera exactamente? —dijo Julie.
—Durante los últimos quince años —dijo Daniel—, ha declarado que el objetivo final de su investigación es crear una inteligencia artificial consciente de nivel humano.
—Así es.
—Entonces queremos lo mismo. Lo que yo quiero es que usted lo consiga.
Ella se pasó una mano por la cara; con independencia de lo que pensara, no podía negar que estaba tentada.
—Me complace que confíe tanto en mis posibilidades —dijo—. Pero tenemos que dejar claras algunas cosas. Este prototipo es asombroso y si en algún momento consigue bajar los costes de producción estoy segura de que tendrá algunas aplicaciones increíbles. Se comerá la predicción climática, la QCD en la malla, los modelos astrofísicos, la proteómica…
—Por supuesto. —En realidad Daniel no tenía intención de comercializar el dispositivo. Con sus propios fondos, le había comprado su parte del negocio al inventor del proceso de fabricación; no había ni accionistas ni directivos que le dictaran lo que tenía que hacer con la tecnología.
—Pero la IA —dijo Julie— es distinta. Estamos en un laberinto, no en una autopista; la velocidad por sí misma no puede llevarnos a ninguna parte. Por muchos exaFLOPS que tenga para probar, no van a reaccionar y alcanzar la conciencia de forma espontánea. No me retienen los ordenadores de la universidad; puedo acceder a la red del SHARCNET siempre que lo necesite. Lo que me retiene es mi propia falta de perspicacia para abordar los problemas a los que me enfrento.
—Un laberinto no es un callejón sin salida —dijo Daniel—. A los doce años escribí un programa para resolver laberintos.
—Y estoy segura de que funcionaba bien —le contestó Julie—, cuando se trataba de laberintos pequeños de dos dimensiones. Pero usted sabe cómo escalan esa clase de algoritmos. Ponga su viejo programa en este cristal, y aun así en una mañana podría diseñar un laberinto que le haría morder el polvo.
—Por supuesto —admitió Daniel—. Por eso precisamente estoy interesado en contratarla. Usted sabe muchísimo más que yo sobre el laberinto de la IA; cualquier estrategia que usted desarrollase sería infinitamente mejor que una búsqueda ciega.
—No estoy diciendo que me limite a dar palos de ciego —dijo ella—. Si fuera tan desalentador, estaría trabajando en un problema completamente distinto. Pero no veo qué cambiaría este procesador.
—¿Qué creó el único ejemplo de conciencia que conocemos? —preguntó Daniel.
—La evolución.
—Exactamente. Pero yo no quiero esperar tres mil millones de años, así que tengo que hacer que el proceso de selección sea mucho más refinado y que las fuentes de variación sean más concretas.
Julie asimiló todo esto.
—¿Quiere intentar hacer evolucionar una auténtica IA? ¿Una IA consciente de nivel humano?
—Sí. —Daniel vio cómo se le tensaba la boca, vio cómo se esforzaba por medir las palabras antes de hablar.
—Con el debido respeto —dijo—, no creo que lo haya pensado bien.
—Al contrario —le aseguró Daniel—. Llevo planeándolo veinte años.
—La evolución —dijo ella— gira en torno al error y la muerte. ¿Tiene idea de cuántas criaturas conscientes vivieron y murieron hasta llegar al Homo sapiens? ¿De cuánto sufrimiento acarreó?
—Parte de su trabajo sería minimizar el sufrimiento.
—¿Minimizarlo? —Parecía realmente indignada, como si esta proposición fuera aún peor que asumir alegremente que el proceso no plantearía ningún problema ético—. ¿Acaso tenemos derecho a infligirlo?
—Usted da gracias por existir, ¿no? A pesar de las tribulaciones de sus antepasados —dijo Daniel.
—Doy gracias por existir —le concedió ella—, pero en el caso humano el sufrimiento no lo causó nadie de forma deliberada, ni tampoco había ninguna alternativa, no podríamos haber surgido de ningún otro modo. Si realmente hubiera habido un creador justo, no me cabe duda de que habría seguido el Génesis al pie de la letra; tengo la absoluta certeza de que no habría usado la evolución.
—Justo y omnipotente —sugirió Daniel—. Por desgracia, la segunda cualidad es aún menos frecuente que la primera.
—No creo que la omnipotencia vaya a hacer falta para crear algo a nuestra propia imagen —dijo ella—. Solo un poco más de paciencia y autoconocimiento.
—Esto no será como la selección natural —insistió Daniel—. No será tan ciego, ni tan cruel, ni tan pródigo. Podrá intervenir tanto como usted desee, para tomar las medidas paliativas que considere oportunas.
—¿Medidas paliativas? —Se cruzaron las miradas y él vio cómo su expresión pasaba de la incredulidad a algo más oscuro. Ella se levantó y le echó un vistazo a su teléfono de pulsera—. Aquí no tengo cobertura. ¿Le importaría pedirme un taxi?
—Por favor, déjeme terminar —dijo Daniel—. Deme diez minutos más y el helicóptero la llevará al aeropuerto.
—Preferiría volver a casa por mi cuenta. —La mirada que le lanzó a Daniel dejó claro que no era negociable.
Él le pidió un taxi y se dirigieron hacia el ascensor.
—Sé que le parece moralmente cuestionable —dijo—, y lo respeto. Jamás se me ocurriría contratar a alguien que pensara que estas cuestiones son triviales. Pero si no lo hago yo, lo hará otro. Alguien con intenciones mucho peores que las mías.
—¿De verdad? —Ahora su tono era abiertamente sarcástico—. ¿Y cómo, exactamente, la mera existencia de su proyecto va a impedir que este hipotético bin Laden de la IA lleve adelante el suyo?
Daniel estaba decepcionado; esperaba que al menos comprendiera lo que estaba en juego.
—En esta carrera se decide entre la divinidad y la esclavitud —dijo—. Quien lo consiga primero será imparable. No voy a ser el esclavo de nadie.
Julie entró en el ascensor; él la siguió.
—¿Sabe cuál dicen que es la versión moderna de la apuesta de Pascal? Hacerle la pelota a tantos transhumanistas como sea posible, no vaya a ser que alguno se convierta en Dios. Quizá su lema debería ser «Sea amable con todos los bots parlanchines, por si acaso alguno resulta que es el tío de la deidad».
—Seremos tan amables como sea posible —dijo Daniel—. Y no olvide que podemos determinar la naturaleza de estos seres. Se alegrarán de estar vivos y le estarán agradecidos a su creador. Podemos elegir esas características.
—Entonces ¿espera conseguir übermenschen que muevan la colita cuando les rasque detrás de las orejas? —dijo Julie—. Tal vez descubra que no siempre se puede tener todo.
El ascensor llegó al vestíbulo.
—Piénselo, no tome una decisión precipitada —dijo Daniel—. Puede llamarme a cualquier hora. —Esa noche no había ningún vuelo a Toronto; tendría que quedarse en un hotel, gastándose un dinero que no podía permitirse, pensando en la clase de sueldo que podría pedirle después de haberse hecho la dura. Si se replanteara mentalmente toda esta terquedad moral como una estrategia de negociación deliberada, podría tragarse su orgullo sin ningún problema.
Julie le ofreció la mano y él se la estrechó.
—Gracias por la cena —dijo.
El taxi estaba esperando. Él la acompañó por el vestíbulo.
—Si quiere ver una IA en el curso de su vida —le dijo—, esta es la única manera de que pase.
Ella se volvió hacia él.
—Puede que sea cierto. Ya veremos. Pero más vale dedicarle mil años y hacerlo bien, que una década y lograrlo con sus métodos.
Mientras veía cómo el taxi se perdía en la niebla, Daniel se obligó a aceptar la realidad: ella nunca iba a cambiar de opinión. Julie Dehghani había sido su primera opción, su colaboradora ideal. No podía fingir que no era un contratiempo.
De todas formas, nadie era irreemplazable. Por mucho que le hubiera encantado haberla convencido, tenía muchos más nombres en su lista.
2
Daniel notó un hormigueo en la muñeca cuando llegó el mensaje. Bajó la mirada y vio la palabra ¡AVANCE! flotando sobre la esfera de su reloj.
La reunión del consejo de administración casi había terminado; mantuvo la disciplina y permaneció concentrado otros diez minutos. Con WiddulHands.com había hecho sus primeros mil millones, y seguía siendo la red social preeminente para el grupo de edad de cero a tres años. Habían pasado quince años desde que fundó la compañía y desde entonces se había diversificado en muchas direcciones, pero no tenía intención de ceder el control.
Cuando terminó la reunión, dejó en blanco la pantalla gigante y estuvo medio minuto yendo de un lado para otro en la sala de conferencias vacía, moviendo el cuello y estirando los hombros. Entonces dijo:
—Lucien.
Lucien Crace apareció en la pantalla.
—¿Un avance importante? —preguntó Daniel.
—Desde luego. —Por educación, Lucien trataba de mantener el contacto visual con Daniel, pero había algo que le hacía desviar la mirada constantemente. Sin esperar una explicación, Daniel señaló la pantalla y esta le mostró exactamente lo que Lucien estaba viendo.
Un paisaje árido y rocoso se extendía hasta el horizonte. Esparcidas por las rocas había docenas de criaturas parecidas a cangrejos; algunas eran de un azul intenso, otras de un rosado como de coral, aunque estos no eran colores que los habitantes del lugar fueran a ver, eran solo marcadores de especie añadidos a la vista para facilitar su interpretación. Mientras Daniel observaba, gruesas gotas de lluvia corrosiva cayeron mansamente desde una nube pasajera. Tenía que ser el entorno más desapacible de todo Zafiro.
Lucien seguía visible en un pequeño recuadro de la pantalla.
—¿Ve los azules junto al lago volcánico? —dijo. Trazó un círculo en la imagen para orientar a Daniel.
—Sí. —Había cinco azules rodeando a un rosa solitario; con un gesto Daniel amplió la vista y los enfocó. Los azules habían abierto en canal el cuerpo de su prisionero, pero no estaba muerto; Daniel estaba seguro porque no hacía mucho los rosas habían adquirido una cualidad que hacía que sus cuerpos se hicieran papilla en el momento en que expiraban.
—Han encontrado una forma de estudiarlo —dijo Lucien—. De mantenerlo vivo y estudiarlo.
Ya desde el principio del proyecto, Daniel y él habían decidido concederles a los Fitos la posibilidad de observar y manipular sus propios cuerpos tanto como fuera posible. En el mundo del ADN, solo se pudo acceder al funcionamiento interno de la anatomía y de la herencia una vez que se inventó una tecnología muy sofisticada. En Zafiro, los obstáculos se habían diseñado para que fueran mucho menores. Aquí las unidades básicas de la biología eran «cuentas», pequeñas esferas que poseían un puñado de propiedades sencillas pero ninguna bioquímica interna compleja. Las cuentas eran más grandes que las células del mundo del ADN y la óptica sin difracción de Zafiro hacía que fueran visibles a simple vista si uno contaba con la visión adecuada. Los animales obtenían cuentas a partir de su dieta, mientras que en las plantas se reproducían en presencia de luz solar, pero, a diferencia de las células, ellas mismas no mutaban. Las cuentas en el cuerpo de un Fito podían reorganizarse con relativa facilidad, lo que posibilitaba una especie de automodificación con la que ningún cirujano o protésico humano podía competir, y de hecho esta habilidad era esencial al menos en una fase de la vida de todo Fito: la reproducción suponía que dos Fitos juntaran las cuentas que tenían de más y luego colaboraran para «esculpirlas» dando lugar a una cría, en parte copiando directamente los planos actuales de sus respectivos cuerpos.
Obviamente estos cangrejos no sabían nada de los principios abstractos de la ingeniería y del diseño, pero los beneficios del ensayo y error, de la autoexperimentación y del plagio entre especies les habían conducido a una guerra por la innovación cada vez más intensa. Los rosas habían sido los primeros en impedir que sus cadáveres fueran despojados de sus secretos, al dar con una manera de hacer que literalmente se deshicieran in extremis; ahora parecía que los azules habían encontrado el modo de evitarlo y se estaban entregando a la vivisección entendida como espionaje industrial.
A Daniel le asaltó un profundo sentimiento de lástima por el rosa en apuros, pero no le hizo caso. No era solo que dudara de que los Fitos fueran más conscientes que los cangrejos normales, es que era evidente que tenían una relación con la integridad del cuerpo radicalmente distinta. El rosa se resistía porque sus diseccionadores eran de una especie distinta; si hubieran sido sus primos puede que no hubiera opuesto ninguna resistencia. Cuando pasaba algo a pesar de tus deseos, era desagradable por definición, pero sería absurdo imaginar que el rosa sufría la clase de agonía que padecería un antílope que estuviera siendo despellejado por unos chacales, y mucho menos que experimentaba los terrores existenciales de un ser humano que hubiera sido capturado y mutilado por una tribu hostil.
—Esto va a darles una ventaja tremenda —dijo Lucien con entusiasmo.
—¿A los azules?
Lucien negó con la cabeza.
—No a los azules sobre los rosas; a los Fitos sobre la vida tradicional. Las bacterias pueden intercambiar genes, pero este tipo de mimética activa no tiene precedente sin un soporte cultural. Puede que Da Vinci observara a los pájaros en vuelo y esbozara sus planeadores, pero nunca un lémur diseccionó el cuerpo de un águila para luego robarle sus trucos. Van a tener habilidades innatas tan potentes como ramas enteras de la tecnología humana. Todo esto antes incluso de tener lenguaje.
—Hum. —Daniel también quería ser optimista, pero empezaba a desconfiar de las exageraciones de Lucien. Este tenía un doctorado en programación genética, pero se había hecho un nombre con FoodExcuses.com, un servicio web que buscaba en la literatura médica e improvisaba justificaciones cuasi científicas para que te entregaras a tus vicios culinarios favoritos. Poseía la clase de palabrería tecnológica que podía desangrar fácilmente a los capitalistas de riesgo, y aunque Daniel admiraba ese talento en el lugar oportuno, ahora que Lucien estaba en su nómina esperaba que la proporción entre perspicacia y majadería fuera más alta.
Los azules se alejaban de su prisionero. Mientras Daniel observaba, el rosa selló sus heridas y se escabulló hacia un grupo de su propia especie. Los azules acababan de ver detalladamente la anatomía del sistema respiratorio que les había estado dando a los rosas una ventaja en el aire enrarecido de este altiplano. Unos cuantos azules lo probarían y si les funcionaba, toda la tribu lo copiaría.
—Bueno, ¿qué le parece? —preguntó Lucien.
—Selecciónalos —dijo Daniel.
—¿Solo a los azules?
—No, a los dos. —Con el tiempo, los azules solos podrían haber llegado a divergir en subespecies rivales, pero hacer que les acompañaran sus viejos oponentes les ayudaría a mantenerse alerta.
—Hecho —contestó Lucien. En un instante se borraron diez millones de Fitos, y los pocos miles de azules y rosas de esta región yerma heredaron el planeta. Daniel no sintió ningún remordimiento; las extinciones que decretaba eran sin duda las más inocuas de la historia.
Ahora que el mundo ya no precisaba la vigilancia humana, Lucien liberó el cristal y dejó que la simulación avanzara a toda prisa; las herramientas automatizadas les avisarían cuando se produjera el próximo acontecimiento interesante. Daniel vio cómo iba aumentando la población a medida que la especie que había elegido se extendía y recolonizaba Zafiro.
¿Estarían furiosos con él los descendientes lejanos de estas criaturas, por este acto de «genocidio» que les había permitido florecer y prosperar? Parecía poco probable. En cualquier caso, ¿qué otra cosa podía hacer? No podía ponerse a fabricar nuevos cristales cada vez que surgía una rama inútil en el árbol evolutivo. A quinientos millones de dólares cada uno, nadie era lo bastante rico como para permitirse el lujo de mantener un número exponencial de refugios de animales virtuales.
Era un creador justo, pero no era omnipotente. Su meticulosa poda era la única manera.
3
En los meses que siguieron se avanzó a trompicones. En varias ocasiones, Daniel tuvo que rebobinar la historia, revocar sus decisiones y probar una nueva ruta. Mantener con vida todas las variantes de Fitos no era práctico, aunque sí guardaba la suficiente información para resucitar especies desaparecidas cuando le conviniera.
El laberinto de la IA seguía siendo un laberinto, pero la velocidad del cristal les fue muy útil. Apenas dieciocho meses después de lanzar el Proyecto Zafiro, los Fitos mostraban una teoría de la mente básica: sus actos demostraban que podían deducir lo que otros sabían acerca del mundo, y percibirlo como algo distinto a lo que ellos mismos sabían. Otros investigadores en el campo de la IA habían introducido a mano algo parecido en sus programas; Daniel estaba convencido de que su versión estaba mucho mejor integrada y era mucho más sólida. El software creado por humanos era frágil e inflexible; sus Fitos se habían forjado en la vorágine del cambio.
Daniel vigilaba de cerca a sus rivales, pero nada de lo que veía le daba motivos para dudar de su enfoque. Sunil Gupta estaba amasando una fortuna gracias a un motor de búsqueda que podía «comprender» cualquier tipo de texto, audio y vídeo, valiéndose de técnicas de lógica difusa de hacía por lo menos cuarenta años. Daniel respetaba la visión comercial de Gupta, pero en el caso poco probable de que su software llegara alguna vez a ser consciente, la simple crueldad de haberlo obligado a tragarse el interminable flujo y reflujo de blogorrea seguro que hacía que se volviera en contra de su creador y llevara a cabo una venganza que haría que Terminator pareciera una merienda en el campo. Angela Lindstrom estaba teniendo cierto éxito con su cursi AfterLife, en el que clientes moribundos concedían entrevistas íntimas a un software que luego construía avatares capaces de conversar con los familiares del difunto. Y Julie Dehghani seguía malgastando su talento, desarrollando software para robots que jugaban con bloques de colores junto a niños humanos, y aprendían idiomas con voluntarios adultos imitando las interacciones del lenguaje infantil. Su profecía de que se tardarían mil años en «hacerlo bien» parecía que iba por buen camino.
Cuando el segundo año del proyecto tocaba a su fin, Lucien se ponía en contacto con Daniel una o dos veces al mes para anunciarle un nuevo avance. Creando entornos que imponían las presiones de selección apropiadas, Lucien había generado una sucesión de nuevas especies que usaban herramientas sencillas, construían refugios rudimentarios e incluso domesticaban plantas. Más o menos seguían teniendo forma de cangrejos, pero como mínimo eran tan inteligentes como los chimpancés.
Los Fitos trabajaban juntos gracias a la observación y la imitación, guiándose y reprendiéndose mutuamente con un repertorio limitado de gestos y gritos, pero de momento no tenían nada que realmente pudiera llamarse lenguaje. Daniel se impacientaba; para que sus criaturas fueran más allá de un puñado de habilidades especializadas, tenían que ser capaces de establecer correspondencias entre cualquier objeto, cualquier acción, cualquier posibilidad que pudieran encontrarse en el mundo, y su habla y sus pensamientos.
Daniel convocó a Lucien y los dos trataron de encontrar una manera de avanzar. Ajustar la anatomía de los Fitos para otorgarles la capacidad de generar vocalizaciones más sutiles era fácil, pero en sí mismo no era más útil que pasarle una batuta a un chimpancé. Tenían que dar con la forma de hacer que las capacidades de planificación y comunicación sofisticadas fueran una cuestión de supervivencia.
Al final, Lucien y él se decidieron por una serie de modificaciones en los entornos que ofrecían a las criaturas la oportunidad de ponerse a la altura de las circunstancias. Casi todas estas situaciones empezaban con una hambruna. Lucien arruinaba las cosechas principales y luego ofrecía una recompensa palpable por cualquier mejora colocando un nuevo fruto tentador en una rama que estaba justo fuera de su alcance. A veces esa metáfora casi podía tomarse al pie de la letra: introducía una planta con un ciclo de vida complejo que requería un procesamiento delicado para hacerla comestible, o una nueva presa que era inteligente y agresiva, pero que al final merecía la pena cazar por su valor nutritivo.
Una y otra vez los Fitos no superaban la prueba, y algunas especies concretas llegaron a extinguirse. Daniel observaba consternado; no se había vuelto sentimental, pero siempre se había jactado de que había fijado sus estándares por encima de las extravagantes crueldades de la naturaleza. Contempló la posibilidad de ajustar la fisiología de las criaturas para que la inanición provocara una muerte más rápida y compasiva, pero Lucien señaló que si acortaba este período de intensa motivación estaría reduciendo sus posibilidades de éxito. Cada vez que un grupo se extinguía, una nueva remesa de primos mutados surgía del polvo para ocupar su lugar; sin esa intervención, Zafiro habría sido un desierto en unos pocos días de tiempo real.
Daniel cerró los ojos ante la masacre y confió en que el tiempo y los números dieran resultado. Al fin y al cabo, eso era lo que había comprado con el cristal: cuando todo lo demás fallara, podría dejar de fingir que sabía cómo conseguir sus objetivos y sencillamente probar una mutación aleatoria tras otra.
Pasaron los meses, en los que el hambre se llevó a la tumba a cientos de millones de tribus. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si les daba leche y miel, estas criaturas seguirían siendo gordas y estúpidas hasta el día en que muriera. El hambre las inquietaba, las empujaba a buscar y a esforzarse, y aunque a cualquier espectador humano le tentaría teñir tal comportamiento con su paleta emocional, Daniel se decía que el sufrimiento de los Fitos era baladí, poco más que el instinto que hacía que su propia mano se apartara de una llama antes incluso de que llegara a registrar ningún malestar.
No eran iguales a los humanos. Todavía no.
Y si se ablandaba, nunca llegarían a serlo.
Daniel soñó que estaba en Zafiro, pero no se veían Fitos por ninguna parte. Delante de él había un monolito negro y brillante; un chorrillo de pus supuraba de una grieta en su lisa superficie de obsidiana. Alguien le sujetaba de la muñeca e intentaba obligarle a que metiera la mano en un foso hediondo que había en el suelo. Sabía que el foso estaba lleno hasta arriba de cosas que no quería ver, y mucho menos tocar.
Dio vueltas en la cama hasta que se despertó, pero la sensación de presión en la muñeca no desapareció. Se la producía el reloj. El estómago se le encogió al fijarse en el mensaje de una sola palabra que acababa de recibir. Lucien no se habría atrevido a despertarle a estas horas por un resultado común y corriente.
Daniel se levantó, se vistió y se sentó en su despacho mientras se tomaba un café. No sabía por qué le costaba tanto llamar. Había estado esperando este momento más de veinte años, pero no sería la cima de su vida. Después de esta, habría otras mil cumbres, cada una el doble de espléndida que la anterior.
Se bebió el café y se quedó sentado un rato más, masajeándose las sienes, asegurándose de que tenía la cabeza despejada. No recibiría esta nueva era con cara de sueño, medio dormido. Grababa todas sus llamadas, pero esta en concreto la guardaría para la posteridad.
—Lucien —dijo. Apareció la imagen del hombre, sonriente—. ¿Hemos tenido éxito?
—Están hablando entre ellos —contestó Lucien.
—¿De qué?
—De comida, tiempo, sexo, muerte. Del pasado, del futuro. De todo. No cierran la boca.
Lucien le mandó transcripciones por el canal de datos y Daniel les echó un vistazo. El software de lingüística no se limitaba a observar el comportamiento de los Fitos y a correlacionarlo con los sonidos que emitían; miraba directamente en sus cerebros virtuales y seguía el flujo de la información. Su tarea no era ni mucho menos trivial, y nada garantizaba que sus traducciones fueran perfectas, pero Daniel no creía que pudiera inventarse todo un idioma y crear estas conversaciones jugosas y detalladas de la nada.
Hojeó los resúmenes estadísticos, los análisis técnicos de la estructura lingüística y los extractos de los millones de conversaciones que el software había registrado. «Comida, tiempo, sexo, muerte». Como diálogos humanos las traducciones habrían parecido totalmente banales, pero en su contexto eran fascinantes. No se trataba de bots parlanchines siguiendo cadenas de Markov, diseñados para impresionar a los jueces en un test de Turing. Los Fitos hablaban de cuestiones que realmente regían su vida y su muerte.
Cuando Daniel extrajo una página de temas de conversación en orden alfabético, le llamó la atención una de las entradas: Dolor. Le dio al vínculo y se pasó unos cuantos minutos leyendo algunos ejemplos que ilustraban la aparición del concepto después de la muerte de un hijo, de un padre o de un amigo.
Se masajeó los párpados. Eran las tres de la mañana; todo desprendía una claridad insoportable, del tipo que solo podía darse por la noche. Se volvió hacia Lucien.
—No más muertes.
—¿Jefe? —dijo Lucien sorprendido.
—Quiero hacerlos inmortales. Que evolucionen culturalmente; que sean sus ideas las que vivan y mueran. Que modifiquen sus propios cerebros, una vez que sean lo suficientemente inteligentes; ya pueden ajustar el resto de su anatomía.
—¿Dónde va a meterlos a todos? —preguntó Lucien.
—Puedo permitirme otro cristal. Tal vez otros dos.
—Con eso no llegará muy lejos. Con la tasa de natalidad actual…
—Tendremos que recortar su fertilidad de forma drástica, ir reduciéndola hasta que desaparezca del todo. Después, si quieren empezar a reproducirse de nuevo tendrán que innovar de verdad. Tendrían que enterarse de que existe un mundo exterior y comprender su extraña física lo bastante como para diseñar un nuevo soporte físico al que poder emigrar.
Lucien frunció el ceño.
—¿Cómo vamos a controlarlos? ¿Cómo vamos a moldearlos? Si no podemos seleccionar a los que queremos…
—No voy a discutirlo —dijo tranquilamente Daniel. Pensara lo que pensase de él Julie Dehghani, no era un monstruo; si creía que estas criaturas eran tan conscientes como él, no iba a sacrificarlas como ganado, o quedarse de brazos cruzados y dejarlas morir «de forma natural», cuando podía reescribir las reglas de este mundo a su antojo.
—Los moldearemos a través de sus memes —dijo—. Eliminaremos los memes malos y ayudaremos a que se propaguen los que queremos que prosperen. —Aun así, tendría que mantener un férreo control sobre los Fitos y su cultura, o de lo contrario nunca podría confiar en ellos. Si no iba a educarlos literalmente en la lealtad y la gratitud, tampoco iba a hacerlo con sus ideas.
—No estamos preparados para nada de esto —dijo Lucien—. Vamos a necesitar un nuevo software, nuevas herramientas de análisis e intervención.
Daniel se hizo cargo.
—Congela el tiempo en Zafiro. Y dile al equipo que tienen dieciocho meses.
4
Daniel vendió sus acciones de WiddulHands e hizo construir dos cristales más. Uno era para mantener una mayor población en Zafiro, para que entre los Fitos inmortales hubiera una reserva de diversidad lo más grande posible; el otro era para ejecutar el software (que Lucien había apodado como la Policía del Pensamiento) necesario para seguir de cerca lo que estaban haciendo. Si observadores humanos hubieran tenido que monitorizar y moldear a cada momento la cultura que se estaba desarrollando, las cosas se habrían ralentizado hasta un ritmo glacial. En cualquier caso, no era fácil automatizar totalmente el proceso y Daniel prefirió pecar de precavido, con lo que la Policía del Pensamiento congelaba Zafiro y se lo notificaba siempre que la situación se volvía demasiado delicada.
Si los Fitos recibieron el final de la muerte con una mezcla de perplejidad y regocijo, el final de la procreación no fue tan fácil de aceptar. Las parejas en celo seguían intentando esculpir sus cuentas sobrantes para generar su descendencia, pero cuando todas las tentativas resultaron tan inútiles como si se hubieran puesto a moldear muñecos con arcilla, les llevó a una mezcla de perseverancia y angustia que era penoso presenciar. Los humanos estaban acostumbrados a no lograr concebir, pero esto era más parecido a tener un mortinato tras otro. Incluso cuando Daniel intervino para modificar los instintos básicos de los Fitos, una especie de inercia cultural o emocional hizo que muchos de ellos siguieran intentándolo. Aunque sus nuevos instintos les pedían que simplemente juntaran sus cuentas sobrantes y lo dejaran ahí, ellos continuaban con la antigua versión del acto, desesperados y confundidos, intentando convertir un amasijo inútil en algo que estuviera vivo y respirara.
«Pasad página», pensó Daniel. «Olvidadlo». La pena que podían darle estos seres tenía un límite; al fin y al cabo eran inmortales y llenarían la galaxia con sus hijos, si es que en algún momento se espabilaban.
Los Fitos todavía no tenían escritura, pero habían desarrollado una fuerte tradición oral, y algunos de ellos expresaban su duelo por las viejas costumbres con palabras elegíacas. La Policía del Pensamiento identificó esos memes y se aseguró de que no se extendieran mucho. Algunos Fitos prefirieron suicidarse antes que vivir en el nuevo mundo estéril. Daniel sentía que no tenía derecho a detenerlos, pero misteriosos obstáculos dificultaban la labor a los que de modo irresponsable intentaban idealizar o alentar este tipo de actos.
Los Fitos solo podían morir por voluntad propia, pero los que conservaron el deseo de vivir no tenían libertad para pasarse la eternidad tumbados a la bartola. Daniel decretó que no hubiera más hambrunas devastadoras, pero no abolió el hambre en sí misma, y mantuvo la suficiente presión sobre el suministro de alimentos y otros recursos para obligar a los Fitos a seguir innovando, perfeccionando la agricultura y desarrollando el comercio.
La Policía del Pensamiento identificó y cultivó las semillas de la escritura, las matemáticas y las ciencias naturales. La física de Zafiro era una versión simplificada del modelo de mundo de un juego, no tan arbitraria como para ser incoherente, pero tampoco tan profunda y compleja como para necesitar la física de partículas para llegar a comprenderla. A medida que el tiempo del cristal se aceleraba y los inmortales procuraban consolarse comprendiendo su mundo, Zafiro no tardó en tener su Euclides y su Arquímedes, su Galileo y su Newton; sus ideas se extendieron con una eficacia sobrenatural, lo que provocó un torrente de matemáticos y astrónomos.
Las estrellas de Zafiro eran solo un telón de fondo como el de un planetario, presentes solo para ayudar a que los Fitos entendieran bien las nociones de heliocentrismo e inercia, pero su luna era tan real como el propio mundo. La tecnología necesaria para alcanzarla iba a tardar en llegar un tiempo, pero no importaba; Daniel no quería que se anticiparan. Allí les esperaba una sorpresa, y prefería que la biotecnología y la informática florecieran antes de que afrontaran esa revelación.
Entre la ausencia de fósiles, la limitada biodiversidad de Zafiro y las poco sutiles injerencias externas que tenían que borrarse, a los Fitos no les resultaba fácil llegar a una ambiciosa visión darwiniana de la biología, pero su habilidad innata con las cuentas les daba una ventaja práctica. Con un poco de estímulo, empezaron a hacer pequeños ajustes en sus cuerpos, corrigiendo algunas anomalías anatómicas poco prácticas que se les habían pasado por alto en su fase preconsciente.
Mientras refinaban sus conocimientos y sus técnicas, Daniel les dejó que pensaran que estaban trabajando para restaurar la fertilidad; después de todo, era la verdad, aunque su objetivo estuviera unas cuantas revoluciones conceptuales más lejos de lo que se imaginaban. Los humanos habían tenido que echar por tierra sus ingenuas ideas sobre una piedra filosofal, pero, aun así, al final habían logrado la transmutación nuclear.
Él esperaba que los Fitos se transmutaran a sí mismos: que inspeccionaran sus propios cerebros, los entendieran y empezaran a mejorarlos. Era una tarea monumental para cualquiera; ni siquiera Lucien y su equipo, que veían a las criaturas desde el punto de vista de un dios, estaban cerca de conseguirlo. Pero cuando el cristal se ejecutaba a toda velocidad, los Fitos podían pensar millones de veces más rápido que sus creadores. Si Daniel podía evitar que se desviaran del rumbo, todo lo que la humanidad pudo haber concebido como los frutos de milenios de progreso, ahora era solo cuestión de meses.
5
—Estamos teniendo dificultades para entender el idioma —dijo Lucien.
Daniel estaba en la oficina de Houston; había ido a Texas para una serie de reuniones de las que esperaba obtener un dinero muy necesario con las licencias del proceso de fabricación del cristal. Habría preferido quedarse con la tecnología para él solo, pero estaba casi seguro de que les llevaba demasiada ventaja a sus rivales como para que alguno pudiera cogerle.
—¿Qué quieres decir con «estamos teniendo dificultades»? —preguntó Daniel. Lucien acababa de informarle hacía solo tres horas y no le había avisado de ninguna crisis inminente.
La Policía del Pensamiento, le explicó Lucien, había hecho bien su trabajo: había fomentado el meme de la automodificación neural todo lo posible, y ahora una forma eficaz de «mejora cerebral» se extendía por todo Zafiro. Requería una «receta» detallada pero no hacía falta ninguna ayuda tecnológica; las mismas habilidades innatas para observar y manipular las cuentas que los Fitos habían utilizado para copiarse a sí mismos durante la reproducción eran suficiente.
Todo esto entraba dentro de lo que Daniel esperaba, pero había un serio inconveniente. Los Fitos mejorados estaban adoptando un nuevo y complejo idioma y el software de análisis no podía entenderlo.
—Ralentízalos más —sugirió Daniel—. Dale más tiempo a la lingüística para que se ejecute.
—Ya he congelado Zafiro —le contestó Lucien—. La lingüística lleva ejecutándose una hora, sacándole el máximo partido a un cristal entero.
—Podemos ver exactamente qué le han hecho a sus cerebros —dijo Daniel molesto—. ¿Cómo es que no podemos comprender los efectos sobre el idioma?
—En el caso general —dijo Lucien—, deducir un idioma solo a partir de la anatomía neural es computacionalmente intratable. Con el idioma antiguo, tuvimos suerte; tenía una estructura simple y existía una correlación muy alta con elementos de conducta obvios. El nuevo idioma es mucho más abstracto y conceptual. Puede que ni siquiera tengamos nuestros propios correlatos para la mitad de los conceptos.
Daniel no tenía intención de dejar que los acontecimientos de Zafiro se le fueran de las manos. Una cosa era esperar que los Fitos acabaran haciendo malabares con la física del mundo real que de momento estaba más allá de su comprensión, pero cualquier niño de diez años inteligente podía comprender las leyes de su universo actual, y su tecnología aún estaba lejos de la astronáutica.
—Mantén Zafiro congelado y estudia los registros de los primeros Fitos que introdujeron esta mejora. Si entendían lo que estaban haciendo, nosotros también podremos hacerlo.
Al final de la semana, Daniel firmó el acuerdo de licencia y voló de vuelta a San Francisco. Lucien le informaba a diario y a petición de Daniel contrató a otra docena de lingüistas computacionales para que le ayudaran con el problema.
Después de seis meses, estaba claro que no estaban yendo a ninguna parte. Los Fitos que habían inventado la mejora habían tenido una gran ventaja en el momento de ponerse a cacharrear con sus cerebros: para ellos no había sido un ejercicio puramente teórico. No se habían puesto a mirar diagramas anatómicos para luego razonar de qué manera mejorar el diseño. Habían experimentado los efectos de miles de pequeños cambios experimentales y los resultados habían determinado su intuición respecto al proceso. Muy poca de esa intuición se había verbalizado en voz alta, y mucho menos puesto por escrito y formalizado. Y el proceso de descifrar esas intuiciones a partir de una vista meramente estructural de sus cerebros era tan complejo como descifrar el idioma en sí mismo.
Daniel no podía esperar más. Con el cristal prácticamente en el mercado y otras tecnologías comparables a punto de dar sus frutos, no podía permitir que su ventaja se desvaneciera.
—Necesitamos que los propios Fitos actúen como traductores —le dijo a Lucien—. Tenemos que idear una situación en la que haya un grupo lo bastante grande que opte por no mejorarse, de modo que el idioma antiguo se siga utilizando.
—Entonces, necesitamos que alrededor de un veinticinco por ciento rechace la mejora —sugirió Lucien—. Y necesitamos que los Fitos mejorados quieran mantenerlos informados de lo que está pasando, en unos términos que todos podamos entender.
—Exactamente —dijo Daniel.
—Creo que podemos frenar la aceptación de la mejora —reflexionó Lucien—, mientras fomentamos un meme tradicionalista que diga que es mejor crear puentes entre las dos culturas y los dos idiomas que sustituir completamente lo antiguo con lo nuevo.
El equipo de Lucien se puso a trabajar, primero haciéndole algunos ajustes a la Policía del Pensamiento para la nueva tarea y luego reiniciando el propio Zafiro.
Parecía que sus esfuerzos habían dado el resultado deseado: los Fitos se vieron forzados a valorar la idea de mantener un vínculo con su pasado, y mientras que los Fitos mejorados prosperaron con rapidez, también se esforzaron por mantener informados a los que no habían mejorado.
En cualquier caso, no dejaba de ser un apaño, y Daniel no estaba contento con la idea de tener que conformarse con una versión diluida, en plan Zafiro para tontos, de los logros intelectuales de los Fitos. Lo que en realidad quería era que alguien le informara directamente desde dentro, como una versión Fito de Lucien.
Era hora de empezar a pensar en entrevistas de trabajo.
Lucien estaba ejecutando Zafiro más lento de lo normal, para darle a la Policía del Pensamiento una ventaja computacional ahora que habían perdido tantos datos de vigilancia en bruto, pero incluso a la velocidad reducida, los Fitos mejorados solo tardaron seis días de tiempo real en inventar los ordenadores, primero como un formalismo matemático y poco después como una sucesión de máquinas prácticas.
Daniel ya le había pedido a Lucien que le avisara si algún Fito adivinaba la verdadera naturaleza de su mundo. Anteriormente, unos cuantos se habían aventurado a hacer algunas especulaciones metafísicas que no estaban muy lejos de la verdad, pero ahora que comprendían perfectamente la idea de computación universal, finalmente estaban en condiciones de concebir el cristal como algo más que una fantasía infundada.
El mensaje llegó justo después de medianoche, cuando Daniel se estaba preparando para meterse en la cama. Entró en su despacho, activó la herramienta de intervención que Lucien había desarrollado para él y especificó un número de serie para el Fito en cuestión.
La herramienta le indicó a Daniel que le diera un nombre de persona a su interlocutor, para facilitar la comunicación. La mente de Daniel se quedó en blanco, pero después de esperar veinte segundos el propio software le propuso uno: Primo.
Primo era un Fito mejorado y no hacía mucho había construido su propio ordenador. Poco después, la Policía del Pensamiento le había oído hablar con una pareja de amigos no mejorados sobre una posibilidad graciosa que se le había ocurrido.
Zafiro se ralentizó hasta alcanzar un ritmo humano, luego Daniel tomó el control de un avatar de Fito y la herramienta se las ingenió para que se encontraran, haciendo que los dos se quedaran a solas en un refugio que Primo se había construido. De acuerdo con el estilo arquitectónico del momento, el edificio de madera en realidad seguía vivo, autorreparándose y anclado a la tierra por sus raíces.
—Buenos días —dijo Primo—. Creo que no nos conocemos.
Que un desconocido entrara en el refugio de alguien sin invitación no era exactamente saltarse el protocolo, pero Primo estaba disimulando su sorpresa; en este mundo de inmortales, en el que no había aviones de pasajeros, era raro encontrarse con desconocidos en algún sitio.
—Soy Daniel. —La herramienta se inventaría un nombre Fito para que Primo lo oyera—. Anoche te oí hablando con tus amigos sobre tu nuevo ordenador. Preguntándote lo que estas máquinas podrían hacer en el futuro. Preguntándote si podrían llegar a ser lo bastante potentes para contener todo un mundo.
—No te vi allí —contestó Primo.
—No estaba allí —le explicó Daniel—. Vivo fuera de este mundo. Construí el ordenador que contiene este mundo.
Primo hizo un gesto que la herramienta anotó como divertido, y dijo unas cuantas palabras en el idioma mejorado. «¿Insultos? ¿Una broma? ¿Una prueba para la omnisciencia de Daniel?». Daniel decidió marcarse un farol y actuar como si las palabras no tuvieran importancia.
—Que llueva —dijo. Una fuerte lluvia empezó a caer sobre el tejado del refugio—. Que deje de llover. —Daniel señaló con una pinza hacia una olla grande que había en un rincón de la habitación—. Arena. Flor. Fuego. Jarra de agua. —La olla le complació, adoptando una tras otra cada una de las formas.
—Muy bien —dijo Primo—. Te creo, Daniel. —Daniel había tenido alguna experiencia leyendo directamente el lenguaje corporal de los Fitos y Primo le parecía razonablemente tranquilo. Quizá cuando uno era tan viejo como él y había sido testigo de tantos cambios, una revelación como esta era mucho menos impresionante de lo que lo hubiera sido para un humano en los albores de la era de la información.
—¿Creaste este mundo? —le preguntó Primo.
—Sí.
—¿Determinaste nuestra historia?
—En parte —dijo Daniel—. Muchas cosas han dependido de la suerte, o de vuestras propias decisiones.
—¿Impediste que siguiéramos teniendo hijos? —preguntó Primo.
—Sí —admitió Daniel.
—¿Por qué?
—No queda sitio en el ordenador. Era eso, o muchas más muertes.
Primo reflexionó un momento.
—Entonces, si lo hubieras querido, ¿podrías haber impedido la muerte de mis padres?
—Podría devolverles la vida, si es lo que quieres. —No era mentira; Daniel había almacenado instantáneas detalladas de todos los últimos Fitos mortales—. Pero todavía no; solo cuando haya un ordenador más grande. Cuando haya sitio para ellos.
—¿Podrías resucitar a sus padres? ¿Y a los padres de sus padres? ¿Y así hasta el principio de los tiempos?
—No. Esa información se perdió.
—¿Qué quieres decir con lo de esperar a que haya un ordenador más grande? —dijo Primo—. Podrías impedir, perfectamente, que el tiempo pase para nosotros, y volver a iniciarlo solo cuando tu nuevo ordenador esté construido.
—No —dijo Daniel—. No puedo. Porque os necesito para que construyáis el ordenador. No soy como vosotros: no soy inmortal y mi cerebro no se puede mejorar. Yo lo he hecho lo mejor que he podido, ahora necesito que vosotros lo hagáis aún mejor. Eso solo puede pasar si estudiáis la ciencia de mi mundo y se os ocurre una forma de crear esta nueva máquina.
Primo se acercó a la jarra de agua que Daniel había hecho aparecer por arte de magia.
—Me parece que estabas mal preparado para la tarea que te encomendaste. Si hubieras esperado a tener la máquina que realmente necesitabas, nuestras vidas no habrían sido tan duras. Y si una máquina como esa no podía construirse en el curso de tu vida, ¿qué le iba a impedir a tus nietos asumir esa tarea?
—No tenía elección —insistió Daniel—. No podía dejar vuestra creación en manos de mis descendientes. Se avecina una guerra entre mi gente. Necesitaba vuestra ayuda. Necesitaba aliados firmes.
—¿No tienes amigos en tu propio mundo?
—Vuestro tiempo avanza más rápido que el mío. Necesitaba la clase de aliados que solo vosotros, con tiempo, podéis llegar a ser.
—¿Qué quieres exactamente de nosotros? —dijo Primo.
—Que construyáis el nuevo ordenador que necesitáis —contestó Daniel—. Para que aumentéis en número, para que os hagáis más fuertes. Y luego me elevéis, me hagáis más grande de lo que era, como yo he hecho con vosotros. Cuando se gane la guerra, la paz reinará para siempre. Juntos, controlaremos un millar de mundos.
—¿Y qué quieres de mí? —le preguntó Primo—. ¿Por qué te diriges a mí y no a todos nosotros?
—La mayoría de la gente —dijo Daniel— no está preparada para oír esto. Es mejor que todavía no conozcan la verdad. Pero necesito una persona que pueda trabajar para mí directamente. Puedo ver y oír todo lo que pasa en tu mundo, pero te necesito para que le des sentido. Te necesito para que entiendas las cosas por mí.
Primo guardó silencio.
—Te di la vida —dijo Daniel—. ¿Cómo puedes rechazarme?
6
Daniel se abrió paso entre la pequeña multitud de manifestantes reunida en la entrada de su torre de San Francisco. Podía haber llegado y haberse marchado en helicóptero, pero sus asesores de seguridad habían investigado a esta gente y habían concluido que no representaban ninguna amenaza importante. Un poco de mala prensa no le preocupaba; ya no estaba vendiendo nada que el público pudiera boicotear directamente, y a ninguna de las empresas con las que trataba parecía preocuparle que su reputación se viera empañada por hacer negocios con él. No se había saltado ninguna ley y no había confirmado ningún rumor. Cuatro ciberófilos radicales ondeando pancartas que decían ¡EL SOFTWARE NO ES TU ESCLAVO! no significaban nada.
Aun así, si llegaba a descubrir cuál de sus empleados había filtrado los detalles del proyecto, le rompería las piernas.
Daniel estaba en el ascensor cuando le llegó un mensaje de Lucien: ¡LA LUNA MUY PRONTO! Paró el ascensor y lo redirigió hacia el sótano.
Ahora los tres cristales se ubicaban en el sótano, a escasos centímetros del Parque: una cámara de vacío que contenía un microscopio de fuerza atómica con cincuenta mil puntas movibles de forma independiente, sistemas de láseres de estado sólido y fotodetectores, y miles de micropocillos con muestras de todos los elementos químicos estables. La latencia entre Zafiro y esta máquina tenía que ser lo más corta posible para que los Fitos pudieran realizar experimentos en la física del mundo real mientras su propio mundo se ejecutaba a toda velocidad.
Daniel acercó un taburete y se sentó junto al Parque. Si no iba a ralentizar Zafiro, era inútil aspirar a observar los acontecimientos mientras se desarrollaban. Lo más seguro es que viera una repetición del alunizaje cuando subiera a su despacho, pero para cuando lo visionara ya sería historia antigua.
Decir que era «un paso de gigante» sería quedarse corto; allí donde alunizaran los Fitos, se encontrarían con un extraño monolito negro. En su interior estarían los medios para manejar el Parque; no tardarían mucho en aprenderse los controles, o en comprender lo que esto significaba. Si tardaban más de la cuenta en entender lo que habían encontrado, Daniel le había dado instrucciones a Primo para que se lo explicara.
La física del mundo real era mucho más compleja que la física a la que estaban acostumbrados los Fitos, pero, por otro lado, tampoco ningún humano había llegado a conocer todos los detalles de la teoría cuántica de campos, y la Policía del Pensamiento ya había animado a los Fitos a que desarrollaran la mayoría de las matemáticas que necesitarían para empezar. En cualquier caso, no importaba si los Fitos tardaban más que los humanos en descubrir los principios científicos del siglo XX, y en ir más allá. Visto desde fuera, sería cuestión de horas, días, semanas como mucho.
Se encendió una fila de indicadores luminosos; el Parque estaba activo. A Daniel se le secó la garganta. Por fin los Fitos estaban saliendo de su propio mundo para entrar en el suyo.
Un panel encima de la máquina mostraba histogramas que clasificaban los experimentos que los Fitos habían realizado hasta el momento. Para cuando Daniel le prestó atención, ya habían descubierto los tipos de enlace que se podían formar entre varios átomos y habían construido miles de pequeñas moléculas. Mientras observaba, llevaron a cabo análisis espectroscópicos, construyeron nanomáquinas sencillas y fabricaron dispositivos que eran, sin lugar a dudas, elementos de memoria y puertas lógicas.
Los Fitos querían tener hijos y ahora comprendían que esta era la única forma de conseguirlo. Pronto estarían construyendo un mundo en el que no solo serían más numerosos, sino que serían más rápidos y más inteligentes de lo que lo habían sido en el cristal. Y esa solo sería la primera de mil iteraciones. Estaban construyendo su camino hacia la divinidad, y en su ascenso elevarían a su propio creador.
Daniel salió del sótano y se dirigió a su despacho. Cuando llegó llamó a Lucien.
—Han construido un ordenador a escala atómica —le anunció Lucien—. Y le han introducido un software bastante complejo. Pero no parece ser la digitalización de nadie. Por lo menos no una copia directa a nivel de las cuentas. —Sonaba nervioso; Daniel le había prohibido ralentizar Zafiro, a riesgo de fastidiar los experimentos, de modo que incluso con la ayuda de los informes de Primo le costaba trabajo mantenerse al corriente de todo.
—¿Puedes modelar su ordenador y luego modelar lo que está haciendo el software? —sugirió Daniel.
—Solo tenemos seis físicos atómicos en el equipo; en ese sentido los Fitos ya nos superan en número y deben de andar por los seis mil. Para cuando tengamos cualquier esperanza de entender esto, ellos ya estarán haciendo algo distinto.
—¿Qué dice Primo? —La Policía del Pensamiento no había conseguido meter a Primo en ninguna de las expediciones lunares, pero Lucien le había concedido el poder de hacerse invisible y teletransportarse a cualquier parte de Zafiro o a la base lunar. Allí donde se produjera la acción, tenía libertad para escuchar a hurtadillas.
—Primo tiene problemas para comprender gran parte de lo que oye; ni siquiera los mejorados son eruditos universales y expertos instantáneos en todo tipo de jerga. Lo esencial es que la gente del Proyecto Lunar ha construido un ordenador muy rápido en el Mundo Exterior, y les va a ayudar con el problema de la fertilidad… de algún modo. —Lucien se rió—. Eh, puede que los Fitos hagan lo mismo que hicimos nosotros: ver si pueden hacer evolucionar algo lo bastante inteligente como para echarles una mano. Eso estaría guay, ¿no?
A Daniel no le hizo gracia. A la larga, alguien tenía que trabajar de verdad; si los Fitos se limitaban a escurrir el bulto, toda la iniciativa se vendría abajo como un esquema piramidal.
Daniel tenía algunas reuniones de trabajo que no podía posponer. Para cuando se hubo librado de todas las pamplinas, ya era por la tarde. Los Fitos ya habían construido una especie de diminuto acelerador de estado sólido, y estaban estudiando la estructura interna de los protones y los neutrones bombardeándolos con electrones de alta velocidad. Un ordenador atómico conectado a varios detectores se encargaba del análisis de los datos, procesando los resultados más rápido de lo que podría hacerlo cualquier ordenador que estuviera en el mundo. Los Fitos ya habían entendido el modelo de quarks estándar. ¿Quizá fueran a saltarse la digitalización en nanocomputadoras e ir directamente a una especie de femtomáquina?
Sin embargo, los resúmenes de los informes de Primo no mencionaban el uso en informática de la interacción nuclear fuerte. Simplemente seguían satisfaciendo su curiosidad sobre las leyes fundamentales. Daniel se acordó de su historia. Ya antes habían hurgado hasta llegar a lo que parecían los cimientos de la física, solo para descubrir que esas sencillas reglas no tenían nada que ver con la realidad fundamental. Tenía sentido que intentaran profundizar todo lo posible en los misterios del Mundo Exterior antes de atreverse a fundar una colonia, y no digamos ya a emigrar en masa.
Al atardecer los Fitos estaban sondeando los alrededores del Parque con varios tipos de radiación. Los niveles eran muy bajos, definitivamente demasiado bajos para poner en peligro los cristales, así que Daniel no vio la necesidad de intervenir. El Parque, en sí mismo, no tenía un suministro eléctrico enorme, no contenía radioisótopos, y la Policía del Pensamiento haría sonar las alarmas y que intervinieran expertos humanos si se ponía en marcha algún tipo de experimento de fusión casero, así que Daniel estaba bastante seguro de que los Fitos no podrían hacer ninguna estupidez y volarlo todo por los aires.
Los informes de Primo dejaban claro que ellos pensaban que se consagraban a una especie de «astronomía». Daniel se preguntaba si debería darles acceso a instrumentos para hacer observaciones serias, del tipo que les permitiría comprender la gravedad relativista y la cosmología. Pero aunque comprara tiempo en un gran telescopio, solo en apuntarlo los Fitos tardarían una eternidad. No iba a ralentizar Zafiro y hacerse viejo mientras ellos exploraban el cielo; lo siguiente sería que se pusieran a lanzar sondas espaciales en misiones de treinta años. ¿Tal vez había llegado el momento de aumentar el nivel de colaboración y pasarles algunos libros de astronomía y mapas estelares? La cultura humana tenía sus propios logros, ganados con mucho esfuerzo, que los Fitos no podían igualar fácilmente.
A medida que avanzaba la noche, los Fitos volvieron a centrarse en el mundo subatómico. Una nueva clase de acelerador empezó a colisionar iones de oro individuales a niveles de energía extraordinarios, aunque la potencia total consumida seguía siendo minúscula. Primo no tardó en anunciar que habían cartografiado las tres generaciones de quarks y leptones. El conocimiento de la física de partículas de los Fitos se estaba equiparando con el de la humanidad; Daniel ya no podía seguir los detalles técnicos, pero los expertos le daban su aprobado a todo lo que pasaba. Daniel se llenó de orgullo; claro que sus hijos sabían lo que estaban haciendo, y si habían llegado al punto en el que momentáneamente podían hacerle un lío, no tardaría en pedirles que se tomaran un respiro y le pusieran al día. Antes de permitirles emigrar, ralentizaría los cristales y se presentaría a todos ellos. De hecho, esa podría ser la ocasión perfecta para plantearles su nueva tarea: comprender la biología humana, lo suficiente para digitalizarle. Hacerle inmortal, para pagar su deuda con él.
Se puso a ver imágenes de los últimos ordenadores de los Fitos, reconstrucciones basadas en los datos que se transmitían hacia y desde las puntas del AFM. Inmensos entramados de átomos resplandecientes se extendían hasta perderse en la distancia; las nubes electrónicas que los unían temblaban como gotas de mercurio en un ábaco líquido y surrealista. Mientras observaba, una ventanita le comunicó que los aceleradores de iones se habían rediseñado y habían vuelto a arrancar.
Daniel se inquietó. Se dirigió hacia el ascensor. En el sótano no podía ver nada que no pudiera ver desde su despacho, pero quería estar cerca del Parque, poner la mano en la carcasa, pegar la nariz contra el cristal. La era de Zafiro como un mundo virtual sin consecuencias en el suyo tocaba a su fin; quería estar junto a la cosa misma y que le recordaran que era tan sólida como él.
El ascensor bajó, pasando por la décima planta, la novena, la octava. Sin avisar, la voz de Lucien surgió desde el reloj de Daniel, el audio prioritario atravesando todas las barreras de privacidad y protocolo.
—Jefe, hay radiación. Ganancia de potencia neta. Diríjase al helicóptero, ahora.
Daniel vaciló, pensó en discutirlo. Si se trataba de fusión, ¿por qué no la habían detectado y restringido? Le dio un golpe al botón de parada y notó cómo se activaron los frenos. Entonces el mundo se deshizo en partículas de brillo y dolor.
7
Cuando Daniel emergió de la neblina opiácea, un doctor le informó de que tenía quemaduras en el sesenta por ciento de su cuerpo. Más a causa del calor que de la radiación. No se iba a morir.
Junto a la cama había un terminal de red. Daniel llamó a Lucien y se enteró de las conclusiones provisionales de los físicos del equipo, una vez estudiados los últimos datos del Parque que habían salido del sótano.
Parecía que los Fitos habían descubierto el campo de Higgs y habían diseñado un estallido de algo similar a la inflación cósmica. Pero lo que habían hecho no era tan sencillo como limitarse a inflar una diminuta región de vacío hasta crear un nuevo universo. No solo se las habían arreglado para crear un «Big Bang frío», habían introducido un buen trozo de materia ordinaria en el universo de bolsillo que habían creado y, después, el agujero de gusano que conducía hasta él se había encogido hasta alcanzar un tamaño subatómico y había atravesado la Tierra.
Por supuesto, se habían llevado consigo los cristales. Si hubieran intentado copiarse a sí mismos en el universo de bolsillo a través del enlace de datos lunar, la Policía del Pensamiento los habría detenido. De modo que habían emigrado por una ruta totalmente distinta. Se habían procurado su propio sustrato y habían salido pitando.
Había división de opiniones sobre lo que contendría exactamente el nuevo universo. Los cristales y el Parque flotando en un vacío, sin ninguna fuente de energía, supondría que los Fitos habían realmente muerto, pero algunos miembros del equipo creían que también podría haber un delgado plasma de protones y electrones, creado por una forma de decaimiento de Higgs que eludía la insoportable bola de fuego de quarks y gluones de un Big Bang caliente. Si habían construido las nanomáquinas adecuadas, existía la posibilidad de que hubieran convertido el Parque en una estructura que podría proteger los cristales, mientras los Fitos dormían durante la larga espera hasta que brotaran las primeras estrellas.
Las minúsculas muestras de piel que los médicos habían tomado crecieron finalmente hasta convertirse en láminas lo bastante grandes para injertarlas. Daniel alternaba entre un dolor que iba y venía como una marea oscura y una euforia medicinal, pero una idea le acompañó durante todo el turbulento viaje, como una estrella guía: «Primo le había traicionado». Le había dado la vida al muy hijo de puta, le había concedido poder y conocimientos privilegiados, le había colmado de favores propios de dioses. ¿Y cómo se lo había pagado? Lo había perdido todo. Había hablado con sus abogados; después de haber oído rumores sobre «una fuente de radiación ilegal», la compañía de seguros no iba a pagar por los cristales sin luchar.
Lucien fue al hospital, en persona. Daniel se conmovió; no se habían visto cara a cara desde la entrevista de trabajo. Le dio la mano.
—Tú no me traicionaste.
Lucien pareció avergonzado.
—Dimito, jefe.
Daniel estaba dolido, pero se obligó a aceptar la noticia estoicamente.
—Lo entiendo; no tienes elección. A estas alturas Gupta tendrá su propio cristal. En la guerra de los dioses, tienes que ponerte del lado de los ganadores.
Lucien le dejó la carta de dimisión en la mesilla.
—¿Qué guerra? ¿Sigue aferrándose a esa fantasía en la que unos superzumbados luchan por convertir la Luna en computronio?
—¿Fantasía? —dijo Daniel parpadeando—. Si no creías en ello, ¿por qué trabajaste conmigo?
—Usted me pagaba. Muchísimo.
—En ese caso, ¿cuánto te pagará Gupta? Te daré el doble.
Divertido, Lucien negó con la cabeza.
—No voy a trabajar para Gupta. Voy a dedicarme a la física de partículas. Los Fitos no nos llevaban tanta ventaja cuando escaparon; tal vez cuarenta o cincuenta años. Cuando los alcancemos, supongo que un universo privado costará más o menos lo que una isla privada; a la larga puede que menos. Pero en este caso no va a haber nadie luchando por controlarlo, esparciendo plagas grises como simios lanzando zurullos mientras elaboran sus proyectos de cerebros matrioska.
Daniel dijo:
—Si coges cualquier dato de los registros del Parque…
—Respetaré todas las cláusulas de confidencialidad de mi contrato —dijo Lucien con una sonrisa—. Pero cualquiera puede interesarse por el campo de Higgs; es de dominio público.
Después de que se marchara, Daniel sobornó a la enfermera para que le subiera la medicación, hasta tal punto que incluso la punzada de la traición y la decepción empezó a disiparse.
«Un universo», pensó alegremente. «Pronto tendré un universo para mí solo».
«Pero voy a necesitar empleados, algunos aliados, algunos compañeros. No puedo hacerlo todo yo solo; alguien tiene que llevar el peso».