Para Charni, al principio el mundo era ruido. Principalmente ruido.

Unas veces le llegaba de cualquier parte; otras, ella era el origen. O eso le parecía.

Hasta el dolor y el hambre eran ruido. Y, poco a poco, fue dándose cuenta de que podía producir el suyo propio, a voluntad, para aplacar ambos; aunque no siempre obtenía resultado de forma inmediata.

También había sabores y aromas que, combinados con el ruido, le permitieron conseguir una respuesta más rápida a sus necesidades. Sin embargo, lo que le ayudó al final a ser consciente del espacio que ocupaba en aquel extraño mundo ilimitado fue el tacto.

No fue fácil al principio.

Las sensaciones, las texturas estaban ahí, rodeaban su existencia. Suave, áspero, frío, húmedo… De manera instintiva emitía un ruido con las agradables y otro con las desagradables; pero a veces no era suficiente.

Había dos puntos de su existencia, dos recolectores independientes de información, que le permitían sentir y percibir lo que había cerca de ella o, en su defecto, aliviar el desagrado en ciertas zonas de su ser. Eran un punto de información increíble.

Cuando otra presencia, otra existencia, ejercía una presión agradable sobre ella, rodeándola, emitiendo sonidos relajantes en vez de ruidos, solo tenía que pensar en alcanzar la fuente de esas sensaciones y, al instante, percibía cercanía. Una extraña sensación de protección y cuidado.

A veces algo obligaba a aquellos dos recolectores sensibles a percibir texturas y, lo más desconcertante, sonidos. Vibraciones, en realidad, que procedían de un foco emisor de ruido muy similar al que ella tenía en una zona de su existencia y con el que hasta entonces había podido expresar hambre, dolor, sueño, incomodidad, placer… Y poco a poco su foco fue capaz de imitar aquellos sonidos emitidos por la fuente externa.

Lo más increíble, no obstante, fue descubrir, a través de dichos puntos de absorción de información, que existían más cosas y que eran finitas. Tenían… contorno. Así supo de los conceptos: grande, pequeño, igual, más grande que, más pequeño que… ¡Y había más existencias con texturas! Existencias independientes unas de otras. E incluso la suya tenía límites. ¡Límites! Y, lo más increíble: se expandían. Cuanto más tardaba en realizar una comprobación y la siguiente, más lo notaba.

De esta manera, con el transcurso de su propia expansión, aprendió a diferenciar ruido de sonido; sonido de vibraciones; vibraciones de repeticiones; repeticiones de conceptos, y conceptos de palabras. Y lo que la convertía en un ente aislado de las demás existencias era la palabra Charni.

Poco a poco fue capaz de diferenciar con bastante precisión las distintas existencias que rodeaban la suya, así como asociar una palabra, un concepto trasformado en sonido, para designarlas.

Había, principalmente, dos tipos: inerte y vivo.

Las inertes requerían práctica para reconocerlas y diferenciarlas de otras porque, a pesar de poseer textura, aroma y sabor, por lo general no emitían ruido, a menos que se las obligara a producirlo. Aun así, las características que las definían solían ser invariables, por lo que una vez aprendidas y memorizadas, resultaba difícil errar la identificación.

Las existencias vivas, por el contrario, eran más complejas. Cierto era que producían continuamente ruidos y sonidos muy característicos, por muy sutiles que estos fueran. Sin embargo, sus rasgos podían ser variables. Las texturas, los aromas, incluso los sonidos podían sufrir cambios. Unas veces de forma leve y otras, destacada.

Charni debía concentrarse siempre al máximo, con todos sus sentidos, para reconocerlas y diferenciarlas de manera satisfactoria. Aunque descubrió que la clave residía, sobre todo, en aquellas existencias vivas de límites que no se expandían. Y es que una vez se memorizaban las curvas de su contorno superior y las comparaba con el suyo propio, aun a pesar de los cambios menores que pudieran sufrir, el margen de error para identificarlos era mínimo.

No obstante, lo que tenía fascinada a Charni era la articulación de sonidos que se empleaban para designar las distintas existencias y sus implicaciones.

A las existencias inertes se las reconocía e identificaba, generalmente, por una palabra, mientras que las vivas, ya complejas de por sí, podían tener asignado más de un sonido articulado, dependiendo de qué existencia las nombrara.

Por ejemplo, a ella le habían hecho entender que la palabra que la definía como entidad era Charni. Aun así, la existencia viva más cercana a ella (aroma dulce con un toque agrio, textura suave y cálida, sabor ligeramente salado, sonido melódico y, hasta hacía poco, suministradora de alimento) utilizaba a veces la palabra «hija».

Cuando así lo hacía había implicaciones agradables, mientras que si la designaba como «Charni», solía ser para llamar su atención y, en ocasiones, bien ordenarle algo después, bien reprenderla por los errores o faltas cometidas.

Por otro lado, había otra entidad (aroma fuerte con un puntito de acidez, textura suave y algo húmeda, sabor ligeramente agrio y sonido grave y áspero), que aparecía con frecuencia en el campo de existencia que ambas habitaban, produciendo gran cantidad de sonidos contra las existencias inertes. Esta nunca usaba la palabra «Charni», sino «niña». O, cuando quería implicar rechazo hacia ella, «mocosa». Ocasionalmente, eso sí, añadía «tu» a la designación «hija», pero solo cuando hablaba de ella a la entidad cercana como si Charni no estuviera presente… aunque así fuera.

Pero la cosa no quedaba ahí, no. Las ramificaciones e implicaciones de los nombres eran complejas y ligadas a la referencia de los distintos orígenes.

A la existencia cercana, sin ir más lejos, no le gustaba que Charni la llamara «Kesha», como sí hacían las otras (por lo general de aromas agradables y sonidos suaves) que se acercaban a ellas. Mucho menos le gustaba que la llamara «mujer», como hacían las existencias de olores fuertes y sonidos graves que la visitaban para realizar poco después sonidos raros, peculiares, que lo impregnaban todo con aromas fuertes de regusto ácido.

No. Charni debía llamarla «mamá» y, por alguna razón, le gustaba aquella articulación. Cuando pensaba o pronunciaba los sonidos que formaban aquella palabra, inmediatamente la asociaba a protección, caricias, alimento, enseñanza.

Ah… El mundo era tan intrincado… No existían absolutos, solo referenciales y conjuntos. Ramales complejos cuyo origen se desarrollaba desde sus propias percepciones. La percepción de sí misma y su relación con el mundo que la envolvía, se movía, existía a su alrededor.

El tacto definía dimensiones, contornos, límites, y proporcionaba conceptos sensoriales. Los ruidos marcaban posiciones; revelaban existencias; daban nombre a las distintas entidades que las palabras táctiles no eran capaces de concretar. Y los aromas y sabores terminaban de perfilar la amalgama hasta darle total consistencia.

A veces emitía ruidos y vibraciones a cierta altura de su existencia, dentro de ella, y su contorno se volvía húmedo y pegajoso siempre que se preguntaba qué sucedería si le faltara alguno de aquellos sentidos.

No, no, no. No quería ni pensar en cómo el mundo perdería consistencia, se volvería algo extraño, confuso, ilimitado e indefinido, al no poder percibirlo ni definirlo en su totalidad.

Los límites de Charni seguían aumentando casi al mismo ritmo al que ella seguía aprendiendo a definir el mundo que la rodeaba. Mamá, que casi nunca se despegaba de ella, era la que le enseñaba las distintas articulaciones de sonidos y texturas necesarias para comprender lo que existía a su alrededor.

En cierto momento, Mamá la agarró por el contorno medio-superior con firmeza y la desplazó por el espacio infinito, dejándola en su recorrido sin más contacto con el mundo que la leve presión de esta y una sensación extraña, a la vez que placentera, en un punto medio de su existencia.

Luego, para su desconcierto, la obligó a tener contacto con la superficie que hasta entonces había percibido a lo largo de su contorno, pero solo le dejó hacerlo a través de sus recolectores inferiores.

—Venga, Charni. Tú puedes —le dijo Mamá—. No te dobles. Apóyate en ellos. Siente la superficie solo en esa zona. Vamos. Firme.

Charni no entendía la mayoría de las articulaciones, ni tampoco sus implicaciones, por lo que le costó comprender lo que Mamá le pedía que hiciera en realidad, y más aún ejecutarlo eficientemente. Sin embargo, ni Mamá se rendía ni dejaba que ella lo hiciera.

De manera casi sistemática, la sujetaba, la obligaba a afianzar sus recolectores en la superficie inferior, y luego la guiaba para que le palpara los largos y rectos contornos inferiores y así memorizara cómo debía obligar a los suyos propios, más cortos y ligeramente curvos, a permanecer de la misma manera. Seguidamente se alejaba de ella y no se acercaba hasta que los contornos medio-inferiores de Charni tocaban de pleno la superficie baja del mundo. Y entonces… volvía a repetir la operación.

Tras muchos, muchos intentos y mucho, mucho esfuerzo, consiguió que sus recolectores inferiores la obedecieran. Así, ni perdía el contacto en ningún momento con la superficie bajo ellos, ni otras zonas de su contorno la acababan tocando.

Recibió de Mamá caricias y sonidos agradables que le hicieron sentirse casi en éxtasis. Pero la celebración duró poco.

No fueron muchos los momentos que transcurrieron antes de que Mamá la obligara a desplazarse por la superficie, primero obligándola a arrastrar los recolectores y después haciendo que, por turnos, estos perdieran momentáneamente el contacto con lo que tenía debajo y… ¡se desplazaran en la nada!

Fue toda una odisea y un enorme esfuerzo realizar lo que Mamá le exigía aunque, por alguna extraña razón, se sentía feliz cada vez que lo conseguía.

Perdió la noción del transcurso de los momentos, así como la cantidad de intentos que tuvo que realizar hasta que pudo desplazarse sola, sin el tacto seguro de Mamá. Y cuando lo consiguió… el mundo se volvió aún más grande y espacioso de lo que Charni había supuesto hasta entonces. Y era un descubrimiento maravilloso.

Existían más contornos, existencias, texturas. Lo percibía con sus recolectores, lo olía, lo golpeaba para obligarlo a producir ruido, lo saboreaba todo hasta tenerlo memorizado por completo. Luego preguntaba a Mamá por las articulaciones de sonidos que definían las entidades inertes que desconocía, y terminó así de darle consistencia y límites al nuevo espacio descubierto, explorado y conquistado.

Más tarde, cuando sus contornos inferiores se volvieron fuertes y obedientes y tenía memorizado al completo lo que la rodeaba, empezó a desplazarse por el mundo con más seguridad. Y en cada intento lo hacía más y más rápido. Era tan excitante…

En cierto momento, sin embargo, mientras correteaba con tranquilidad por los límites que conocía tan bien, se interpuso en su camino una existencia inesperada.

Charni perdió el equilibrio y acabó en la superficie baja del mundo, todo lo larga que era ella, sin poder hacer nada por evitarlo.

Primero sorpresa. Una sorpresa tremenda. ¿Por qué se había interpuesto algo que antes no estaba ahí? ¿Por qué le habían añadido algo nuevo a lo que ya conocía? ¿Por qué? Luego, sintió dolor en varias zonas de su contorno. Un dolor agudo y persistente. Y su respuesta inmediata e instintiva fue producir ruido, mucho ruido, a través de su foco emisor.

—No. No, Charni, no —percibió la riña de Mamá—. Las niñas fuertes no hacen eso.

—Duele… —consiguió articular, incapaz de controlar el ruido por el que estaba siendo reprendida.

—Sí. Lo sé. Y dolerá más veces. Pero debes aprender a soportarlo o de lo contrario podrías empezar a caminar por el mundo con miedo y eso significaría algo muy malo.

Una vez más, a Charni le resultó difícil comprender todas las palabras que Mamá le estaba diciendo mediante sonidos y sensaciones táctiles. Sin embargo, creyó percibir correctamente las implicaciones e intenciones. Así, después de un enorme esfuerzo de voluntad consiguió que su foco emisor de ruido disminuyera la intensidad de este.

—Eso está mejor —la felicitó Mamá—. Y ahora, arriba. Estas dos siempre por delante. —La agarró de los dos recolectores superiores y la obligó a mantenerlos estirados—. Con el tiempo aprenderás a amortiguar el golpe e incluso evitar la caída.

Tampoco comprendió aquello, pero una vez recuperada del susto, de nuevo lista para recorrer el mundo, no le importó demasiado no saber a qué se refería. Ya llegaría el momento.

—Mamá. ¿Medo? —dijo antes de iniciar de nuevo la carrera. Aquella articulación y las implicaciones que había percibido de ella la intrigaban.

—No. Miedo no, Charni. Tienes que ser valiente o no sobrevivirás en este mundo con la dignidad de una ksatrya.

Más articulaciones, más sensaciones táctiles que desconocía. Su pregunta, en realidad, había tenido la intención de pedir una explicación sobre el concepto, pero aún no sabía juntar todas las palabras para expresar correctamente sus intenciones. Aunque una vez de nuevo firme sobre la superficie, dejó de lado su curiosidad por aquella articulación y correteó de nuevo por el mundo. Lo que en esos momentos quería descubrir era de dónde salían aquellas existencias que antes no estaban en el espacio que conocía.

—Mamá. ¿Qué es «ver»?

Mamá se detuvo a mitad del concepto que le estaba transmitiendo a Charni sobre una zona de su contorno. Y es que Mamá insistía en que aprendiera que las palabras no tenían por qué ser forzosamente sonidos. También podían articularse ideas, conceptos, por medio de sensaciones táctiles. De hecho, las palabras dibujadas sobre distintas partes de su existencia tenían significados más amplios y, en algunos casos, hasta podían imprimir emociones.

—¿Quién ha dicho eso? —le preguntó Mamá con marcado interés en el tono.

—Chaid Khasat. Dijo: «No has visto nada, niña».

La conversación había sido en realidad más extensa, pero Charni decidió que repetir los sonidos empleados era innecesario e irrelevante en esos momentos. Eso sí, se aseguró de emplear la misma tonalidad para transmitir la información de la manera más aproximada posible.

—Oh… Vaya. Él —replicó Mamá con una entonación que Charni no supo definir ni reconocer su implicación.

Chaid Khasat era una existencia peculiar a la que, además, no le gustaba que la llamaran así. Charni tenía que dirigirse a él con la designación «hombre» o «señor». (sobre todo aquella última) y, muy de tanto en tanto, si este estaba de humor, podía llamarlo «Chaid»; lo que rara vez sucedía.

Mamá lo solía llamar «señor Khasat» o «maldito inválido, bueno para nada» cuando él no estaba delante.

A pesar de las implicaciones del último apelativo, lo cierto era que Charni sentía cierta fascinación hacia él. Primero porque aunque las existencias que ella conocía eran de límites distintos, sus contornos eran muy similares entre sí. Sin embargo, los de Chaid Khasat no.

Ella empezaba a sospechar que, por eso mismo, los sonidos que este empleaba, así como su comportamiento, eran tan distintos a los de las demás existencias.

Chaid era torpe. Muy torpe. Se movía por el mundo como si no percibiera los aromas; como si tuviera el tacto atrofiado; como si los sonidos de las cosas no le llegaran; como si no reconociera el mundo o como si lo estuviera sintiendo, percibiendo, por primera vez.

A él tampoco le gustaba que Charni lo envolviera con su contorno para entablar conversación y parecía nervioso o agitado cuando ella le dibujaba palabras en el suyo.

«Apártate, niña. No soy tu osito de peluche», eran los sonidos que utilizaba con frecuencia.

Por otro lado, Charni había comprobado que cada vez que Chaid Khasat chocaba con una entidad inerte, maldecía en voz baja y se ponía de mal humor. Pagaba su torpeza consigo mismo y fingía que no le importaba, aunque algunas veces las risas contenidas de las existencias de aromas dulces, texturas suaves y cálidas y sonidos melodiosos lo enfurecían.

«Mujeres», recordó la palabra que Mamá le había dicho que utilizara, sobre todo delante de las existencias que compartían la característica predominante de olores fuertes y sonidos graves.

«Hombres», se reprendió a sí misma por no haber usado en primer lugar, dentro de su cabeza, aquel sonido que definía a estos últimos.

Sí. Por mucho que ella prefiriera las palabras táctiles que Mamá le había enseñado y que le transmitían un concepto más amplio, tenía que obligarse a utilizar aquellos sonidos, sobre todo en presencia de los… hombres.

Mamá insistía mucho en ello. Los hombres no eran aptos para utilizar el lenguaje que empleaba las texturas de las palabras. Tenían una cosa llamada «orgullo» que no solo les impedía ese tipo de aprendizaje, sino que les hacía reaccionar con cierta violencia o rechazo cuando una mujer trataba de hacérselo entender.

—Hummm… —Mamá emitió la vibración de la duda antes de enfrentar la explicación—. Texturicemos el sonido «ver», ¿sí? —La envolvió aún más con su contorno para poder ayudarse mejor de sonidos y palabras táctiles en su explicación.

»Por lo que las mujeres sabemos, los hombres nacen con un sentido extra aparte de los que nosotras tenemos. Un sentido que les permite obtener mayor información de lo que nos rodea, darle aún más consistencia. Y es ese mismo sentido el que les permite explorar, moverse por el mundo que existe más allá del nuestro. Sin él, no se podría sobrevivir.

—¿Más mundo?

El concepto abrumó a Charni. ¿Más mundos? ¿Era eso posible?

—Sí, Charni. Aún no estás lo bastante desarrollada para conocer los verdaderos límites del nuestro, que es mucho más definido de lo que hasta ahora has percibido. Y es que aparte de este mundo, hay otro, por el que se accede a través de unos espacios concretos del nuestro, y es tan grande, tan grande, que sin ese quinto sentido nos perderíamos en el infinito y jamás podríamos encontrar el camino de regreso a este nuestro hogar.

»Ese espacio ilimitado posee tanta información que, sin el sentido de ver, no lo podríamos entender. De hecho, hasta nuestra existencia lo rechazaría. No podríamos soportarlo. Imagínate algo así, Charni.

»Debemos dar gracias de que los hombres lo tengan, porque solo ellos pueden protegernos de quienes habitan ese extraño mundo.

»Cada vez que he sido capaz de producir a uno de ellos dentro de mí, me he sentido tan feliz… Porque he ayudado a proteger nuestro mundo. Y a ti, hija mía. A ti, a mí y a las que estamos aquí.

Aunque los sonidos y las caricias que acompañaban a la explicación no terminaban de completar los huecos de comprensión de Charni, la idea de que Mamá era capaz de producir hombres para asegurar la supervivencia de mujeres como ella la complacía, sorprendía, fascinaba y abrumaba a partes iguales. Y aun así había un concepto que le resultaba difícil de asimilar.

—Pero… Pero… —empezó a decir—. ¿Más información, cómo?

—No puedo explicarte lo que no sé, Charni. Algunos hombres han tratado de explicarme ese quinto sentido, aunque me cuesta entenderlo. Utilizan palabras como «luz» o «colores», pero jamás han sabido transmitirme el concepto. Lo siento. No te soy de mucha ayuda.

Charni trató de poner todos aquellos conceptos dentro de los límites que comprendía y era capaz de asimilar. Pensar en el concepto ilimitado no era demasiado difícil para ella. Algo en el interior de su existencia le decía que, efectivamente, existía algo más allá de los contornos que en esos momentos conocía. Aun así, si los hombres tenían un quinto sentido…

—Pero Mamá, ¿por qué Chaid Khasat no sabe mover aquí? ¿No ve?

—No, Charni. Ha perdido una extremidad. Y aunque conserva el miembro que permite a los hombres ver, ya no es capaz de hacerlo porque no está completo. Y como ellos solo usan ese sentido porque no les hacen falta los otros para luchar y proteger las entradas a este, cuando lo pierden les resulta difícil vivir en nuestro mundo.

—¿Un membro para ver?

—Sí. Aquí. —Le indicó en la zona de su contorno donde las extremidades inferiores se unían—. Nosotras no lo tenemos, por eso carecemos de ese sentido, ni podemos vivir en ese mundo.

—Vaya… ¿Como una no?

Era difícil para Charni imaginarse algo así, pero al mismo tiempo era la única explicación a ese quinto sentido. Si su existencia, salvo el contorno superior, era muy parecida a la de los hombres, un recolector extra que les permitía ver era la respuesta lógica, de la misma manera que ella utilizaba sus dos recolectores superiores para sentir.

—Hummm… Algo así —replicó Mamá—. Cuando estés más desarrollada te explicaré cómo usan su miembro en nosotras para que su quinto sentido siga funcionando y sirviéndonos. Ahora quiero que te prepares.

»La próxima jornada es tu primera vez en la escuela y tengo mis esperanzas puestas en ti. Si consigues seguir mis pasos podrás convertirte en reina, como hice yo.

Aunque Mamá le explicó con sonidos y texturas lo que era la escuela, experimentarla por sí misma había sido algo maravilloso.

Como el recorrido realizado hasta llegar a ella, por ejemplo.

Mamá le había dejado bien texturizado que debía percibirlo todo durante el desplazamiento y que la acompañaría hasta que lo memorizara o hasta que Charni misma le pidiera hacerlo sola. Y fue fascinante percibir todos aquellos contornos de texturas hasta entonces desconocidas, el buen número de aromas que le llegaban, los sonidos que parecían proceder de todas partes, la cantidad de existencias nuevas que se interpusieron en su camino y, en algunas ocasiones, hasta se detuvieron para intercambiar información.

Oh, memorizar el recorrido no iba a ser demasiado complicado, pero aprender a desplazarse con tantas barreras inesperadas iba a ser un gran reto. Una prueba de fuego que, según Mamá, la haría más fuerte, más mujer.

A esto último se le sumaba la cantidad de existencias de características comunes pero de límites de todas clases que había reunidas en la escuela.

Por lo que descubrió más adelante, reunían a las existencias de contornos y límites casi iguales y las llevaban a espacios concretos, separadas de las demás. Y en cada espacio había otra, una mujer con las mismas características que Mamá, que asignaba a las demás, niñas como ella, en localizaciones concretas y… ¡empezaba a explicarles el mundo sin interrupciones y solo con articulaciones de sonidos!

Había tantos y tantos sonidos nuevos que le resultaba difícil asimilarlos todos. Clase, pitre, silla, pañeras

También les permitían momentos de descanso en los que las niñas de su clase jugaban y hablaban con ella.

Tener sonidos y palabras táctiles con otras existencias de límites y contornos como los de ella era tan entretenido y fascinante… El intercambio de información era tan elevado, que cuando Mamá la recogía y la llevaba al espacio llamado casa, estaba tan exhausta que no tardaba muchos momentos en irse a su cama a dormir.

Y cada vez que volvía a la escuela aprendía algo nuevo. Muchas cosas en realidad.

La existencia llamada con el sonido Mestra era amable y muy paciente con ellas, aunque firme cuando así lo consideraba oportuno. Castigaba la desobediencia o la lentitud de aprendizaje de tal forma que poca seguridad debía tener una niña en sí misma para volver a repetir la falta.

Con el transcurso de los momentos, las sigturas de lengaje de sonidos, lengaje de texturas y consectos matemáticos se iban volviendo más complicados. Y de la misma forma se volvían las interacciones con las otras niñas de su clase.

Si bien al principio todas eran como una única existencia, unidas por la necesidad de no sentirse solas, alejadas del tacto de sus respectivas Mamás, no tardaron en formarse pequeños grupos. Primero fue por la cercanía de los pitres, pero aquello fue variando conforme se sucedían los descansos. Y de repente, en un momento inesperado, empezó la batalla.

El grupo de migas de Charni se redujo, mientras que el de Latha se amplió. El hecho en sí no debería haberle importado, ya que cualquiera era libre para andar por el espacio que quisiera y en compañía de quien quisiera. Sin embargo, la tenía desconcertada. Al fin y al cabo a sus migas no les caía bien Latha. Se lo habían transmitido muchas veces, y aun así… ¿por qué de todos los grupos habían ido a unirse a quien no soportaban?

Charni se lo había comentado a las demás y estas le habían dicho que, sencillamente, eran malas migas. Que los conceptos que articulaban con sonidos eran falsos y que seguro que hasta entonces habían estado con ellas para obtener información y transmitírsela a Latha.

¿Por qué?, era lo siguiente que se preguntaba Charni. ¿Qué sentido tenía?

Y cuanto más se lo preguntaba, más absurdo se volvía todo.

En cierto momento, cuando sus migas no la sentían, escuchó las palabras de la conversación que estaban teniendo. Hasta lo que pudo captar solo con las articulaciones de sonidos, no estaban hablando bien de Charni. Usaron la palabra «tramposa» para definirla y eso la puso en alerta. Y es que aunque no entendía su significado, la forma que habían usado para expresarla le desagradó.

Sin embargo, como no había sentido todo el intercambio de información, decidió preguntarles para solventar sus dudas. Al fin y al cabo, si algo no les gustaba de Charni, ¿por qué no se lo iban a decir directamente?

La conversación, no obstante, no la satisfizo del todo. Usaron solo sonidos y no texturas sobre su contorno para brindarle una explicación. ¿Acaso no habían sido ellas las que le habían dicho que las buenas migas usaban más las texturas que las articulaciones porque los sonidos podían transmitir falsedad, pero el tacto no? ¿Entonces?

Y así fueron pasando los momentos, descanso tras descanso, en los que su grupo se hacía más pequeño y ella se sentía cada vez más desconcertada, triste y, finalmente, sola.

¿Qué había hecho mal? ¿Por qué sus pañeras se habían vuelto tan crueles, privándole de la proximidad de sus contornos? ¿Por qué habían preferido unirse a Latha? ¿Por qué las existencias mentían?

De repente, en uno de aquellos descansos, mientras ella se deleitaba con el descubrimiento de un nuevo contorno con un sabor y una textura que no había percibido hasta ese momento, sintió cómo unas cuantas niñas la rodeaban y, por el aroma, reconoció entre ellas a dos de sus antiguas migas.

Había pasado tantos descansos en soledad, descubriendo el mundo por su cuenta y memorizando la información para sí misma sin la intención de transmitírsela a nadie, que tal vez por eso su contorno se tensó y sus sentidos se agudizaron ante lo inesperado. Algo no estaba bien.

—¿Qué queréis? —preguntó con seguridad a pesar de lo agitada que se sentía por dentro.

No obtuvo respuesta sonora, pero sí táctil, dolorosa. Pellizcos, estirones, bofetadas, arañazos. ¿Así que por fin se decidían a ser sinceras y emplear un lenguaje no sonoro, sin mentiras, dejando patente el rechazo que sentían hacia ella, eh? Bien. Pues Charni también tenía algo que decirles.

A pesar de lo que le dolía y le escocía el contorno en esos momentos, empezó a devolverles los conceptos de rechazo y añadió los del odio y la rabia que sentía. Algunas respondieron con quejas de dolor, otras empezaron a usar palabras malsonantes para imprimir más información a sus golpes. Charni, por el contrario, usó solo el lenguaje de las texturas. Los sonidos podían ser falsos, así que no quería que ellas tuvieran duda alguna de lo que les estaba diciendo.

—No seas tonta, Charni —le rugió una de sus ex migas—. No contestes. Somos más.

Un dolor agudo en la nariz la dejó medio atontada. Quiso responder, pero su existencia, su contorno, no le obedeció.

Sintió rabia. Mucha. No podía acabar así. Aún tenía cosas que transmitirles, como que podían ser todas las que les diera la gana, pero eso no les daba derecho a imponerle nada o a humillarla o acallarla. Ella no tenía nada que ocultar. Ellas habían sido las falsas.

Y entonces, para su sorpresa, dejaron de golpearla y empezaron a chillar histéricas.

Percibió cómo se separaban de ella de manera brusca. Como si algo o… alguien las estuviera empujando. Escuchó extraños sonidos producidos por sus existencias.

Poco después se alejaban corriendo, asustadas y lloriqueando.

Charni, a pesar de la desorientación que aún sentía, separó las extremidades inferiores y estiró las superiores, preparada para un nuevo encuentro.

—Tranquila —escuchó la voz de una niña que no reconocía—. Voy a presentarme, ¿vale?

Aunque no muy segura, Charni permitió que la niña se le acercara y que poco a poco la fuera envolviendo con su propio contorno. Luego aspiró su aroma, utilizó sus nos para percibir su contorno y dejó que esta le hiciera a ella lo mismo.

—Soy Deva —terminó de presentarse.

—Soy Charni.

—Lo sé.

—¿Por qué…?

—Otra vez —la interrumpió—, lleva algo así cuando los descansos —dijo guiándola con una de sus nos para que percibiera lo que sujetaba en la otra—. A veces ayuda en la comunicación.

»Yo lo llamo “palosuave”. Una niña grande lo llamó “tubería”. Pero me gusta cómo suena lo mío. Tiene más textura, más sigficado.

—¿Por qué te has metido en la comunicación?

—Porque no me gustan esas niñas. Hacen lo que Latha dice o creen que Latha quiere. Son falsas y cobardes. No tienen sonalidad.

—¿Sonalidad? ¿Qué es eso?

—Pues… Cuando eres bediente sin miedo.

Charni se quedó en silencio, sopesando las implicaciones de la definición.

—Yo soy bediente —replicó—. Mamá dice que debo ser bediente. También dice que no debo tener miedo. Hummm… Entonces yo tengo sonalidad, ¿no?

—Yo creo que sí. Bedeces a las sonas grandes porque está bien. Pero no bedeces a Latha porque no le tienes miedo. Las otras sí tienen.

»Mi Mamá dice que no se bedece al tuntún. Solo a las sonas que cuidan de ti, aunque a veces duela.

»Latha te tiene celos, por eso te hace daño. Pero no lo hace ella en verdad. Se lo dice a las otras niñas. Y Mamá dice que eso es de cobardes.

—Ella no me tiene celos… ¿Qué es celos?

—Celos es… cuando una niña tiene miedo de otra niña con sonalidad.

Charni se quedó un buen rato sin moverse, sin acariciar a Deva para formar palabras y completar las ideas con sonidos. Aquello no parecía tener mucho sentido. Aunque Mamá le había dicho que no debía tener miedo, que era malo, siempre pensó que se refería a caminar con demasiado cuidado para evitar el dolor físico, o a quedarse en un espacio infinito sin poder oler, oír, saborear o sentir nada, por ejemplo. Pero… ¿miedo a una existencia? ¿Cómo?

De repente, Deva le apretó el contorno utilizando el suyo propio. Le estaba preguntando en qué estaba pensando.

¿Y qué pensaba? Pues que le gustaba esta nueva pañera, que sabía muchas palabras que ella desconocía y que… usaba más el tacto que los sonidos. Y estos últimos no sonaban falsos.

¿Migas? —articuló Charni.

—Amigas —le transmitió Deva sobre su contorno.

Los círculos iban pasando con tranquilidad, sin prisa. La cabeza de Charni llegaba ya a la altura del hombro de su madre y hasta sus contornos empezaban a parecerse a los de esta.

El mundo que la rodeaba estaba cada vez más limitado, más definido, y en su cabeza había un montón de palabras y conceptos que lo describían.

Por supuesto era consciente de que aún era demasiado joven para conocer todas las palabras, tanto las que se decían en voz alta como las que se dibujaban sobre la piel, pero aunque a veces todo eran prisas (por saber más, por crecer más rápido, por conocer más espacios y recintos…), atendía con calma a los consejos de su madre. Como cuando le decía que… no tuviera prisa por crecer y que la paciencia era una gran virtud entre las ksatryas.

No entendía muy bien lo último, pero percibía que era algo importante por el tono aleccionador con el que imprimía las palabras, sobre todo las táctiles. Así que cuando se impacientaba en la escuela porque alguna de sus compañeras fuera más atrasada en las clases y retrasara el ritmo de las lecciones o porque la maestra eludiera alguna de sus preguntas (cuando no lo zanjaba directamente diciendo que eso lo estudiaría en el siguiente curso), con un esfuerzo de contención recordaba el consejo de su madre: paciencia.

Cierto era que en algunas ocasiones había comprobado el poder de la paciencia. En los últimos años, por ejemplo, había aprendido que no a todas las niñas les gustaba saber que había otras más listas que ellas. Y que lo supieran, en vez de motivarlas para querer aprender y ponerse a la altura de las demás, provocaba una respuesta violenta hacia las que eran listas.

Así que aunque al principio siempre decía su nombre en voz alta la primera, para responder a las preguntas que hacía la maestra, aprendió a esperar a que las demás lo intentaran por mucho que se muriera de ganas por contestar cuando el silencio se hacía eterno.

Tampoco era correcto decir que te gustaba algo cuando a la gran mayoría no. O más concretamente, podías decirlo pero no hacer alarde, sobre todo en el caso de que no fuera porque a las otras no les gustara, sino porque se les daba mal. Como sucedía con las matemáticas.

A Charni le encantaban las matemáticas tanto como le fascinaba conocer palabras nuevas y combinarlas de manera correcta para dar la máxima información con el mínimo de ellas. Y es que era como si las matemáticas dieran consistencia, propiedades físicas, a conceptos en principio intangibles o imaginarios como era el caso de la música o el tiempo.

Ah, el tiempo. Era tan etéreo y tan útil a la vez… Y lo que más tenía anonadada a Charni era que se podía medir el transcurso de los momentos dependiendo de si se tenía el sentido de ver o no. Y ellas debían conocer tanto los nombres como sus equivalencias para que hombres y mujeres pudieran entenderse en el caso de que se produjera algún intercambio de información.

Las ksatryas, por ejemplo, medían el tiempo por los ciclos biológicos y la llegada de suministros. El primero requería entrenar muchísimo el cuerpo, mientras que el segundo no requería demasiada atención.

La unidad de tiempo básica del ciclo biológico era el hambre y el sueño, y sus complementarias el agua y la orina. Por otro lado, la unidad básica de los suministros era la alarma.

La alarma correspondía a un período muy largo, el sueño a uno medio-largo, el hambre a uno medio, y al agua podía dársele el valor de las dos anteriores o uno corto, a voluntad de quien la tomara. Eso sí, un cuerpo perfectamente entrenado, junto a un dominio de las matemáticas, permitía que una no tuviera que esperar a la segunda orina para hacer la siguiente toma y estar sedienta durante demasiados momentos para completar una unidad de tiempo.

Una jornada, por otro lado, equivalía a cinco hambres y un sueño. Asimismo, una alarma correspondía a una media aproximada de treinta y seis hambres y siete sueños en el intervalo de las abundancias y el doble en el de la escasez. Y un círculo sería el comprendido al completar los dos intervalos anteriores.

Los ksatryas, sin embargo, medían el tiempo por lo que veían. Utilizaban las palabras día, noche, año… y aunque tenían hambre, sueño y sed, no necesitaban entrenar su cuerpo para medir el tiempo, porque aunque en algún momento, por lo que fuera, no pudieran ver, tenían unos objetos llamados relojes que les permitían incluso fragmentar el tiempo en intervalos más pequeños como las horas, los minutos y los segundos.

Oh, sí, el tiempo. Tan ligado al cuerpo y a la vida misma, tan relativo y tan tangible cuando se estudiaba desde la perspectiva de las matemáticas…

A veces Charni se preguntaba si acaso no sería posible aplicarlas a cualquier cosa aparte de a sumar, restar, multiplicar y dividir. Tal vez para darle consistencia al mundo de la misma manera que lo hacía con el tiempo.

En alguna ocasión que otra hablaba con Deva sobre aquel asunto. Su amiga, de vocabulario amplio y comunicación «contundente», sobre todo con las niñas que se andaban con tonterías, la devolvía a la realidad con rapidez.

—Estoy segura, Charni, pero primero aprendes a arrastrarte y luego a caminar. Por eso nos enseñan primero a sobrevivir sin ayuda. Ya habrá tiempo para pensar sobre el olor del mundo.

Cierto. Cada vez dependía menos de su madre para hacer las tareas de manera eficiente, y aun así…

Las asignaturas de matemáticas, lenguaje, lenguaje de los hombres, modelado de escritura, música, cocina y atléticas eran muy satisfactorias. Pero las de ordenar y limpiar, coser y patronar eran un tedio insufrible. Es más, la de coser y patronar era especialmente una tortura.

Podía entender lo de aprender a hacer remiendos o saber cómo añadir retales o ajustar la ropa para que esta les sirviera mientras sus cuerpos se iban desarrollando círculo a círculo. Comprendía incluso que coser bien era básico para la asignatura del próximo curso en la que le enseñarían a bordar palabras y texturas que les facilitara aún más reconocerse entre ellas. Sí. Muy bien. Pero lo que no acababa de asimilar era que, si siempre hacía la misma temperatura, ¿por qué debía aprender a confeccionar prendas de vestir enormes y pesadas con telas duras y acolchadas que le destrozaban los dedos y las muñecas? ¡Si ni siquiera las iban a usar!

—Ya —suspiró al borde de la derrota—. Ya lo sé, Deva. Como dice mi madre, debería ser paciente. Y vale, por lo que escuché hace seis alarmas, dentro de dos cursos tendremos asignaturas sobre el mundo de los hombres que me sonaron interesantes. Eran algo así como basajes, el lenguaje de las lágrimas y vidumbre. Pero bueno, también limpiar sonaba muy bien cuando lo explicó la maestra la primera jornada, ¿recuerdas? Eso de conocer y diferenciar texturas limpias y sucias, seguras o enfermosas… pero al final resultó aburrido. Si no está liso o igual o te hace estornudar es que hay que limpiar. Siempre igual. Siempre igual. Pues vaya cosa.

—Lo percibes demasiado, Charni. Te lo repito. Primero te arrastras, luego caminas. Primero percibes y luego lo juntas todo para saber qué es. Así lo hemos hecho siempre. Así fue como destruimos a Latha el círculo pasado. Conseguimos herirla muchas veces antes, pero le dimos el golpe final cuando supimos dónde estaba su grieta.

—Sí, pero nos llevó muchos círculos y muchos tratos conseguirlo.

—Charni, paciencia. ¿Qué te dice tu madre? Paciencia. Una mujer de verdad no tiene prisa. Percibe, suma, piensa. Entonces, cuando conoce y memoriza los límites, se mueve con seguridad.

»Si vas a ser reina tendrás que…

—No. No, no, Deva. Yo no seré reina.

Una vez más su amiga desviaba la conversación hacia aquel asunto. Un tema que a Charni le hacía sentir como si le pesara el cuerpo, como si soportara una carga que ni sabía de dónde le había venido, ni dónde estaba para quitársela de encima.

Siempre igual. No le gustaba nada.

Todo el mundo asumía que ese iba a ser su destino, que había venido al mundo con ese fin. Y después de mucho tiempo supo que ese supuesto fue el origen que había generado el conflicto con Latha, porque esta última sentía que a Charni se lo estaban dando todo hecho y que a ella no le iban a dar la oportunidad de ni siquiera intentarlo. ¿Por qué las personas asumían sin preguntar que su deseo era ser reina cuando en ningún momento ella había dicho que esa era su intención?

—Para empezar, Deva, no puedo hacer lo que mi madre hace. ¿Articular las palabras para que aun siendo falsas suenen verdaderas y que el lenguaje de su cuerpo no mienta en la conversación? Yo no sé hacer algo así.

—No es cierto. Sí sabes. Lo que pasa es que no te gusta mentir. Por eso tantas niñas se nos juntan ahora. Porque lo perciben de verdad. Y por eso serás reina.

—Pero no es suficiente. Mi madre ha producido a muchos hombres y es por eso que se ganó el título de reina. Porque ha aumentado nuestra seguridad en este mundo más que otras madres. Yo ya he vivido once círculos y aún no he producido ninguno.

—Tampoco Latha o yo o las demás niñas. Aún no has perdido.

Charni resopló. ¿Por qué Deva insistía en no hacerle caso? ¿Por qué tenía esa confianza en ella? ¿Por qué decía que no había perdido cuando ella no sentía que estuviera compitiendo?

—Vale, Charni. Ya siento que te estás enfadando. No hablaré más. Pero que sepas que cuando pase lo que tenga que pasar, yo estaré a tu lado. Ayudándote con palosuave cuando haga falta, ¿sí?

Charni acarició con un dedo la palma de Deva para transmitirle que el comentario la había satisfecho. Y, de repente, sintió un pinchazo y luego un dolor leve pero constante por debajo de su ombligo. Apretó los dientes y se maldijo a sí misma.

¿Cómo era posible? Habían pasado ya tres hambres. Desde hacía algo más de tres círculos había conseguido entrenar su cuerpo para que vaciara sólido antes de la segunda hambre; nunca en la tercera o pasada esta. ¿Entonces?

—¿Qué pasa? —le preguntó Deva al percibir la tensión en Charni.

—Nada, no te preocupes. Voy a irme a casa.

—Vale. ¿Palpará la mano?

—Bien. ¿Cuándo?

—No sé. ¿Dentro de una orina?

—Mmm… Mejor un agua.

—De acuerdo. Pero tengo que estar en casa antes de la cuarta hambre.

—Sí, sí. Yo también. Palpará la mano.

—Palpará.

Cuando Charni llegó a casa encontró a su madre atendiendo su obligación de reina. Con treinta y seis círculos de vida, sus contornos ya no servían para ayudar a los hombres a ver, por lo que disponía de más tiempo para organizar, ayudar y aconsejar a las demás mujeres.

Decidió esperar a que la reunión terminara para saludarla como era debido. Mientras tanto buscó a su hermanita de cuatro círculos. La última producción que su madre había realizado antes de que los hombres le hicieran sentir que el contorno de sus pechos y las estrías alrededor de su tripa y caderas dificultaban que su órgano para ver se sintiera satisfecho.

—Hablad texturado —escuchó la orden de su madre a las que le estaban cuchicheando—. ¿Qué me estáis pidiendo exactamente que haga?

—Nos gustaría que hicieras entrar en razón a Chaid Khasat. Insiste en que le ayudemos a ver cuando está más que texturizado que ya no puede.

—No es nada nuevo —replicó su madre con un bufido—. Los hombres son como niñas. Necesitan estar compartiendo información con su madre con frecuencia para adaptarse a este mundo. Chaid Khasat además está incompleto y, al igual que los que son como él, siente rabia y miedo porque jamás volverá a percibir como antes.

»Es nuestro deber calmar de tanto en tanto sus miedos, aunque sepamos que nuestros cuerpos, por mucho que se esfuercen, jamás podrán devolverles la vista. Así que no siento la urgencia de hacerle entrar en razón, como parece sugerir tu tono.

—Pero ya han pasado siete círculos y no parece dispuesto a admitir que nosotras no podemos ayudarle a ver cómo lo hacíamos antes de que fuera inválido. Otros no tardan tanto. Sin embargo, la frecuencia con la que él exige nuestra atención no mengua.

»Kesha, no podemos permitir que siga volcando información en nosotras de esa forma. Un hombre que se volvió inválido tan pronto significa que es débil y, por tanto, no puede ayudarnos a producir guardianes fuertes. Los ancianos sí, él no.

—Bueno, para eso están las sosegadoras. Para calmarlos sin miedo a que su información se desarrolle en ellas y produzcan hombres débiles.

—Kesha… —intervino una segunda mujer con un carraspeo para hacer patente su presencia—. Ese no es el único problema.

—Pues texturad para que os entienda y pueda ayudaros como es debido —empezó a impacientarse su madre.

—Palparás conmigo, Kesha. Como de costumbre, intentamos que haya el mayor número de sosegadoras en la casa de los inválidos para que les resulte difícil conseguir que una mujer produzca un hombre débil. Chaid Khasat, sin embargo, no se tranquiliza con las que les enviamos para que no se mueran de hambre ni enfermen por la suciedad. Ha empezado a entrar en las casas ajenas y a exigir de forma cada vez más violenta que le ayuden a ver.

El silencio cubrió por completo los límites de la casa. Ni siquiera se oía la respiración de las presentes. Charni captó cómo su hermana se apretujaba aún más contra su pecho para percibirla mejor y no sentirse sola en un mundo que para la pequeña debía parecerle ilimitado y aterrador.

—¿Violenta, cómo? —preguntó su madre en un tono casi gélido—. Algunos hombres son muy impetuosos a la hora de exigir la satisfacción de su miembro. Todas hemos probado en alguna ocasión un volcado de información doloroso. Así que, texturiza. ¿Violenta en qué sentido?

—Algunas veces las abofetea, otras las aplasta contra la pared y les retuerce un brazo. Una incluso me dejó sentir la marca de los dientes en su hombro.

El silencio que siguió a las últimas palabras resultó pesado, asfixiante. Charni creyó sentir cómo el corazón se encogía dentro de su pecho. Lo que acababa de escuchar no solo le pareció inconcebible, sino aberrante.

Un hombre jamás golpeaba o hería a una mujer. Jamás. Existían para protegerlas y ellas, a cambio de esa protección, les ayudaban a ver para poder guardar los accesos que comunicaban con el otro mundo de manera eficaz. Así había sido desde siempre.

—Bien —interrumpió su madre el tupido silencio—. Antes de hacerle entrar en razón, hablaré primero con Qjem y le explicaré la situación que me habéis descrito. No creo que el anciano se quede de brazos cruzados cuando descubra a qué se dedica uno de los hombres que tiene a su cargo.

»Mientras tanto, reubicad a las mujeres. Que las sosegadoras ocupen las casas en las que ese maldito inválido ha entrado, y aseguraos de que ninguna de las que ayudan en la de él hable. Los hombres son peores que niñas de dos círculos. Incapaces de diferenciar a una mujer de otra si no pueden verla u oírla con frecuencia.

—Así lo haremos, Kesha —replicaron todas al unísono.

Su madre dio tres palmadas rápidas para indicar que la reunión había terminado y que podían marcharse. Luego esperó con paciencia a que las mujeres le respondieran con otras tres palmadas para hacerle saber que habían alcanzado la salida y que se disponían a abandonar la casa.

Una vez solas, llamó a Charni para que le diera el saludo que no pudo realizar al entrar.

—¿Qué tal la escuela? —le preguntó mientras le acariciaba la espalda para dar por concluido el abrazo y el reconocimiento del aroma.

—Bien. Como siempre.

—¿Has aprendido algo nuevo?

—Nada demasiado interesante.

—¿Y qué habría sido interesante para ti?

—No sé. Algo que no fuera destrozarme los dedos cosiendo, por ejemplo.

—Pues menuda mujer estás hecha si te quejas por cualquier cosa que duela —replicó como una riña cariñosa en realidad.

—Jo, mamá, no es eso. Es que… Auh… —No pudo evitar gemir en respuesta al pinchazo que sintió por debajo de su ombligo.

—Venga, no será para tanto. Indícame dónde te duele.

Charni cogió la mano de su madre y la guió hasta el foco del dolor.

—¿Has orinado ya? —le preguntó en un tono inesperadamente serio mientras la palpaba.

—Lo acabo de hacer.

—¿Y te tocaba hacerlo? —Colocó con suavidad la mano en la entrepierna de Charni—. Estás húmeda.

—Me limpié bien con el trapo de la orina. Te lo juro, mamá —exclamó avergonzada.

Pero su madre no parecía escucharla. Bajó la cabeza, colocó la nariz cerca de su entrepierna y aspiró.

—De verdad, mamá. No sé qué me ha pasado. He tomado las aguas cuando tocaba y calculé la misma cantidad. No me riñas por ser como una niña de dos círculos, por favor.

—No, Charni. Ya no eres una niña. Tu tiempo interior se ha adelantado.

Su tiempo interior se había adelantado, pero según su madre eso no era algo malo. Inesperado, pero no inusual. Hasta podía ser una buena señal.

Tal vez dentro de medio círculo, cuando su cuerpo se adaptara al cambio, Charni sería capaz de incorporar una nueva unidad de medida: la sangre. Un ciclo biológico común a todas las mujeres, pero personal y único. Es decir, aunque podría dividir un círculo en sangres, el inicio de cada unidad no tenía por qué coincidir con el inicio del de otra mujer. Era su tiempo interior y el de nadie más. Sin embargo, debía tomársela como unidad orientativa. Y es que aunque el sangrado solía producirse cada veintiocho jornadas, al igual que los intervalos de escasez y abundancia, podía adelantarse o retrasarse.

En el primer caso no era excesivamente malo. Desconcertante, inconveniente tal vez, pero no malo. En el segundo se debía prestar especial atención al número de jornadas transcurridas en el caso de que un hombre hubiera efectuado un volcado de información en jornadas o alarmas previas.

Porque a Charni ya no la podían llamar niña, sino joven. Y cuando tuviera lugar el rito de iniciación se ganaría el derecho a ser considerada ksatrya, dado que al fin sería una mujer completa al servicio del mundo y las que lo habitaban.

Aunque aún era pronto. Su cuerpo no estaba lo suficientemente desarrollado para el ritual y podría resultar mortal para ella. No obstante, su madre tenía muchas esperanzas. Ella había producido a su primer hombre con trece círculos. Si Charni lo conseguía con doce, sin duda sería un claro indicio, casi indiscutible, de que merecía sucederla como reina.

Una vez más, aquella obsesión. Esa carga invisible pero tremendamente pesada sobre su cuerpo. ¿Por qué su madre tenía tanto interés por que ella fuera reina? ¿Qué tenía de bueno serlo salvo disponer de una casa para ellas solas y ayudantes que les evitaban las tediosas faenas de limpiar, lavar o cocinar? Todo lo demás eran responsabilidades y más responsabilidades. Un peso constante sobre sus hombros y la cabeza siempre ocupada en los asuntos de otras.

Charni, sin embargo, nunca le había dicho aquello a su madre. Por alguna razón sentía que la decepcionaría tanto que la partiría en dos. Así que, como siempre, aceptó lo que esta le dijo y le organizó, e intentó convencerse en el proceso de que todo lo hacía por su bien. Nunca había sido de otra manera.

Y allí estaba Charni asistiendo a asignaturas extras en una clase de cinco jóvenes más que, como a ella, se les había adelantado el tiempo interior.

Era, sin duda, una clase especial donde, para empezar, no había ni sillas ni pupitres, sino que se situaban, bien sentadas, bien tumbadas, sobre colchonetas, sábanas y cojines colocados en el suelo. La maestra, siempre sentada en medio de todas ellas, les hablaba con mucha calma y en un tono suave y relajante. Nunca se enfadaba cuando alguna no entendía algo y tenía una paciencia infinita que a Charni le parecía admirable. Y es que, según la maestra, no había ninguna prisa aunque sus cuerpos la tuvieran. Lo importante era que comprendieran el porqué de las cosas.

Así, en las primeras alarmas, pasó aguas y aguas explicándoles lo que iba a significar para ellas el tiempo interior, cómo reconocer los síntomas que se producían antes del sangrado, las molestias que podrían sentir las primeras jornadas, los cambios de humor que iban a experimentar y cómo afrontarlos, la manera de sentirse limpias a pesar de todas las incomodidades, e incluso consiguió tranquilizarlas cuando les explicó que sus orinas podrían verse descompensadas.

En la última alarma habían empezado a combinar la teoría con la práctica, como por ejemplo, saber cuándo debían cambiarse el paño de la sangre o de qué materiales debía estar hecho el contenedor de los sucios para evitar malos olores por un lado, y que no molestara en el cinto ni produjera demasiado ruido, por otro, al chocar con el recipiente de la orina.

Para la próxima alarma, cuando ya tuvieran hecho su contenedor, empezaría las lecciones sobre el propio cuerpo, en las que les enseñaría a explorarse para reconocer los cambios, así como las zonas especialmente sensibles.

Oh, se moría de ganas por explicarle todas aquellas cosas a Deva. Sin embargo, la maestra les insistía a menudo que no era buena idea aleccionar a niñas, dado que sus cuerpos no estaban ni preparados ni predispuestos a recibir las enseñanzas y que a la larga era peor, porque llegado el momento podían producirse rechazos y traumas. Y aunque Charni no entendió muy bien el concepto al que hacía referencia aquella última palabra, percibió que sus connotaciones no eran buenas, así que no tuvo más remedio que armarse de paciencia y callar.

Era difícil, y más teniendo en cuenta que, dado el tiempo que le consumían las asignaturas extras, apenas podían quedar para sentirse. Así que las pocas veces que podían, estaba tan contenta por el reencuentro que no dejaba de hablar y hablar. Y es que aunque ella era joven y su amiga una niña… seguía siendo Deva, a la que hasta hacía unas alarmas podía contarle cualquier cosa.

Y en la cuarta hambre de aquella jornada, cuando Latha se interpuso en su camino de regreso a casa, echó terriblemente de menos la presencia reconfortante y… contundente de Deva.

—Vaya, vaya, a quién tenemos por aquí… A la joven Charni, nada menos.

Charni, tras el respingo causado por el encontronazo, intentó relajar el cuerpo para no parecer tan alerta como realmente estaba.

Latha era peligrosa y sobre todo muy hiriente cuando había más niñas junto a ella. Algo que, por otro lado, era bastante frecuente. Aunque su séquito se había reducido en el último círculo, le bastaba con ir acompañada de una niña para no morderse la lengua. Y es que Latha evitaba utilizar siempre que podía la textura de las palabras, a pesar de las dificultades que había demostrado tener a lo largo de los círculos para aprender vocabulario de sonidos nuevos.

En aquella ocasión, sin embargo, fue desconcertante no sentir la presencia de otras. ¿Qué estaba pasando? ¿Estaría relacionado con el hecho de que Charni era joven mientras que Latha seguía siendo una niña? ¿Sería posible que, dada la diferencia, esta no quisiera que la percibieran acosando a una persona mayor? Interesante…

—¿Qué quieres, Latha?

—Menudo tono. ¿Ya se te ha subido tan pronto la juventud a la cabeza que te molesta hablar con una niña? ¿O es que por fin te has decidido a texturizarte como realmente eres, eh? A mí no me engañas. Eres tan falsa como tu madre.

Charni suspiró cansada. No, no iba a entrar en su juego, aunque…

—Por supuesto, Latha. Solo una maestra del engaño como tú sería capaz de descubrir a una simple aprendiz como yo. Qué tonta he sido por intentarlo.

—Búrlate lo que quieras ahora que te dejo porque no nos percibe nadie, pero te voy a texturizar muy bien una cosa. Puede que ya seas joven, pero nunca permitiré que llegues a ser reina. Llevas la información de la locura en tu sangre y no te dejaré que nos arrastres a todas con ella.

—¿De qué estás hablando?

—No te hagas la tonta. Mi madre me contó lo de tu hermana.

—¿Qué sabrás tú de mi hermana pequeña que ni siquiera ha salido de casa aún?

—No esa hermana, estúpida. Hablo de tu hermana la loca. A la que desterraron de este mundo para que sufriera el tormento del mundo ilimitado y mortal por traicionar a las ksatryas.

—Sigo sin saber de qué me estás hablando. Solo tengo una hermana.

—¿En serio? —Se acercó tanto a ella que la nariz de Charni quedó inundada por el aliento de Latha. La sintió tan cerca que percibió a la perfección la amenaza y el desprecio como nunca antes lo había sentido en su enemiga—. ¿Quieres hacerme creer que no sabes nada? ¿Que estás convencida de que tú has sido la primera niña que produjo tu madre? Ja. Puede que ella fuera la que dictó sentencia y acalló así todas las protestas hasta el punto de que las demás ni siquiera lo comentan con otras en la intimidad, pero me niego a creer que no te ha advertido de la información que llevas dentro. Que no te hablara de tu hermana la loca, ni de la que se quitó la vida cuando produjo dos aberraciones. Te lo he dicho, a mí no me engañas. No puedes engañarme.

»Advertida quedas, Charni. Tal vez yo no acabe siendo reina, pero no voy a ponértelo fácil para que tú lo seas. Por el bien de las ksatryas, haré todo lo que esté en mi mano para impedírtelo.

Por fin Latha se separó de ella y se marchó sin añadir nada más. Charni, clavada en el suelo, agradeció que su enemiga, ahora declarada, prefiriera los sonidos a las texturas o habría notado las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Pero ¿por qué le habían dolido tanto sus mentiras? ¿Por qué su cuerpo había reaccionado a la rabia de esa manera en vez de hacer como Deva y mostrarle su rechazo con contundencia? Y lo más importante: ¿por qué seguía sintiéndose tan molesta y desconcertada a pesar de que ya no percibía la presencia de Latha?

Se limpió la cara, recuperó la dignidad, y retomó el camino de regreso a casa mientras su cabeza no dejaba de darle vueltas a todas aquellas mentiras que insistían en cobrar una importancia que no tenían. Imposible.

Al llegar a la entrada de su casa se chocó, inesperadamente, con la espalda de un hombre. Porque era imposible que se tratara de una mujer. No solo por su envergadura, su aroma, el sonido que producía como si arrastrara los pies sin hacerlo en realidad… sino, sobre todo, por el hecho de que se había chocado con él.

Las mujeres aprendían desde pequeñas a caminar por el mundo con seguridad, sí, pero también con delicadeza. Como si fluyeran por el vasto espacio que rodeaba su existencia.

Por supuesto había encontronazos de tanto en tanto, algún golpe ocasional, pero no como si chocaran contra un muro, que era lo más parecido a lo que pasaba cuando se topaban con un hombre. Se quedaban quietos, agarrotados, afianzando los pies en el suelo como si su vida dependiera de ello, en vez de acomodarse al golpe y dejarse llevar.

—Disculpa —dijo Charni inmediatamente.

Si algo le había enseñado su madre era que siempre, siempre, debía ser la primera en disculparse cuando chocaba contra un hombre y, si era necesario, asumir la culpa. De otra forma sería recordarles que habían perdido la vista y que jamás podrían volver al otro mundo, y eso a ellos no les gustaba.

Además, los hombres tenían un sentimiento llamado orgullo que se activaba con cierta facilidad cuando estaban cerca de mujeres que les hicieran sentirse débiles o estúpidos de alguna manera, por muy absurdos que fueran los motivos para ellas.

—¿Entras o sales? —preguntó seguidamente.

Por supuesto que el hombre tenía intención de entrar, pero una forma de mitigar el orgullo, por ejemplo tras un choque como aquel, era hacerles creer que se sentían tan perdidas como ellos o más.

Charni a veces se preguntaba por qué esa sensación de peligro cuando se hablaba del orgullo de los hombres, pero algo dentro de ella le decía que mejor no lo averiguara jamás.

—Entro, entro —respondió él con presteza.

Por el sonido que producían sus pies al caminar y lo poco que pudo percibir al tocar su piel, Charni estaba segura de que se trataba de uno de los hombres a los que llamaban ancianos. Aquello, unido al peculiar aroma que desprendía y el sonido de su voz, hizo que le resultara familiar.

—Entonces —añadió Charni para rematar la estrategia de calmar ese sentimiento llamado orgullo y reforzar al mismo tiempo su confianza—, si no te importa, iré detrás de ti —dijo colocando su mano en la espalda del anciano como si le hiciera falta para caminar segura por su propia casa.

—Claro —exclamó utilizando aquella palabra extraña que tanto les gustaba utilizar a los hombres—. No te separes de mí.

Charni sintió cómo la espalda del anciano se ponía recta, tensa, como si estuviera en guardia, como si protegiera lo más valioso de aquel mundo. Y aquello, a pesar de la ironía y la falsedad, le reportó alegría y una extraña sensación de… seguridad.

Puede que los hombres que se quedaban ciegos fueran torpes, inútiles en aquel mundo, pero cuando no estaban molestos por cualquier tontería conseguían transmitir sensaciones placenteras como solo ellos sabían hacer. Emociones que ni siquiera su madre, tan protectora como era a veces, le conseguía brindar.

—¿Kesha? —preguntó él algo inseguro—. Kesha.

Charni sintió compasión por el anciano. Por supuesto que su madre estaba en casa. Era la reina, dónde iba a estar si no. ¿De verdad no percibía el ruido o que la mezcla de olores en un recinto cerrado era más intensa cuando había presencias en ella?

Sacudió la cabeza. No quería pensar en eso. Aunque era incapaz de entender cómo funcionaba el quinto sentido de los hombres y lo que debía suponer para ellos perderlo, la sola idea de que a ella le pasara algo parecido con alguno de los cuatro que tenía la aterraba.

—¿Qjem? —respondió su madre también con inseguridad—. ¿Eres tú?

—Sí, soy yo.

—Vaya, lo siento. No te esperaba tan pronto. Pasa, pasa.

Menudo cúmulo de falsedades en un momento. ¿Cómo conseguía su madre que le saliera tan natural, tan «soy tan torpe y tonta»?

Para empezar, si lo había llamado por el nombre es que lo había reconocido. De otro modo le habría preguntado «¿quién eres?» o directamente habría dicho «identifícate» en el caso de que la visita fuera una mujer. No había duda de que estaba utilizando la misma fórmula que Charni para no hacerle sentir vulnerable ni despertar su orgullo.

Y respecto a la segunda falsedad, ella había percibido la impaciencia de su madre dos jornadas después de que las otras mujeres le relataran lo de Chaid Khasat. ¡Por favor, llevaba alarmas esperando a aquel hombre! ¿Cómo podía su voz sonar tan tranquila y distraída? Y Charni sabía que se trataba de ese anciano en concreto porque le había oído pronunciar (y maldecir) el nombre de Qjem muchas veces.

—Madre —usó el apelativo que debía emplear cuando tenían lugar las visitas—, ya estoy en casa.

—Oh, hija mía. Ven aquí. Saluda a tu madre.

Curioso.

De normal debía esperar a que las visitas se fueran, pero con aquel gesto no solo le indicaba que quería que estuviera presente, sino que tras el saludo le escribió en la piel que se quedara. Charni supuso que lo hacía porque el hombre no repararía en su presencia.

Increíble.

Lo había percibido muchas veces, lo acababa de percibir hacía unos momentos, y aun así no podía dejar de sorprenderse. ¿Cómo era posible, de verdad, que los hombres no fueran capaces de captar más de una presencia en la habitación a menos que ellas hicieran algún ruido lo suficientemente fuerte para que hasta su hermana en el otro cuarto lo captara?

—Perdóname, Qjem, por no atenderte de inmediato, pero necesito sentir a mi hija y asegurarme de que está bien. Siéntate donde quieras, por favor. Es tu casa, ya lo sabes.

—Prefiero seguir de pie —dijo mientras intentaba localizar la voz de Kesha para estar lo más cerca posible de ella—. Y no te preocupes por eso. Ya he observado que a las mujeres os encanta abrazaros. Además estamos hablando de tu hija. Así que tómate tu tiempo.

Observar, otra palabra muy utilizada por ellos. ¿Cuándo la grieta le iban a enseñar el lenguaje de los hombres y no solo las palabras que ambos compartían?

Su madre le escribió en la piel que permaneciera callada y sin hacer ruido alguno. Acto seguido se dirigió al anciano:

—Gracias, Qjem. Pero por favor, dime si lo que te trae por aquí es una solución a lo que te comenté.

—Para empezar, Kesha, quiero dejar claro que jamás me tomaría algo así a la ligera. Un ksatrya no solo es fiel a su código, sino que protege a sus mujeres, porque sois débiles, vulnerables, pero también valiosas.

Charni sintió cómo el corazón se le aceleraba y la cara se le acaloraba. ¿Débiles? ¿Débiles? ¿Desde cuándo? ¿Acaso no era gracias a ellas que los hombres que vivían en este mundo no morían de hambre, ni enfermaban, ni se volvían locos? Eran incapaces de valerse por sí mismos y aprender a cocinar, lavar, limpiar o sencillamente caminar por el mundo sin romper las cosas que encontraban a su paso. Solo sabían hablar a voces, pelear y volcar información con frecuencia como si fueran niñas de dos círculos temerosas de estar separadas de su madre mucho tiempo. ¿Por qué, maldita la estría, su madre no le llevaba la contraria?

Esta percibió de inmediato la tensión de su hija y con una caricia le pidió que se calmara.

—Un ksatrya que quebranta esa regla —prosiguió Qjem con su discurso— no solo no es un hombre, sino que es peor que un animal, y nosotros no lo toleramos. Imagínate lo difícil que resulta para alguien como yo creer que uno de los nuestros es capaz de algo así.

»No es que tuviera motivos para dudar de ti, pero en mi experiencia he conocido la naturaleza insidiosa y vengativa de las mujeres, por lo que tenía mis dudas. Y es que por mucho que no tengáis nada que ver con las mujeres que he visto fuera, sé que está en vuestra naturaleza, y yo no podía ignorar eso.

»Así que ante la posibilidad de cometer un terrible error con un hombre inocente, le concedí el beneficio de la duda. Créeme cuando te digo que yo era el primer interesado en solucionar esto cuanto antes. Tanto si se trataba de una injusticia como de un acto tan brutal.

»Por eso ordené a mis hombres que lo mantuvieran vigilado unos días, pero no hizo nada sospechoso. Sin embargo, porque creo en tu palabra y no veo por qué ibas a mentirme, lo reprendí igualmente y le di la oportunidad de defenderse. Aceptó y perdió. Te puedo asegurar que fue humillante para él y que si alguna vez hizo algo como lo que me contaste, no creo que lo vuelva a repetir. Nunca.

Ambas permanecieron en silencio. Charni porque no podía hacerse notar, y su madre para asegurarse de que Qjem había terminado de hablar. Luego, con mucha calma y sosiego dijo:

—Muchas gracias, Qjem, de verdad. Gracias por las molestias y el tiempo que has invertido en este asunto. Comprendo lo difícil que ha debido de ser para ti tomar una decisión como esa y te agradezco que me tengas en consideración.

»Solo hay una cosa que, perdona mi ignorancia, no he podido comprender. ¿Aceptó y perdió? ¿Quieres decir que admitió su culpa? Por favor, no alcanzo a comprender del todo. ¿Serías tan amable de explicármelo en palabras que una mujer como yo pueda entender?

—Se le ofreció una pelea con el mejor de nuestros guerreros para demostrar su inocencia. De haber estado libre de culpa habría ganado o, en su defecto, habría luchado hasta la muerte antes que admitir su derrota.

»Hicimos justicia hace dos semanas. Si no vine antes fue porque esperé a que se curaran sus heridas en la lucha, y decirte que aunque lo veáis por ahí no hay nada que temer.

»No soy estúpido, Kesha. Tal vez desconozca cómo os organizáis aquí abajo, pero me he dado cuenta de que siempre eres tú la que viene a hablarme de los problemas de las demás. Así que me imagino que, aun a pesar de vuestra simplicidad, sois capaces de organizaros por medio de líderes, y que tú eres una de ellas. Por lo que aunque no creí necesario venir a explicarte nada, sí he creído conveniente hacerlo. Problema resuelto.

—Y yo te vuelvo a dar las gracias, no solo por lo que has hecho, sino por tomarte la molestia de venir hasta aquí. Aunque, Qjem, no soy ninguna líder en el sentido que creo que usas esa palabra. Sencillamente, las mujeres confían en mí, no sé por qué, para contarme sus problemas. Y eso que soy una bocazas y no puedo callarme nada contigo.

—Como tú digas —replicó tras un gruñido—. Te permitiré jugar a tu juego. Solo por esta vez.

—Agradezco tu deferencia hacia mí. Te aseguro que no la olvidaré. Eres un buen hombre, Qjem Sath, y por eso me siento atraída hacia ti. ¿Deseas satisfacer tu miembro conmigo? Sé que he perdido mi atractivo pero…

—Así lo haré —la interrumpió mientras intentaba con torpeza localizarla.

Con una escritura rápida, Kesha le indicó a Charni que se alejara lo suficiente para no estorbar, pero que, al mismo tiempo, se mantuviera lo bastante cerca para percibir lo que iba a pasar a continuación.

Ruidos, jadeos y un aroma cada vez más intenso inundando toda la habitación. Charni, como de costumbre, no supo decidir si era desagradable o raro. Peculiar, característico tal vez. Sin embargo, a diferencia de lo que tenía lugar otras veces con otros visitantes (algo que no sucedía a menudo en los últimos círculos), no fue rápido. Y Charni se aburrió un buen rato. Con la de preguntas que tenía que hacerle a su madre…

Por fin el gruñido final, el suspiro final y el sonido de unos pies arrastrándose por el suelo. Estaban solas, al fin, de verdad.

Charni se acercó a su madre, que había sacado el paño de la sangre y lo estaba aplicando a su entrepierna, y se acurrucó como de costumbre en su regazo.

—¿Cómo es el volcado de información? —le preguntó.

—Eso es algo que no puedo explicarte, Charni. Tienes que experimentarlo por ti misma. Solo te puedo decir que no siempre se percibe igual y que, con un poco de suerte y paciencia, conseguiré que sea Qjem Sath el que esté en tu rito de iniciación. Es un anciano, lo que significa que su información es poderosa, y para ser un hombre es listo. Mucho. Es la mejor opción para ti.

—Lo que no he entendido es por qué, si eres reina, le permites que te hable así. ¿Por qué te comportas como si tú fueras una de las ayudantes que vienen a nuestra casa?

—Oh, Charni, ya eres joven, pero aún te faltan círculos y un par de producciones para ser adulta. Y es que todo se basa en la percepción.

»Los hombres nacen en este mundo, pero al medio círculo son llevados al otro. Allí todo es salvaje y brutal. Y no solo el quinto sentido es necesario, sino que hace falta tener un contorno abultado. ¿Has percibido el de Qjem? Para ser un anciano su musculatura nos supera con creces. Nuestro contorno no lo es. Todo lo contrario, de hecho. Al palparnos podemos sentir nuestros huesos; algo que estoy segura no has llegado nunca a notar en los hombres. ¿Me equivoco?

»Desde su percepción, nosotras somos débiles porque seríamos incapaces de sobrevivir en el mundo cruel en el que ellos viven durante círculos y círculos. Desde la nuestra, ellos son los débiles por ser incapaces de existir en este sin nuestra ayuda.

—De acuerdo. Físicamente somos débiles comparadas con ellos, pero según sus propias palabras somos valiosas. Sin embargo, no he percibido en el tono de Qjem esa consideración. En ningún momento. Es más, me pareció sentir… desprecio. Como si le molestara no solo el haber venido, sino el simple hecho de hablar contigo. Y tú… le hablabas como si tuvieras que darle las gracias por dejarte respirar.

Su madre suspiró y luego la aplastó aún más contra su pecho. Seguidamente empezó a acariciarle los brazos para transmitirle cariño y a la vez pidiéndole paciencia.

—Sí —suspiró de nuevo—. Supongo que ya ha llegado el momento de que conozcas el funcionamiento del mundo. Bien. Palpemos juntas.

»Existe una relación de equilibrio entre hombres y mujeres. Ellos nos protegen, nosotras les ayudamos a ver; ellos nos proporcionan alimento desde el otro mundo, nosotras nos aseguramos de que los que viven en este no mueran de hambre. Sin hombres no habría volcado y no podríamos producir mujeres. Sin mujeres, ellos podrían volcar, pero sería información inútil y desperdiciada, con lo que no tendrían manera de mantener el número de guardianes.

»Este equilibrio, sin embargo, es frágil y es nuestro deber mantenerlo como sea necesario, porque nosotras somos en realidad las responsables de dicha fragilidad.

Charni tensó los músculos ante los últimos sonidos y texturas que acababa de transmitirle su madre. ¿Las mujeres habían hecho algo malo? ¿Cómo?

—Sí, Charni. Siente. Los hombres son la mejor arma y el mejor escudo que tenemos frente al otro mundo; no obstante, en nuestro deseo de producir el guerrero más fuerte, el más hábil, el más honorable de todos, les transferimos la información del orgullo. Es, sin duda, la mayor virtud de un ksatrya para conseguir todo lo anterior, y, aun así, también puede ser su mayor debilidad. Por eso debemos asumir la culpa, la responsabilidad de haber creado un arma tan poderosa que, si no es manejada con cuidado, podría volverse en nuestra contra.

»De ahí que tratemos a nuestros hombres con tanto mimo y cuidado. Si siempre evitas pasar el dedo por el filo del cuchillo que tienes bien agarrado por el mango, te aseguras de que nunca vas a cortarte con él. Y en realidad es un precio pequeño comparado con los beneficios que obtenemos. Seguridad, protección, alimento, producción…

—Vale. —Consiguió relajarse lo suficiente—. Creo que lo entiendo. Aun así… Me dio la sensación de que Qjem, y supongo que los demás hombres, no lo perciben así. Es más, dijo que éramos insidiosas y vengativas. No sé lo que significa lo primero, pero me di cuenta del desprecio implícito. Y tampoco me gustó la comparación con las mujeres del otro mundo.

—Pero es que es cierto, Charni. Somos insidiosas y vengativas. ¿De qué otra forma crees que podríamos combatir a unas enemigas que desde este mundo no podemos percibir?

—¿Enemigas?

—Por supuesto. ¿Contra quién piensas que luchamos? Los hombres dicen que luchan contra otros hombres, pero nosotras comprendemos que el verdadero enemigo son las mujeres que producen esos hombres.

»Trata de imaginártelo, Charni. Vivir en un mundo ilimitado, peligroso y salvaje. Yo también haría todo lo posible para conquistar este, limitado y seguro. Aunque mientras ellas sigan siendo incapaces de producir hombres con orgullo, podemos despreocuparnos… por el momento. Prefiero no pensar en lo que significaría que una de esas mujeres consiguiera la información del orgullo de uno de nuestros hombres y pudiera empezar a producir los suyos propios.

Charni se quedó en silencio un buen rato, tratando de asimilar toda aquella información. Parecía todo tan lógico…

—Pero mamá… ¿por qué no quieres que Qjem sepa que eres reina y le haces creer que lo es él?

—Bueno, siempre ha sido así. Nosotras no sabemos cómo se organizan los hombres en el otro mundo, ni cómo viven, conviven, entrenan… No nos interesa en realidad mientras cumplan con su papel. De la misma forma, ellos no saben cómo nos organizamos nosotras, ni tampoco les interesa mientras el equilibrio se siga manteniendo.

—Ya. Pero lo sabe. Ha texturizado que lo sabe. ¿Qué ganas al no confirmárselo?

—Hacerle creer que es importante para mí que no lo sepa porque temo lo que pudiera hacerme. Qjem, como los otros ancianos que ocuparon el mismo puesto antes que él, es listo. Pero si consigo convencerlo de que me preocupa que sea consciente de mi posición en este mundo, obtendré dos cosas.

»Primero, que piense que soy tonta por tratar de engañarlo y, por tanto, que no represento una amenaza para él ni para su intelecto, y por tanto tampoco para su orgullo.

»Segundo, creerá que tiene poder sobre mí, y en consecuencia sobre las demás, si puede amenazarme con destronarme o hacer que las otras se sientan perdidas sin su reina y, por tanto, más manejables. Desconoce las implicaciones del cargo, y tampoco es consciente de que soy la primera que ha durado tanto en él.

»Al final, hija mía, todo se reduce a lo mismo. Orgullo. O no coger el cuchillo por el filo. Que es precisamente lo que vamos a tener que hacer con Chaid Khasat. Pero debemos llevarlo a cabo por el bien de todas.

»Esperaremos aún un par de sangres antes de ordenar que le hagan entrar en razón. Hacerlo antes podría resultar demasiado sospechoso y por tanto perjudicial para nosotras.

Charni boqueó de asombro y sacudió la cabeza para mostrar su desconcierto.

—Pero… pero… Pensé que… —empezó a decir—. Bueno… Le diste las gracias a Qjem. Me dio la impresión de que estabas satisfecha y de acuerdo con su forma de solucionar lo de Chaid.

—Chaid se volvió un inválido demasiado pronto. En su momento, debió asumir que es mejor morir en batalla que ser demasiado débil para luchar o simplemente una carga para los demás. Sin embargo, fue un cobarde. Prefirió seguir viviendo en un estado lamentable a asumir su responsabilidad con su gente.

»Hay muchos tipos de inválidos, cierto. Pero los que lo son y llegan hasta aquí antes de alcanzar la vejez, tarde o temprano, terminan aceptando su vergüenza y tratan de enmendarse molestando lo menos posible o intentando ser útiles para los demás hombres que forman nuestra última línea de defensa.

»Chaid, sin embargo, lleva siete círculos aquí y no solo es un auténtico incordio, sino que ni siquiera es lo bastante hombre para admitir su debilidad; hasta el punto de volcar su propia rabia, frustración y vergüenza contra todas las mujeres, de una manera física y brutal. Aberrante.

»Cierto que alguna de nosotras es la responsable de haber traído al mundo a un guerrero débil como él, pero como jamás sabremos quién lo produjo, no puede responsabilizarnos a todas y hacérnoslo pagar de esa manera.

»Pero aún hay más. Debemos tener especial cuidado con él porque no solo es fuerza bruta, sino que ha demostrado ser insidioso como una mujer. Es decir, que sabe usar algunas de nuestras armas. Así que es lógico pensar que la justicia que le ha aplicado Qjem no va a ser suficiente para pararlo. No. Si yo estuviera en su lugar, la justicia de los hombres tampoco me detendría.

»Por eso, al igual que haría una de nosotras, dirá que es culpable aunque piense que no es así, caminará despacio y con cuidado, será paciente, muy paciente, y cuando se sienta seguro de que ha engañado a todos, volverá a actuar, pero con la suficiente cautela para que no puedan volver a acusarlo de la falta. Oh… estoy segura de ello.

»Así pues, como buenas ksatryas, nosotras también seremos pacientes, le haremos creer que estamos satisfechas con el castigo que sufrió, le haremos sentirse cómodo y seguro, palparemos el suelo cuando percibamos su barbarie, y una vez seguras de que los demás hombres nos ignoran estando a su lado, y él acabe bajando la guardia, entonces y solo entonces le haremos entrar en razón.

Y en efecto, tal y como su madre le dijo, así fue. Tres sangres de la reina después, a Chaid Khasat se le hizo entrar en razón: una aparatosa caída que lo dejó en cama y sin poder moverse durante más de medio círculo.

Por supuesto, las mujeres que lo cuidaron con suma atención y mimo se aseguraron de que la recuperación no fuera todo lo rápida que podría haber sido.

Ningún hombre acusó a ninguna mujer de haber provocado el accidente. Sencillamente asumieron que Chaid Khasat había sido demasiado torpe. Como las mujeres que previamente se habían caído y lastimado por la misma zona, aunque con heridas de menor importancia.

Tampoco se les ocurrió preguntar a las que lo atendían por qué sus huesos tardaban tanto en soldarse y recuperar la movilidad. Sencillamente dieron por hecho que estos eran débiles como el propio Khasat.

Y por supuesto Kesha, que le había pedido en un par de ocasiones a Qjem que hiciera algo en aquel lugar antes de que alguien más se lesionara (como fue lo que finalmente le pasó a Chaid), se lo agradeció con entusiasmo una vez terminadas las obras.

Si este albergaba alguna sospecha hacia ella, no lo demostró. Es más, accedió a ser el asistente en el ritual de iniciación de Charni.

Todo fue tal y como la reina planeó.

El tiempo fue transcurriendo, entre las clases y las prácticas, casi como en un suspiro. Charni en ningún momento encontró la ocasión propicia para abordar a su madre con las dudas que la atormentaban respecto a la existencia inesperada de más hermanas. Es más, tardó mucho en darse cuenta de que jamás daría con la ocasión perfecta.

Sí la había encontrado para investigar por su cuenta, aunque no fue fácil al principio. Por muy sutil que ella fuera con las preguntas, ninguna adulta se sentía cómoda dando respuestas. Y al final, la coletilla de siempre: querida, es mejor que se lo preguntes a tu madre.

Razón no les faltaba. Después de todo, lo que pudieran decirle sería una percepción parcial del conjunto, deformada posiblemente por el transcurso del tiempo. La parte más involucrada, la que lo había percibido de primera mano, era su madre. Aun así, Charni tenía la sospecha de que si esta nunca le había mencionado el tema, era más que probable que le resultara tan doloroso como vergonzoso.

A veces Charni no podía evitar preguntarse si la insistencia de su madre en que ella se convirtiera en reina no era más que el deseo de obtener la redención a través de su hija. O, tal vez, despejar cualquier duda respecto a la información que había en su interior.

Charni no tenía duda alguna de que la locura no estaba dentro de ella, aunque, según le había dicho Deva, no tenía por qué ser algo palpable. Podía ser que estuviera dormida y que algún acontecimiento personal la desencadenara como, al parecer, había sido el caso de sus dos hermanas mayores. Ambas perfectamente sanas, ambas totalmente entregadas al sentimiento ksatrya.

Sin embargo, había algo de todo lo que le habían contado que la tenía en ascuas. A nadie, en ningún momento, se le había pasado por la cabeza que parte de la culpa fuera de los hombres con los que ambas habían… fallado. ¿Por qué? ¿Tan improbable era que, aparte del orgullo, las ksatryas transmitieran también la información de la locura, por ejemplo? ¿Por qué les resultaba tan lógico pensar que la culpa siempre era de ellas? ¿Por qué responsabilizarse y mortificarse por cualquier falta?

Por supuesto, nunca realizó aquellas preguntas a otras mujeres. Ni siquiera a Deva o a su madre. Oh, no. Sobre todo a su madre. Según tenía entendido, las dudas eran la antesala de la locura y no quería asustarla o preocuparla. Al fin y al cabo, solo eran dudas, ¿no? En ningún momento se le pasó por la cabeza ni quitarse la vida, ni traicionar a las ksatryas. Así que no reconocía en ella los síntomas de sus hermanas mayores.

Qalja, después de producir su primera aberración, produjo seguidamente una niña. Esta vivió hasta los cuatro círculos, desarrollándose a un ritmo normal, como cualquier otra niña… antes de que una extraña afección le dificultara respirar y muriera. Luego su hermana produjo un hombre y seguidamente la segunda aberración. Aquello la afligió tanto, le hizo sentirse tan culpable, segura de que algo estaba torcido en ella, que decidió quitarse la vida para ahorrarse el sufrimiento de una hipotética tercera aberración.

Pero ¿por qué Qalja pensó que todo era culpa suya, incluso la muerte de su hija? También ella tuvo aquella afección y la superó, entonces ¿por qué pensó que su niña era débil en vez de pensar que no estaba lo bastante desarrollada para superarlo? ¿Acaso no había producido también un hombre sano y fuerte? ¿Acaso era la única que había producido aberraciones? ¿Entonces? ¿Qué la llevó a tan drástica decisión?

Charni tenía una sospecha, que tampoco se atrevía a contarle a nadie. Y es que la persona más cercana a su hermana por aquel entonces era Lain, la madre de Latha. ¿Tan descabellado era pensar que el odio de Lain por su madre Kesha llevaba fraguándose desde hacía más tiempo de lo que ella había descubierto, y que sus palabras sibilinas habían volcado a Qalja a la muerte, procurándose así un obstáculo menos para lograr su objetivo?

Sí. Tal vez lo era. Tal vez Charni empezaba a pensar de manera tan retorcida como había percibido en su madre durante los últimos doce círculos. Y aun así…

Luego estaba el caso de su hermana mayor, que se llamaba igual que su madre, Kesha. Una devota de la causa, la mejor ksatrya de todas las ksatryas. Lista, la más solicitada por otros hombres para que les ayudara a ver, productora de dos hombres con solo catorce círculos a su espalda… Parecía que iba a seguir los pasos de su madre, la recién proclamada reina. Aun así, a los diecisiete círculos fue acusada de traición y desterrada al otro mundo para sufrir el tormento que en él habitaba, para siempre.

Y aquella era la parte que Charni no entendía muy bien.

Los hombres, de tanto en tanto, solicitaban mujeres para llevárselas con ellos al otro mundo para que les ayudaran a ver mientras tenían que lidiar batallas en algún punto remoto. Y es que se iban tan, tan lejos, que de no ir acompañados de las ksatryas podrían perder la vista, ya que no regresarían al hogar a tiempo para satisfacer su miembro.

Era función de la reina decidir quiénes debían sufrir el castigo de acompañarlos y vivir lejos de la protección de las ksatryas. Pero ¿qué mujer merecía que su piel ardiera o que jamás pudiera descubrir su lugar en el mundo cuando no había límites, o que no pudiera acudir a la reina para hacer entrar en razón a los hombres en el caso de que alguno de ellos fuera débil y quebrantara el código? ¿Tantas traiciones había para expiar la culpa de aquella manera tan despiadada? Charni dudaba que fuera así.

Entonces… ¿qué había hecho su hermana para merecerlo? ¿Habría sido alguna treta de su madre para dar a entender que no sería débil con sus hijas para hacer justicia?

Alguien le había dicho que su hermana mayor las había traicionado por enamorarse de un hombre y hacer que este, a su vez, se enamorara de ella. Charni no entendía el concepto, pero ¿tan horrible era para merecer un final así?

—¿En qué piensas, hija mía? —le hizo sentir su madre cuando pasó por su lado.

Charni se quedó un rato en silencio. ¿Por fin había llegado el momento? No. Nunca sería el adecuado, pero habían pasado los suficientes para intentarlo. Al terminar el próximo sueño, tendría lugar su ritual de iniciación. Con un poco de suerte produciría su primera existencia y entonces ya sería adulta. Se estaba ganando el derecho de ser tratada como tal.

—¿Por qué no me has hablado nunca de mis otras hermanas? —se atrevió a preguntar.

—Vaya —replicó con tranquilidad su madre—. Has tardado más de lo que me esperaba en hacerme esa pregunta. Creí haberte dejado bien texturizado que no debes temer a nada ni a nadie.

—¿Lo sabías? ¿Desde cuándo?

—Desde el momento en el que entraste en la escuela era solo cuestión de tiempo que alguna niña te lo dijera para tratar de hacerte daño. Pero la mejor pista fue sentir cómo te estabas volcando en el aprendizaje de tu hermana pequeña, insistiendo mucho en que te reconociera y te recordara.

—Pero… ¿por qué no me dijiste nada?

—Porque formaba parte de tu aprendizaje.

—¿De mi aprendizaje? ¿Cómo?

—Percibo que te estás enfadando. Comprensible, pero tienes que esforzarte más para que no se note tanto.

—Mamá, por favor, ¿quieres dejar de comportarte como reina y ser mi madre por una vez?

—Charni, no seas niña. Todo lo que hago y digo es como madre, porque como tal solo quiero lo mejor para mi hija. Y es que por ser quien eres, tanto si terminas siendo reina como si no, vas a ser objeto de envidias y engaños. Yo solo quiero que seas fuerte, que aprendas por ti misma a usar los mecanismos para sobrevivir en este mundo, porque, jovencita, esto no ha hecho más que comenzar. En cuanto tenga lugar tu ritual de iniciación todo va a ser distinto a lo que has vivido hasta ahora. La competición será brutal. Ser adulta no es fácil, Charni. Nada fácil.

—Eso lo sé.

—No. No lo sabes. Créeme.

—Vale, tienes toda la razón. Como tú bien me has enseñado, hablar de lo que no sabes o no has percibido de primera mano lleva al autoengaño y la falsedad. Pero ¿qué relación tiene todo eso con que no me hablaras de mis hermanas?

—Más de lo que te imaginas. Para empezar, que de lo que no se habla dice más que de lo que se habla. Asimismo, si quieres averiguar algo está bien indagar, pero a la larga no puedes andarte con rodeos por muy incómodo que pueda resultar. Y por último, que los lazos que crees con otras mujeres serán clave para tu desarrollo como persona. Elegir bien es importante. Qalja tuvo malas consejeras. En cuanto a Kesha… Fue una terrible decepción.

—Entonces yo tenía razón… Lain fue la causante de la muerte de Qalja, ¿verdad?

—No tengo pruebas para demostrarlo, pero estoy segura de ello. Desde niña, Qalja fue muy sensible y demasiado influenciable, incapaz de encajar. Lain fue la compañera de cama de tu hermana, de la misma forma que Nanji lo ha sido para ti en las prácticas de exploración del cuerpo. Qalja confundió esa complicidad con amistad. Pero los lazos del cuerpo y de la mente son distintos.

»Aunque te sientas segura con Nanji, algo me dice que en cuanto Deva sea oficialmente joven tú le harás de mentora, ¿me equivoco?

—Por supuesto. Deva es mi mejor amiga. Pero ¿qué relación hay entre eso y mi hermana?

—Kesha nunca tuvo una Deva. No creó ningún lazo con ninguna niña. Demasiado recelosa, demasiado inquieta… En definitiva, demasiado despierta, demasiado lista para dejarse engañar por las demás y hacerse al final las preguntas que nadie se ha llegado a plantear… o no ha querido plantearse. Y cuando comprobó que los hombres veían mejor con ella y la elegían constantemente, se creyó especial, con derecho a elegir.

—Curioso. No es eso lo que yo he averiguado. Según tenía entendido, el problema fue que se enamoró. No sé lo que eso significa, pero…

—Enamorarse equivale a la suma de dos sentimientos contrarios a la filosofía del equilibrio de las ksatryas: el egoísmo y el orgullo. El primero es nocivo pero tratable, el segundo es directamente intolerable. Ya es bastante complicado lidiar con el de los hombres como para permitir además que una ksatrya lo desarrolle.

»Enamorarse de una mujer es perfectamente normal, y se tolera porque a pesar de implicar esos dos sentimientos no desestabiliza el equilibrio. Enamorarse de un hombre es traición. Punto.

—No… No lo entiendo.

—Una mujer que se enamora de un hombre es egoísta hasta el punto de hacer todo lo que esté en su mano para que no haya volcado de información salvo en ella misma. Pero la información es de todas y eso es indiscutible e inapelable.

»Por otro lado, una mujer que se enamora se cree mejor que cualquier mujer en general y, por tanto, con derecho a elegir solo a un hombre para el volcado y hacer lo que esté en su mano para impedir en ella el de los demás hombres. Inadmisible. Todas somos iguales, todas debemos pasar por lo mismo, sin excepción.

»En definitiva, enamorarse significa ser lo bastante egoísta para no querer compartir la información de un hombre y a la vez desarrollar el orgullo hasta el punto de creerte especial y no dejar que los demás hombres tengan acceso a tu información.

—Pero ¿cómo surge algo así? ¿Cómo se evita?

Charni empezaba a ponerse nerviosa. Lo sentía en la boca de su estómago.

—Para empezar, nunca le des conversación a un hombre, no le hables como si fuera una mujer con la que suelas sentir satisfacción al compartir experiencias. Pero sobre todo, nunca, nunca, les preguntes «por qué» a lo que sea que decidan contarte, dado que puede que te respondan interesados en lo que puedas opinar.

»Una ksatrya no opina, no discute, no habla con un hombre y menos aún si se producen más de tres volcados con el mismo en un período de tiempo reducido.

»Si eso sucede, tu obligación será informar para evitar que volváis a coincidir en el siguiente turno de volcado. ¿Lo has texturizado bien?

Charni asintió mientras trataba de que su cuerpo no temblara de arriba abajo. ¿Entonces era cierto? ¿Estaba loca?

—¿Qué sucede? —le preguntó su madre.

Le resultaba difícil hablar, ordenar las ideas. Sintió el temor como nunca antes lo había sentido. Temor hacia sí misma y a lo que su madre pudiera pensar.

—¿Qué pasa? —insistió su madre con preocupación.

—Mamá… Yo… Creo que estoy enamorada.

—¿De quién?

—De Qjem. ¡Pero no es culpa mía! Me dijiste que me acercara a él, que lo atendiera, que hiciera que se interesara en ser mi asistente en el ritual. ¡Y eso hice! No solo le serví y le ayudé en sus tareas, también hablé con él. Hice todo eso que acabas de decir que no debo hacer. Opiné.

Para sorpresa de Charni su madre rompió a reír. Luego la abrazó con más fuerza y la reconfortó con caricias y besos.

—Oh, Charni, Charni… Dudo mucho que lo hayas hecho todo. Si no, no habría ritual en la primera hambre de la próxima jornada. Sintamos. Te voy a hacer tres preguntas. Si a las tres contestas «no» con sinceridad, es que no estás enamorada. ¿De acuerdo?

»Primera pregunta: ¿te molesta cuando Qjem vuelca información en mí o en otra mujer?

—No. Es lo normal.

—Ajá. Segunda pregunta: ¿te importaría que alguien que no sea Qjem fuera tu asistente?

—No. Sé que cualquiera que me elijas será el más indicado para mí. No tengo ninguna duda.

—Bien. Tercera pregunta: ¿ha volcado Qjem información en ti y te ha resultado placentero?

—Por supuesto que no. Ni siquiera ha tenido lugar el ritual, así que cómo voy a saberlo.

—Entonces no estás enamorada. Mientras estés con un hombre y la respuesta a esas tres preguntas sea no, todo irá bien.

—Pero… pero… Aunque solo haya usado los sonidos, he tenido conversaciones con él. Y también le he preguntado por qué en más de una ocasión. Me gusta hablar con él. Usa palabras y expresiones interesantes. Y ya no me llama niña como los otros hombres. Utiliza mi nombre. Y…

—Eso está bien. —La acarició de nuevo para calmarla—. Entre la ritualista y el asistente debe crearse un vínculo de confianza. Es esencial para minimizar el trauma. Una vez concluya el ritual, quedará un remanente, pero nada más. Te lo aseguro. Qjem no será muy distinto al anciano que me eligió mi madre a mí. Ya te darás cuenta.

»Y es que si bien es cierto que el roce hace el cariño, no es malo mantener ese sentimiento en concreto con un hombre, siempre y cuando no te aleje de tus obligaciones como ksatrya. La regla de las tres preguntas. ¿Sí?

Charni se abrazó a su madre con más fuerza. Necesitaba sentirla a su alrededor, sentir la sensación de protección y tranquilidad que siempre le conseguía infundir.

Estaba nerviosa, ¿para qué negarlo? El ritual tendría lugar a la jornada siguiente.

Según su madre, con un poco de suerte, el volcado sería satisfactorio, produciría una nueva existencia y entonces ya sería una ksatrya completa. Un paso muy importante. Pero no era eso lo que la preocupaba, sino el hecho de que su madre le había asegurado que, por muy preparada que estuviera mentalmente, su cuerpo iba a reaccionar con dolor. Daba igual lo fuerte que fuera el vínculo con su asistente, este no podría evitárselo.

Intentaba no pensar en ello, convencerse de que una ksatrya no temía al dolor, y aun así…

No podía dejar de llorar. Lloraba de dolor; lloraba avergonzada por no haber sido capaz de soportarlo. Sentada sobre Qjem, lo abrazaba como si la vida le fuera en ello, mientras las piernas no le dejaban de temblar y sentía un pánico atroz por que el miembro palpitante dentro de ella volviera a moverse y la terminara de desgarrar.

El arrullo del anciano llegaba a sus oídos. «Ya está, ya pasó», le repetía una y otra vez mientras también la abrazaba con ternura y le acariciaba la cabeza.

Charni se sentía incapaz de soltarlo. Y es que a pesar de lo que acababa de experimentar, de lo que este acababa de hacer, Qjem, como aquella jornada en la que le colocó la mano sobre la espalda y percibió aquella extraña sensación de protección, estaba consiguiendo poco a poco reconfortarla. Sus susurros, sus caricias, su enorme envergadura rodeándole el cuerpo…

Finalmente consiguió relajarse lo suficiente para recuperar el control de sí misma, y por sus mejillas dejaron de rodar lágrimas. El miedo al dolor seguía ahí, latente, acurrucado, pero con la ayuda de Qjem estaba consiguiendo acorralarlo.

Con mucho cuidado, el anciano la apartó de él, la tumbó en la cama y se recostó junto a ella sin dejar de acariciarla y arrullarla; hasta que adolorida y cansada, Charni se quedó dormida.

Despertó con una extraña sensación placentera en su pecho y genitales, parecida a la que Nanji le proporcionaba durante las prácticas. Luego percibió el peso del anciano sobre ella y de nuevo el miembro palpitante en su interior. Esta vez, la mezcla de su propia sangre y fluidos hizo que fuera menos doloroso. Y mientras Qjem gemía y le susurraba sin parar «vamos, Charni, vamos pequeña, una vez más, papá no va a hacerte daño», ella pensó en Deva con todas sus fuerzas. Recordó su aroma, su sabor, su tacto, el sonido de su voz, su reconfortante abrazo.

Y entonces todo aquello dejó de importarle.

Seis alarmas después, tras comprobar que el volcado de información no había tenido como resultado la producción de una nueva existencia (lo que para sorpresa de Charni no resultó decepcionante para su madre, pero sí extrañamente entristecedor), entró en el programa de turnos, que compaginaba con las clases y las asignaturas de refuerzo. Y así sería hasta tener dieciséis círculos, independientemente de si durante ese tiempo producía alguna existencia o no.

Terminada la escuela, probablemente ya tendría a su cargo alguna hija que entrenar, bien suya, bien de alguien cercano. El resto de su vida quedaba así establecida y sin mayores sorpresas.

Tras entrar en el programa, a Charni le bastaron dos turnos para comprender por qué era tan importante que el ritual de iniciación fuera asistido por un anciano. Le tranquilizaba tanto saberlo…

Hasta entonces había creído que se trataba de una mera cuestión práctica. La información de un anciano era valiosa, con lo que a la ritualista se le brindaba el honor de un volcado que podría producir un hombre fuerte. Y aunque no dejaba de ser cierto, la realidad estaba aderezada con algo más. Mucho más importante en realidad.

Por una parte, los ancianos habían asumido que no volverían a ver, con lo que no sentían la urgencia de satisfacer su miembro como un hombre que sí era capaz de hacerlo; ni mucho menos empleaban todo su ímpetu para conseguirlo. Y por otra, sentían cierta preocupación por que a las aspirantes a adultas, de alguna manera, el acto les pareciera satisfactorio… o menos doloroso.

Por lo que Charni había podido saber al preguntar a las demás, al igual que en su caso, los ancianos las habían tratado con cierto cariño. Como las madres que obligan a sus hijas a hacer algo que no quieren, pero en sus palabras y gestos puedes percibir cuidado y protección.

Todo lo contrario a lo que les pasaba a los hombres que podían ver. Eran impetuosos, a veces casi agresivos, no les importaba en qué postura incómoda o dolorosa las colocaran para hacer el volcado, e incluso algunos llegaban a ignorar los gritos de dolor de aquellas mujeres que habían cometido la torpeza de no prepararse previamente y humedecerse correctamente.

Por lo general no había arrullos, ni caricias, ni un simple «gracias por ayudarme a ver». Nada. Ni vínculo, ni lazos, ni preocupación.

No todos eran así, por supuesto. También los había tímidos, torpes o indecisos y Charni tenía que ayudarlos a volcar. También había comprobado que si imitaba los gemidos que hacía su madre durante el volcado o movía las caderas en vez de quedarse quieta, conseguía acelerar el proceso. Lo que era de agradecer… salvo por los que no se conformaban con uno solo.

Y, por supuesto, siempre que empezaba a percibir placer de alguna manera, pensaba en Deva o repasaba la lección que aquella jornada le hubieran dado en clase. No quería dejar abierta la posibilidad de enamorarse. Aunque… ¿quién querría enamorarse de un hombre solo porque en algún momento pudiera reportarle placer su volcado? No hablaban, y cuando lo hacían nada de lo que decían tenía sentido. Tampoco se interesaban por ella, lo que pensaba, lo que sentía, ni, en general, tenían nada en común. Con tantas mujeres en su mundo, tiernas, cariñosas, comprensivas, divertidas o fuertes, como Deva, que aun a pesar de ser más pequeña que ella la seguía defendiendo con la contundencia que hiciera falta en cualquier momento, ¿quién en su sano juicio las cambiaría por un hombre?

No. Ellos eran una molestia, una rutina por la que debían pasar y poco más. Ya no le quedaba duda alguna de que su hermana mayor, efectivamente, se había vuelto loca y que ella no poseía esa información en su interior.

Podía respirar tranquila. Sobre todo por la existencia que, al fin, se estaba desarrollando en su interior. Antes de alcanzar los trece círculos iba a ser adulta para regocijo de su madre, la reina.

Producir una existencia tenía sus cosas buenas y malas.

Las malas eran la descompensación de la orina, el dolor de piernas, pecho y espalda, y los repentinos cambios de humor que no solo la afectaban a ella, sino a las que estaban a su alrededor por mucho que tratara de impedirlo.

Las buenas eran que, desde que se confirmó su estado, Charni fue retirada del programa de turnos, y así seguiría hasta que produjera la existencia que llevaba dentro y su sangre volviera a regularse. Total, casi un círculo sin la obligación de satisfacer el miembro de ningún hombre.

Con un poco de suerte, cuando la volvieran a incorporar, repetiría lo que había hecho con los últimos hombres con los que había estado antes de confirmar la producción y, una vez conseguido un volcado efectivo, la sacarían de nuevo del programa.

Aún era pronto para pensar en eso, por supuesto. Además, su madre le había dicho que la primera producción era la más difícil y, dado que su cuerpo aún no estaba lo bastante desarrollado, había un alto riesgo de complicaciones en el proceso que podrían resultar nefastas para ella. Es más, no sería la primera mujer que acabara ejerciendo el noble pero durísimo papel de sosegadora por una producción que la destrozara por dentro. Así que mejor no hacer planes con tanto adelanto.

Y Charni asentía al consejo de su madre, pero no le dedicaba demasiado tiempo a pensar en ello. Prefería invertirlo en las clases, quedar con Deva y cuidar de su hermana pequeña para ir cogiendo práctica en el caso de que produjera una niña. Ahora que disponía de él, sin asignaturas extras, prefería aprovecharlo al máximo.

Cuando llegó a casa aquella jornada la golpeó el desconcierto. Percibió a un buen número de mujeres llorando y balbuceando. Algo terrible debía haber pasado para que emplearan el lenguaje de las lágrimas entre ellas.

—¿Cómo ha podido pasar? —preguntó su madre con seriedad y un rastro de preocupación.

—Nos engañó, Kesha. Fue más astuto de lo que creímos posible en un hombre.

—Os dije que tuvierais cuidado, que no era de fiar, que no dejarais de percibirlo en ningún momento. Entonces ¿cómo ha sido posible?

—Nosotras tampoco nos lo explicamos, Kesha —lloriqueó una segunda—. Todo indicaba que le resultaba difícil moverse, que aún le quedaba mucho para recuperar sus fuerzas. Fue como si… Como si supiera que lo estábamos percibiendo en todo momento. Y entonces…

—Bajamos la guardia —dijo su madre—. Ya siento. También ha sido en parte culpa mía por creer que nos ignoraba como los otros. Que solo intentaría engañar a los suyos. Pero está texturizado que percibió nuestras intenciones.

»Decidme. ¿Cómo está Jano?

—Mal, Kesha. Muy mal. No sabemos si la pobre podrá salir de esta. Tal vez, con el tiempo, físicamente pueda, pero mentalmente…

—Comprendo. La ha roto como ksatrya.

—Kesha, tienes que hacer algo —intervino otra, suplicante pero decidida al mismo tiempo—. Ningún hombre percibió la agresión y está texturizado que los tiene engañados a todos. ¿Quién creerá que…?

—Está claro que deberíais aprender a preguntar antes de sacar vuestras retorcidas conclusiones. —Se escuchó a la perfección la voz de Qjem en la sala.

El breve silencio que siguió a continuación fue tan pesado como afilado. La intrusión del anciano las había cogido desprevenidas. No era común el no escuchar a un hombre acercarse. Por increíble que pareciera, Qjem estaba aprendiendo a moverse como una mujer. ¿Por sí mismo? Charni pensó que aquello era altamente improbable. Pero ¿qué mujer le estaría enseñando a hacer algo que podría volverse en contra de ellas?

—Siento interrumpir la reunión —prosiguió el anciano—, pero me pareció lo correcto después de que Lain me contara lo sucedido.

Lain. Por fin revelaba su mano ganadora. Se había saltado la cadena de mando, aunque seguro que tenía una buena excusa y testigos para asegurar que no había podido hacer otra cosa. Y al hacerlo, acababa de restarle poder de reacción a la reina. Ahora, solo podría improvisar y las prisas nunca eran buenas. La paciencia y la premeditación eran cruciales para reducir los riesgos al máximo.

—Bien. Y ahora que tengo toda vuestra atención, quiero dejar clara una cosa. No sé por quién me tomáis, pero no soy tan estúpido, ni tan arrogante, como para no creer en la palabra de una mujer que ha sufrido tamaña agresión. No soy, no somos monstruos. Chaid Khasat no se librará esta vez. Tendrá el castigo que se merece, esta misma tarde.

»La próxima vez venid a hablar conmigo en vez de apiñaros como ratas para confabular. ¿Está claro? Aquí quien manda soy yo. Yo os protejo, yo imparto justicia. No lo olvidéis.

Todas permanecieron en silencio incluso pasado un buen rato de la marcha del anciano.

Charni nunca había percibido a Qjem tan alterado. Estaba enfadado, mucho. Estaba… como si le hubieran herido de gravedad el orgullo. Qué, maldita la estría, le había contado Lain para que estuviera de esa manera.

—Parece que mi mandato llega a su fin —rompió su madre el silencio.

—No, Kesha —se hizo oír la voz de una mujer sobre la sentida negativa de todas las demás—. Ya has escuchado al anciano. Impartirá justicia. No es necesario que te sacrifiques.

—La justicia de los hombres nunca podrá compararse a la de una mujer —replicó tajante.

»Hace ya muchos círculos sucedió algo parecido. Yo aún era una niña, pero sentí la decepción como las demás. Su justicia se limitó a cortarle el miembro al agresor. Pero si ya no le servía para ver, qué clase de castigo era ese. Es como si después de haber perdido el olfato decidieran extirparte la nariz. Sí, tiene piel y por tanto conserva el tacto, pero no hueles con ella, maldita la grieta. Menuda justicia es esa, privarte de un miembro que ya no te sirve.

»No. Chaid Khasat merecería que le cortaran el resto de sus extremidades por todos los golpes y patadas que las mujeres han recibido, y que le arrancaran la lengua por todas las argucias y engaños que ha estado escupiendo por su boca. Reduciría su existencia a un patético muñón balbuceante tumbado en su propia orina y heces.

»Hasta podría conformarme con que lo encerraran en un espacio reducido, sin atenciones, sin visitas, salvo para poder escupirle o lanzarle excrementos como divertimento para nuestras niñas y advertencia a aquellos que creyeran posible hacer lo mismo y salirse con la suya.

»Sin embargo, sé que nada de eso va a pasar, porque para ellos sigue siendo un hombre que existe en este mundo como elemento en la última barrera de defensa ante una posible invasión. Creerán haberlo domado, sometido, tal vez incluso tenerlo controlado para que se limite a cumplir su función y poco más. Pero seguirá sintiéndose útil, seguirá conservando su fuerza para golpearnos y seguirá percibiéndose como un hombre. Sin embargo, no merece que conserve tal distinción.

»Por eso, y dado el poco tiempo de margen que nos han dejado —omitió decir el nombre de Lain aunque en su tono quedó implícito—, tomaré la responsabilidad y abandonaré el cargo como otras tuvieron el honor de hacer antes que yo. Que os refugiéis y os preparéis para nombrar a mi sucesora será la última orden que dé como reina. Y Charni, por tu bien, tendrás que ser tú la que se asegure de mi cese.

Ante la rotundidad de aquellas palabras y la sobreentendida decisión inapelable, las mujeres se acercaron a su reina, la abrazaron, la acariciaron, la besaron y le lloraron mientras le escribían palabras de aliento y agradecimiento. Le dijeron lo justa que siempre había sido y lo mucho que la echarían de menos, aunque tuvieran que superar su pérdida con rapidez.

Charni, por el contrario, se quedó clavada en el suelo como un hombre, sin fuerzas para moverse o reaccionar. Por mucho que su madre la hubiera preparado durante círculos y círculos para aquella posibilidad, le costaba asimilar que en verdad estuviera pasando.

No. No. ¿Por qué Lain había sido tan cruel? ¿Por qué Charni debía ser la que delatara a la reina y asegurara el cese? ¿Por qué no disponían de más tiempo para que ella pudiera prepararse mentalmente? ¿Por qué? ¿Por qué?

Le importaba poco que aquello estuviera implícito en el cargo, que fuera lo menos que se esperaba de una reina; ser responsable y justa para preservar el bienestar de todas las ksatryas. ¿Por qué? ¿Por qué?

¿Por qué su madre tenía que morir?

—¿Creéis que esto me gusta, que estoy disfrutando con ello? Pues os equivocáis. Me gusta tan poco como a vosotras.

La poderosa voz de Qjem retumbaba en cada pared, cada rincón, cada corazón de las presentes que, en absoluto silencio, escuchaban el sermón airado del anciano.

No muy lejos de donde él estaba, probablemente de rodillas, debía estar situada Kesha, la antigua reina, aunque Qjem no fuera consciente de que el traspaso de poder ya se había efectuado.

El discurso era escupido con rencor y rabia. Sobre todo rabia. Charni conocía al anciano, había intimado con él hasta que accedió a ser su asistente, por lo que se hacía una ligera idea de cómo debía de sentirse en esos momentos. Frustrado. Obligado por las circunstancias. Pero así era la ley y las ksatryas la conocían bien.

Y mientras pensaba que estaba infundiendo temor en todas las mujeres convocadas, el anciano líder asistía sin darse cuenta a la ovación pública de las ksatryas a su antigua reina y el máximo honor al que esta podía aspirar. Morir por todas ellas. Por el bien de todas ellas. Por su seguridad.

—Sin embargo —prosiguió Qjem su discurso—, me veo obligado a hacerlo. No puedo consentir de ninguna manera que alguna piense que se puede subir a mis barbas y mucho menos que podrá hacerlo y no sufrir las consecuencias.

»Nadie, absolutamente nadie, puede tomarse la justicia por su mano. Nadie. Yo dicté el castigo; la sentencia fue ejecutada. Kesha no tenía ningún derecho a decidir si le parecía insuficiente o no. Y eso va para todas. Que os quede bien claro.

Qjem hizo una pausa. Ninguna rompió el silencio. El ritual del sacrificio estaba resultando solemne. Hacía tiempo que un hombre no le dedicaba tanta pasión en el discurso de ejecución. Sin duda, Kesha sería recordada por más de un círculo. No solo por ser la reina que había durado más de tres en el cargo (nueve nada menos), sino porque había herido el orgullo de aquel hombre, gravemente, y este parecía lamentar de veras tener que aplacarlo de aquella manera.

Charni sintió un nudo en su garganta creciendo y oprimiéndole el pecho. Puede que una ksatrya no debiera tener orgullo, pero en esos momentos, sin duda, se sentía especial por ser hija de quien era, y sentía que su madre lo era aún más. La mejor de todas las presentes.

Recordó a su madre que, como si fuera una jornada más, se había asegurado de que todo estaba en orden en casa y luego se había despedido de su hija pequeña como lo haría en cualquier otra circunstancia. Después, acompañada de Charni, había acudido al lugar donde trataban a Chaid Kashat para contener la hemorragia en su entrepierna y tratar su herida. Una vez segura de que no había ningún hombre cerca, y que tampoco habían detectado su presencia, pidió a las asistentes que lo sujetaran mientras le cortaba la garganta para que no gritara, le hundía el cuchillo en el estómago para que se debilitara y, finalmente, le rajaba el bajovientre para que las tripas se le desparramaran y no hubiera forma posible de que lo salvaran.

Acto seguido, con toda tranquilidad, pidió a las demás que la golpearan con saña para que los hombres pensaran que nadie la había ayudado y que Kashat había tratado de defenderse. Luego, les ordenó que la dejaran sola y, tras despedirse de Charni, le pidió que fuera a Qjem a delatarla. En su hija no podía residir la duda de la complicidad. Nadie podía salir castigada salvo ella misma. Como reina, ese era su deber. Aunque la torturaran, aunque la golpearan, ningún nombre saldría de su garganta salvo el de ella misma.

Kesha debía ser responsable de Jano. Había hecho entrar en razón a un hombre de manera poco contundente y la muchacha había pagado por ello, como otras tantas antes de completar el proceso. Su plan, a la larga, había fracasado y, de no aplicar una medida más drástica, con el tiempo más mujeres podrían verse afectadas. Algo inadmisible.

Charni apretó los puños. Lo único que había salido mal fue que ella no estuvo lo bastante rápida. Para cuando alcanzó a Qjem, Latha le estaba informando de todo, por supuesto haciendo a Kesha como única responsable.

Estaba más que texturizado que Lain no iba a dejar que una molestia como Chaid Kashat se saliera con la suya estando su posible coronación tan a mano, por lo que debía dejar que Kesha ejecutara el plan hasta el final. Pero si de alguna manera conseguía romper el débil vínculo de confianza que pudiera haberse desarrollado tras el ritual de iniciación entre Charni y el líder de los hombres en este mundo, mejor que mejor.

Sin embargo, lo que la madre de Latha no sabía era el deseo que sentía el anciano de proteger a Charni ahora que esta iba a quedarse sin madre, precisamente por su culpa.

Y de alguna forma, Charni era consciente de aquello. Había percibido ese peculiar cariño, como el de una madre, cuando Qjem le preguntó, unas alarmas atrás, si podía tocar su barriga y sintió la vida dentro de ella. Tal vez ninguno de los dos había mantenido el contacto como cuando eran ritualista y asistente, pero que el vínculo no se había debilitado lo más mínimo, ella lo sabía bien. Oh, sí. Y ya se aseguraría, a partir de esa misma jornada, de que se hiciera incluso más fuerte.

Charni escuchó un gruñido. Probablemente Qjem había cogido a su madre por el pelo y la estaba obligando a descubrir su cuello.

—¿Tus últimas palabras, Kesha? —preguntó el anciano.

Su madre rompió a llorar.

Ah… El lenguaje de las lágrimas. Seguro que cada una de las presentes estaba aplaudiendo aquella actuación final. El culmen estaba próximo.

—Siento muchísimo lo que he hecho y espero de corazón que ninguna mujer siga mi ejemplo. Por favor. Por favor… —balbuceó—. Lo siento. Lo siento…

—Yo también, Kesha —susurró Qjem, aunque las mujeres de las primeras filas le oyeron perfectamente. Y estas se encargarían más adelante de transmitírselo a las otras para terminar de ensalzar el valor y el honor de su anterior reina.

Un gorgoteo. El olor de la sangre. El sonido de un peso muerto al caer al suelo. El llanto de todas las presentes invadiendo cada rincón casi como una sola voz. De nuevo el poderoso lenguaje de las lágrimas. Cualquier hombre se sentiría conmovido o como mínimo perturbado ante aquel sonido. Y Qjem se convencería así de que estaban rotas y vencidas. Su orgullo sería calmado, la seguridad de todas sería restablecida y el equilibrio no se vería afectado.

El lenguaje de las lágrimas; el conjunto de sonidos, aroma, sabor y textura más poderoso que cualquier palabra, y con significado más amplio y más sentido. Y todas al unísono lo estaban empleando para conceder la última reverencia por la muerte de tan valerosa reina y la bienvenida a la nueva.

Charni también lloró. Lloró de dolor mientras las que estaban a su alrededor interrumpían su coro de lágrimas y se le acercaban, la abrazaban, la acariciaban, la besaban, le escribían palabras en su piel antes de marcharse. «La mejor reina», le decían. «Será recordada», le aseguraban. «Una gran ksatrya», la animaban.

Y allí permaneció sin moverse, sumida en su dolor y su secreto orgullo, mientras recibía la textura de las palabras de todas y cada una de las mujeres, hasta que ella fue la última que quedó en todo el recinto.

Sola, exhausta, incapaz de seguir usando el lenguaje de las lágrimas, sumida en el más absoluto de los silencios, juró por la existencia que se estaba desarrollando en su interior que no solo haría todo lo posible por que el legado de su madre no fuera olvidado jamás, sino que se aseguraría de que las responsables se arrepintieran de haber privado a las ksatryas de su mejor reina.

El volcado se realizó con éxito y Charni esperó pacientemente a que el hombre se apartara de ella y suspirara complacido por última vez. Se quedó quieta un rato y luego, en silencio, se levantó del camastro y se dirigió a la silla donde había dejado su vestido y su cinturón. Abrió el contenedor del paño de la sangre y se limpió con él la entrepierna.

Iba a empezar a vestirse para salir cuando este la interrumpió:

—Espera. No te vayas todavía. Aún queda tiempo. Anda, ven. Recuéstate conmigo un rato.

Charni pensó que, efectivamente, el turno aún no había acabado, pero prefería volver a casa. Seguro que su hija ya había vuelto de la escuela y aunque no estaría sola (sin privilegios reales compartía casa con más mujeres, algo que por otro lado era muy útil para criar a una niña), le gustaba pasar con ella el mayor tiempo posible.

Sin embargo, el hombre se lo había ordenado y ella no podía permitirse el lujo de perturbar su orgullo. Así que, igual de silenciosa, volvió a recostarse junto a él.

—Sí. Eso está mejor —suspiró él mientras la abrazaba por la espalda y se acoplaba a ella como una cuchara—. Dime. ¿Cómo te llamas?

—Charni.

—Charni… Bonito nombre. Yo soy Khal, por cierto.

»Uf —resopló con cansancio mientras terminaba de acoplarse a ella—. Pues verás, hoy he tenido un día horrible. ¿Sabes por qué?

Charni se mordió el labio. Recordó de inmediato las palabras de su madre.

¿Era la primera vez que estaba con ese hombre? Aspiró con disimulo. No. Ahora estaba segura de lo que había percibido al entrar. Ya había estado con él. Pero ¿era la segunda o la tercera vez? ¿Había sentido placer en el volcado? Que ella recordara en esa última ocasión, sí, aunque enseguida se había puesto a pensar en su hija y en que solo había producido a dos hombres. Ya era adulta, sí, pero su producción era aún insuficiente para empezar a mover sus hilos y alcanzar su objetivo final.

—No —se limitó a responder a la pregunta. Tenía que evitar utilizar «por qué» como fuera.

—No. Claro que no. ¿Cómo ibas a saberlo? Aquí abajo vivís una vida tranquila, sin preocupaciones. Os lo dan todo hecho, así que tenéis tiempo de sobra para vosotras mismas… o lo que sea que hagáis para divertiros y pasar el rato.

»No digo que quiera una vida así, claro. No, no. Por supuesto que no. Lo más probable es que quisiera pegarme un tiro a los dos días. Aunque a veces me pregunto cómo sería la vida desde la perspectiva de una mente tan sencilla como la vuestra. Y es que lo de hoy ha…

«Vaya, me tenía que tocar a mí en este turno al parlanchín», pensó Charni con resignación y desconectando por completo de lo que el hombre le estaba diciendo. Tenía cosas más importantes en las que ocupar su mente. Y mientras él seguía con su cantinela, ella recordó la despedida de su madre. Breve, pero cargada de sentimiento en cada caricia, cada palabra dibujada.

«Te deseo una buena producción, hija mía», había empezado diciéndole. «Y aunque debería decirte que espero que lo que llevas dentro sea un hombre, prefiero desearte que sea una mujer. Lo contrario haría decir a la gente que estás siguiendo los pasos de tu madre y eso provocaría que Lain o Latha te consideraran más que nunca como una rival.

»Recuerda, Charni, paciencia. No tengas prisa en llevar a cabo el plan que sé que estás amasando en tu cabecita. Eres hija mía, así que no puedes engañarme. Pero asegúrate, por favor, de que tengan la guardia baja antes de actuar.

»Me siento muy tranquila de dejarte sola, porque aunque aún no seas adulta eres capaz de todo. Lo sé. Oh, sí, lo sé. Confío plenamente en ti, hija mía».

Los deseos de su madre se habían cumplido. Su primera producción había sido una niña y aunque Charni había estado a punto de morir durante la fase final del proceso, su voluntad de vivir para llevar a cabo su venganza había sido tan fuerte e impregnada de tanta determinación que hasta las propias asistentes se sorprendieron de su recuperación.

Sí. Charni sería todo lo paciente que hiciera falta, actuaría con mucha cautela y cuando llegase la ocasión adecuada…

—¿Tú qué opinas, eh?

La pregunta, junto al hecho de que el hombre acabara de plantarle dos besos… cariñosos en el hombro y el cuello, despertaron en ella todas sus alarmas.

Las tres preguntas. Dos tenían un no. Y aun así prefería prevenir que curar.

—Lo siento. Ha terminado mi turno —respondió en el tono más neutro que fue capaz de transmitir tanto en los sonidos como en el lenguaje de su cuerpo.

Se levantó del camastro, fue hasta la silla en silencio y empezó a vestirse.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te has puesto así?

«Así, ¿cómo?», pensó Charni, segura de haberse mostrado lo más anodina posible. Sin embargo, no dijo nada y empezó a ajustarse el cinto y los distintos contenedores.

—Ey —exclamó el hombre levantándose del camastro—. Te he hecho una pregunta, mujer —dijo agarrándola del brazo con fuerza y tirando de ella para obligarla a estar cara a cara.

Maldita la grieta. No entendía cómo pero estaba texturizado que su orgullo se estaba despertando. Su deber como ksatrya era calmarlo como fuera, agachar la cabeza, pedir disculpas, mostrar arrepentimiento, asumir la culpa… Todo lo que hiciera falta para salvaguardar el equilibrio. Y sin embargo…

Sin embargo, Charni se dio cuenta de que estaba dispuesta a asumir las consecuencias de herir su orgullo si con ello conseguía evitar un nuevo turno coincidente.

—Mi respuesta es que dejes de lloriquear como una niña de dos círculos —escupió las palabras mientras de un tirón conseguía librarse de la presa sobre su brazo—. ¿Tu vida como hombre es difícil? Pues supéralo. Viniste a este mundo para aguantar eso y mucho más. Tienes un deber, ksatrya. Cúmplelo o pégate un tiro. Si no eres lo bastante hombre para llevar a cabo ninguno de los dos, deja de hacerme malgastar mi valioso tiempo con un debilucho como tú.

La cogió de nuevo del brazo, esta vez con rabia asesina. Charni percibió cómo su otra mano quedaba suspendida en el aire con intención de abofetearla. Ah, el orgullo, el orgullo. Pero no se movió lo más mínimo a la espera de que el hombre la golpeara para calmar la herida. Sin embargo, para su sorpresa, no pasó nada, y el silencio que se sucedió a continuación le resultó desconcertante.

Despacio, muy despacio, casi como una caricia, la soltó.

—Tienes razón —dijo él con un retintín un tanto… risueño—. No te haré perder el tiempo. Hasta la próxima vez que nos veamos, Charni.

—Dudo que algo así sea posible, Khal —dijo su nombre con cierto menosprecio.

De repente, la abrazó y la besó con rabia. Charni le mordió el labio y lo empujó como pudo para que la soltara. ¿Qué grietas le pasaba a aquel hombre que parecía deseoso de que ella pisoteara su orgullo? Peligroso. Sin duda era un hombre peligroso y desequilibrado.

Salió de la sala en silencio, desconcertada y enfadada a partes iguales. Los hombres eran todos una molestia. Solo sabían luchar y volcar. Volcar y luchar. La cabeza no les daba para nada más. Eran más simples que una recién producida.

Sacudió la cabeza. No. No le iba a dedicar ni un solo momento más a pensar en ello. Tenía que hablar con Deva y preguntar en qué estado se encontraban las alianzas que estaban pactando. Tenía que visitar a Qjem, el único hombre con valor estratégico en esos momentos, y empezar a averiguar en quién estaba pensando como su sucesor.

Lain estaba a punto de percibir cómo las posibilidades de su hija Latha quedaban reducidas a cero, nada, y con un poco más de tiempo…

Ninguna distracción. No. Ninguna.

No podía permitirse distracción alguna. Charni iba a ser reina. Por la memoria de su madre, nada ni nadie le impediría alcanzar su destino, y menos aún un hombre. Aunque ella se había negado durante mucho tiempo, aunque lo había rechazado con todas sus fuerzas mientras estaba en la escuela, Charni tenía ahora la plena convicción de que había sido producida en este mundo para gobernarlas a todas, como su madre lo había hecho antes que ella.

Todo fue tal y como la difunta reina planeó.