CÓMO Y POR QUÉ HAN TRATADO DE DESTRUIR MI REPUTACIÓN

Carlos Alberto Montaner

Voy a describir mi caso, mi experiencia como víctima de una constante y pertinaz campaña de difamación. No obstante, antes de llegar a ese punto me parece útil puntualizar ciertos aspectos. Las calumnias y las injurias de que he sido y soy objeto no constituyen un fenómeno aislado o atípico. Por el contrario, forman parte de una estrategia represiva general que está en la médula de las dictaduras totalitarias.

Legitimidad política e historia oficial

¿Por qué esta brutal deslegitimación de los opositores demócratas? Por una razón fundamental: la legitimidad política de la dictadura cubana está basada en la supuesta sabiduría infinita de su líder, un caudillo que siempre habla ex cátedra. No hay espacio para el disenso ni para la duda. Como ocurría en la Edad Media con la enseñanza escolástica, ya todas las verdades han sido manifestadas o descubiertas por las autoridades. Pensar de otra manera, tener otro punto de vista, convierte a la persona que manifiesta esa discrepancia, duda o independencia de criterio, en un hereje que debe ser castigado o extirpado del seno de la sociedad.

En el caso cubano, ni siquiera hay autoridades en plural. Hay sólo una: la autoridad es y ha sido Fidel Castro, cuya palabra y cuyos discursos constituyen los libros sagrados de la secta. No importa que Castro se haya contradicho un sinnúmero de veces. Cada rectificación es una nueva expresión de la verdad que no necesita ponerse a prueba, explicarse o justificar el cambio de criterio. Sus partidarios y el pueblo en general no están ahí para pensar por cuenta propia, sino para acatar y aplaudir. Ser revolucionario en la Cuba de Castro, por encima de todo, es abdicar de la facultad de juzgar la realidad de forma individual. Esa tarea le corresponde al líder.

La historia oficial es muy sencilla: supuestamente, Fidel Castro, su hermano Raúl y los revolucionarios que los acompañan, son los herederos de los mambises nacionalistas, anti imperialistas y anti americanos del siglo XIX. Ellos recogieron la antorcha que dejó Martí tras su muerte en 1895 (legado que traicionaron los políticos de la seudo república fundada en 1902), con el objeto de crear una sociedad justa y educada, dotada de un extendido sistema sanitario, muy lejos de la explotación de los capitalistas extranjeros y de sus lacayos, los capitalistas cubanos. Esa revolución, obviamente, tenía que hacerse dentro de las coordenadas del marxismo-leninismo, porque ésa era la ideología científica del progreso y del desarrollo expedito.

Al margen de esa caprichosa narrativa, absolutamente reñida con la realidad histórica, y de que esa peculiar opción ideológica fracasaba en 20 países, era fundamental creer que en Fidel Castro, en Raúl y en sus principales partidarios, ayudantes y cómplices, comparecían las virtudes esenciales de las grandes personalidades. Había que dar por hecho que todos eran honrados, abnegados, austeros, laboriosos, apegados a la verdad, y estaban dispuestos a dar la vida por el ideal de convertir a Cuba en una nación feliz y próspera de ciudadanos orgullosos de haber constituido una nación guiada por la ética y dedicada a la salvación de otros pueblos menos afortunados.

Ser revolucionario es creer en eso. Por la otra punta, ser contrarrevolucionario es ponerlo en duda.

Naturalmente, la Cuba real distaba mucho de esa absurda simplificación histórica y moral tan alejada de la realidad. La verdad era que en esa pobre isla la implantación de una dictadura comunista había traído tantos contratiempos como en el resto de los países que alguna vez han experimentado con ese calamitoso sistema.

La verdad era que el discurso político revolucionario, basado en una falsificación de la historia, no se sostenía, junto al hecho palmario de que la estructura de poder, comenzando por los hermanos Castro, era tan torpe, corrupta y negligente como la de cualquier tiranía comunista tras medio siglo de gobierno. La improductividad y la cuasi demolición física del país no dejaban lugar a dudas.

En todo caso, pese a las evidencias, dentro de Cuba era relativamente fácil imponer la uniformidad y convertir a toda la sociedad en un inmenso coro de sicofantes dedicados a cantar las glorias del régimen. A base de premios y castigos, muchos más castigos que premios, en un tiempo relativamente breve toda la estructura de poder y todos los funcionarios con acceso a los medios de comunicación aprendieron lo que tenían que hacer y decir para mantener sus posiciones.

Por otra parte, desde el inicio de la revolución quedaron muy bien pautadas las medidas represivas que debían adoptarse para castigar a quienes se atrevieran a disentir. Desde el momento en el que el comandante Huber Matos fue declarado traidor y condenado a 20 años de cárcel por escribirle una simple carta privada de renuncia a Fidel Castro, todo el mundo supo a qué atenerse. Simular era la forma de sobrevivir.

La difamación como arma política

Naturalmente, a la dictadura se le planteaba un grave problema con los cubanos que criticaban a la revolución. Como se trataba de un régimen fundado en un dogma inapelable —la infalibilidad de Fidel, la certeza de su verdad oficial y su inobjetable calidad ética—, era impensable que esos opositores pudieran tener razón, ni siquiera parcialmente, de manera que había que combatirlos, pero no debatiendo sus argumentos, porque se entraba en un terreno peligroso en el que el gobierno podía perder, sino tratando de destruir la reputación de esos cubanos incómodos y rebeldes.

Con el objeto de silenciarlos, los opositores cubanos eran siempre caracterizados con alguno, varios o todos estos rasgos:

• batistianos que pretendían volver a la etapa de la corrupta dictadura derrocada por la revolución,

• torturadores pertenecientes a la tiranía de Batista,

• oligarcas resentidos porque habían sido privados de sus bienes,

• ambiciosos resentidos contra la Revolución, porque solo habían luchado contra Batista procurando un puesto destacado en el futuro gobierno revolucionario y no lo habían obtenido

• fascistas que odiaban el protagonismo de las masas,

• racistas disgustados por las medidas igualitarias dictadas por la revolución que favorecían a los negros,

• agentes de la CIA,

• terroristas,

• amorales vendidos al oro de Washington o de las grandes corporaciones económicas,

• gentuzas invariablemente movidas por inconfesables intereses,

• enemigos crueles de un pueblo decente que luchaba a brazo partido por progresar mientras sufría el acoso del imperialismo norteamericano.

Un adjetivo, también utilizado por Hitler para referirse a los judíos, resumía la caricatura del opositor a la dictadura comunista cubana: eran gusanos. Eran animales repugnantes que no merecían vivir y a los que se les podía aplastar sin ningún escrúpulo moral.

Sin embargo esta manera brutal de descalificar a los adversarios no era una respuesta visceral surgida de un momento de cólera. Por el contrario: se trata de un plan metódico dirigido a lograr tres objetivos conducentes a la consolidación del poder totalitario:

1. Confirmar la grandeza de la revolución y de sus líderes mediante el contraste con sus despreciables enemigos.

2. Silenciar los argumentos de la oposición mediante la demonización de quienes critican al gobierno cubano, cerrándoles el acceso a los medios de comunicación.

3. Disuadir a cualquier cubano de que manifieste posiciones críticas dado el altísimo precio que tendría que pagar por ello.

¿Cómo monta el gobierno cubano sus campañas de difamación o, como dicen en inglés, character assassination? Seguramente, siguiendo muy de cerca las once recomendaciones o principios que algunos le atribuyen a Goebbels, genio nazi de estas sucias campañas propagandísticas:

Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.

Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. «Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan».

Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.

Principio de orquestación. La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: «Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad».

Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

Principio de silenciamiento. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

Principio de la transfusión. Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que piensa «como todo el mundo», creando una falsa impresión de unanimidad.

Mi caso

Por fin llegamos a «mi caso». Desde hace muchos años los servicios cubanos de inteligencia me dedican ataques periódicamente. Esos ataques, llenos de infamantes mentiras, a veces se publican en el periódico Granma y luego se reproducen en diversos medios latinoamericanos o de Internet controlados o penetrados por la policía política de la dictadura. A veces sucede a la inversa: los ataques se inician en un medio fuera de Cuba y entonces los recoge Granma.

Con frecuencia, cuando dicto conferencias o presento libros en América Latina, España y hasta en Italia, la embajada cubana, por medio de sus simpatizantes, organiza actos de repudio para tratar de callarme y para intimidar a los anfitriones. En Argentina —en Buenos Aires y en Rosario— han llegado a quemar gomas, mientras en las afueras del recinto insultaban y maltrataban a los asistentes a mis charlas. En Colombia, una red de internautas controlada por los servicios cubanos desde Caracas, de acuerdo con lo que me comunicaron las autoridades colombianas, a cargo de un señor llamado Alfredo García, hizo una prolongada campaña encaminada a sacarme de los medios de comunicación que reproducían mis columnas.

Por lo menos en dos oportunidades han publicado y distribuidos folletos en mi contra y, al menos una vez, han llegado al extremo de enviarme una bomba dentro de un libro titulado Una muerte muy dulce. El paquete fue remitido a mi oficina en Madrid y no tenía la intención de matarme, sino de intimidarme para que dejara de hablar y escribir. No estaba preparado para estallar.

Las difamaciones que repiten incansablemente en mi contra insisten en:

Que mi padre era un batistiano torturador. En realidad, mi padre era amigo de Fidel Castro y su compañero en el Partido Ortodoxo. Cuando Fidel estuvo preso en Isla de Pinos, mi padre, que era un periodista conocido, abogó públicamente por su libertad, algo que Fidel le agradeció, como se puede comprobar en la correspondencia de éste con Luis Conte Agüero. Mi padre, por cierto, no era el único miembro de la familia amigo de Fidel Castro: también lo era el primo hermano de mi padre, José de Jesús Ginjauma Montaner (Pepe Jesús), ex jefe de Fidel Castro en la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR). Dados esos vínculos con mi familia, Fidel solía visitar nuestro hogar en la calle Tejadillo de La Habana Vieja a fines de los años cuarenta y principios de los cincuenta.

Que yo soy un agente de la CIA, primero radicado por ese organismo en Puerto Rico y luego en España, acusación absolutamente falsa, lanzada sin la menor prueba y sin el menor sustento documental, pese a que los servicios cubanos han solicitado (y obtenido) mi expediente al gobierno federal basados en el Freedom of Information Act. Residí en Puerto Rico mientras enseñaba literatura en una universidad y luego me fui a España a estudiar el doctorado. En España, donde he vivido por cuatro décadas, fundé una pequeña editorial dedicada a publicar libros relacionados con el aprendizaje de la lengua española. Mientras existió la empresa, publicamos más de 500 libros sobre lengua y literatura. Como nunca he dejado de ser un demócrata exiliado, publicamos unos cuantos estudios cubanos que demostraban los atropellos de la dictadura contra los homosexuales y otras violaciones de los Derechos Humanos. Por otra parte, la ley norteamericana, desde principios de los años setenta, prohíbe que sus agentes trabajen en medios de comunicación norteamericanos que divulguen información dentro de Estados Unidos. Desde hace varias décadas yo he trabajado para The Miami Herald y hoy lo hago para CNN, por sólo mencionar dos de los medios norteamericanos de prensa con los que he estado o estoy vinculado. Nada de esto habría sido posible si fuera verdad que yo soy un agente de la CIA.

Que soy un terrorista porque hace medio siglo, cuando yo tenía 17 años, junto a otros tres estudiantes (uno de ellos, Alfredo Carrión Obeso fue asesinado en prisión por los guardias) fui detenido y condenado a prisión por delitos de carácter político. Tampoco es cierto: en el juicio no nos acusaron de ningún acto específico de terrorismo porque, en verdad, no habíamos cometido ninguno. Si lo hubiéramos hecho, en aquella época, principios del año 61, sin la menor duda hubiésemos sido fusilados, como les sucedió a numerosos jóvenes en esos momentos de paredón incesante. En realidad, me repugna el terrorismo y, de la misma manera que durante la dictadura de Batista me parecía despreciable que el Movimiento 26 de Julio colocara bombas y matara o mutilara inocentes, como sucedió más de una vez, o que secuestrara aviones, como hicieron con una nave de Cubana de Aviación a fines de 1958, episodio en el que perdieron la vida varios niños y adultos totalmente inocentes, nunca he estado de acuerdo con que el fin justifica los medios. Esa infame manera de razonar es la de la dictadura cubana, no la mía.

Que fui adiestrado como oficial del ejército de Estados Unidos en Fort Benning. Jamás he puesto un pie en ese sitio, nunca he sido oficial del ejército norteamericano y carezco de la menor vocación castrense. En cambio, me alisté como soldado en las entonces llamadas «Unidades Cubanas» durante la Crisis de los Misiles en octubre de 1962 —primero estuvimos en Fort Knox y luego nos trasladaron a Fort Jackson—, convencido de que había que luchar contra la injerencia soviética en Cuba. Tras el pacto Kennedy-Kruschov los cohetes fueron retirados de la Isla y los reclutas nos quedamos atrapados en el ejército americano durante seis inútiles meses, hasta que pudimos licenciarnos. Junto a varios de los jóvenes que pasamos por esa experiencia entonces intentamos crear una organización que fuera capaz de luchar por reconquistar la libertad para los cubanos, pero fracasamos antes de debutar y a los pocos meses, sin pena ni gloria, se disolvió el grupo.

Para difundir esas mentiras, el gobierno cubano utiliza diversos voceros y funcionarios, pero a quien le han asignado la tarea de atacarme asiduamente es a un periodista canadiense refugiado en Cuba, vinculado al Ministerio del Interior, llamado Jean-Guy Allard, a quien sus compatriotas no le perdonan que entre sus funciones esté la de hacer informes de inteligencia sobre los funcionarios canadienses en contacto con la Isla, actividad que cae en el capítulo de la traición a la patria en que nació.

¿Por qué han arreciado esos ataques difamatorios en mi contra? Sin duda, para tratar de silenciarme, pero, sobre todo, porque hace unos veinte años, en Madrid, en 1990, contribuí decisivamente a crear la Plataforma Democrática Cubana, una coalición de liberales, democristianos y socialdemócratas que buscaban una evolución pacífica del régimen semejante a la que los españoles habían experimentado tras la muerte de Franco, con puntos de contacto con los esfuerzos que llevaban a cabo los europeos de los antiguos satélites de Moscú por aquellos días de estrenar la libertad posteriores al derribo del Muro de Berlín.

Para la dictadura cubana, ese planteamiento generaba un feroz anatema. Lo consideraban más peligroso que cualquier reto violento y, en consecuencia, se dieron a la tarea de presentar nuestra oferta de diálogo como si fuera una iniciativa siniestra de la CIA y no como lo que realmente era: un intento totalmente independiente por sacar el conflicto cubano del reñidero entre Washington y La Habana para trasladarlo a su justo sitio: un enfrentamiento civilizado entre los demócratas cubanos, respaldados por los demócratas de todo el mundo, y la última dictadura estalinista de Occidente.

A partir de ese punto, el aparato de difamación del régimen, coordinado por el Departamento de Orientación Revolucionaria, el tristemente famoso DOR, multiplicó su campaña y la llevó, además, a varios idiomas, dado que entendía que el reto era de carácter internacional.

Internet y Wikipedia

Para lograr sus fines, la dictadura cubana, paradójicamente, ha contado con el apoyo de uno de sus más peligrosos enemigos: Internet. El mismo mecanismo que el gobierno teme como al diablo, y al que se dedica a controlar de una manera obsesiva para que los ciudadanos no puedan informarse o informar libremente, le sirve para difundir y multiplicar sus mentiras, utilizando para ello a numerosos ciberguerreros adscritos al Ministerio del Interior y a estudiantes de la Universidad de Ciencias Informáticas expertos en crear estados de opinión por medio de las redes virtuales.

Dentro de esa constante batalla, una web es especialmente importante para la dictadura cubana: Wikipedia, una enciclopedia virtual de libre elaboración, consultada por la mayoría de los estudiantes y medios de comunicación del mundo, donde el gobierno cubano puede escribir y reescribir como le da la gana las biografías de sus amigos y enemigos, contando con la ventaja de que, aparentemente, se trata de un medio independiente.

Dada mi experiencia personal con Wikipedia, me permito reproducir aquí lo que en su momento escribí en una de mis columnas:

La batalla de Wikipedia

A mediados del siglo XVIII un editor parisino le encomendó al escritor Denis Diderot la confección de una obra que recogiera todo el saber relevante de su tiempo. Así, a lo largo de 26 años surgieron los 28 tomos de la Enciclopedia Francesa, redactados por las intelectuales más valiosos (y valientes) de la época: unos 160 autores entre los que se encontraban Voltaire, Rousseau y Montesquieu. Los libros incluyeron más de setenta mil artículos y casi tres mil ilustraciones. Pocos años después de publicados se desató la Revolución Francesa y el «antiguo régimen» resultó liquidado. Aunque sea imposible de demostrar, los dos hechos tienen una indudable relación. La guillotina no tardó en comenzar a funcionar.

La enciclopedia de nuestro tiempo se llama Wikipedia. Es una obra colectiva y anónima editada en Internet, con la que espontáneamente y sin dirección previa colabora un ejército de voluntarios. Su dimensión y su impacto son infinitamente mayores que los de la colección editada por Diderot. Carmen Pérez-Lanzac resumió hace unos días en El País este fenómeno editorial: en sus poco más de ocho años ya recoge 11 millones de artículos pergeñados por 150.000 autores en 265 idiomas, aunque el inglés, naturalmente, es la lengua dominante. Sólo en castellano ya se cuentan 482.000 artículos a los que se agregan unos 400 todos los días.

¿Es fiable esa enorme masa de información? Relativamente, como no se cansan de advertir los expertos, pero de acuerdo con la contabilidad implacable de Google es la fuente de información más buscada y utilizada. ¿Por quiénes? Por los estudiantes que necesitan hacer sus trabajos, por los periodistas agobiados por la falta de tiempo, por todo aquel que requiere urgentemente de un dato y generalmente no encuentra ninguno más a la mano que el que trae Wikipedia.

El asunto es muy peligroso porque Wikipedia es también un terreno de batalla ideológica en el que no faltan las mentiras o la sesgada selección de información para distorsionar la imagen del adversario al que quieren destruir. En Wikipedia hay muchos colaboradores sanamente dedicados a la difusión del conocimiento, pero también existen muchos guerreros decididos a destruir la reputación de quienes ellos consideran sus enemigos.

Todo esto lo conocí de primera mano cuando un ex alumno mío me advirtió que mi biografía en Wikipedia me describía como un terrorista al servicio de la CIA autor de asesinatos de curas y de no sé cuántas otras delirantes fantasías. Como no soy nada ducho en esos asuntos técnicos, le pedí que se pusiera en contacto con los organizadores de Wikipedia y les explicara la difamación de que era objeto. Le hicieron caso, investigaron los hechos y las alegaciones, eliminaron las falsedades más evidentes y colocaron un «candado» en la página para que los calumniadores no pudieran reescribir sus infamias.

En el proceso de enmendar esta página de Wikipedia, mi ex alumno averiguó que una de las fuentes de desinformación es la Universidad de Ciencias Informáticas que existe en La Habana, erigida sobre lo que fue la base de espionaje de Lourdes creada por los soviéticos en Cuba durante la Guerra Fría, en donde se han creado unos «comandos de acción digital» para escribir y reescribir las biografías de amigos y enemigos de acuerdo con el guión que les dicta la policía política. Para ellos, Wikipedia es un campo de batalla en el que forjan la imagen de la realidad que sirva los intereses de la revolución. Nunca antes —afirman— han dispuesto de un aparato de propaganda tan formidable, gratis, anónimo (lo que les evita responsabilidades penales) y eficaz. Me imagino que también sueñan con poner en uso la guillotina.

El final de esta historia

No obstante, todos esos intentos por difamar a sus adversarios y por acuñar una versión de la historia y de la realidad ajustada al discurso de la revolución acabarán por ser totalmente inútiles. La URSS, que fue la maestra del gobierno cubano en estas lides, también denigró sin recato y sin vestigios de decencia a los opositores, pero a medio o largo plazo todo eso fue inútil. Mientras los peones del poder durante la dictadura comunista hoy son detestados o ignorados por el pueblo ruso, el prestigio y la reputación de hombres como Sajarov o Solzhenitzyn han sido totalmente restaurados. El character assassination nunca es definitivo. Igual sucederá en Cuba.

Si se realiza una búsqueda en Google con las palabras «Carlos Alberto Montaner CIA» la primera referencia que aparece es el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. Abril 30, 2011

Las acusaciones contra Carlos Alberto Montaner puestas a circular por el gobierno cubano y sus aliados en Internet son innumerables, variadas y continuas.

Una web es especialmente importante para el gobierno cubano: Wikipedia, una enciclopedia virtual de libre elaboración, consultada por la mayoría de los estudiantes y medios de comunicación del mundo, donde los funcionarios cubanos pueden escribir y reescribir con completa libertad las biografías de sus amigos y enemigos.

La principal fuente de los ataques contra Carlos Alberto Montaner lleva la firma de un periodista canadiense refugiado en Cuba, Jean Guy Allard. La foto de la izquierda es del blog El Republicano Liberal. La de la derecha es la misma foto, editada para agregarle de fondo el logo de la CIA, y publicada en el blog Cambios en Cuba de Manuel Henríquez Lagarde con la reproducción de un artículo de Jean-Guy Allard. En el blog Cambios en Cuba, Henríquez Lagarde publica también agresivos artículos en contra de la bloguera Yoani Sánchez y la prensa independiente en Cuba.

El otro paredón. Asesinatos de la reputación en Cuba
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