UN TESTIMONIO DE ACOSOS Y DEMONIZACIONES
Ana Julia Faya
La investigación en las Ciencias Sociales, entre otras exigencias, requiere del uso de todas las fuentes posibles, con independencia de las ideologías o posiciones políticas de sus emisores, si el investigador a cargo pretende ser veraz y respetuoso ante sus lectores, o ante sus alumnos si se trata de un profesor. Por lo mismo, requerirá también de que explícitamente reconozca esas fuentes en el trabajo terminado o la conferencia impartida. Es que la valoración de una y otra información contribuyen a la objetividad que todo académico deberá imprimir en sus resultados. Estos, además, deberán mostrar la valoración de las hipótesis diversas, a veces contradictorias, por las que el intelectual ha debido transitar durante el a veces arduo y siempre estresante camino de la creación.
No obstante, la aplicación de estas normas elementales ha encontrado muy serios obstáculos en Cuba, donde pesan posiciones ideológicas y políticas oficiales sobre la investigación histórica, económica, filosófica o política, que castran los resultados de talentosos intelectuales seguidores del socialismo —o revolucionarios, como todavía se les llama en Cuba a los partidarios del régimen—, no ya la obra de opositores o disidentes, la cual se rechaza de antemano. Los obstáculos aumentan si se trata de discernir cuáles son las fluctuaciones del pensamiento de un solo líder, de características totalitarias además, y cuando las posibilidades de publicación se reducen a aquellas admitidas por las autoridades correspondientes, quienes pueden encontrarse en un rango que va desde el Departamento Ideológico del Comité Central (CC) del Partido Comunista de Cuba (PCC), pasando por la institución académica a la cual se pertenece, hasta la casa editorial.
Muchos investigadores de las Ciencias Sociales en Cuba han experimentado situaciones en las que han debido callar sus resultados, han terminado guardando sus manuscritos en una gaveta, o han debido redactarlos de modo tal que «digan sin decir», en un lenguaje tan ambiguo que casi siempre atenta contra el mensaje del artículo o ensayo en cuestión. A veces han debido contentarse solo con leer libros proscritos cuando les ha sido posible obtenerlos y con discutir sus reflexiones sobre ellos entre amigos de toda confianza en la sala de su casa.
Las restricciones y reglas impuestas sobre la producción intelectual parten de las posiciones políticas asumidas por el liderato. Pueden además responder principalmente a la preeminencia de determinados sectores dentro de la elite, y su interpretación en las instituciones donde son aplicadas puede llegar a ser más o menos flexible, más o menos represiva. Pueden incluso llegar al ridículo, como por ejemplo, en centros académicos y en la Universidad de La Habana, al elaborar la bibliografía de trabajos científicos se sopesaban las fuentes utilizadas, de modo tal que indicaran un balance favorable a aquellas admitidas oficialmente, entre las cuales los discursos de Fidel Castro o compilaciones de ellos deberían ocupar un espacio principal. Las bibliografías de tesis de grado, doctorado y de expedientes científicos para la obtención de cualquiera de las categorías de investigación se encabezaban con las Obras Completas de Marx, Engels y Lenin, y con los discursos de Fidel Castro, y después se ordenaba el resto de lo consultado en orden alfabético, como demostración no solo de incorruptibilidad ideológica —porque ello solo no basta—, sino de fidelidad al líder, aunque el tema de la especialidad en cuestión fuera la piratería en los mares del Caribe o las influencias del flamenco en la música cubana.
Mi experiencia en el campo académico tuvo un inicio adverso en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, que en buena medida marcó mi trayectoria posterior. Ese centro, donde estudié para desarrollar después mi trabajo como instructora de marxismo, fue cerrado. Y como para que no quedaran huellas, sus publicaciones fueron destruidas y el edificio donde radicó demolido.
Con la filosofía, el marxismo y la historia del pensamiento político cubano que allí se investigaba e impartía se intentaba abarcar toda la obra creativa de esas especialidades, sin discriminar a autores relevantes, y se trataba de evitar los dogmas y manuales en boga provenientes del socialismo soviético. Al iniciarse la década de los años 70, los que pertenecimos al Departamento de Filosofía recibimos acusaciones de «revisionistas» por parte de la alta dirigencia del régimen cubano, en especial desde la sección ideológica del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Hasta ese momento habíamos creído interpretar el pensamiento de Fidel Castro y el marxismo que pensábamos lo sustentaba, sin darnos cuenta que Castro, tras el fracaso de la Zafra de los Diez Millones, había transitado de promover focos guerrilleros en América Latina y África, hacia la institucionalidad de los Estados miembros del CAME. Los sectores más cercanos a la política soviética y al marxismo más dogmático y simplón habían asumido la orientación ideológica en el país y la creación académica.
La bibliografía que utilizamos en el Departamento, la cual trataba de abarcar el pensamiento de Trotsky, Gramsci, Luxemburgo o Luckacs, o penetraba en las distinciones entre las obras de Federico Engels con relación a las de Karl Marx, en la obra de Heidegger o Kierkegaard, los artículos en la revista Pensamiento Crítico, y las investigaciones sobre pensadores y políticos cubanos como Félix Varela, Guiteras o Chibás, fueron utilizados en nuestra contra. Las discusiones entre la dirección del Departamento y Pensamiento Crítico con una comisión del Partido dirigida por el Presidente Osvaldo Dorticós fueron infructuosas. La mayoría de los miembros de filas del Departamento —aun los que no llegamos a publicar ni a impartir clases— fuimos sometidos a un tribunal compuesto por profesores y dirigentes del PCC de la Universidad que se encargó de reubicarnos, separados unos de otros, en facultades de la propia universidad o en otras instituciones del país, luego de someternos a un interrogatorio sobre lo que ellos consideraban eran los «principios» que debían guiarnos, seguido de un buen responso si nuestras respuestas no eran de su agrado. Desde entonces, pasé a formar parte de los «revisionistas de Filosofía», una especie de parias tropicales, a quienes no era recomendable acercarse mucho si se quería sobrevivir en aquella sociedad.
En aquel tiempo, las figuras que integraban la elite bajo el régimen totalitario cubano no constituían un monolito. En ella todavía cohabitaban representaciones de las diversas tendencias que llevaron a cabo la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista: comunistas del Partido Socialista Popular, anti-comunistas, dogmáticos, anti dogmáticos, fidelistas, guevaristas, prosoviéticos y otros no tanto, todos viviendo bajo el socialismo real. Estas diferencias de actitudes y visiones sobre la Cuba de Fidel Castro, me permitieron, aun con el bagaje de Filosofía, trabajar en la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, en la Plaza de la Revolución, bajo la supervisión de Celia Sánchez.
Pero aún allí, consustancial al régimen, constaté también censuras, prohibiciones y fui testigo de la fabricación de imágenes sobre la dirección del país y sus líderes. Por ejemplo, uno de mis trabajos fue la preparación de una cronología ilustrada con fotos, de 1959 a 1975, que debía publicarse para la celebración del Primer Congreso del Partido bajo el titulo de Dieciséis años de Revolución. Junto a un historiador, trabajamos durante varios meses en archivos de periódicos, revistas y en la Biblioteca Nacional, después que con una carta firmada por Celia Sánchez obtuvimos acceso total a los archivos de fuentes públicas de los años 60, por entonces no accesibles a la población. Para escoger las fotos donde estuviera Fidel Castro, se nos puso como requisito que no apareciera con espejuelos, ni tuviera expresiones sardónicas, sino aguerridas o amables. Concluimos la cronografía y Celia convocó a una reunión para someterla a crítica.
Representantes de la oficina de Raúl Castro objetaron casi el 40 por ciento de las fotos. La primera fue la foto histórica donde Fidel Castro convoca a una huelga general el 2 de enero del 1959, y se ve a un grupo de miembros del Ejército Rebelde, entre ellos a Carlos Franqui —quien recientemente había partido al exilio. Se nos entregó una foto con la imagen de Franqui borrada, con técnica similar a la utilizada por el estalinismo en la URSS. Otra de las objeciones estuvo relacionada con el éxodo, en 1965, de cubanos hacia Estados Unidos por el puerto de Camarioca, sobre lo cual se pretendía que no se les diera relevancia a los que se marchaban del país. Pero las objeciones principales versaron sobre el número de veces que el entonces Presidente Osvaldo Dorticós aparecía con relación a Raúl Castro. Incluso se nos habló de un por ciento de fotos de Fidel, otro de Raúl y el entonces Presidente quedaba con un por ciento mínimo de fotos. No se tuvo en cuenta la importancia de los eventos que se ilustraban, fueran nacionales o internacionales, que por su carácter —como la bienvenida que se le tributara en La Habana al Presidente Sukarno de Indonesia— obligaron a la presencia del Presidente del país y no a la del Jefe de las Fuerzas Armadas. La cronografía no se publicó.
Otro de mis trabajos en la OPCC fue una investigación acerca de la Huelga de Abril de 1958, recién publicado en el extranjero el libro que con documentos y filmes sacados de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, publicara Carlos Franqui. Al parecer, se quería presentar la versión oficial de los hechos que Franqui en el exilio documentara con facsímiles. Tuve acceso total a los archivos históricos de Fidel Castro y a su Oficina de Versiones Taquigráficas, entrevisté a más de 200 participantes en la huelga, de todas las provincias del país, incluidas largas sesiones con personalidades que se encontraban a punto de ser liberadas de condenas por razones políticas, como David Salvador, o con dirigentes nacionales del Movimiento 26 de Julio, como Faustino Pérez.
Después de dos años de trabajo, el resultado de más de 200 páginas no fue publicado. En mis conclusiones no se resaltaba la figura de Fidel Castro, o la heroicidad de los rebeldes de la Sierra, quienes apenas desarrollaron acciones armadas en abril de 1958, sino la actividad de una muy dinámica sociedad civil durante los primeros meses de aquel año bajo Batista (que no admitía comparación con la manca realidad de los años 70). Se enfatizaban, además, las acciones, organización y coordinación de la dirigencia del M26-7, plagada de personalidades con tendencias ideológicas disímiles —y de fallas también para producir la huelga—, en cuyas manos radicó el poder real del Movimiento hasta la Huelga. Se relataban las fuertes discusiones entre los comunistas del PSP y dirigentes del M26-7; y se describía, como un parte aguas en esa historia, la reunión de Mompié, donde con un grave fracaso a cuestas los dirigentes del llano soportaron que la Sierra se les impusiera mientras Che hacía las veces de fiscal acusador y los rebeldes mantenían sus fusiles rastrillados.
La demonización de los que pertenecimos al Departamento de Filosofía resurgió ante mí cuando tomé la decisión en 1980 de trasladarme a trabajar al Centro de Estudios Europeos (CEE), perteneciente al CC del PCC. Habían transcurrido casi diez años del episodio del Departamento, durante los cuales supe de varios incidentes de acoso y discriminaciones contra ex compañeros: algunos no pudieron reubicarse en la academia; otro fue acosado por autoridades partidarias hasta hacerlo renunciar a impartir clases de Historia de Cuba en la Universidad, acusado de subrayar en su aula la devastación causada por la táctica de la «tea incendiaria» utilizada por Máximo Gómez durante la Guerra de Independencia, y por negarse a encontrar el marxismo en la obra de José Martí; a otros que habían decidido integrar un grupo musical, obtuvieron el permiso a viajar en giras artísticas al exterior, después de acaloradas discusiones con dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas, quienes les negaban el permiso de salida por razones ideológicas; aun otros fueron objeto de acusaciones fabricadas por las cuales purgaron en detenciones a manos de la Seguridad del Estado.
Dadas estas realidades, cuando se me comunicó que mi petición de ingreso al CEE se denegaba sin darme más explicaciones, decidí indagar y descubrí que miembros del PCC en el CEE me habían vetado porque en ese Centro ya trabajaba un investigador que había pertenecido a Filosofía y no querían correr el «peligro ideológico» de que nos reuniéramos más. Presenté, entonces, una reclamación formal a las autoridades partidarias haciendo uso del status privilegiado que me daba la cercanía a Celia Sánchez. En la reclamación sostuve que no admitía los argumentos en mi contra si no se presentaban pruebas contundentes sobre mis «problemas ideológicos». Le presenté en carta a Celia mi situación y con ella sostuve una entrevista de más de una hora —reveladora para mí de las características de grupos e individualidades dentro de la elite, incluido Fidel Castro—, a partir de la cual la Oficina de Apelaciones y Sanciones (OAS) del Comité Central se hizo cargo del caso.
Tras la muerte de Celia Sánchez y negada a integrarme a un colectivo hostil en el CEE, pasé a trabajar como funcionaria del Departamento América del CC del PCC, bajo la jefatura de Manuel Piñeiro, amigo personal y colaborador de Celia. El acceso que tuve allí a información clasificada me permitió conocer opiniones destructivas que sobre mí emitieron funcionarios del CC durante las investigaciones que la OAS condujo, aun cuando estos individuos no me conocían personalmente ni habíamos desarrollado ningún trabajo en común, sino les bastó saber de mi pertenencia a Filosofía.
Después de varios meses, como resultado de las investigaciones de la OAS y de denuncias paralelas que ex colegas de Filosofía habían presentado ante autoridades del país, se creó una Comisión conformada por miembros del Comité Central, que escuchó los casos de varios de nosotros y emitió un documento, donde se aclaraba que el hecho de haber estado dentro del claustro de aquel Departamento no era razón para discriminación alguna, aunque en el lenguaje ambiguo utilizado para su redacción no quedaba claro si se nos exoneraba de toda culpa. Muchos lo asumimos como una «patente de corso» con la cual se podía vivir, pero no evitó que se nos siguiera asumiendo como intelectuales a quienes debía vigilárseles de cerca.
Esta «vigilancia» especial, y otras muchas situaciones de significación allí creadas, condujeron al desmembramiento, en 1996, del Centro de Estudios de América (CEA), donde en distintos momentos habíamos ingresado como investigadores seis ex colegas del viejo Departamento de Filosofía. Acusaciones de «quintacolumnistas», y de «agentes del imperialismo» leídas por Raúl Castro en el Informe ante el V Pleno del Comité Central, iniciaron uno de los casos de represión intelectual más ignominiosos de los años 90 en Cuba. Contra Filosofía de nuevo y contra el CEA en total, el Segundo Secretario del PCC dirigió sus ataques: «en los últimos veinte y cinco años, le he dado dos tablazos al colectivo», diría en nota del 24 de mayo de 1996 (Maurizio Giuliano, 1998).
Me exime de hacer un relato sobre este proceso, sus repercusiones nacionales e internacionales, y sobre la suerte de la mayoría de nosotros, el magnífico libro citado de Giuliano, El caso CEA. Intelectuales, Inquisidores, ¿Perestroika en la Isla?, un detallado y documentado análisis sobre este escándalo de represión intelectual de la que fuimos víctimas de la cúpula del poder en Cuba, por partida doble varios de nosotros. Giuliano utilizó para su redacción —y reprodujo— las actas de las discusiones sostenidas entre el Consejo de Dirección del CEA y la Comisión creada por el Buró Político del PCC, las del núcleo de PCC del CEA, entrevistas a varios investigadores, e información pública de Cuba y de otros países en aquellos meses de marzo a octubre de 1996, lo cual convierte a este volumen en prácticamente una fuente primaria.
Sirva solo decir que la experiencia vivida en Filosofía a inicios de los 70, la personal de muchos de nosotros en años posteriores, unido a las novedosas circunstancias políticas de los 90 en Cuba y a la particularidad de que todos los acusados éramos miembros del PCC, nos permitió actuar como colectivo —sin disidencia alguna—, ante las imputaciones que la alta dirección del propio Partido nos hiciera. Pero, también constatamos que las exigencias que hiciéramos de que se nos exonerara de las acusaciones dadas a conocer en toda la nación, con la publicación del Informe al V Pleno en Granma y con la convocatoria a su discusión en centros de trabajo y en los Comités de Defensa de la Revolución, no fueron atendidas. Las acusaciones se mantuvieron y el Centro fue desmantelado.
La «culpa» de los investigadores del CEA, como antes había sido la de Filosofía, consistió en desarrollar la más honesta práctica académica dentro de nuestras convicciones ideológicas de entonces, aun cuando los resultados de las investigaciones distaran de la política oficial. Pero, los regímenes totalitarios desconocen esto. Bajo ellos, los aparatos político y de propaganda imponen las reglas del juego y se paga caro cuando no se siguen al pie de la letra las decisiones sobre lo que puede investigarse, decirse y publicarse sobre ciertos temas, hechos y personas.
En la foto de la izquierda, tomada en el momento en que Fidel Castro llama a la huelga general en enero de 1959, puede verse a Carlos Franqui en el centro. Posteriormente, cuando Franqui marchó al exilio, el gobierno cubano manipuló la foto para borrar su imagen, como se aprecia en la situada a la derecha.