MARX, FREUD: EL ANÁLISIS DE LA FORMA

Existe una homología fundamental en el procedimiento interpretativo de Marx y de Freud, en su enfoque del «secreto» de la mercancía o del sueño. En los dos casos, uno debe evitar la ceguera, la fascinación propiamente fetichista del «contenido» oculto detrás de la forma: el «secreto» por develar mediante el análisis no es el contenido disimulado por la forma (la forma del sueño, la forma de la mercancía) sino, muy por el contrario, esa forma misma. La comprensión teórica de la forma del sueño consiste, no en una explicación de su «núcleo oculto», de su pensamiento latente, sino en la respuesta a la siguiente pregunta: ¿por qué el pensamiento latente del sueño ha tomado tal forma? ¿Por qué se ha transpuesto en la forma del sueño? Lo mismo sucede con la mercancía: el verdadero problema no es penetrar hasta el «núcleo oculto» de la mercancía, determinar su valor por la cantidad de trabajo invertido en producirla, el problema estriba en explicar por qué el trabajo ha adquirido la forma del valor de una mercancía, por qué no puede afirmar su carácter social si no es mediante la forma mercancía de su producto.

Conocemos el famoso reproche de «pansexualismo» que con frecuencia se hace a la interpretación freudiana de los sueños. Hans-Jürgen Eysenck, severo crítico del psicoanálisis, ya ha hecho notar una paradoja fundamental del enfoque freudiano del sueño: según Freud, el deseo articulado en un sueño supuestamente es, por regla general al menos, un deseo a la vez inconsciente y de naturaleza sexual; ahora bien, esto contradice la mayor parte de los ejemplos que da el mismo Freud, empezando por el sueño que elige como ejemplo introductor de la lógica del sueño, el de la inyección de Irma. El pensamiento latente de ese sueño es un intento de Freud de liberarse de su responsabilidad en relación con el fracaso del tratamiento médico aplicado a Irma, que opta por una lógica del tipo «la culpa no es mía, diversas circunstancias contribuyeron a…»; sin embargo, ese «deseo», la significación del sueño, evidentemente no es de naturaleza sexual (más bien se trata de un problema ético profesional) ni es un deseo inconsciente: se trata de un problema que ha atormentado a Freud de manera muy consciente, por lo tanto, precisamente, de un examen de conciencia…

Este género de reproches implica un error teórico fundamental: identifica el deseo inconsciente presente en el sueño con el «pensamiento latente», la significación del sueño. Y Freud lo subraya varias veces: el pensamiento latente del sueño no tiene en sí mismo nada de inconsciente; es un pensamiento completamente «normal», que puede articularse en la sintaxis de la lengua cotidiana. Topológicamente, corresponde al sistema «consciente/preconsciente», el sujeto habitualmente es consciente de ese pensamiento, hasta de una manera excesiva, lo atormenta todos los días… En ciertas circunstancias, algo impulsa ese pensamiento fuera de la conciencia, lo arrastra hacia el inconsciente, es decir, lo somete a las leyes del «proceso primario», lo traduce a la «lengua del inconsciente». La relación entre el pensamiento latente y lo que se llama el «contenido manifiesto» del sueño —el texto del sueño, el sueño en su fenomenalidad literal— es, pues, la relación entre un pensamiento completamente «normal», consciente/preconsciente y la traducción de este pensamiento en el «jeroglífico» del inconsciente, del «proceso primario». Lo esencial del sueño no es el pensamiento latente sino ese trabajo (los mecanismos del desplazamiento, de la condensación, de la figuración del contenido de las palabras o de las sílabas, etcétera) que le confiere la forma del sueño. En esto estriba precisamente el malentendido fundamental; si uno busca el «secreto del sueño» en su contenido latente oculto por el texto manifiesto, se sentirá decepcionado: solo caerá en un pensamiento profundamente «normal» cuya naturaleza es, en su mayor parte, no sexual y que, para colmo, no tiene nada de inconsciente.

Este pensamiento «normal», consciente/preconsciente no tiende al inconsciente, no se reprime sencillamente a causa de su carácter «desagradable» para la conciencia, sino a causa de un «cortocircuito» entre tal pensamiento y otro deseo ya reprimido, siempre ya inconsciente, un deseo que no tiene en sí mismo absolutamente nada que ver con el pensamiento latente del sueño: «Una sucesión normal de pensamientos [normal y, como tal, expresable en el lenguaje cotidiano, público, en la sintaxis del proceso secundario] no está sometida a un tratamiento anormal (como el del sueño y el de la histeria) [es decir, no está sometida al trabajo del sueño, a los mecanismos del proceso primario] salvo si le ha sido transferido un deseo inconsciente, derivado de la infancia y en estado de represión» (Freud, 1967). Pues bien, ese deseo inconsciente sexual no puede de ninguna manera reducirse a una «sucesión normal de pensamientos»; está constitutivamente reprimido desde el comienzo —la represión originaria—, no tiene su original en el lenguaje «normal» de la comunicación cotidiana, en la sintaxis del consciente/preconsciente, su único lugar son los mecanismos del «proceso primario». No debemos, por lo tanto, reducir —como lo hace Habermas (1976) por ejemplo— el trabajo interpretativo a la retraducción del pensamiento latente del sueño al lenguaje normal, cotidiano, porque la estructura es siempre ternaria, siempre tiene tres momentos: el texto manifiesto del sueño, el contenido o el pensamiento latente del sueño y el deseo inconsciente que se articula en el sueño. Ese deseo se injerta en el sueño, en la separación entre el pensamiento latente y el texto manifiesto; no está «todavía más escondido, más en lo profundo», está —en relación con el pensamiento latente— más en la superficie, todo él se constituye en los mecanismos significantes, en los procedimientos a los cuales está sometido el pensamiento latente, su único lugar es la forma del sueño.

He aquí la paradoja fundamental del sueño: el deseo inconsciente —es decir, lo que supuestamente está más disimulado— se articula precisamente a través del trabajo de la disimulación del «núcleo» del sueño, en el trabajo de enmascaramiento de ese contenido/núcleo latente que opera su traducción en el jeroglífico del sueño. El pasaje decisivo del texto freudiano:

Antes, se me hacía muy difícil habituar a los lectores a distinguir entre contenido manifiesto y pensamientos latentes. Siempre me replicaban con argumentos basados en sueños no interpretados y presentados tal como los retiene la memoria; parecían ignorar la necesidad de una interpretación.

Ahora, los analistas, al menos, se han reconciliado con el hecho de reemplazar el contenido manifiesto por lo que surge de la interpretación; muchos de ellos, en cambio, caen en otro error que mantienen con no menor obstinación. Buscan la esencia del sueño en su contenido latente; al hacerlo, la distinción entre los pensamientos latentes del sueño y el trabajo del sueño, se les escapa.

En el fondo, el sueño no es sino una forma particular de pensamiento que permiten las condiciones propias del estado en que nos sumergimos al dormir. El trabajo del sueño es lo que crea esta forma. Ese trabajo es la esencia del sueño; es lo que explica la naturaleza particular del sueño (Freud, 1967: 431).

Aquí, Freud procede en dos etapas:

  • en principio se trata de romper la apariencia primera según la cual el sueño es solo confusión simple e insensata, un desorden condicionado por procesos fisiológicos que no tiene nada que ver con ninguna significación. Dicho de otro modo, uno debe dar el paso hermenéutico, tomar el sueño como un fenómeno significativo, como algo que transmite un mensaje reprimido que podemos descubrir mediante el procedimiento interpretativo;
  • luego, debemos liberarnos de esta fascinación por el núcleo significativo, por el «sentido oculto» del sueño, por el contenido disimulado detrás de la forma del sueño y centrar la atención en la forma misma del sueño, en la «preelaboración» del pensamiento latente que realizan los mecanismos del «trabajo del sueño».