LA «RECONCILIACIÓN»

Tanto el chiste sobre Rabinovitch, como la muerte de Cristo o el cierre del inconsciente en la transferencia y su disolución corresponden todos a una misma matriz que muestra de qué manera la verdad surge del fracaso y cómo el fracaso se vuelve un elemento constitutivo inmanente de la verdad. Para comprender la lógica de esto, hay que desechar por completo la comprensión clásica del proceso hegeliano, según la cual uno tiene primero un punto de partida positivo, la tesis, luego adviene la negación, la escisión, la tesis se invierte en antítesis y, finalmente, en un nivel superior, la tesis comprende de nuevo la antítesis. La síntesis no es el retorno a la tesis de partida: en cierto sentido, gracias a la síntesis, uno se desembaraza, se libra de la perspectiva de la tesis.

Volvamos al Witz sobre Rabinovitch: en él la «síntesis» es exactamente la misma que la antítesis, es el argumento del burócrata mismo («el poder soviético es eterno e indestructible»), lo único que uno debe hacer es darse cuenta de que ese contraargumento al primer argumento es ya el verdadero argumento para justificar la emigración: todo el paso de la antítesis a la síntesis se reduce a ese cambio de perspectiva. Lo mismo puede decirse de la muerte de Cristo: la «tesis» es la misión terrenal de Cristo, la liberación de los judíos, la «antítesis» es su derrota que, sin embargo, no aparece como tal sino en la perspectiva de la tesis y la «síntesis» retoma la «antítesis» misma (la derrota terrenal de Cristo, su muerte en la cruz) pero vista en otra perspectiva, en la que su muerte aparece como su triunfo, el cumplimiento de su verdadera misión, la reconciliación del hombre con Dios, de lo finito con lo infinito. El mismo proceso se da con la transferencia como «puesta en acto de la realidad del inconsciente» (Lacan, 1973: 133): la «salida de la transferencia» se reduce, en última instancia, a un simple cambio de perspectiva, a experimentar de qué manera la transferencia —la retracción, el cierre del inconsciente— efectúa al mismo tiempo su «puesta en acto». El «retorno de la tesis» en la síntesis no es, pues, el retorno a la misma tesis, a la tesis negada por la antítesis: es la antítesis misma que deviene, por así decirlo, su propia tesis.

En cierto sentido, en el proceso dialéctico «no pasa nada», el paso de una etapa a la etapa ulterior implica siempre la lógica de un «ya lo es». Uno no pasa de la tesis a la antítesis a través del desarrollo de la tesis, mediante una demostración de que la tesis implica la antítesis: todo el paso consiste en comprobar que la tesis en sí misma es ya su propia antítesis, su propio contrario. (El Ser mientras uno trate de determinarlo, de capturarlo «como tal», en el contenido que le es propio, es ya la nada, etcétera). Del mismo modo, no se pasa de la antítesis a la síntesis tratando de ver cómo la tesis y la antítesis forman parte de una misma totalidad, se implican y se completan mutuamente. La antítesis es un concepto reflexivo: la verdadera antítesis no es antítesis como oposición a la síntesis, sino antítesis entre la antítesis y la síntesis misma. Uno permanece en la antítesis durante todo el tiempo que piensa que «le falta algo», que hace falta unir sus dos polos por medio de una síntesis suplementaria; y solo «supera» la antítesis cuando siente que no le falta nada pues la antítesis misma es ya esta síntesis que uno buscaba en su más allá.

Podríamos decir pues que en la «desalienación», en la «reconciliación» del sujeto con la sustancia alienada, nada cambia salvo la perspectiva del sujeto: lejos de «apropiarse del contenido sustancial alienado», lejos de reconocer en él «su propio producto», el sujeto sencillamente se da cuenta de que ya es interior a la sustancia en virtud del rasgo mismo que parecía excluirlo de ella, que la distancia que parecía separarlo del Otro sustancial es una autodistancia, una separación interior con el Otro. Aquí es donde la «desalienación» hegeliana difiere radicalmente de la de Marx. Esta se inscribe en la perspectiva «productivista» fichteana de un sujeto que produce su mundo, que posee la objetividad como objetivación de ese mundo y del cual su propio producto se aliena, se congela en una fuerza extraña. La «desalienación» se concibe así como el acto por el cual el sujeto rompe la ilusión del mundo objetivo autónomo, reconoce en él su propio producto y se apropia de su contenido. En esta perspectiva, la «reconciliación» hegeliana aparece, por supuesto, como un «positivismo oculto» (Marx): es fácil demostrar que, en tal «desalienación» nada cambia, que la efectividad sigue siendo tal como era antes. El problema es que aquí falta anticipadamente el acento de la «reconciliación» hegeliana: que «nada cambia» es precisamente lo que quiere decir Hegel. En otras palabras, lo que cambia radicalmente en la «reconciliación» hegeliana es el modo de simbolización de la realidad: afirmar que en ese cambio, «la realidad sigue siendo tal como era», implica una noción de la realidad como algo sencillamente exterior a lo simbólico, es decir, una noción de lo simbólico como el medio de designar algo ya dado.

Hegel no «suprime», no «anula» la escisión en la cual permanece inmersa la filosofía fichteana, no «supera» el obstáculo de la objetividad inerte que, en Fichte, se resiste todavía a su interiorización subjetivante: toda la operación hegeliana se reduce a comprobar retroactivamente que el obstáculo no era tal, que lo que en Fichte aparecía como un «obstáculo» al movimiento de la subjetivación es en verdad su condición positiva. El resto no dialectizable que parece bloquear la plena realización del sujeto resulta ser su correlativo objetal: en ese excedente inerte, el sujeto debe reconocer su Dasein, debe darse cuenta de que el objeto no integrado no hace más que positivar el vacío, el lugar vacío del sujeto.

La proposición continúa siendo, pues, la misma que en Fichte: «el objeto inerte marca el límite que bloquea la plena realización del sujeto»; lo único que hay que hacer es tomar sencillamente su sentido especulativo, desplazar el acento de manera apenas perceptible: el sujeto mismo no es otra cosa que el vacío, el bloqueo, su propia imposibilidad y por ello el objeto inerte, no subjetivado, en la medida en que encarna ese bloqueo, funciona como Dasein del sujeto, como su correlativo objetal. El sujeto, la negatividad pura, el movimiento absoluto de la mediación, solo puede llegar al Ser para sí, a su existencia efectiva, encarnándose de nuevo en un momento absolutamente inerte, no subjetivo.