HISTORIA DE UNA APARICIÓN
¿La primera «inversión materialista de Hegel»? Podemos localizarla de manera precisa: se produjo el 2 de mayo de 1828 en la plaza central de Núremberg. Aquel día, un joven aparece en el corazón de la ciudad singularmente vestido: su porte, sus gestos están marcados por la rigidez; las únicas palabras que pronuncia son algunos fragmentos del «Padre nuestro» aprendidos de memoria y, con faltas gramaticales, la frase enigmática «quiero llegar a ser un caballero como era mi padre», inicio de una identificación con el Ideal del Yo. Por último, en la mano izquierda, sostiene un papel donde está escrito su nombre —Kaspar Hauser— y la dirección de un capitán de caballería de Núremberg. Más tarde, cuando aprende a hablar, Kaspar cuenta su historia: había pasado la vida solitariamente en una «caverna oscura» adonde un «hombre negro» le acercaba alimentos y bebida, hasta el día en que lo llevó a Núremberg y, en el camino, le enseñó las pocas frases que era capaz de pronunciar… Confiado a la familia Daumer, Kaspar «se humaniza» rápidamente, aprende a hablar «con propiedad» y se convierte en una celebridad; el joven es objeto de investigaciones filosóficas, psicológicas, pedagógicas y médicas y hasta se tejen diversas especulaciones políticas relativas a su origen. Después de algunos años de vida tranquila, Kaspar aparece herido mortalmente la tarde del 14 de diciembre de 1833. En su lecho de muerte, refiere que el asaltante que lo acuchilló era «el hombre negro» que lo había llevado a la plaza de Núremberg («Ich möchte…», 1979).
Si bien la aparición súbita de Kaspar provocó el brutal encuentro de lo «real imposible» que rompe el circuito simbólico de las causas y los efectos, lo más sorprendente es que en cierto sentido, el tiempo lo esperaba: como una sorpresa, Kaspar «llegaba en su momento». Y al hacerlo, realiza el mito milenario del niño de estirpe real abandonado en un lugar salvaje, luego reencontrado en la adolescencia: de inmediato se difunde el rumor de que es el príncipe Baden. El hecho de que los únicos objetos de la caverna que recuerda sean algunos animalitos de juguete hechos de madera, realiza patéticamente el mito del héroe salvado por los animales que cuidan de él. Pero, sobre todo, hacia fines del siglo XVIII, el tema del niño que vive fuera de la comunidad humana ha llegado a ser el argumento de obras literarias y científicas cada vez más numerosas, considerado como la encarnación pura de la cuestión de la distinción entre la parte de la «naturaleza» y la parte de la «cultura» que conforman el ser humano.
El encuentro de Kaspar era pues, desde el punto de vista «material» el fruto de una serie de accidentes imprevistos, pero desde el punto de vista «formal» era, en el fondo, necesario: la estructura del saber de la época había preparado de antemano su lugar. Su aparición causó sensación, porque ya estaba construido un lugar vacío, cuando un siglo antes o un siglo después esa misma aparición hubiera pasado inadvertida. Capturar esa forma, ese lugar vacío, previo al contenido que habrá de llenarlo: allí estriba lo que está en juego en la razón en el sentido hegeliano, es decir, en la razón entendida como opuesta al entendimiento donde la forma expresa un contenido positivo y dado previamente. En otras palabras: lejos de quedar superado por sus «inversiones materialistas», Hegel es quien, de antemano, da razón de ellas.