31

Victoria se situó frente a Aden y lo besó tal y como él la había besado a ella. Estaba allí, entre sus brazos, exactamente como a él le gustaba, y al sentir el roce de sus labios cálidos y suaves, recuperó el control de sus sentidos y dejó de oír las súplicas de Caleb. La bruja perdió su dominio sobre Aden. Sin embargo, antes de que él pudiera agradecérselo a Victoria, su novia se abalanzó sobre Marie.

-¿Qué...?

Ambas muchachas cayeron al suelo y comenzaron a forcejear.

La piel de Victoria era impenetrable, así que él no se preocupó por ella. Todavía. Se aproximó al monstruo, que se había colocado en la salida de la cueva e impedía salir a nadie. Tenía las garras en alto, en posición de ataque. Aquella bestia necesitaba un nombre. Fauces, tal vez. Estaba resoplando y agitando las ventanas de la nariz. Estaba muy agitado por toda aquella violencia.

-¿Podrías colocar a las brujas junto a la pared, en fila? -le preguntó Aden.

El monstruo asintió.

Hubo un momento de silencio durante el que nadie respiró ni se movió. Todos esperaron a ver qué iba a suceder. Finalmente, el monstruo bajó la cabeza y comenzó a agarrar a las brujas con la boca, algunas veces a varias a la vez, y a lanzarlas sin miramientos hacia la pared de la caverna. Las que todavía no habían perdido el conocimiento intentaron escabullirse, pero él rugió, y ellas se colocaron voluntariamente contra la pared.

Al final solamente quedó Marie. Estaba luchando con Victoria, arañando, mordiendo, dando puñetazos y patadas.

Cuando la bestia se acercó a agarrarla, Aden dijo:

-Espera, ella no. No hasta que yo haya retirado a la muchacha vampiro, ¿de acuerdo?

Fauces asintió con un resoplido.

-Buen chico -dijo Aden-. Voy a rascarte detrás de las orejas cuando todo esto termine.

Fauces sacó la lengua sin dejar de resoplar, y movió la cola.

Aden se giró hacia las chicas.

-Victoria, por favor, sepárate de ella.

Pasó un momento antes de que Victoria reaccionara. Después se alejó de la bruja y se pegó a la pared con los brazos extendidos, clavando las uñas en la roca, como si sólo así pudiera conseguir no lanzarse otra vez hacia su oponente.

Marie se giró con ferocidad hacia Aden.

-Ya no te queda mucho tiempo -le dijo con satisfacción.

Él alzó la barbilla sin dejarse asustar.

-Tampoco a ti, porque voy a llevarte a la tumba conmigo.

-Vas a intentarlo.

-Voy a conseguirlo.

-¿De verdad? ¿Y ella?

Con una sonrisa, Marie extendió la mano y agitó los dedos, y exhibió un anillo igual al que siempre llevaba Victoria.

Al darse cuenta de lo que iba a suceder, Aden se quedó espantado.

Victoria se giró hacia la derecha para alejarse de la bruja, justo cuando Aden saltaba hacia delante, pero era demasiado tarde, y Marie se movió con demasiada rapidez. Todas las gotas de veneno cayeron sobre el perfil de Victoria. Su cara, su cuello, su brazo, su costado. Al instante, se desplomó gritando de dolor mientras su carne y su ropa se quemaban.

Aden cambió de dirección y embistió a Marie. Rodaron por el suelo hasta que él quedó sobre ella, a horcajadas sobre su cuerpo. Estaba tan furioso, que casi la golpeó, pero nunca había pegado a una chica y no iba a empezar en aquel momento. En vez de eso, se levantó y se apartó.

-A por ella -le dijo a Fauces.

El monstruo agarró a la bruja y volvió a lanzarla contra la pared. Ella gimió de dolor.

-Sujétala.

Fauces obedeció y la inmovilizó contra el suelo con ayuda de los dientes.

Ella luchó y forcejeó.

-¡Suéltame!

Aden corrió hacia Victoria y abrazó su cuerpo tembloroso. Le puso la muñeca en los labios y ella lo mordió inmediatamente y comenzó a beber su sangre.

-Convoca la reunión -le dijo él a la bruja.

-¿Por qué no vienes aquí y me lo pides a la cara? -le respondió la bruja.

Segundos después, Victoria dejó de temblar y separó los dientes de la carne de Aden. Con la mano libre le apartó el pelo de la cara, y entonces fue él quien comenzó a temblar.

-Creo que me voy a quedar aquí -dijo. Victoria tenía los ojos cerrados y respiraba agitadamente-. Ahora, con voca la reunión, Marie, o dejaré que la bestia te trague. Y si estás protegida contra la muerte, tendrás que vivir en su estómago, seguramente entre ácidos y bilis. Sufrirás para siempre, porque ni siquiera tendrás el alivio de la muerte.

-¡No me importa! Podría convocar la reunión, tienes razón. No necesito a nuestros mayores. Sin embargo, tus amigos tienen que morir, así que van a morir a medianoche. Son peligrosos y perversos, y van a morir.

Estaba claro que Marie no iba a ceder, así que él tendría que obligarla. Y sólo había una manera de conseguirlo.

Dejó a Victoria con delicadeza en el suelo y se puso en pie. Entonces se acercó a Fauces.

-Pase lo que pase, no la sueltes -le dijo, dándole unos golpecitos en el costado.

Fauces hizo un ligero asentimiento.

«¿Qué vas a hacer?», le preguntó Caleb. «No le hagas daño. Por favor, no le hagas daño. La amamos».

-Caleb, sólo hay una manera de que esto acabe bien para todo el mundo.

«¿Poseerla?».

-Sí. Y, mientras estamos dentro de ella, puedes buscar en su memoria recuerdos sobre tu pasado. ¿Te parece bien?

«¿No vas a obligarla a que haga algo dañino para si misma?».

-No le he hecho nada malo cuando he tenido la oportunidad, ¿no?

«Bien, entonces, sí».

-¿Qué vas a hacer? -le preguntó Marie. Sus gritos se habían incrementado-. ¡Alto! ¡Note acerques a mí!

-Creía que querías que me acercara.

Aden la tomó de la muñeca y cerró los ojos para que ella no pudiera hechizarlo. Gritó de dolor al convertirse en neblina, e intentó atravesar su piel, pero había algo que se lo impedía como si fuera un bloqueo.

Una marca de protección.

¡Demonios!

Aden volvió a solidificarse.

-Parece que vamos a tener que hacerle daño -dijo con un suspiro-, pero sólo para salvarla, Caleb.

«¡No!».

Aden no le hizo caso. Con desesperación, buscó a todas las brujas y confiscó todos los anillos que pudo. Volvió hacia Marie.

-Dime cuál es el tatuaje que tengo que borrar, o los destruiré todos -le dijo-. Y te va a doler, Marie. Lo sabes, ¿no?

Al ver los anillos que él llevaba en la palma de la mano, Marie comenzó a temblar de pánico.

-No -negó-. No, no puedo. ¡Intenta entenderlo!

Ella tenía un tatuaje en la muñeca.

-No tengo tiempo para entender nada.

Entonces, vertió varias gotas de veneno sobre la tinta. Marie gritó y se retorció de dolor. Se originó un olor a carne quemada.

Aden intentó poseer su cuerpo una vez más, pero encontró el mismo impedimento.

-Una vez más, Marie, y después no voy a parar hasta que todos los tatuajes estén borrados.

-Si... convoco la reunión... ¿juras que nos liberarás a todas?

-Sí -dijeron Caleb y él al mismo tiempo-. Si tú juras que no vas a lanzar más maleficios contra nosotros.

-Lo juro -respondió ella entre dientes.

Gracias a Dios. Aquello podía funcionar. Podía arreglarse.

-Entonces, convoca la reunión, y te juro por mi vida que tendréis salida libre de la cueva.

-Nadie puede seguirnos.

-Te juro que nadie os seguirá. Vamos, ¡convoca la reunión! De lo contrario, seguiré usando el veneno.

Ella cerró los ojos con fuerza.

-¡La reunión queda convocada!

Aden esperó varios segundos, pero no ocurrió nada.

-¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes que hacer y que decir?

-Sí.

-¿Y mis amigos están a salvo?

-¡Sí, maldita sea!

Con las piernas temblando de alivio, Aden miró a Fauces.

-Ya puedes soltarla -le dijo al monstruo, y su orden fue obedecida al instante-. Por favor, ¿podrías proteger a la muchacha vampiro mientras yo me ocupo de las brujas?

Fauces volvió a asentir y se dirigió hacia Victoria mostrándoles los dientes, como advertencia, a las brujas con las que se cruzaba.

-Llevad fuera a las que no puedan caminar -les dijo Aden a las brujas, y sin esperar respuesta, se dirigió hacia la salida de la caverna. Oyó pasos a sus espaldas, algunos arrastrados, todos ellos lentos y pesados.

Lo que vio en el exterior lo dejó espantado nuevamente. Las brujas se detuvieron tras él. Había hadas tendidas en el suelo, por todas partes. Los vampiros y los lobos estaban a su alrededor, mirando a Riley que, en forma de lobo, permanecía ante Mary Ann, gruñendo. Estaba... ¿protegiéndola? ¿De su propia gente?

Mary Ann estaba muy pálida y se agarraba el estómago como si le doliera.

-Aden -dijo con un gemido.

Entonces, todos lo miraron, y los vampiros se arrodillaron. Las brujas jadearon y dieron un paso atrás.

Aden se dijo que iba a averiguar lo que ocurría dentro de un instante.

-Permitid pasar a las brujas. No las miréis. No las toquéis. No las sigáis. Sólo dejadlas pasar.

Esperó hasta que los vampiros y los lobos asintieron, y se hizo a un lado.

Las brujas fueron saliendo de la cueva de manera vacilante, ayudando a sus hermanas inconscientes. Los vampiros se separaron y dejaron un pasillo entre ellos, y Aden, que no se había dado cuenta de que contenía el aliento, exhaló. Nadie intentó tocar ni detener a las mujeres.

Ahora, tenía que ocuparse de sus amigos.

-Riley, llévate a Mary Ann a casa.

Claramente, ella estaba enferma y necesitaba descansar.

-Pero... mi rey -dijo un vampiro, que estaba cubierto de sangre, mientras se levantaba-. Es una Embebedora. Debe ser ejecutada.

Alguien iba a tener que explicarle aquello de la «Embebedora», y rápido. Por el momento, dijo:

-No me importa lo que sea. Nadie la va a tocar, y nadie la va a seguir. Riley, llévala a casa ahora mismo.

El guardián se colocó detrás de Mary Ann y la empujó suavemente. Los vampiros y los lobos cumplieron las órdenes de Aden, aunque algunos estaban muy tensos y preparados para actuar. Más que con las brujas.

Obediencia ciega. En un momento de clarividencia, Aden se dio cuenta de que aquélla era su gente. Y él... él era su rey. Sí. Sí. Al admitirlo se sintió increíblemente bien. Se había ganado el título con aquella victoria. Además, había domado a las bestias que los vampiros llevaban dentro. Era el rey, y ya no iba a rechazarlo nunca más.

-Los demás... quedaos aquí. No os mováis -les dijo, y volvió a la cueva.

Fauces y Victoria estaban en el mismo lugar donde los había dejado, sólo que Victoria se había sentado.

-Je sientes mejor? -le preguntó él.

Se agachó a su lado y le tomó la barbilla. Con suavidad, hizo que moviera la cabeza de derecha a izquierda, estudiando su piel. Las quemaduras ya estaban desapareciendo.

-Mejor -dijo ella, mirándolo con sus ojos azules llenos de preocupación-. ¿Y tú?

-Perfectamente.

-Me alegro muchísimo -respondió Victoria.

Lo abrazó, y comenzó a darle besos por toda la cara.

Fauces soltó un resoplido para recordarle a Aden su presencia. Aden se levantó con una sonrisa y acarició a su nuevo protector detrás de las orejas. Aquella noche, las cosas podían haber salido muy mal. Podría haber perdido a todos a los que quería, pero con la ayuda de aquella criatura, las cosas habían salido bien.

Mejor que bien.

Después de convencer a Fauces de que volviera al interior de Victoria, donde podría protegerlos mejor a los dos, según le dijo al monstruo, Victoria y él salieron de la cueva tomados de la mano. En aquella ocasión, no se sorprendió al constatar que sus órdenes se habían cumplido. Ni los vampiros ni los lobos se habían movido de allí.

Aden miró a Victoria, y ella le devolvió la mirada. Sonrieron. Se sentían felices de estar vivos, y de estar juntos.

-Soy el rey -dijo él.

-Sí. Lo eres.

Él se volvió hacia los demás.

-Volved a casa. Descansad. Estoy orgulloso de todos vosotros.

La semana siguiente, después de que él también hubiera descansado, convocaría una reunión. Las cosas iban a ser muy diferentes a partir de aquel momento.

Cuando todos comenzaron a teletransportarse y desaparecer, Victoria dijo:

-Ahora, yo te llevaré a casa.

Un momento después, Aden estaba en su habitación. Shannon roncaba suavemente en la cama de al lado. Aden miró a su amigo. Se quedaría allí una temporada más antes de mudarse a la mansión de los vampiros con Victoria, desde donde gobernaría. Había unas cuantas cosas que tenía que hacer antes en el rancho. Por los chicos y por Dan. Quería asegurarse de que siempre estuvieran a salvo.

No vio a Thomas, y se preguntó dónde estaría.

-Bueno, ahora tú también te vas a ir a casa a descansar. Porque mañana -dijo él, dándole un beso a Victoria en los labios-, vamos a salir juntos.

Ella sonrió lentamente.

-¿Eso es un mandato de mi rey?

-Eso es una súplica del chico que te quiere.

-Entonces, acepto.

-Tienes que marcharte, Mary Ann -dijo Riley mientras metía ropa en una bolsa, varias prendas a la vez, al mismo tiempo que ella las sacaba-. Y yo voy a ir contigo.

-No voy a dejar solo a mi padre. Y no, no vas a ir a ninguna parte.

-No queda otro remedio. Si te quedas aquí, lo matarán con tal de llegar a ti. Ahora, todo el mundo sabe lo que eres. Aden puede ordenarles a los vampiros y a los lobos que te dejen en paz, pero no tiene poder sobre las brujas ni sobre las hadas, y ellas están ansiosas por destruirte, sobre todo después de lo que ha pasado esta noche. Así que vas a marcharte, y yo me iré contigo. Quiero protegerte.

Riley tenía razón con respecto al peligro. Ella lo sabía. Sin embargo, eso no facilitaba las cosas.

-No puedo marcharme.

-Escríbele una nota -continuó Riley-. Despídete de él. Es la única manera de salvarlo.

Salvarlo. Ninguna otra cosa hubiera podido empujar a Mary Ann a marcharse de su casa. Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero permitió que Riley terminara de hacer la maleta por ella y se acercó al escritorio. Le escribió una carta a su padre, diciéndole que lo quería, pero que necesitaba alejarse durante una temporada y que lo llamaría en cuanto pudiera.

Su padre iba a quedarse destrozado, y se culparía a sí mismo. Dios, cómo se odiaba Mary Ann en aquel momento.

-Listo -dijo Riley.

-Mi padre... todavía está en su habitación. El hada le dijo que se quedara allí, oyera lo que oyera. Creo que no ha salido en toda la noche.

Llevaba menos de media hora en su casa, pero había ido a verlo dos veces. En ninguna de las dos ocasiones la había visto, ni se había dado cuenta de que su hija estaba allí. Siguió sentado en la cama, con la mirada perdida.

-Le pediré a Victoria que lo libere de la coacción del hada. ¿Algo más?

-Si. Nadie sabe que Vlad todavía está vivo. ¿Qué le va a pasar a Aden cuando lo sepan? Tienes que quedarte aquí para protegerlo. ¿O es que has perdido la lealtad hacia él?

-No, no he dejado de ser leal a Aden. Y los demás tampoco. Créeme, ha demostrado su valía con creces al domar a las bestias, y nuestra gente preferirá vérselas con la ira de Vlad antes que enfrentarse a Aden. Él estará perfectamente. Y ahora, en marcha.

Ella tragó saliva y se encaró con él. Despedirse de su padre no era la única cosa difícil que tenía que hacer.

-No -susurró. Después habló con más firmeza-: No. Ya te lo he dicho. Me voy sola.

-Ni lo pienses -respondió él, y se puso la bolsa al hombro-. Nos vamos juntos.

-Me voy sola, o me quedo.

No iba a permitir que Riley lo dejara todo por ella, y menos cuando podía causarle la muerte. Si ella no terminaba matándolo, tal vez lo hiciera su propia gente. El hecho de que la hubiera protegido después de la batalla con las hadas era comprensible. Ella era quien había vencido a sus adversarios, y Riley se había sentido obligado a hacerlo. Y, sin embargo, los demás habían empezado a gruñirle y a sisear a su alrededor como si él fuera el enemigo. Los habrían matado allí mismo de no ser porque Aden les había ordenado que los dejaran en paz.

Pero a Riley lo perdonarían y lo acogerían de nuevo. Seguro. A menos que Riley la eligiera a ella por segunda vez. Entonces le darían caza, tal y como iban a hacer con ella.

-Lo digo en serio, Riley. Si me quedo y él resulta herido, te echaré la culpa a ti. Tienes que dejar que me vaya.

-¿Y adónde vas a ir? -le espetó él.

Mary Ann no lo sabía, pero si lo hubiera sabido, tampoco se lo habría dicho.

-Es mejor que me reserve esa información.

Él se quedó boquiabierto.

-Por los dos -añadió ella, conteniendo las lágrimas.

-Muy bien -dijo Riley. Se le habían puesto los nudillos blancos mientras sujetaba la bolsa-. Márchate.

-Eso voy a hacer -respondió Mary Ann. Le quitó la bolsa y se la puso al hombro-. Supongo que esto es un adiós, entonces.

Se dio la vuelta antes de que él pudiera ver sus lágri mas y salió de su dormitorio. Entonces se detuvo en seco. No podía marcharse así. No podía terminar las cosas así.

Rápidamente se dio la vuelta y se situó frente a Riley. Lo agarró por la nuca y le dio un beso rápido, duro, mientras se dejaba envolver por la fuerza de su cuerpo. Pasaron unos segundos, y ella lamentó que no fueran una eternidad. Aquello era el final. Su último beso. Atesoró aquel momento, aquel chico, en su memoria.

Iba a necesitar el recuerdo.

Después lo soltó, se dio la vuelta y salió de la casa.

Arrojó la bolsa dentro del coche que Riley había robado un poco antes para llevarla a toda velocidad desde Texas a Oklahoma, y condujo. Sólo condujo. Nunca dejó de llorar.

Aden no les dijo nada de sus planes a Dan, ni a los otros chicos del rancho, mientras desayunaban y hablaban de la señora Brendal, que había desaparecido igual que el señor Thomas. Y del hecho de que Dan quisiera renunciar a los tutores y matricular a los otros chicos en el instituto de Crossroads con Aden y Shannon.

Por supuesto, los chicos estaban muy emocionados.

No dijo nada, tampoco, mientras metía los libros en la mochila. Las almas no dejaban de parlotear en su cabeza. Caleb hacía planes para encontrar de nuevo a las brujas, Julian se divertía sacándoles defectos a esos planes y Elijah intentaba averiguar por qué veía más caos que nunca en el futuro. Aden los ignoró. Todavía estaba en las alturas. Incluso Shannon y los demás chicos habían comentado que se le veía feliz y de muy buen humor.

Todavía no sabía qué decirles. Sin embargo, no iba a preocuparse de eso en aquel momento. Después de todo lo que había ocurrido, sólo iba a disfrutar de aquel día. Y de la noche, claro, cuando saliera con Victoria y tuvieran su primera cita oficial. Sonrió. Después frunció el ceño. ¿Acaso nunca iba a llegar la noche?

El día de instituto pasó con una lentitud frustrante, y las clases fueron como una tortura, pese al hecho de que Aden era libre. Libre de la maldición de las brujas y de sus consecuencias. Victoria no había ido a clase, ni tampoco Riley, ni Mary Ann. Aden no estaba preocupado. Necesitaban un descanso. Demonios, él mismo necesitaba un descanso, pero no podía tomárselo. Se lo debía a Dan.

Después del instituto, hizo sus tareas rápidamente. Cuando terminó, se duchó y se puso su mejor ropa, unos vaqueros y una camiseta negra, y terminó de arreglarse justo cuando salía la luna. Quería comprarle flores a victoria, pero no tenía dinero y no quería destrozar las rosas de Meg.

Tendría que darle su corazón. Otra vez.

Como no tenía coche, y no le estaba permitido salir con chicas mientras viviera en el rancho, puesto que Dan mantenía que las chicas sólo causaban problemas e impedían a los chicos trabajar duro y estudiar, Victoria tuvo que ir a recogerlo y convencer a todo el mundo de que él estaba allí con ellos.

Y, Dios santo, qué guapa estaba. Todavía tenía algunas heridas en proceso de curación, y tenía costras en las heridas del brazo, pero se había puesto un jersey de color azul y una minifalda de un azul un poco más claro. Los colores transformaban a Victoria en un pedazo de cielo. Llevaba el pelo suelto por la espalda, ondulado, brillante y sedoso, y Aden sólo quería ir a un sitio oscuro y acariciarle aquellas ondas.

Salieron por la ventana de su habitación y se alejaron de la mano.

-Je gusta? -le preguntó ella, e hizo un giro ante él-. Me lo ha prestado Stephanie. Y, hablando de mi familia, las chicas han llegado a la conclusión, y cito textualmente, de que no estás tan mal. Has domesticado a sus monstruos, has vencido a las brujas con inteligencia y has puesto de rodillas a las hadas.

-Me encanta -contestó él. En la distancia se oyó el ulular de un búho-. Y diles a tus hermanas que ellas tampoco están tan mal.

Se sonrieron. Últimamente lo hacían mucho, pensó Aden con orgullo. Poco a poco, Victoria iba deshaciéndose de su seriedad y de su expresión sombría.

-Bueno, ¿y qué hacemos? -le preguntó ella-. No puedo creer que ya no tengamos que soportar un maleficio de muerte ni tengamos que luchar contra ningún duende.

-Entiendo lo que dices -respondió él. Aquella noche sólo eran dos chicos que iban a salir a divertirse-. ¿Quieres ir a la ciudad? Bueno, a una ciudad que no sea ésta, donde nadie nos conozca. Podríamos ir al cine -propuso. ¿Qué era lo que les gustaba a las chicas? Él nunca había tenido una cita.

-¡Me encantaría! -dijo Victoria.

Lo tomó de la mano y, un momento después, el mundo comenzó a girar, se levantó el viento y todo lo que había a su alrededor desapareció. Él pestañeó, y sus pies se posaron en el suelo, y se vio entre edificios.

Aden se echó a reír.

-Cada vez se te da mejor esto.

-Sí, claro -respondió ella con ironía.

Qué humana sonaba. Qué dulce. Aden miró a su alrededor. Estaban en un callejón oscuro que partía de una calle muy transitada.

-¿Dónde estamos?

-En Tulsa. No está demasiado lejos de casa, pero tampoco está demasiado cerca.

-Perfecto.

«Aden», dijo Elijah. «Vete a casa. Tienes que volver a casa».

-No, no pasa nada. Estoy bien.

-Claro que estás bien. Pero, en vez de ir al cine, ¿te apetecería ir a bailar? -le preguntó Victoria, sin darse cuenta de que él estaba hablando con las almas. Aden no la corrigió.

-Creo que es... factible.

Aden no sabía si era buen bailarín, porque nunca había ido a bailar, pero iba a intentarlo por ella. Y podría abrazarse a ella, lo cual era todavía mejor.

«Aden, por favor».

Una noche, pensó Aden. Eso era todo lo que quería.

-Mañana -dijo.

-¿Las almas? -preguntó Victoria, que en aquella ocasión se dio cuenta de lo que ocurría.

-Sí.

-Serán nuestro próximo proyecto -dijo Victoria. Aden notó la calidez de su piel mientras caminaban hacia la calle principal y se mezclaban con los transeúntes-. No puedo creer que estemos aquí. Es decir, ya sabes que te quiero, pero esto me resulta... frívolo.

-Lo que necesitamos en este momento es precisamente algo frívolo.

«¿Me oyes, Elijah? Necesito esto».

-Cierto, muy cierto. ¿Sabes una cosa? -preguntó ella, pero estaba demasiado contenta como para esperar la respuesta, así que le soltó la mano y se colocó de un salto frente a él-. Sé un chiste humano.

-¿Ah, sí? -preguntó él-. ¿Cuál es?

Aden percibió un extraño movimiento por el rabillo del ojo, y frunció el ceño. ¿Acaso acababa de moverse varios centímetros un contenedor de basura, sin que nadie lo empujara? No. No podía ser. Seguramente, se había vuelto un paranoico y veía el peligro por todas partes.

-Había una vez un chico que... -comenzó Victoria. Sin embargo, giró la cara para seguir la línea de visión de Aden-. ¿Qué ocurre?

«Aden. Aden, márchate ahora mismo».

Un segundo más tarde, Tucker apareció de la nada ante él, yAden se dio cuenta de que tenía la cara llena de lágrimas.

-¿Qué demonios...?

La gente y los coches desaparecieron, y Victoria también. Aden se quedó en una calle desierta. Una calle desierta que había visto en muchísimas visiones, y que temía, y que siempre había querido evitar.

Aden retrocedió, preparándose para luchar. Tucker lo siguió.

-Lo siento muchísimo, lo siento muchísimo -murmuró el muchacho-. Él me dijo que te encontraría aquí. ¿Por qué tenías que estar aquí?

Antes de que Aden pudiera hacer algún movimiento defensivo, sintió a través del cuerpo un dolor agudo que reconoció, que odiaba, que le causaba terror. Aquel dolor le atravesó los huesos, los músculos, el corazón. Y cada uno de los latidos de su corazón le abrió más la herida.

Cada uno de aquellos latidos, que debían mantenerlo con vida, lo mataba más y más.

Tucker huyó.

El dolor explotó. Aden miró hacia abajo y vio la empuñadura de un puñal sobresaliéndole del pecho, rodeada de sangre. Oyó el grito de Victoria, y se preguntó dónde estaba. No podía verla. Estaba solo. Iba a morir solo.

Ni siquiera había podido tener un día de descanso. Incluso Dios tuvo una jornada de descanso. Qué pensamientos tan extraños.

-Ha merecido la pena -musitó, con la esperanza de que Victoria pudiera oírlo, estuviera donde estuviera. Todo había merecido la pena con tal de estar con ella. Aden no hubiera cambiado ni uno solo de los momentos que había pasado a su lado.

La calle desierta desapareció, y en su lugar apareció de nuevo la misma calle, pero llena de gente.

«Oh, Aden», dijo Elijah.

Caleb y Julian estaban gritando.

Entonces, no estaba solo. Tenía a las almas, y era lógico. Habían comenzado la vida juntos, y la terminarían juntos. Oh, Dios. El final. Aquello era el final. Y, con aquella palabra resonándole en la cabeza, Aden se dio cuenta de que no estaba preparado para aceptarlo. Sin embargo, el dolor lo arrastró, y empezó a caer... envuelto en una oscuridad que lo hundió en una marea ardiente...

No vio nada más.

Alguien debía de estar aplicándole descargas eléctricas en el cerebro, porque de repente, todo el cuerpo de Aden sufrió un espasmo, y él sintió un dolor inmenso. Demasiado dolor. El manto de oscuridad lo envolvió de nuevo rápidamente, gracias a Dios, pero la descarga eléctrica volvió a sacarlo de aquel pozo. El proceso se repitió una y otra vez.

-...sálvalo -estaba diciendo Victoria, con un tono de súplica-. Tienes que salvarlo.

-Las lesiones son demasiado graves -respondió una voz desconocida para él-, y ya le has dado toda la sangre que podías darle. Si sigues así, moriréis los dos.

-Él no va a morir -chilló Victoria-. No podemos permitir que muera. ¡Es nuestro rey!

«Estoy aquí», quiso decirle Aden, pero no pudo mover los labios. Las almas también estaban con él, porque las oía llorar, pero ellos tampoco podían pronunciar palabra.

¿Era aquello el final?

El final. Palabras familiares.

-Intenta convertirlo -dijo Victoria-. Drénalo completamente y llénalo con lo que queda de mi sangre.

Oyó un suspiro de cansancio y de tristeza.

-Eso ya se ha intentado con otros, princesa. Lo sabéis. Ningún intento de conversión ha tenido éxito desde los tiempos de Vlad.

-No me importa.

-Algunas veces, el donante también muere.

-¡Ya lo sé! ¡Hazlo! No hay otra manera de conseguirlo, y tengo que intentarlo. Tengo que intentarlo -repitió ella entre sollozos.

«No», quería gritar Aden. «No pongas tu vida en peligro, Victoria».

Cualquier cosa menos eso.

El extraño volvió a suspirar.

-Muy bien. Todo vuestro. Pero debéis tener en cuenta una cosa: en cuanto nuestra gente descubra su estado de debilidad, habrá una lucha por la corona. Por mucho que Aden haya demostrado que es un digno rey, siempre existirán otros con sed de poder. Y sus adversarios querrán atacarlo mientras puedan.

-Antes tendrán que encontrarlo. Y cuando vuelva, estoy segura de que cualquiera que haya querido desafiarlo recibirá su castigo. Un castigo severo.

Alguien llamó a la puerta. Se oyeron pasos, y una exclamación.

-¿Riley? -dijo Victoria.

-¿Qué le ha pasado? ¿Qué demonios ha pasado?

-¡Apártate! No lo toques. Voy a convertirlo. Tú quédate aquí y mantén a todo el mundo calmado. Voy a llevármelo.

-Victoria, no puedes hacer eso.

-Puedo, y voy a hacerlo. ¡No te acerques!

Hubo una pausa.

-Está bien, no me acercaré. Pero tengo que contarte varias cosas. No puedo quedarme aquí mucho tiempo. Mary Ann se ha marchado, y yo la seguí para asegurarme de que iba a un lugar seguro. He vuelto sólo para hablar contigo. Tengo que volver a su lado antes de que decida irse a otro lugar y yo pierda su rastro. Así que escúchame: Draven te ha desafiado para arrebatarte a Aden. Tu padre está vivo y...

-¿Un desafío? ¡No! ¡Todavía no! ¿Y Mary Ann? ¿Está bien? Y... ¿Qué quieres decir con eso de que mi padre está vivo? No puede ser. Riley, no puede estar vivo. Intentará hacerle daño a Aden, y... ¡No! ¡No se lo permitiré!

Entonces se hizo el silencio de nuevo. Oscuridad. Ingravidez. Después, Aden tuvo la sensación de que se le rasgaba el cuello, y en aquella ocasión sí movió la boca. Gritó.

Forcejeó, se revolvió, se quedó inmóvil. Nada. No le quedaba nada.

Aquel manto negro lo envolvía, lo cubría, lo protegía.

Frío. Tenía mucho frío...

Estúpido manto... se lo colocó debidamente.

Calor. Tenía mucho calor...

Apartó el manto. Mejor, pero no durante mucho tiempo.

Frío... tanto frío...

Se tapó.

Calor... tanto calor...

Volvió a apartar el manto. Pataleó. Ya no quería aquel manto.

Dolor... tanto dolor...

El tiempo se convirtió en un océano de cambios. Él flotaba entre las olas, y luego algo lo arrastró hacia el fondo, pero después volvió a emerger, y siguió sintiendo frío y calor. Se preguntó si alguna vez volvería a casa. A casa, pero... ¿dónde estaba su casa? La respuesta era esquiva. Oía demasiada charla, palabras incoherentes y mo lestas. El dolor había vuelto, pero no el manto. Gracias a Dios, el manto no.

De repente el océano desapareció. Vio las paredes de una cueva. Aden odiaba las cuevas ahora. Se vio a sí mismo, pálido y enfermo, sudoroso y manchado de sangre, y vio a Victoria, pálida y enferma, tendida a su lado, retorciéndose y gimiendo, y oyó sus pensamientos, todos los pensamientos de su vida, tan altos que no podía soportarlos, no podía escucharlos, había demasiados recuerdos dentro de su cabeza, los recuerdos de Victoria y los suyos también, el dolor de Victoria y el suyo, y si no sucedía algo pronto él iba a quebrarse, se rompería en mil pedazos y nunca podría recomponerse.

Quería otra vez aquel manto de oscuridad.

Después hubo silencio. Calma. Llegaron, pero no duraron mucho. En la distancia oyó un rugido. No, ya no era distante. Cada vez era más intenso, y sonaba más cercano. Estaba dentro de él. El rugido estaba dentro de él, llenándolo, casi saliéndosele por los poros. Por lo menos, la charla cesó. El calor... tenía más calor que antes. Ardía, se quemaba, estaba convirtiéndose en cenizas.

-Aden.

¿Dónde estaba el frío? Quería sentir frío otra vez.

-Aden, por favor -dijo una voz que se mezcló con aquel rugido-. Abre los ojos.

Tenía la boca seca como el algodón, la lengua hinchada, los labios agrietados. Tenía la sensación de que alguien le había acariciado los huesos y los músculos con un bate de béisbol.

-¡Aden!

Sus párpados se abrieron involuntariamente. Estaba jadeando y sudando. Victoria, débil y pálida, se hallaba sobre él, y su pelo negro le rodeaba la cara como si fuera una cortina. Tenía ojeras y los ojos vidriosos de dolor, y estaba tapándose los oídos.

¿Era un sueño? ¿O se había muerto y había ido al Cielo? No, no podía haber ido al Cielo. Todavía oía aquel terrible rugido.

-Aden -gimió ella.

Aden se irguió de golpe. Tuvo un acceso de mareo, pero pasó rápidamente.

-¿Qué ocurre? -preguntó.

Habló arrastrando las palabras, expulsando el aire entre unos dientes que no reconocía. Entre... ¿colmillos? Se pasó la lengua por la dentadura. No, no eran colmillos. No sabía lo que podía significar aquello. No sabía lo que le había ocurrido.

Sabía que Victoria le había dado parte de su sangre. Sabía que ella había intentado convertirlo en vampiro para salvarle la vida. No había olvidado la conversación que había oído. Sin embargo, no sabía nada más. ¿Cómo podía estar vivo si el cambio no se había producido?

Quería preguntar.

-Las almas -dijo ella, antes de que él pudiera hablar-. Tengo las almas dentro de la cabeza. Están hablando. ¿Por qué no paran? Y tú... creo que tú tienes mi bestia.

Entonces, como si hubiera perdido todas las fuerzas que le quedaban después de aquella confesión, se desmayó en brazos de Aden.

Él no era capaz de asimilar lo que acababa de oír. Aden la abrazó y la estrechó contra sí. Su cerebro todavía no se había recuperado, y sus pensamientos se fragmentaban rápidamente. El agotamiento lo venció. Se tumbó de nuevo, sin dejar de abrazar a Victoria.

Estaban vivos. Eso estaba claro. No sabía lo que les había ocurrido, pero seguían vivos. Ya averiguaría el resto más tarde. Y, fueran cuales fueran los cambios que habían experimentado, iban a triunfar. No tenía duda. Habían vencido a las brujas y se tenían el uno al otro, y eso era lo más importante.

-No me sueltes -murmuró Victoria contra su pecho.

A él le sorprendió que estuviera despierta. Le sorprendió, y le alegró.

-No voy a soltarte nunca.

Sí, se tenían el uno al otro, y siempre estarían juntos. Podrían superar lo que les deparara el destino.

O al menos, eso esperaba.