23
Por costumbre, Aden sacó las dagas de sus botas antes de que el primer vampiro lo alcanzara. Claro que, utilizar una daga en una pelea con un vampiro era como llevarse una pluma a un combate de boxeo. Inútil. Dio una cuchillada en el pecho de uno de sus atacantes, pero la hoja de la daga se dobló. Sí, inútil.
Ellos le apartaron las dos manos a palmadas. Las dagas salieron volando y cayeron al suelo. Aden sintió un mordisco en el hombro. Uno de los vampiros se había teletransportado tras él. Otro lo mordió en el cuello.
La adrenalina se le disparó en las venas y le dio fuerza. Consiguió arrancarse a los vampiros y arrojarlos lejos de sí. Sin embargo, cuando se zafaba de uno, otro aparecía. En pocos segundos todos estuvieron encima de él otra vez, tratando de abatirlo, y sus colmillos eran lo más afilado que Aden hubiera visto nunca. Además, al contrario que cuando lo había mordido Victoria, no sentía placer, sino un dolor candente, intenso.
Debería haber previsto aquello, debería haber estado preparado, pero tenía otras muchas preocupaciones y se había distraído. Había estado más veces en aquella mansión y nadie lo había atacado. ¡Y, demonios, él era el rey! No deberían tratarlo así.
Los vampiros seguían comportándose como tiburones que hubieran olido la sangre, y lo mordían, intentando arrancarle trozos de carne. Al final consiguieron ponerlo de rodillas. Cuando golpeó el suelo frío y duro, perdió todo el aire de los pulmones, y se mareó.
«¡Lucha!», le gruñó Elijah.
-¡Eso hago! -respondió Aden, mientras daba una patada y mandaba a alguien lejos-. Pero... ¿qué más puedo hacer?
«Tienes el anillo. ¡Úsalo!».
El anillo. Claro. Aden sacó la mano, de un tirón, de entre los dientes de uno de los consejeros, y con la yema del pulgar deslizó la tapa de ópalo del engaste. Extendió el brazo y lo agitó, y el líquido salpicó en todas direcciones.
Se oyó un chisporroteo de carne. Los vampiros comenzaron a aullar de dolor y lo soltaron para agarrarse las caras abrasadas. Aden consiguió ponerse en pie, jadeando y sudando, con la intención de salir corriendo hacia la puerta tan rápidamente como fuera posible.
Pero en aquel momento vio sus bestias. Estaban saliendo de ellos y alzándose por encima de sus hombros. No eran más que contornos, pero lo suficientemente visibles como para distinguir sus alas extendidas, sus ojos encendidos y rojos, y sus hocicos, de los que fluía algo... ¿Veneno? ¿Ácido? Aden se quedó paralizado.
Las bestias lo vieron, e igual que había hecho la de Victoria, se estiraron hacia él como si estuvieran desesperadas por tocarlo. Él debería haberse asustado mucho. Bueno, más. Sin embargo, aquellos ojos feroces... lo calmaron, tal vez porque no proyectaban amenazas. Las bestias parecían cachorritos. Sí, eran como cachorritos de demonio que querían que él los tomara en brazos, que se los llevara a casa y les rascara detrás de las orejas. Extraño. Muy raro.
«¡Sal corriendo de aquí!», gritó Julian. «i
«En serio, tío», dijo Caleb, «éste no es el mejor momento para quedarte ahí plantado».
«¡Corre! », le urgió Elijah.
Demasiado tarde. La vacilación le costó muy cara. Aunque los vampiros estaban sangrando y tenían heridas abiertas en la carne, estaban olvidando el dolor e irguiéndose. Caminaban hacia él y entrechocaban los dientes. Seguramente, tenían la boca hecha agua porque estaban pensando en su sangre. Aden alzó el anillo con un gesto amenazante, pero ya no quedaba líquido en él. Lo había gastado todo.
Y peor todavía, al mover el brazo, que tenía lleno de mordiscos, expandió el olor de su sangre hacia ellos. Los consejeros cerraron los ojos, saboreándolo con deleite, hasta que saborear no fue suficiente para ellos. Querían más.
De nuevo, alguien se lanzó contra él. Los demás lo siguieron rápidamente, y volvieron a morderlo. Más heridas, más quemaduras.
Aden luchó con todas sus fuerzas. Pataleó. Golpeó. Incluso mordió. Sin embargo, no había nada que pudiera dañar la piel de un vampiro. Y no había fuerza suficiente para empujarlos.
«Juega sucio. Tienes que luchar de una manera sucia», le dijo Caleb.
Y tenía razón. Aden metió los dedos en la herida abierta de uno de los vampiros y tiró. Hubo un alarido de dolor, y el vampiro se alejó rápidamente. Sin embargo, por encima de aquel alarido, a Aden le pareció oír... ¿Rugidos?
Sí, rugidos. Muchos rugidos que reverberaban por la habitación. Y alguien estaba quitándole a los vampiros de encima a Aden. Había gruñidos, rugidos, sonidos de dentelladas y gritos, todo mezclándose como si fuera la banda sonora de una película de terror.
¿Qué demonios estaba ocurriendo?
Aden se sentó e intentó escabullirse. Cuando vio lo que le rodeaba, se quedó petrificado. Las bestias se habían materializado. Victoria le había dicho que necesitaban algo de tiempo para hacerlo, pero en aquella ocasión lo habían hecho rápidamente. Olían a azufre, a huevos podridos, y las puntas de sus alas eran como puñales.
Aunque no podían cortar la piel de los vampiros, los atrapaban con sus enormes fauces y los sacudían violentamente. Seguramente les estaban rompiendo los huesos y el cráneo. Los vampiros gritaban de dolor.
Las enormes puertas de la estancia se abrieron, y aparecieron más vampiros. Cuando vieron la escena, se quedaron helados, con la boca abierta de espanto.
-¡Las bestias!
-¿Qué hacemos?
-¡Esto nunca había ocurrido!
-¡Alto, por favor! -gritó Aden.
Entonces, todos los monstruos se detuvieron y lo miraron. Los cuerpos de los vampiros cayeron al suelo con un ruido sordo. Los vampiros no se levantaron; se quedaron en el suelo, llorando, hechos un ovillo. Una de las bestias rugió, y los vampiros que acababan de llegar retrocedieron y se pegaron contra la pared. Aden permaneció en su sitio.
Todos los monstruos se acercaron a él.
En aquel momento, Victoria entró en la sala gritando su nombre. Él no se dio la vuelta, pero extendió los brazos para detenerla y evitar que se le ocurriera adelantarse a él e intentar luchar contra los monstruos para protegerlo. Por supuesto, ella lo ignoró, y su cuerpo chocó contra el de Aden.
Todas las bestias rugieron al unísono.
Victoria lo agarró y tiró de él para teletransportarlo.
-Te van a matar. Tenemos que irnos.
-No -dijo él-. No. Apártate de mí, Victoria.
-¡No!
Se oyeron más rugidos.
-Por favor, Aden -le rogó Victoria.
-¡Apártate de mí! ¡Ahora! -le ordenó él-. No me van a hacer daño. Me están protegiendo -dijo. Al menos, eso era lo que esperaba. Sin embargo, fuera como fuera, él no quería que ella se interpusiera entre el peligro y él.
Pasó un momento en silencio, y después, sus manos se apartaron y Aden notó que perdía su calor. Sin decir una palabra más, Aden se obligó a mover las piernas. La bestia que estaba más cerca de él rugió de nuevo y aleteó. Las otras se colocaron a su lado, y todas formaron una muralla de furia y amenaza.
«¿Qué estás haciendo?», preguntó Julian.
«Corre», le rogó Caleb.
«No... no veo nada», dijo Elijah. «Ya no sé lo que deberías hacer. Y no me gusta. No me gusta nada esto».
Sin embargo, Aden continuó hacia delante.
-Tenía razón -dijo suavemente-. Me estabais protegiendo, ¿verdad?
No hubo respuesta.
¿Lo entendían?
-¿Y por qué habéis hecho eso?
El primer monstruo plegó las alas y se agachó, y puso su cara a pocos centímetros de la de Aden. Por las enormes ventanas de su hocico salían resoplidos húmedos. Y con la boca, llena de dientes agudos de los que goteaba saliva, le acarició el brazo.
Por un instante, el miedo lo dejó paralizado. Entonces, vio que no tenía ninguna herida nueva, y se dio cuenta de la verdad.
-Quieres que te acaricie, ¿verdad?
De nuevo, no obtuvo respuesta, pero alargó el brazo. Aunque le temblaba la mano, posó la palma detrás de la oreja del monstruo y lo acarició. En vez de un mordisco, en vez de dolor, en vez de la pérdida de un miembro, Aden obtuvo el ronroneo de aprobación de la bestia.
Los demás monstruos se acercaron a él torpemente, arañando con las garras el suelo, y se colocaron a los pies de Aden, esperando sus caricias.
-No lo entiendo -susurró él.
«Yo tampoco», respondió Julian.
«Pero no importa, tíos. Somos los mejores», dijo Caleb, orgulloso como un pavo real.
«No me esperaba esto», añadió Elijah, asombrado.
¿Por qué les gustaba a aquellas criaturas? ¿Por qué lo habían protegido de la gente en la que habitaban? No tenía sentido.
Lo único que se le ocurrió fue que debía de gustarles la atracción que él irradiaba, la extraña vibración que emitía, y que había atraído a las hadas, a los vampiros, a los duendes y a las brujas a Crossroads. Sin embargo, aquellas otras criaturas odiaban aquella atracción. Por eso mismo, las brujas habían organizado una reunión, para decidir lo que iban a hacer con él. Por ese motivo, también, Thomas y Brendal habían ido al rancho, para salvarse a sí mismos, y también a los que ellos llamaban «sus humanos», de la supuesta maldad de Aden.
-¿Aden? -dijo Victoria en voz muy baja, muy suave, mientras se acercaba lentamente a él.
Varios de los monstruos sisearon y le rugieron.
-No -les dijo Aden, y dejó de acariciarlos-. Es una amiga.
No sabía qué esperar de su reproche, pero lo que recibió fueron unos maullidos lastimeros. Incluso le empujaron un poco el brazo con la cabeza, para que siguiera acariciándolos.
Y él lo hizo.
-Victoria, acércate lentamente -le pidió. No podía permitir que aquellas bestias la amenazaran o le hicieran daño alguna vez.
Oyó sus pasos. De nuevo, las criaturas sisearon y gruñeron. Sus cuerpos se pusieron rígidos, y sus escamas se empinaron, casi como si fueran armaduras preparadas para el ataque.
-Alto -les dijo Aden, tanto a Victoria como a los monstruos.
Los pasos cesaron. Las bestias se calmaron.
-Otro paso.
Ella obedeció, pero provocó más siseos.
-Alto.
De nuevo, ella obedeció, y de nuevo, las criaturas se calmaron. Aden suspiró. Tendrían que intentarlo en otro momento. Aquellos monstruos no estaban en disposición de aceptar a nadie más, y él no podría dominarlos si la atacaban.
-¿Cómo puedo meterlos dentro de sus vampiros otra vez? -preguntó sin dejar de acariciarlos.
-Ahora ya se han materializado -dijo ella con la voz trémula-. No tienen por qué volver.
¿Nunca?
-¿Pero pueden hacerlo?
-Sí, pero yo sólo he presenciado una vez un regreso. Normalmente, sus huéspedes vampiros están muertos cuando las bestias llegan a este punto.
-¿Y los consejeros están...?
-No. Están vivos -respondió ella-. Están sufriendo mucho dolor, pero se curarán.
Aden miró a los ojos al monstruo que tenía delante.
-Necesito que vuelvas al lugar del que has salido -le dijo.
Se ganó un resoplido desdeñoso.
Lo entendían, pensó, y se animó.
-Necesito que volváis -dijo con más firmeza.
En aquella ocasión, la bestia negó con la cabeza.
-Por favor. Os agradezco mucho que me hayáis ayudado, pero estos hombres también me están ayudando. Yo no puedo venir a esta casa sin ellos. Así que si no volvéis a ellos, tendré que marcharme y no podré entrar más aquí. Sin embargo, si volvéis, puedo hablar con ellos sobre sus marcas de cerradura, para que os dejen salir y venir a visitarme.
Estaba haciendo una apuesta muy arriesgada. ¿Les importaba de verdad a aquellas criaturas? No lo sabía con seguridad. ¿Querían pasar más tiempo con él? Tampoco lo sabía, pero era la única moneda de cambio que tenía.
Lo miraron durante un largo instante, con los ojos entrecerrados, resoplando de nuevo con ira, pero al final no lo atacaron. Uno a uno fueron levantándose y poco a poco, su color se desvaneció y el olor a azufre desapareció. De nuevo se convirtieron en contornos, como si fueran fantasmas.
«Increíble», pensó. Aquellas formas flotaron hacia los vampiros y desaparecieron en su interior, como si los hubiera succionado una aspiradora. Aden lo vio todo con los ojos muy abiertos. «Increíble».
Tras él se armó un jaleo, y Aden se dio la vuelta. Victoria se acercó rápidamente hacia él y se arrojó a sus brazos. Él la estrechó con fuerza. Los demás vampiros que habían entrado en la sala estaban blancos como la nieve, murmurando, y mirándolo con una mezcla de reverencia, espanto e incredulidad.
-¿Cómo lo habéis hecho? -le preguntó alguien, por fin.
«Yo también me lo pregunto», dijo Elijah.
-Nunca había visto nada semejante -dijo otro vampiro.
-Las bestias están domesticadas. ¡Domesticadas de verdad!
«El Domador de Bestias. Ése debería ser tu alias», dijo Caleb, y soltó un grito de alegría.
Un vampiro muy alto, pelirrojo, se acercó a Aden con la cabeza inclinada. Incluso se puso de rodillas.
-No sé si os han hablado de mi desafío, majestad, pero lo retiro humildemente.
Un segundo vampiro imitó las palabras y los gestos del primero, seguido de un tercero y un cuarto.
-Bien. Eso está bien -dijo Aden, porque no sabía qué otra cosa podía decir-. Victoria y yo vamos a marcharnos un rato, ¿de acuerdo?
-Sí, sí.
-Por supuesto.
-Majestad, que tengáis un buen rato.
-Haced lo que os plazca. Ésta es vuestra casa.
Aunque estaba temblando, Aden entrelazó sus dedos con los de Victoria y dejó que ella lo guiara hacia su habitación. Riley y Mary Ann los estaban esperando arriba. Estaban sentados en la cama de Victoria, en silencio, sin mirarse el uno al otro.
Cuando Aden cerró la puerta y los cuatro estuvieron solos, Victoria se giró hacia él con los ojos abiertos como platos.
-Ha sido increíble. ¿Cómo lo has hecho?
-¿El qué? -preguntó Riley.
Victoria se lo dijo, y el lobo palideció. Se puso en pie y agitó la cabeza.
-Debería haber estado allí. Siento no haber estado, siento que te atacaran. Yo...
-No pasa nada -le dijo Aden, intentando no tambalearse-. He podido controlar la situación.
Más o menos.
-¿Estás bien? -le preguntó Mary Ann-. Es como si hubieras estado en un cuadrilátero de boxeo. jugando con cuchillos.
Victoria lo miró con atención, por primera vez, de los pies a la cabeza. Frunció el ceño.
-Es verdad. Tienes la ropa rota, y toda la piel llena de marcas de mordiscos, y hueles... divinamente -dijo con la voz ronca de deseo-. ¿Quieres que te dé un poco de mi sangre para que te cures?
-No, gracias.
No quería ver el mundo a través de sus ojos. No le importaba; en realidad, le gustaba, pero durante los dos días siguientes necesitaba tener el dominio sobre sí mismo.
-¿Has conseguido el equipo de tatuaje? -le preguntó.
Ella asintió. Se acercó al tocador; allí había tubos, frascos y agujas.
-Si no te importa -dijo remilgadamente-, Riley te hará los tatuajes. Eso también te va a doler, y yo no quiero hacerte daño.
Se sonrieron el uno al otro, mientras Aden se sentaba en la silla del tocador.
-No me importa -dijo él.
Riley se sentó frente a él y se ocupó de organizar las cosas.
-¿Cuántas marcas de protección quieres?
-¿Cuántas necesito?
-Todas las que puedas acoger. Si yo estuviera en tu situación, me cubriría de ellas. Pero éstas son permanentes, ¿sabes? En los vampiros desaparecen a medida que su piel se cura de las marcas que les hacemos con je la nurse. En los humanos no. Y no, no voy a usar je la nurse contigo. A los vampiros no hay otra manera de marcarles la piel, pero para ti no es necesario.
-¿La tinta es mágica, o algo así?
-No. Los dibujos son encantamientos en sí mismos. Bueno, protecciones contra encantamientos. Tú verás líneas retorcidas, pero en realidad son series de palabras.
Magnífico.
-De todos modos, debes elegir con cuidado, porque te quedarás con ellas para siempre.
Él sopesó las opciones.
-No tenemos mucho tiempo, así que te daré dos horas. ¿Te parece bien? Tatúame todas las que puedas en ese tiempo.
-Seis. En dos horas puedo hacerte seis.
-Parecen muchas para tan poco tiempo.
-Llevo haciendo esto más de un siglo. Se me da muy bien. ¿De qué quieres protegerte? ¿Del control de la mente? ¿De la fealdad? ¿Del dolor? ¿De la muerte? Ellas pueden lanzarte un maleficio sobre cualquier cosa. Impotencia. Amor. Odio. Rabia. Ah, y tendré que hacerte una marca para proteger las demás marcas, porque también pueden alterarlas, a menos que... Bueno, no importa, pero supongo que eso significa que tenemos tiempo para otras cinco.
-Espera. Explícame eso que no tiene importancia -dijo Aden.
Riley suspiró.
-Las marcas se pueden cerrar con más tinta, y eso niega su poder.
Aden arqueó una ceja. ¿Por qué iba a querer alguien anular una marca?
-¿Existe alguna marca que pueda mantenerme con vida para siempre?
-Sí y no. Es una muy rara, y no tenemos tiempo para hablar de eso. Lo que puedo hacer es tatuarte una marca que te proteja de un maleficio de muerte.
-¿Y puedes proteger a Mary Ann y a Victoria con esa marca?
Victoria ya se lo había explicado, pero no le importaría tener una segunda opinión.
-No. Podría tatuarles una marca, pero en cuanto terminara, esa marca se quemaría y quedaría inútil, porque ya están hechizadas.
Una pena.
-De acuerdo. Entonces, te daré una hora para que me hagas tres marcas a mí, y después, quiero que tatúes a Mary Ann contra algunas cosas.
-¿Tatuajes? No, no -dijo ella, negando con la cabeza nerviosamente-. Mi padre me mataría.
Nadie señaló lo evidente: una persona tenía que estar viva para que alguien pudiera matarla.
Riley asintió, aunque sólo hacia Aden. Ella necesitaba marcas de protección, y se las harían. Punto. Sería una preocupación menos para ellos. Ella iba a darse cuenta, y cedería. Aden estaba seguro.
Riley sujetó la máquina de tatuar.
-Entonces, aparte de la marca para proteger las demás marcas, ¿qué quieres proteger?
-Quiero una marca contra los maleficios de muerte, como has dicho. Y protege también mi mente.
-Bien. Empezaremos con ésa. Hasta el momento, las brujas han querido que estuvieras vivo. Si te capturaran, seguramente intentarían sacarte de la cabeza toda la información que pudieran. Así no podrán hacerlo. Vamos, quítate la camisa.
Después de echarle una rápida mirada a Victoria, que lo estaba observando, Aden obedeció. Riley posó la herramienta en su pecho y comenzó a trabajar.
Aden notaba un escozor constante, pero nada que no pudiera soportar. De hecho, incluso podía echarse una siesta. Y lo hizo. Cerró los ojos y dejó vagar la mente, hasta que oyó a Riley soltar una maldición entre dientes.
Abrió los ojos al notar, de repente, una quemazón en el pecho, y el olor a carne que chisporroteaba. Miró hacia abajo; había un tatuaje en su pecho, pero sobre su superficie se producían descargas eléctricas luminosas que estaban borrando el color y provocando vapor.
-Ya te han maldecido -dijo Riley con gravedad-. ¿Por qué demonios no me lo habías dicho?
¿Cómo?
-No, no me han maldecido. De verdad, me acordaría de algo así.
-Bueno, pues la única cosa que podría causarte esta reacción, aparte de eso, es que tengas una marca que me impida hacerte marcas protectoras.
-Creo que también me acordaría de eso -dijo Aden. Sin embargo, tenía una idea molesta en el fondo de la mente, un mar de oscuridad-. Puede que tenga lagunas de memoria. Estaba pensando que ayer encontré electricidad estática en la mente del doctor Hennessy, aunque no recuerdo haber intentado entrar en su cabeza.
-Lagunas, ¿eh? -Riley frunció el ceño y dejó el equipo de tatuaje a un lado.
-Quítate la ropa. Toda.
Aden se atragantó.
-¿Cómo?
-Ya me has oído. Desnúdate. Voy a buscar marcas en tu cuerpo.
«No vamos a hacer un show de striptease», tartamudeó Julian.
«No pasa nada por enseñar un poco de piel», dijo Caleb.
-Creo que me habría dado cuenta si...
Riley lo interrumpió negando severamente con la cabeza.
-No siempre.
Aden insistió.
-Las chicas...
-Se darán la vuelta. Deja de protestar. No tienes nada que yo no haya visto antes.
Aden miró a las chicas, y ellas ya se habían dado la vuelta. Así que, con un suspiro y algo de rubor, se desnudó. Riley lo examinó y soltó un gruñido.
-Demonios -dijo, mientras Aden se vestía rápidamente-. No tienes ninguna marca.
-¿Le has mirado en todas partes? -preguntó Victoria.
Aden enrojeció por completo.
-Sí, aunque todavía tengo que buscar en algunos sitios -dijo Riley.
Miró detrás de las orejas de Aden y en la línea donde empezaba el pelo de la cabeza, y bajo sus brazos. Nada.
Después lo empujó por los hombros, y Aden se sentó en la silla. Riley le levantó un pie y después el otro. Entonces, el lobo comenzó a cabecear como si hubiera descubierto los secretos del universo.
-¿Cómo es posible? -preguntó Aden-. Me habría dado cuenta después, aunque no me hubiese dado cuenta mientras me tatuaban -dijo-. Me habría dolido al caminar.
-No. Te han hecho dos marcas, y una de ellas es para prevenir el dolor de pies. Después de que te despertaras no sentiste nada.
Dios santo, ¿acaso había una marca para todo?
-Has mencionado el dolor de pies. ¿Para qué es la otra marca?
-Para impedir que se te pueda hacer una marca contra la manipulación mental. Eso significa que quien te hizo la marca quería que tu mente fuera maleable. Y si tienes lagunas de memoria relacionadas con tu médico, seguramente fue él quien te hizo las marcas.
Aden se sintió asombrado, conmocionado, enfurecido. ¿Por qué le había hecho marcas el doctor Hennessy?
-¿Y por qué lo ha hecho? ¿Qué quería de mí?
-Mañana le haremos una visita y lo averiguaremos.
Si todavía estaban vivos. Riley no lo mencionó, pero todos lo pensaron.
-Ahora voy a negar la marca de la manipulación mental entintando las palabras. Luego te pondré otra marca en contra de la manipulación. Después te pondré una marca para proteger tus marcas. Así, él no podrá negar las nuestras, como estamos haciendo nosotros con las suyas. Sin embargo, tengo que hacerte una advertencia. Mucha gente no quiere las marcas protectoras de otras marcas porque las marcas que te hagas ahora, como las que te hagas después, se hacen permanentes. Y si se te añade otra marca sin tu consentimiento... De todas maneras, en tus circunstancias merece la pena correr el riesgo.
-Gracias -dijo Aden. Todavía estaba furioso-. ¿Quedará tiempo para hacer la marca que previene la muerte?
-Haremos tiempo. De todos modos, te voy a dejar la marca contra el dolor de pies. Vas a necesitarla -respondió Riley.
Después volvió al trabajo.
Tucker tenía noticias que no le iban a gustar nada a Vlad. Sin embargo, tenía que dárselas. En su sangre vibraba la necesidad de hacerlo, y no podía luchar contra ella.
«¿Por qué vas a hacer eso? Para», le gritaba su mente.
No podía. La necesidad era demasiado fuerte. Corrió por el césped de la mansión de los vampiros y llegó al centro de la propiedad, donde había un gran anillo de cemento que formaba remolinos y creaba un intrincado dibujo. De él emanaba un extraño pulso eléctrico; los pájaros e insectos se mantenían bien alejados. «Como me gustaría hacer a mí».
Se colocó en el centro del anillo, tal y como había hecho muchas veces, sin que lo vieran los pocos vampiros que estaban trabajando en el jardín. Sólo veían la luz del sol a su alrededor, porque él había proyectado aquella imagen.
Tal vez, sin embargo, lo olían, porque todos se irguieron y olisquearon el aire.
«Deprisa». Metió los pies dentro de dos ranuras de cemento, y los remolinos comenzaron a moverse. Él continuó proyectando la luz del sol brillante, cada vez más brillante, hasta que los vampiros dejaron de mirar.
El centro del anillo comenzó a descender lentamente hacia la oscuridad del interior de la tierra. Nadie iba a ver la abertura que él dejaba atrás. Durante un momento, mientras el sol iluminó el foso en el que había entrado, Tucker vio lo que había a su alrededor.
Había cadáveres por todo el suelo. De hecho, cuando terminó de bajar, la plataforma aplastó a uno de ellos e hizo crujir todos sus huesos. El olor fue metálico, como si la sangre hubiera salpicado. Había olor a podrido, también, como si los cuerpos ya se estuvieran descomponiendo.
Le entraron ganas de vomitar. ¿Era aquél el destino que le esperaba a él también?
Seguramente. Sin embargo, el hecho de ser consciente de ello no le impidió continuar su camino. Bajó al suelo y, sin su peso, la plataforma se elevó de nuevo hasta que cerró el círculo de arriba. La oscuridad lo envolvió. Era una oscuridad absoluta. Se recordó que, cuando tuviera que salir, sólo debía posar las palmas de las manos en unas muescas que había en la pared y el anillo se abriría de nuevo. Hasta entonces...
-¿Quiénes son estas personas? -susurró.
Vlad, que siempre estaba despierto, lo oyó.
-Eran esclavos insignificantes que ya habían vivido más de lo necesario. Tú te desharás de ellos. Su visión me ofende.
-Por supuesto.
-Y me traerás más.
-Sí.
¿Y cómo iba a hacerlo? «Ya encontrarás la manera. Tú quieres complacer a este hombre. Tienes que complacerlo».
-Bien, ¿por qué has venido? No te he llamado.
-Yo... tengo noticias -dijo.
Le contó a Vlad lo que había visto cuando había usado sus ilusiones para colarse dentro de la mansión. Los vampiros habían atacado a Aden, y unos monstruos horribles habían salido de aquellos vampiros para proteger al chico. Aden los había acariciado, los había mimado. Les había pedido que volvieran a sus huéspedes, y las bestias habían obedecido.
-¿Y cómo es que no murió antes de que los monstruos salieran? -preguntó Vlad. Como siempre, su tono de voz suave provocaba un miedo espantoso.
Tucker tragó saliva.
-Él les salpicó con un líquido en la cara a los vampiros.
-¿Un líquido? ¿De un anillo? -preguntó Vlad. Su tono ya no era de calma, sino de furia.
-Sí-sí.
-¿Y cómo consiguió la lealtad de las bestias?
-No lo sé. Nadie lo sabe.
Antes de que Tucker hubiera terminado de responder, Vlad estaba gritando. Debía de estar paseándose de un lado a otro, rompiendo piedras de la cripta y lanzándolas contra los muros, porque Tucker oyó los golpes y sintió el temblor de la tierra bajo sus pies.
Se tapó los oídos, pero era demasiado tarde. Los tímpanos le habían estallado a causa de los alaridos, y con el agudo dolor que le causaron las heridas, la sangre comenzó a brotar de sus orejas.
Por una vez, el deseo de huir fue más grande que el de complacer, y se tambaleó hacia la pared en busca de las muescas. Sin embargo, una mano fuerte lo agarró del hombro y lo detuvo en seco.
Aquél podía ser su último día en la Tierra, pensó Mary Ann. Después se reprendió a sí misma por mirar las cosas desde una perspectiva tan negativa. Una vez que se había alimentado de la bruja se sentía mejor y más fuerte que nunca. No iba a morir. Sin embargo, también se sentía culpable al recordar cómo había maldecido la bruja, gritándola, y cómo había desfallecido después.
¿Cómo había podido hacerle eso?
¿Y cómo podía volver a la cabaña? Porque iba a volver en cuanto Riley terminara de hacerle el tatuaje. Aden tenía pensado poseer el cuerpo de la chica e intentar viajar a su pasado. Tal vez... Quizá ella pudiera quedarse fuera de la cabaña durante el intento. Así no le quitaría nada más a la pobre chica.
Sí. Eso era lo que iba a hacer. Victoria pensaría que era una cobarde, que tenía miedo de enfrentarse a una criatura tan poderosa, incluso aunque le hubieran tatuado una marca de protección.
Las marcas. Ay. Mary Ann frunció el ceño. Ella, al contrario que Aden, no quería que le hicieran aquellos tatuajes en el pecho. No quería verlos todos los días, ni saber que eran algo permanente que se había convertido en parte de ella para siempre.
Así que se había quitado la camisa, ruborizándose como una tonta y aliviada de llevar un sujetador bonito, aunque Riley ya lo hubiera visto la noche anterior, y le había dado la espalda. Y, Dios santo, hacerse un tatuaje dolía. Era como sentir quemaduras que entraban en su corriente sanguínea.
-Terminado -dijo Riley finalmente. Tenía un tono de satisfacción.
Ella se puso en pie, tomó la camisa y se acercó al espejo que había en un rincón. Se giró y vio dos tatuajes muy bonitos. Uno de ellos la protegería de la manipulación de la mente, igual que el que había elegido Aden, y otro la protegería de heridas mortales. Por lo menos, físicas.
El segundo no serviría de nada si, por ejemplo, su corazón dejara de latir de repente a causa del maleficio de muerte, pero Riley había insistido en hacérselo. Y no había desaparecido, así que era evidente que el maleficio no iba a causarle la muerte a Mary Ann por medio de un agente físico, como por ejemplo, una puñalada.
Pensando en que su padre iba a matarla por haberse tatuado, se puso la camiseta y se estremeció ligeramente de dolor cuando la tela le rozó la piel sensibilizada.
-¿Preparada? -le preguntó Victoria, tendiéndole la mano.
Ella asintió, y entrelazó los dedos con los de la muchacha. Un segundo después, Victoria la había teletransportado a la cabaña. La dejó fuera y desapareció, y volvió segundos más tarde con Aden; desapareció de nuevo y volvió con Riley. Cada vez se le daba mejor aquello del teletransporte.
-Bueno, manos a la obra -dijo Aden.
Todos, salvo Mary Ann, comenzaron a subir los escalones del porche.
-Yo me quedo aquí fuera -dijo ella.
Los demás se volvieron a mirarla.
-¿Va todo bien? -le preguntó Aden.
-Bueno, creo que es mejor que me quede aquí fuera -dijo ella.
-Mary Ann no se encuentra del todo bien -dijo Riley al mismo tiempo.
Se sonrieron el uno al otro, aunque ninguno de los dos estaba demasiado alegre. La noche anterior, después de confirmar sin duda alguna que Mary Ann era una Embebedora, él se había quedado en silencio. La abrazó mientras ella absorbía el poder de la bruja y se fortalecía, y después, cuando Victoria los había devuelto a su habitación, había vuelto a acostarse a su lado. Sin decir una palabra. Ella tampoco había dicho nada.
MaryAnn no creía que ninguno de los dos hubiera podido dormir. Se habían quedado abrazados, sabiendo con certeza que el tiempo que tenían para estar juntos iba a terminar un día.
Con un suspiro, MaryAnn volvió a fijarse en Aden. Lo tomó de la mano y notó su piel cálida y encallecida.
-Buena suerte -dijo-. Y ten cuidado.
Él le apretó los dedos.
-Siempre.
-Te sentías bien hace un momento -le dijo Victoria con el ceño fruncido-. ¿Tienes miedo? No deberías. Estás protegida.
-Sólo contra ciertas cosas.
-Ah -dijo Victoria-. Entiendo.
Sin embargo, no lo entendía. Por su expresión parecía que pensaba que Mary Ann era una cobarde. Aunque eso era mejor que el hecho de que supiera la verdad e intentara matarla.
Cuántas amenazas de muerte, pensó Mary Ann. Y también pensó en que el no pedir auxilio y salir corriendo era prueba de lo lejos que había llegado.
Victoria y Aden se dieron la vuelta y entraron en la cabaña.
Riley se quedó a su lado unos segundos, observando a la otra pareja hasta que desapareció.
-Voy a estar perfectamente -le aseguró Mary Ann.
-Ya lo sé. ¿Estás nerviosa por lo de mañana?
-Sí. Aunque no me parece algo real. ¿Sabes? Me siento bien. ¿Cómo puedo morir?
Riley asintió.
-Lamento que no... estuviéramos juntos anoche.
En aquel momento ella también se arrepentía. Se arrepentía de muchas cosas. Debería haber pasado más tiempo con su padre, y haberle perdonado antes que le mintiera sobre su madre. Su padre no se recuperaría de la pérdida de Mary Ann. Se quedaría solo y no habría nadie que cuidara de él.
No podía dejarlo así. Se culparía a sí mismo y se atormentaría pensando en lo que debería haber hecho para salvarla.
-Estaba intentando hacer lo mejor para ti.
-Lo sé -dijo ella-. Estas últimas semanas han sido un caos, ¿verdad?
-Sí.
-Y lo siento, de veras que lo siento. No estaríamos en esta situación si no fuera por mí -añadió Mary Ann.
Si ella no hubiera conocido a Aden, tampoco habría conocido a Riley, y si no hubiera conocido a Riley, no habría pasado todos los momentos posibles con él, y por lo tanto no estaría tan unida a él, y no habría cambiado el curso de su vida.
-Eh, no digas eso. Lo único que no lamento es haberte conocido -respondió él con la voz ronca-. Eso nunca.
Sinceramente, ella tampoco. Riley era lo mejor que le había sucedido. No importaba cómo terminaran las cosas, nunca lamentaría haberlo conocido.
Oyeron a la bruja soltar una maldición dentro de la cabaña. Por lo menos, se había recuperado muy bien del robo de energía de Mary Ann.
Riley suspiró cansadamente.
-Será mejor que entre.
-De acuerdo. No me moveré de aquí.
Riley se inclinó hacia delante y le dio un beso. Después entró en la cabaña y la dejó sola. De repente, Mary Ann sintió un cansancio inmenso y se sentó en el último escalón con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en las palmas de las manos.
Brillaba el sol y el aire estaba muy cálido, más que durante las semanas anteriores. Oyó un ruido de hojas y ramas, y se irguió. Entonces, apareció una cara familiar en su campo de visión: era un chico, un jugador de fútbol. Era Tucker, suex novio. Él alzó una mano para saludarla.
Mary Ann se puso en pie sin darse cuenta, abriendo y cerrando la boca, con el corazón acelerado. Corrió hacia él, rogando que no se marchara. Cuanto más se acercaba, mejor lo veía. Estaba tan pálido, que se le veían las venas bajo la piel. Cuando ellos dos salían juntos, él tenía un maravilloso color bronceado. En aquel momento, sin embargo, Mary Ann vio su rostro demacrado y se dio cuenta de que había adelgazado. Tenía el pelo rubio aplastado contra la cabeza, y la ropa arrugada y manchada. Rasgada, como si acabara de pelearse con alguien.
Mary Ann vio las heridas en cuanto estuvo ante él. Un par de pinchazos pequeños, redondos, uno junto al otro. De vampiros. Se le habían curado rápidamente, aunque hubiera pasado tan poco tiempo desde el Baile Vampiro, pero todavía tenía cicatrices en el cuello, en los brazos, incluso en la cara. No, un momento. Había un par de heriditas recientes en su cuello. Todavía sangraba ligeramente.
Poco antes, ella odiaba a aquel chico por haberla engañado. Después lo había visto atado a una mesa, al borde de la muerte. Su odio se había desvanecido y sólo había sentido miedo y pena. En aquel instante, su miedo, y la pena que sentía por él, se intensificaron.
-Tucker -dijo-. ¿Cómo nos has encontrado? ¿Y qué estás haciendo aquí? Tenías que estar en el hospital.
-No. No, tengo que avisarte -dijo él.
La agarró por la muñeca y la metió al bosque hasta que los árboles los ocultaron de quienes ocupaban la cabaña. Se giró hacia ella con la boca abierta para hablar, pero se quedó inmóvil y cerró los labios. Entonces, sonrió.
-Paz. Se me había olvidado lo maravillosamente que iba a sentirme estando de nuevo contigo.
Ella lo agarró de los hombros y lo zarandeó suavemente.
-¿Qué pasa, Tucker? ¿De qué tienes que avisarme?
-Dame un minuto, por favor. No creía que volvería a estar a solas contigo alguna vez, y aquí estoy. Es mejor de lo que me había imaginado.
Irradiaba tal paz, que ella no pudo negárselo. Así que permaneció allí, en silencio, temblando. Pasaron varios minutos. Una eternidad.
Finalmente, él abrió los ojos y frunció el ceño.
-No debería estar aquí -dijo-. Él me va a castigar.
-¿Quién, Tucker? ¡Cuéntamelo!
Él se humedeció los labios resecos.
-Bueno, si he llegado tan lejos, puedo contártelo. Es Vlad -dijo con un susurro torturado.
-¿Vlad? Pero si... Vlad está muerto.
Él agitó la cabeza.
-Ya no. Está muy vivo. Me llamó mientras yo estaba en el hospital.
-¿Por teléfono?
-No. Me llamó telepáticamente. Me llamó, y yo fui hacia él sin poder evitarlo. Está enterrado en una cripta que hay debajo de la mansión de los vampiros.
-Tucker, yo...
-No. Escúchame. Quería que yo vigilara a Aden y que le informara de todo lo que está haciendo. Y yo le obedezco. En este momento está furioso, Mary Ann. Muy furioso. Y toda su furia está concentrada en Aden por atreverse a ocupar su trono. No sé lo que le hará Vlad a Aden, y no sé lo que me ordenará hacer a mí, pero debes saber que lo haré. No podré evitarlo.
-Esto es... esto es...
-Cierto.
Ella se quedó aterrorizada por las implicaciones de todo aquello que acababa de contarle Tucker.
-Tienes que contárselo a los demás. Tucker, ellos...
-No, no -respondió Tucker, negando con la cabeza-. No me voy a acercar a ellos.
-Tucker, no te van a hacer daño -dijo Mary Ann. Ella no se lo permitiría-. Tienes que contarles todo lo que te ha dicho Vlad, todo lo que te ha pedido que hagas y todo lo que tú le has contado.
-No. Tú no lo entiendes. Cuando estoy contigo me siento bien, normal. Feliz. Puedo controlarme. Pero cuando estoy con los demás... No puedo. Sólo hago cosas malas.
-Yo estaré contigo. No me apartaré de ti, ¡te lo prometo!
-No importa. No sirve de nada cuando estás con ellos.
-Tucker, por favor.
-Lo siento, Mary Ann. Lo siento muchísimo. Ya te he advertido -dijo él.
Después se dio la vuelta y salió corriendo tan rápidamente como se lo permitían las piernas.