28

Aden se dio a sí mismo una charla de preparación mental mientras tiraba de la bruja,lennifer, para avanzar por el bosque. «Esto va a salir bien. Tus amigos se van a salvar. Saldrás de ésta perfectamente».

Ella todavía llevaba los ojos vendados y las manos atadas a la espalda. Hasta el momento, Aden la había ignorado, pero cuando se alejaron de la cabaña lo suficiente como para que nadie pudiera oírlos, ni siquiera uno de los lobos con su oído supersónico, cambió de actitud.

-¿Que qué estoy haciendo? -respondió él, sin dejar de tirar hacia delante-. Voy a soltarte.

-¡No me lo creo! -contestó ella-. Si ésa fuera tu intención, ya me habrías cortado las ataduras. Tu Embebedora absorbió la mayor parte de mis poderes, así que ahora estoy indefensa. No tienes que preocuparte de que te eche un maleficio, ni nada parecido.

-Eso de la Embebedora ya lo has dicho antes, y yo ya te he contestado que no sé qué es eso.

La bruja se echó a reír.

-Como quieras, pero suéltame, por favor. Nos marcharemos cada uno por nuestro lado y pensaremos que esto no ha ocurrido nunca.

Aden no se lo creyó. Ella nunca iba a olvidarlo, y él tampoco.

«Ahora o nunca», le dijo Caleb.

«Tiene razón», intervino Elijah. «Éste es el mejor lugar. Aquí va a ocurrir algo, lo presiento».

Aden suspiró, y se detuvo. Jennifer no se dio cuenta y se chocó con él, y después se tambaleó hacia atrás. Aden la sujetó para que no se cayera. Por un momento se quedó allí, observándola, sintiendo su desesperación. Si hacía aquello, no podría dar marcha atrás. La bruja estaría libre y querría vengarse de todos los que la habían mantenido cautiva.

Aden tomó aire y le quitó la venda de los ojos a la muchacha. Después se colocó tras ella rápidamente y le cortó las ataduras de las manos con una de sus dagas. Entonces, esperó que ella le echara un maleficio, o que por lo menos le diera un puñetazo. Algo. Sin embargo, Jennifer dio unos cuantos pasos hacia atrás, pestañeando, frunciendo el ceño.

-¿Por qué has hecho esto? -le preguntó-. ¿Acaso crees que porque seas agradable te voy a contar todo lo que quieres saber sobre la reunión? Pues entérate de que no va a haber reunión después de lo que me has hecho. Tus amigos están muertos, humano.

Ella le arrojó aquellas palabras a la cara como si fueran armas.

«No le hagas caso», dijo Elijah.

Aden parpadeó de la sorpresa.

-¿Crees que no les va a pasar nada? -inquirió.

-¿Es que no acabo de decirte lo contrario? -preguntó la bruja.

«No quiero mentirte, Ad, así que no me hagas esa pregunta. Lo que necesitas saber es que ella te va a llevar consigo. Eso te lo prometo».

-Pero tienes que decírmelo. ¿Van a estar bien? -insistió Aden.

-¿Por qué sigues preguntándome eso? -le espetó Jennifer.

«No le hagas caso y suplícale a la bruja que te perdone», le dijo Caleb. «Si eres agradable con ella, habrá reunión. Lo sé».

«No le hagas caso a Caleb, Aden», intervino entonces Julian. «Está demasiado involucrado en esto, y no es objetivo».

«¡Cállate!» , gritó Caleb. Aden nunca lo había oído tan enfadado. «Sé lo que estoy diciendo».

Los consejos contradictorios, las sugerencias y las exigencias le pusieron los nervios de punta.

-¡Dímelo, Elijah!

-¿Quién es Elijah?

El alma suspiró.

«¿Te acuerdas de que, cuando estábamos en la reunión del consejo de vampiros, te hablé de sangre y de muerte? Cuando te dije esas cosas, no me refería al ataque que soportaste a manos de los consejeros. Estaba hablando de este encuentro con las brujas. Y tus amigos... Los vi en el suelo a los tres, a Mary Ann, a Riley y a Victoria, todos ellos cubiertos de sangre.

-No -dijo Aden, agitando la cabeza-. ¡No!

-¿No qué? ¿Qué es lo que está sucediendo?

«No te lo dije en aquel momento porque, como Caleb, no puedes ver esto con objetividad. Hubieras querido alterar las cosas, y sólo habrías conseguido empeorar la situación para ti».

-¡Eso no me importa! Sólo me importan ellos.

Jennifer dijo algo más, pero Aden no escuchó sus palabras, porque estaba completamente concentrado en Elijah.

«Lo sé, pero a mí me importas tú», dijo Elijah. «Siempre me has importado tú».

«Sí. Sí», dijo de repente Caleb. Su tono era de alegría. «Por fin».

«¿Es que quieres que mueran?», preguntó Julian.

«No. Mira».

Aden se abstrajo de aquella conversación odiosa y desconcertante, temblando, con la respiración entrecortada y el corazón acelerado, y se dio cuenta de que estaba en el centro de un círculo de brujas. Jennifer sonreía.

Elijah gimió.

-Bueno, volvemos a vernos. ¿Acaso pensabas que no íbamos a encontrarte? -dijo la rubia, a la que conocía por los recuerdos de lennifer. Marie-. Sólo estábamos esperando a que sacaras a tu rehén de la cabaña. Había demasiadas marcas protectoras allí, y eso nos impedía poner un pie en la propiedad.

-Hola, bruja. ¿Cómo nos has encontrado? -preguntó, con tanta calma como pudo.

-Por medio de la magia, naturalmente -respondió Marie con petulancia-. Durante los meses pasados, nuestra amiga se comportó extrañamente en varias ocasiones, como si no fuera ella misma. Después, cuando le preguntábamos, no tenía ni idea de lo que yo estaba diciendo. Tuvo esas pequeñas lagunas y nosotras comenzamos a temer que las tuviera cuando no estábamos cerca de ella para protegerla. Así que le echamos un encantamiento para poder conocer su situación, y lo disimulamos como si fuera una marca de protección.

Una de aquellas marcas para evitar la fealdad, pensó Aden. Seguro que se la habían añadido porque él había poseído su cuerpo. Lo había hecho para encontrar a las brujas, así que misión cumplida.

-Muy inteligente -dijo.

-Si, ¿verdad? Y ahora que hemos satisfecho tu curiosidad, respóndeme una pregunta a mí.

Él asintió. Aquél no era el mejor momento para hacerse el duro.

Caleb estaba ronroneando.

«Tiene una voz tan dulce... ».

-¿Con quién estabas hablando hace un momento?

Por una vez, no tenía que mentir con respecto a las voces.

-Con las tres almas que tengo en la cabeza.

Ella frunció la frente.

-¿Tienes a gente viviendo en la cabeza?

Aquélla era su oportunidad.

-Pregúntame lo que quieras y responderé.

Eso convertiría aquello en una reunión, ¿no? Y sus amigos...

La bruja se echó a reír.

-Me imagino lo que estás pensando. Crees que esto es nuestra reunión. Me temo que no. Una reunión debe convocarse oficialmente. Y, tal y como te dijo Jennifer, ya no la vamos a celebrar. Tus acciones nos han revelado exactamente de qué lado estás.

-¡Convocaréis la reunión! -ladró Aden.

Dio un paso hacia delante, pero los pies se le quedaron como pegados al suelo. No pudo seguir moviéndose. «Estúpida magia», pensó rabiosamente.

Jennifer intervino en la conversación con los ojos entornados.

-Deberíamos haber matado a tus amigos en vez de maldecirlos, pero pensamos que podríamos utilizarlos para controlarte a ti. Ahora me doy cuenta de que nuestra lógica tenía fallos. Una de los tuyos es Embebedora, y a ellos hay que eliminarlos lo antes posible. Otro es un lobo, y los lobos protegen a nuestros peores enemigos. Y los vampiros son eso, nuestro peor enemigo. Ellos tres merecen la muerte.

-¿Cuántas veces tengo que decirlo? No conozco a ninguna Embebedora. Ni siquiera sé lo que es eso, a menos que te refieras a los vampiros que se beben hasta la última gota de sangre, pero eso no ha ocurrido. Así que no hay ningún Embebedor. Y el lobo y la muchacha vampiro no quieren haceros ningún daño. Díselo, Jennifer. No tuviste que alimentar a nadie.

-Ya basta -dijo Marie-. Aunque esta vez no bebieran de ella, seguimos siendo como drogas para ellos, y no se puede confiar en los adictos. Y ahora, silencio, humano. Hermanas, vamos a trasladarlo a un lugar más privado.

Un segundo más tarde, sus cánticos llenaron el aire. Aden intentó razonar con ellas, pero no le hicieron caso. Y entonces, ya no tuvo importancia. Él comenzó a girar, danzando al son de un ritmo que desconocía. Giró tan deprisa, que los colores se mezclaron y la oscuridad lo consumió, como si estuviera en el centrifugado de una lavadora. Las almas gritaban, y los gritos se hicieron algo ensordecedor.

Entonces, de repente, se quedó inmóvil. Las almas se callaron.

Estaba en un sitio nuevo, algo que parecía una caverna. Las paredes eran de tierra, de piedras color naranja y de arcilla. Cerca debía de haber una cascada, porque se oía el sonido del agua y había mucha humedad.

Sin decir una palabra, Marie le agarró las manos y lo obligó a subir los brazos.

-¿Qué estás haciendo? -le preguntó él con suavidad. Necesitaba la cooperación de las brujas, y no quería enfurecerlas.

-Tomar precauciones.

Mientras hablaba, Aden sintió que algo frío le rodeaba las muñecas. Miró hacia arriba y descubrió que había brotado una planta de hiedra del techo de la caverna, y que estaba atándole. Intentó zafarse tirando, pero no sirvió de nada.

-Nosotras obtenemos nuestros poderes de la Madre Tierra -le explicó ella-. Tienes suerte de estar protegido con marcas, de lo contrario podríamos hacerte cosas mucho peores -dijo con una carcajada, y su expresión se volvió tensa-. Oh, sí. Sin mirarte, sé de qué estás protegido. Todas lo sabemos. Sentimos el poder que irradian las marcas.

Retrocedió, y se sentó en una piedra plana, como las demás.

-¿Y qué vais a hacer conmigo?

-Tus acciones lo decidirán.

-Vamos, ¿qué acciones? ¿Qué queréis de mí?

Aden las miró a todas, y se fijó en una en particular. Llevaba una capa negra, no roja, y todavía estaba en pie. Caminó hacia él desde un rincón oscuro y se quitó la capucha de la capa.

Era la belleza personificada. Le brillaba la piel y sus ojos eran como el ébano. Con sólo una mirada atraía, hechizaba. Él ansiaba hacer todo lo que ella le pidiera. Aunque no iba a sucumbir.

-Hola, Aden -dijo la señora Brendal.

Él no la había visto en el círculo antes, lo que significaba que había estado esperándolos en la cueva.

-Doctor Hennessy -dijo él entre dientes-. Me gustaría decir que estoy sorprendido, pero no voy a mentir. Sé que lo odia.

A ella se le dilataron las pupilas de ira.

-Entonces, sabes que yo no era quien fingía ser. ¿Cómo?

-¿Por qué no vuelve a invadir mi cabeza y lo averigua?

-Entré en tu mente, sí, pero sólo me encontré con un caos de ruido. Voces y más voces, una mezclándose con la otra, hablando de estupideces y de cosas que no me interesan nada. Sin embargo, no encontré ninguna pista sobre mi hermano, Thomas. ¿Dónde está, Aden? Sé que tú lo sabes.

«Ésta es tu oportunidad. Negocia», le dijo Elijah.

«Un momento, ¿qué es lo que tiene que negociar?», preguntó Caleb.

Aden lo sabía.

-Convence a las brujas para que convoquen la reunión -dijo-, y te lo contaré.

Brendal miró a las brujas. Ellas le dijeron que no con la cabeza.

-Aden -dijo con dureza-. No vas a salir bien parado si me enfureces.

Él se encogió de hombros lo mejor que pudo con los brazos en alto.

-¿Por qué? ¿Te vas a convertir en un monstruo verde?

Ella soltó un siseo entre dientes.

-Sabía que ibas a ser obstinado. Sin embargo, me has subestimado. Voy a marcharme, pero no te hagas ilusiones. Volveré con tus amigos.

Una amenaza evidente. Aden tuvo ganas de gritar y de forcejear contra las ataduras de hiedra, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Las muestras de emoción en cualquier batalla significaban una derrota. ¿No era eso lo que le había enseñado a Mary Ann? Y, en aquella batalla, la más importante de su vida, no podía mostrar debilidades. Si se permitía un ataque de rabia en aquel momento, perdería todo el poder de negociación que pudiera tener.

-¿Tienes algo más que decirme? -le preguntó Brendal.

-Sí. Que tengas buena suerte con tu búsqueda.

-Muy bien.

El hada dio un paso atrás, sin dejar de mirarlo con los ojos entrecerrados, y desapareció.

Aden supuso que habría entrado en aquel otro plano. Para capturar a sus amigos. Tal vez para torturarlos.

«Saben cuidarse», se aseguró.

«Deja que yo me haga cargo de la situación, por favor», le rogó Caleb. «Deja que yo hable con las brujas en tu lugar».

-Convocad la reunión -dijo Aden, haciendo caso omiso de lo que le había pedido el alma-, yyo responderé a cual quier cosa que me preguntéis. Si no lo hacéis, no contestaré a nada.

«Aden, por favor», insistió Caleb.

-Lo siento.

Y era cierto. No quería que Caleb deseara tanto aquello y no pudiera conseguirlo. No quería que Caleb le suplicara.

«Concéntrate, Aden», le dijo Julian.

Sí. Pestañeó y se aclaró la mente. Las brujas se habían quitado las capuchas y cada una de ellas lo miraba con curiosidad.

-Tienes almas atrapadas en la mente -dijo Marie.

-Sí -respondió él.

-Y, una vez, me preguntaste si alguna vez había conocido a un hombre que podía poseer otros cuerpos. Alguien que murió hace unos dieciséis años. ¿Es él, el poseedor de cuerpos, una de esas almas?

«¡Aden! ¡Díselo! Tal vez ella me conociera. Tal vez pueda hablarme de mi pasado».

Lleno de culpabilidad, Aden volvió a ignorarlo. Tenía que ser firme.

-Si convocas la reunión, te lo diré.

-No tengo tantos deseos de saberlo.

«¿Cóm-mo?», tartamudeó Caleb ofendido.

-Me apuesto lo que quieras a que podemos extraer las almas de tu mente -prosiguió la bruja-, y darles cuerpos propios. De ese modo podrán responder a las preguntas por sí mismos.

Aden intentó disimular su alarma.

-¿Y de dónde ibais a sacar esos cuerpos?

-La gente muere todo el tiempo. Si reanimas un cuerpo fresco con un alma nueva...

-¿Cómo? Fue el cuerpo el que murió, no el alma. El alma, sencillamente, siguió su camino -dijo Aden-. Reanimar un cuerpo no es lo mismo que sanar un cuerpo. Eso significa que un alma nueva no puede conseguir que funcione un cuerpo sin vida.

-La magia puede conseguir muchas cosas -replicó ella.

«Sí», dijo Caleb. «Sí. Deja que lo intente».

«No», dijeron Elijah y Julian al unísono.

«No sería tan fácil», explicó Elijah. «Siempre hay una contrapartida, os lo prometo».

Caleb gruñó de frustración.

-Si notas mis marcas protectoras -dijo Aden-, sabrás que no puedes manipular mi mente. Así pues, tampoco puedes manipular las mentes de las almas.

-No necesito tu cooperación -respondió la bruja con altivez-. Sólo la del alma en cuestión.

Estaba fanfarroneando. Aquello tenía que ser un farol.

-Si puedes hacer tal cosa, ¿por qué no lo has hecho ya? ¿Por qué sigues ahí sentada?

-Porque tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos en este momento.

Sí. Había sido un farol.

-Tu currículum aumenta -dijo ella de repente.

-¿A qué te refieres?

-Primero, rey de los vampiros, y ahora, asesino de monstruos.

¿Cómo se había enterado de eso?

-No he matado a ningún monstruo.

-Entonces, domador. Domador de bestias. ¿Cómo lo hiciste?

-Si convocas la reunión, te lo diré.

Su respuesta iba a ser «No lo sé», pero ella no tenía por qué enterarse todavía.

-¿Quieres salvar a tus amigos? -le preguntó Jennifer-. Está bien. Renuncia a tu trono vampiro y júranos que te pondrás de nuestro lado, sirviéndonos y ayudándonos.

«Hazlo», dijo Caleb.

«No», dijeron Elijah y Julian, de nuevo al unísono.

-No, lo siento.

Servir y ayudar a las brujas implicaría hacerles daño a los vampiros. De otro modo, Aden hubiera dicho que sí sin pensarlo.

-Entonces, tus amigos no te importan tanto como pensábamos -le reprochó Marie.

-No es cierto. Me importan más de lo que vosotras pensáis. Si os hago ese juramento, ¿juraréis vosotras que nunca vais a hacerles daño a los vampiros ni a los lobos?

-No. Por supuesto que no.

Las otras brujas se rieron de él por atreverse a sugerir algo tan descabellado.

-Si no nos ayudas, Aden, significa que actuarás en contra de nosotras, ayudándolos a ellos. Y si es así, nunca saldrás de esta cueva.

Le estaba diciendo que iba a matarlo. Sin embargo, antes de que pudiera llevar a cabo la amenaza, él cambió de marcha. Si conseguía ablandarla, aunque sólo fuera un poco, podría ganar. Tal vez.

-El alma, la que puede poseer otros cuerpos -preguntó Aden-, ¿era alguien para ti? ¿Para alguna de vosotras?

Caleb se quedó en absoluto silencio.

Marie se encogió de hombros con un brillo de vulnerabilidad en los ojos.

-Era... todo y nada -dijo ella. Después agitó con irritación la cabeza-. Y ahora -añadió, poniéndose en pie-, te dejaremos aquí. Hemos llegado a un punto muerto y necesitas pensar. Y tal vez tengas en cuenta el hecho de que podía haber matado a tu amiga Mary Ann hace días, pero no lo hice. La dejé marchar. Por ti. Desde entonces me he arrepentido de ello, y ya no me queda misericordia. Cuanto más te resistes a nosotras, menos felicidad te deseo.

Un momento, ¿cómo?

-Tú nunca has querido que yo fuera feliz. Y ahora, convoca la reunión -exigió él, con un ataque de pánico.

Las demás se pusieron en pie.

-Tal y como vosotros me dejasteis, atada, te dejamos nosotras a ti -dijo lennifer-. Tal vez el aislamiento te afloje la lengua.

-¡Exijo que os quedéis! ¡Exijo que convoquéis la reunión!

Las brujas salieron de la cueva en silencio. Marie se volvió hacia él.

-Cuando el reloj dé las doce, tus amigos morirán. Lo siento de verdad, pero siempre hay bajas en una guerra. Ya sabes lo que tienes que hacer para salvarlos.

Y después, se marchó también.

Él gritó una y otra vez, pidiendo que convocaran la reunión. Suplicó, aunque sabía que estaba solo, hasta que se quedó ronco. Tiró de la hiedra hasta que le sangraron las muñecas.

La hiedra no cedió, y las brujas no volvieron.