30

El beso en el sofá, cuando había notado el sabor de la sangre. No era la suya; Aden se dio cuenta en aquel momento. Era la de Victoria. Ella le había dado varias gotas, ¿por accidente, o a propósito?, y esas pocas gotas eran suficientes. Él estaba dentro de su cabeza, oyendo sus pensamientos, viendo el mundo a través de sus ojos. Sintiendo su dolor.

Y sí, ella sentía dolor. Tenía una quemadura en el pecho, encima del corazón, como si le hubieran arrancado la piel. Sin embargo, no parecía que lo notara.

Estaba ante Riley, mirando hacia la oscuridad. Ambos estaban en el bosque, rodeados de lobos y duendes que luchaban entre sí. El aire estaba lleno de gruñidos, de órdenes y de gemidos de agonía.

-...encontrarlo -estaba diciendo ella-. Está en una cueva, en otro estado.

Riley se enjugó la sangre que le caía de la cabeza.

-Lo sé. Nosotros también podemos sentirlo, pero no podemos salir de este bosque lleno de duendes hasta que los hayamos eliminado. Si no, van a comerse a los humanos.

-Bueno, necesito a unos cuantos de tus hombres para que me acompañen a la cueva después de que hayan ido a la mansión y hayan reunido a todos los guerreros vampiros posibles.

Riley negó con la cabeza.

-Puedes tener a tu servicio a los lobos y a los vampiros, pero no vas a ir sola a la cueva.

-Yo puedo moverme más rápidamente que tú -dijo ella.

Para demostrarlo, agarró por el cuello a un duende que pasaba a su lado, se lo llevó a los labios y lo mordió. Le chupó la sangre y lo dejó seco en segundos. Victoria dejó caer el cuerpo al suelo e intentó no hacer un gesto de asco. La sangre de los duendes sabía a hiel.

-Lo único que harías sería retrasarme, y Aden podría sufrir heridas.

-Las brujas te distraerán, Victoria -dijo Riley-. Lo sabes. Harás más mal que bien.

No, no era cierto. Ella sabía que Aden era su prioridad.

-Como has visto, acabo de comer. No tengo hambre, y esta conversación es una pérdida de tiempo. Sólo he venido a decirte que no permitas a los lobos ni a los vampiros que entren en la cueva mientras yo estoy allí. Lo estropearían todo, ¿sabes? Sólo pueden luchar con las brujas fuera.

-¿Por qué? ¿Qué es lo que estropearían? ¿Qué estás pensando?

«He pensado lo que es necesario hacer», pensó Victoria, pero no lo dijo en voz alta.

-Y, de todos modos, necesito que me escuches. Tu padre...

«Está muerto». Eso ya lo sabía.

-Adiós, Riley -dijo.

Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después, antes de que el lobo pudiera agarrarla, se teletransportó. Cuando llegó a su nuevo destino, la oscuridad se había transformado en rayos de luz, y se oían jadeos.

De repente, Aden se estaba mirando a sí mismo.

-Aden -dijo ella, y su voz le acarició los oídos-. Aden, despierta.

Notó un dolor en la mejilla, y luego en la otra. Victoria lo estaba abofeteando. Lentamente, él pestañeó, y mientras su propia imagen se desvanecía, la de Victoria ocupó su lugar.

Estaba allí, con ella.

-Márchate -le dijo con la voz quebrada-. Márchate ahora mismo.

Si la encontraban...

-Shhh.

Victoria tiró de la hiedra que le aprisionaba las manos a Aden, pero cuando cortaba una rama, otra crecía en su lugar.

-¿Han convocado la reunión?

-No. ¿Qué hora es?

-Casi las doce de la noche. Ha comenzado la cuenta atrás -respondió ella, sin dejar de tirar de la hiedra-. Nos han mantenido muy ocupados. Si no, habría venido antes.

-Déjame aquí e intenta que las brujas vuelvan a la cueva. Es la única manera de conseguirlo.

-No. Si no hago esto ahora, tal vez...

«Muera», pensó él.

-Y tú te quedarás aquí atrapado -susurró ella sin dejar de cortar ramas de hiedra-. Eso no puedo permitirlo.

-¿Sabes dónde están las brujas?

«¿En qué estás pensando?», preguntó Caleb.

Aden lo ignoró. En lo referente a las brujas, el alma no tenía ninguna objetividad.

Con un grito de frustración, Victoria se colgó de la hiedra, trepó y arrancó la raíz con los dientes. Los brazos de Aden cayeron pesadamente a sus costados mientras ella escupía las hojas.

-¿Las brujas? -preguntó él, masajeándose los hombros para recuperar la sensibilidad.

«No estarás pensando en hacerles daño, ¿verdad?», preguntó Caleb.

«¿Y si es así?», le espetó Julian con enfado. «¿Y si se trata de ellas o de nosotros?».

«Chicos, tenéis que...», comenzó a decir Elijah, pero lo interrumpieron.

-¿Acaso es que no pudiste probar mi sangre, princesa, y decidiste encontrarme? -preguntó Jennifer-. Realmente, me siento conmovida.

-Sí, gracias por venir a vernos -dijo Marie-. Ahora ya no tendré que mandarte la invitación para la fiesta de esta noche.

Las brujas habían vuelto.

Al oír la voz de Jennifer, Victoria se colocó delante de Aden con los brazos abiertos, como si fuera un escudo. Él la empujó a su espalda. Las brujas lo querían vivo; a Victoria, no tanto. Cuando ella intentó colocarse de nuevo ante él, él la agarró por la muñeca.

-¿Acaso crees que no hemos notado el momento exacto en el que entraste en nuestro territorio, garrapata? -le preguntó Marie, mientras sus compañeras, una por una, entraban en la cueva y ocupaban sus asientos en las piedras. Todavía llevaban aquellas túnicas rojas-. Ahora podemos verte morir y deleitarnos sabiendo que tenemos un enemigo menos.

-No -ladró Aden, aunque tenía un sudor frío cubriéndole la piel-. Convocad la reunión ahora.

-Lo haré -respondió Marie- en cuanto tú hagas el juramento de lealtad a nosotras.

-¿Y cambiar una condena a muerte por otra? No.

-Entonces, tú mismo te lo has buscado, Haden Stone. Tenía la esperanza de que esto no sucediera, pero si no quieres ayudarnos, debes morir con tus amigos. ¿Hermanas?

Con los brazos extendidos y los dedos entrelazados, las brujas formaron un círculo.

Victoria se puso muy tensa detrás de Aden.

-Cuando te dé la señal, agáchate -le susurró-. Yo me ocuparé de las brujas.

«¡No!» , gritó Caleb.

«Es la única manera», dijo Elijah. «Como te ha dicho Julian, se trata de las brujas o de nosotros».

«¡Entonces, nosotros! A ellas no puede pasarles nada».

Aden se olvidó de ellos. En menos de un segundo había adivinado cuál era el plan de Victoria y tuvo náuseas. El dolor de su pecho... ella había borrado su marca. Iba a liberar a la bestia, iba a permitir que el monstruo matara a aquellas brujas para protegerlo a él. Sin embargo, así también estaba acabando con cualquier posibilidad de que se convocara la reunión.

Victoria había planeado morir, pero también llevarse consigo a todos los que habían amenazado a Aden y a su gente.

Aden tenía que impedirlo. Tenía que salvarla. ¿De qué le serviría estar vivo sin ella?

-Alto -dijo una voz suave, antes de que él pudiera elaborar su propio plan.

Brendal entró en la cueva, y Mary Ann, visiblemente asustada, la siguió. ¡No! Aden soltó una maldición entre dientes. Ella también, no. Allí no. El monstruo de Victoria iba a estar libre muy pronto.

Victoria gruñó al entender las repercusiones de aquella situación.

-No lo hagas -susurró Aden-. Por favor.

-Ah, muy bien. Ya sólo falta el lobo -dijo Marie. Aunque su tono era optimista, su expresión era sombría. Angustiada-. Estoy segura de que viene de camino. Él siempre sigue a esta muchacha.

-No he presentido a ningún lobo fuera -aseguró Brendal.

-Vendrán, así que permaneced en alerta. Por el mo mento, saca a esa chica de aquí -dijo Marie. De repente, estaba temblando-. Vamos, llévatela.

-Me siento... como si... -dijo otra de las brujas, frotándose el pecho como si le doliera.

-Mis poderes están...

-Embebedora -dijeron las brujas al unísono, y hubo gritos de espanto, tan horribles, que Aden se encogió. Las únicas que no se habían sorprendido eran Marie y Jennifer.

-Llévatela fuera y espera a que el maleficio surta efecto -dijo Marie. Se oyó el aullido de un lobo, y la bruja se puso muy tensa-. Tal y como era de esperar, los lobos han llegado.

Brendal negó con la cabeza.

-No voy a sacarla de la cueva.

-¿Qué dices?

-Mary Ann -gritó de repente Victoria-, ¡sal corriendo!

¡No, no, no! La señal. Aden se dejó caer al suelo mientras Caleb emitía un grito torturado. El monstruo de Victoria surgió por encima de sus cabezas con un rugido.

Mary Ann gritó y salió corriendo tal y como le habían dicho, pero Brendal la agarró de la camiseta. Ella se giró y le dio un golpe tremendo, con la palma de la mano, en la nariz. Brendal gimió de dolor mientras sangraba profusamente. Soltó a Mary Ann, y la chica salió corriendo.

Después, Aden la perdió de vista. Las brujas corrieron también hacia la salida, pero la bestia las alcanzó mostrando sus dientes afilados, llenos de saliva y espumarajos, mientras ellas seguían avanzando hacia atrás, tambaleándose. El monstruo no se lo permitió, golpeándolas con la cola y las alas. Era tan fuerte, que las lanzó hacia las paredes de la cueva, haciendo saltar polvo y piedras.

La mayoría de las brujas debían de tener marcas protectoras contra las heridas físicas, porque en ellas no apareció ningún corte. Sin embargo, gritaron, como si sintieran el dolor que se había infligido a sus cuerpos. Algunas no estaban protegidas y comenzaron a sangrar.

Aden se puso en pie de un salto. Victoria lo agarró. Estaba temblando, y susurró:

-Es delicioso. Sólo un poco. Quiero probar sólo un poco.

Lo primero era lo primero.

-No las mates -le dijo Aden al monstruo-. Por favor.

«Por favor», repitió Caleb.

El monstruo lo miró con sus enormes ojos oscuros. Irradiaban hambre y furia. Era furia por el trato que había recibido Aden. Él casi podía oír los pensamientos de la bestia. Las brujas eran una amenaza para él, y todo lo que amenazara a Aden debía ser eliminado.

-Por favor -repitió él, y el monstruo asintió casi imperceptiblemente-. Gracias.

Y después, su novia vampira. Aden se llevó a Victoria hacia la pared y la acorraló en un rincón. La bestia había pasado casi un siglo viviendo dentro de ella, pero ella no tenía ningún control sobre la bestia. Tal vez también fuera considerada como una amenaza. Aden no iba a correr ningún riesgo. Victoria tenía los ojos vidriosos y brillantes a la vez, y enfocados más allá de Aden. Se relamía una y otra vez, como si ya estuviera saboreando toda la dulzura que anhelaba.

-Victoria -dijo él, zarandeándola-. Necesito que te quedes aquí, ¿me entiendes?

Ella no respondió. Seguía mirando hacia la sangre de las brujas.

Entonces, él la besó con dureza, brevemente. Consiguió su atención. Ella lo miró, pestañeando.

-¿Aden?

-Quédate aquí -le ordenó él-. ¿De acuerdo?

Aden avanzó esquivando brujas frenéticas. Alguien lo tomó del brazo y tiró, y él se tambaleó hacia un lado. Consiguió zafarse y se agachó, y siguió buscando entre el caos... allí. Marie.

Tenía una expresión de pánico mientras guiaba a sus hermanas lejos del peligro. Estaba acercándose a él sin darse cuenta... más y más... Aden saltó hacia ella y la derribó, y ambos rodaron juntos por el suelo rocoso de la cueva.

«Con cuidado», le rogó Caleb.

Ella forcejeó, pero Aden la sujetó con fuerza.

-Convoca la reunión.

-¡No! -gritó la bruja. Su pánico desapareció. Agarró a Aden por la barbilla y clavó sus ojos en los de él-. Escúchame bien, Haden Stone. Me amas. Quieres obedecerme -dijo, y comenzó a irradiar un poder que envolvió a Aden-. Sí, me quieres mucho.

«Sí», dijo Caleb. «Sí».

Aden se dio cuenta de que lo estaba hechizando. Estaba lanzándole un encantamiento; de repente, él sintió un deseo incontrolable de adorarla y amarla. Imposible. Tenía una marca protectora contra la manipulación mental, ¿no? ¿O acaso aquél era el amor que Caleb sentía por la bruja? ¿La necesidad que Caleb sentía de obedecerla? ¿O acaso el amor era una emoción del corazón, y no de la cabeza, y Marie podía conseguir que él sintiese lo que ella quisiera en aquel momento?

Alguien intentó que girara la cabeza. Victoria. Aden reconoció el calor de sus manos. Sin embargo, se resistió. Caleb estaba diciéndole algo sobre la verdad de las palabras de Marie, y que todo iría bien si obedecía.

-¡Aden!

Aquella voz familiar y amada le recordó que tenía que hacer algo por sus amigos. ¡Sí! Sus amigos. Tenía que salvarlos.

Aden empujó mentalmente a Caleb y la necesidad de satisfacer las demandas de Marie se desvaneció. Él la fulminó con la mirada.

-¡Convoca la reunión ahora mismo! Si lo haces, el monstruo se detendrá.

-Escúchame bien -repitió ella, y giró los ojos para atraer a Caleb a la superficie, para atraparlo y atrapar a Aden. Quería obligarlo a obedecer y a olvidar su propósito una segunda vez-. Me amas. Quieres...

Entonces, la bestia le mordió el brazo y la lanzó por el aire. Marie aterrizó, con un grito y un ruido sordo, en el suelo, entre jadeos de dolor. Aden siguió mirándola... Amor... Obediencia...

-¡Aden! -repitió Victoria, zarandeándolo-. ¡Aden! Escúchame. Óyeme. Tienes que luchar contra esto.

Marie consiguió reaccionar y se puso en pie con las piernas temblorosas. Alzó los brazos y volvió a clavar su mirada en Aden.

-Me amas. Me vas a obedecer.

«Amor. Obediencia», dijo Caleb.

-Le está haciendo daño -le gritó Victoria a la bestia.

Un segundo después, Marie estaba gritando de nuevo, y salió volando por los aires, pero volvió a ponerse en pie, lista para terminar su encantamiento.

Mary Ann salió de la cueva tambaleándose bajo la luz de la luna. Dentro había un dragón... Un dragón de verdad. No debería haber salido corriendo, pero la necesidad de huir era algo instintivo. El pánico la había dominado, y había obedecido a Victoria sin vacilación.

Sin embargo, se dio cuenta de que seguramente allí fuera tampoco estaba a salvo, porque se estaba librando otra guerra.

Minutos antes, había calma en aquel cañón rocoso, pero en aquel momento, los lobos y los vampiros estaban luchando contra las hadas. Y aquellas hadas eran feroces. Luchaban con espadas, cortando piel y carne, lan zando cuchilladas contra los ojos de los vampiros, contra sus orejas y sus bocas, y haciendo salpicar la sangre por todas partes.

Riley estaba allí. Ella sabía que estaba allí. Él había seguido a Victoria con total seguridad. ¿Dónde? Si estaba herido, ella...

Oyó un rugido de furia a sus espaldas, y entonces, recibió un terrible empujón que la derribó al suelo. Brendal estaba sobre ella.

-¡No puedes marcharte! -le gritó el hada con furia, mientras la agarraba de la camiseta y la ponía en pie-. Tienes que convencer a Aden de que me diga dónde está mi hermano.

La medianoche iba a llegar muy pronto, y aquella batalla tendría su ganador y su perdedor. Si Mary Ann moría, aquella mujer nunca conocería el paradero de su hermano. Si la situación hubiera sido al contrario y su padre estuviera desaparecido, ella habría estado tan desesperada por conseguir respuestas como estaba Brendal.

-Tu hermano... tu hermano está muerto -le dijo suavemente, mientras intentaba respirar.

Intentó no encogerse al oír el agudo alarido del hada. Por el rostro de Brendal pasaron la incredulidad, el horror y la rabia. Negó con la cabeza.

-No.

-Sí. Murió. Lo siento mucho.

-¿Dónde está su cadáver?

-No lo sé.

-¿Quién lo sabe?

-Por favor -dijo Mary Ann-. Diles a los tuyos que dejen a los lobos en paz.

-¿Quién lo sabe? -inquirió de nuevo Brendal, sacudiendo con tanta fuerza a Mary Ann, que el cerebro le chocó contra el cráneo-. ¿El chico? ¿El lobo? ¿La muchacha vampiro?

De nuevo, MaryAnn ignoró la pregunta. Le había dado una respuesta al hada, pero no estaba dispuesta a condenar a sus amigos.

-¿No vas a decírmelo ni siquiera para salvar tu propia vida? -le preguntó Brendal.

Se llevó la mano a la espalda y sacó una espada. Entonces, le colocó la hoja a Mary Ann sobre el cuello y le cortó la piel. No tanto como para matarla, sólo lo suficiente para hacerle daño.

«Lucha. Sabes hacerlo».

Sin embargo, justo cuando Mary Ann se giraba para meterle al hada la nariz hacia el cerebro, la hoja de la espada se hundió un poco más. Se quedó helada y comenzó a sudar. Era más fuerte que nunca, y tenía algo de adiestramiento, pero no sabía cómo defenderse de aquello.

Sonó un aullido, y MaryAnn vio, por el rabillo del ojo, un borrón negro. Entonces, Brendal se alejó de ella súbitamente; Riley, en su forma de lobo, se había abalanzado sobre el hada y estaba luchando contra ella. Pero el alivio de Mary Ann no duró mucho; los movimientos del lobo eran cada vez más torpes, más lentos.

¿Acaso el hada le estaba succionando la energía y debilitándolo?

«Yo soy la Embebedora», pensó Mary Ann con furia.

Si alguien iba a debilitarse, era el hada. Con decisión, Mary Ann se acercó a ellos; Riley debió de sentirla, porque lanzó un gruñido por encima del hombro. Al darse cuenta de que era Mary Ann la que se aproximaba, volvió a concentrarse en su lucha contra Brendal.

-Sujétala lo mejor que puedas -le dijo ella.

Riley abatió todo su peso sobre el hada y la inmovilizó, y MaryAnn se agachó y posó las manos sobre el cuello de la mujer, en el lugar donde latía el pulso. No había tenido que tocar a la bruja para alimentarse de ella, pero en aquella ocasión estaba hambrienta y la succión de poder había sido involuntaria. Así pues, tendría que usar la fuerza.

Cerró los ojos e intentó dejar la mente en blanco. Entonces se dio cuenta de que si hacía aquello, todo el mundo iba a saber lo que era. Su secreto se desvelaría. Estaría condenada a muerte. Bueno, más de lo que ya lo estaba. No sólo por las brujas, sino también por las hadas, los lobos y los vampiros.

Pensó también que, si no lo hacía, Riley podía morir. Además, de todos modos lo más seguro era que ella no sobreviviera después de aquella medianoche. Así pues, ¿qué podía perder?

Finalmente, se concentró.

«Tengo hambre», pensó. «Muchísima hambre».

Esperó. El calor permanecía fuera de su alcance.

«Me muero de hambre. Necesito la energía del hada».

Nada.

Tuvo dudas. ¿Y si no podía succionar la energía de todas las criaturas? Sin embargo, tenía que conseguirlo. Se concentró en el hada por completo, en su piel suave y su pulso fuerte. Era fuerte como el toque de un tambor. Una canción. Mary Ann escuchó aquella canción y permitió que se extendiera por su mente, que su sangre la absorbiera.

Brendal dio un respingo para alejarse de su contacto.

Mary Ann absorbió aquel movimiento. El calor que tanto anhelaba llegó después, y la invadió de una forma muy placentera. Era como estar en una cabaña con la chimenea encendida, en un paisaje nevado.

Sin embargo, la canción comenzó a silenciarse, y ella frunció el ceño. Todavía no quería dejar de escucharla, y en aquel momento, la melodía ya no era tan bonita. Le faltaba algo. Y entonces, incluso el calor comenzó a disminuir de intensidad. Ella quería más. Necesitaba más.

«Ya es suficiente. Tienes que dejarlo, Mary Ann, o vas a matarla. Yo sé que tú no quieres matarla».

Riley le estaba gritando dentro de la cabeza, y Mary Ann se sobresaltó y apartó las manos del hada. Pestañeó. Brendal estaba inmóvil y apenas respiraba, pero seguía con vida.

Lo había conseguido. Había succionado la energía del hada.

«¿Crees que puedes debilitar a los demás, sin matarlos?», le preguntó Riley con urgencia.

Ella se dio la vuelta y, temblando, observó el resto de la batalla. La mayoría de los lobos se movían con tanta lentitud y torpeza como Riley un momento antes, y las hadas parecían más fuertes que nunca. Ella se avergonzó al sentir alegría. No porque quisiera ayudar, sino porque quería oír más canciones como aquélla, sentir más calor.

-Lo intentaré.