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Sí. Efectivamente, corrió la sangre.
Riley lanzó una dentellada al cuello de Thomas, y le rasgó con las zarpas la piel del pecho. El aire se llenó de olor a algodón y carne quemada, y de la camisa de Thomas comenzó a salir humo. Se oyeron gritos cuando el hada agarró al lobo por el pelaje y lo lanzó hacia Aden, que a su vez, salió disparado hacia la pared.
El yeso se resquebrajó, y la pintura saltó. De repente, Aden se quedó sin aire en los pulmones.
Riley estaba en pie un instante después, saltando de nuevo hacia el hada. Los dos se retorcieron juntos al caer. Con el siguiente zarpazo del lobo, el olor a carne quemada se intensificó, y hubo salpicaduras de sangre. Unas cuantas gotas le cayeron a Aden en la cara, y estaban muy frías, como si fueran dardos de hielo. Cuando el hada movió las dagas a la velocidad del un rayo, fue Rileyquien sangró. Su sangre era como el fuego.
«Ayúdalo», gritó Julian.
«Por eso soy un amante, y no un luchador», dijo Caleb, cuya valentía había vuelto, ahora que el lobo se estaba llevando la paliza por ellos.
Respirar debería ser imposible, pero Aden se las arregló para inhalar unas cuantas bocanadas de aire mientras se ponía en pie. Sintió un fuerte mareo, y se tambaleó.
-¿Elijah?
Por supuesto, el vidente sabía lo que le estaba preguntando Aden. ¿Cómo podía ayudar? No tenía armas, y no podía salir de la habitación para conseguirlas.
«No lo sé», dijo Elijah con angustia.
-Entonces, ¿va a ganar Riley? -preguntó en voz baja, porque no quería distraer al lobo y provocar su derrota.
«No lo sé», repitió el vidente con la misma voz de angustia. «Veo la sangre bañándolo todo en esta casa».
¿Cuánta? ¿Y de aquella lucha? ¿O de algo peor?
Una y otra vez, Thomas consiguió apartar de un manotazo a Riley, y una y otra vez, Riley volvía, como si fuera una catapulta de ira y dientes. Por algún motivo había dejado de usar las garras. El mobiliario estaba destrozado y las paredes despedazadas, incluyendo el muro invisible, lo que permitió a los combatientes salir al pasillo. La lucha siguió después en otro dormitorio, cuya puerta hicieron trizas. Aden los siguió. En algunos momentos Thomas perdía las dagas, se le caían al suelo. Aden intentaba recogerlas y entrar en acción, pero aquellas dagas que no tocaba se desvanecían, y el hada y el lobo se movían tan rápidamente, que aparecían en otro lugar antes de que él se diera cuenta.
Pero ¿por qué destruían las puertas, los muebles y las paredes, y nada de lo demás?
Los chicos que vivían en el Rancho D. y M., Seth, Ryder, R.J., Terry y Brian, estaban en el vestíbulo de la entrada, cada uno de ellos con un libro entre las manos. Algunos estaban leyendo, y otros estaban fingiendo que leían. Ninguno se daba cuenta de la violenta lucha que se estaba librando a su alrededor.
Ni siquiera cuando sus sillas también fueron destrozadas. Siguieron allí sentados, en el aire. Riley y Thomas los atravesaban sin que los chicos notaran nada en absoluto. Además, las salpicaduras de sangre cayeron sobre ellos, pero tampoco se dieron cuenta. Tal vez ni siquiera pudieran verlo.
Todo era tan raro... Thomas tenía heridas que sangraban profusamente, y sin embargo, parecía que estaba más fuerte que nunca. Riley, por el contrario, se había debilitado. Sus saltos eran cada vez más lentos, sus gruñidos más flojos, pero sus heridas ya se habían cerrado y estaban curadas.
¿Qué era lo que le estaba debilitando?
Aden se percató de que Thomas sólo daba puñetazos para librarse de la mandíbula de Riley cuando él le mordía en alguna parte. Entonces, Thomas echaba la cabeza hacia atrás y, prácticamente, le ofrecía el cuello al lobo. ¿Por qué?
Además, en vez de apartar a Riley inmediatamente, posaba las palmas de las manos sobre la bestia durante varios segundos, permitiéndole al lobo que hiciera lo que quisiera. Aquello era absurdo. Aquello era... ¿necesario?
¿Acaso las manos de Thomas podían debilitar a Riley? Eso explicaría su determinación por tenerlas libres. También explicaría que no se preocupara en absoluto de sus heridas. ¿Qué eran unos cuantos cortes, cuando tu oponente estaría pronto demasiado débil como para seguir luchando?
-¿Qué puedo hacer? -susurró Aden. Sin embargo, lo sabía. La respuesta ya se le había aparecido en la mente, como una bofetada fría y dura.
«Lo sabes», dijo Elijah en tono de agonía. Claramente, él también conocía la respuesta.
«¿Qué?», preguntó Julian. «¿Qué vamos a hacer?».
Aden tragó saliva.
-Caleb, está en tus manos.
«Yo... eh... ¡Oh, no, demonios!».
No tuvo que explicar nada. Al pedir la ayuda de Caleb, todos supieron lo que había planeado. Iban a poseer el cuerpo de Thomas.
«No. No, tiene que haber otro modo». Si tuviera cuerpo propio, Julian estaría negando con la cabeza y retrocediendo.
-Lo siento, chicos -dijo Aden.
Tenía que hacerlo. Por Riley, y por sí mismo.
«El dolor», gimió Julian. «Ya hemos soportado mucho dolor. Esto nos va a destrozar».
«Es el único modo de resolverlo», dijo Elijah. «El hada tiene que morir».
-Hemos pasado por cosas peores -dijo Aden. Por ejemplo, se habían quemado vivos, y seguramente, nada podía superar eso-. Si quiero besar a Victoria otra vez, tengo que salvar a su guardaespaldas.
«Siento tener que darle la razón», dijo Caleb, que de repente había entendido las bondades del plan. Él haría cualquier cosa por un beso. «Sobreviviremos. Aunque Thomas no sobreviva. Eso es lo importante».
Aden se concentró en los dos oponentes. Riley estaba en el suelo, a varios centímetros de Thomas, acercándose poco a poco, porque todavía estaba decidido a vencer. El hada, que acababa de volar por los aires, se sacudió grandes trozos de escayola del pecho y se puso en pie. Tenía la camisa hecha jirones y estaba despellejado en algunas partes, pero esa piel estaba cerrándose de nuevo como si hubiera absorbido la capacidad que tenía el lobo para curarse.
Thomas sonrió con petulancia mientras se aproximaba de nuevo al lobo y se agachaba.
-Dile a tu princesa que no vuelva a enviar a un chico a hacer el trabajo de un hombre. Oh, espera. Como no vas a salir de esta habitación, no vas a poder decirle nada.
Riley tenía los ojos verdes muy brillantes, llenos de odio.
El hada suspiró.
-Admiro tu valor, lobo. Por lo tanto vas a morir honorablemente. Has de saber que no soy un sirviente de las hadas, sino un príncipe indestructible. En cuanto entraste en mi reino, estabas destinado a morir. Tu muerte no es vergonzosa. Considérala como un favor.
¿Un favor? Ni por asomo.
Riley, como si le hubiera leído el pensamiento a Aden, gruñó para mostrar su acuerdo con él.
Thomas frunció el ceño.
-Repito que admiro tu valor. Es una pena que sirvas a los vampiros. No estarás interesado en cambiar de lealtades, ¿verdad?
Otro gruñido. Una negativa muy clara.
-Entonces, por mucho que lo sienta, tendré que hacerlo. Seré rápido, lobo.
«¿A qué estás esperando?».
Aden no supo de quién provenía aquella pregunta, si de sí mismo o de las almas. Riley era su amigo, más o menos, y él no podía permitir que un amigo sufriera. Por mucho dolor que eso pudiera costarle.
Justo antes de que el hada posara la palma de la mano en Riley, Aden corrió hacia él. No se detuvo hasta que estuvo dentro del cuerpo de Thomas.
Cuando la piel se tocaba con la piel de otro, gracias a Caleb, Aden podía fundir su cuerpo con el de aquel otro. Pasar de ser un cuerpo sólido a una neblina insustancial era algo doloroso, además de terrible e irritante. Sin embargo, lo hizo. Se fundió con Thomas, gritando de sufrimiento.
Sin embargo, la voz que oyó no fue la suya. Era más grave y más ronca. La de Thomas. Jadeando, cubierto de un sudor frío, Aden cayó de rodillas. Tenía la sensación de que alguien le atravesaba a cuchilladas, y quería darse golpes en el pecho y tirarse de la piel, de hacer cualquier cosa con tal de impedirlo. Cada uno de los huesos de su cuerpo era como una daga que le atravesaba y le cortaba los músculos. Y lo peor era que aquel dolor acababa de comenzar.
Thomas gritó dentro de su cabeza.
«¿Qué estás haciendo? ¿Cómo lo has hecho? ¡Suéltame!».
Normalmente, Aden podía bloquear los pensamientos de la persona a la que poseía. Podía apropiarse de ellos tan completamente que después, ellos ni siquiera recordaban lo que había sucedido. Sin embargo, estaba empezando a aprender que las criaturas mitológicas y legendarias eran muy distintas de los humanos.
-Riley -dijo con aquella voz grave-. Soy Aden. Estoy dentro del hada, y tengo el control de su cuerpo.
Aquellos ojos verdes lo escrutaron, en busca de señales de veracidad.
Aden sintió el poder que tenía por dentro. Era inmenso. Y contenía también el poder de Riley; el hada no sólo había debilitado al lobo, sino que también había succionado su energía y la había acaparado en su propio cuerpo. Sentía latidos animales, salvajes, que calentaban el frío gélido de su sangre. Eran como una canción en su mente, una canción más bella que los cantos de un coro de ángeles, y que era como una droga.
«Esto podría ser adictivo».
De nuevo, no supo quién había hablado, las almas o él. Tal vez fueran todos a la vez. En parte quería quedarse para siempre en el cuerpo del hada, perderse en aquel calor y aquel poder, y olvidar todo lo que tenía que hacer.
«Actúa con rapidez», le dijo Elijah de repente. «O no podrás salir nunca de él».
Se marcharía pronto. Dentro de un ratito. ¿Qué daño podían hacerle unos cuantos minutos más? Aquella música... tan llena de paz...
«Cuanto antes te marches, antes podrás ver a Victoria», le dijo Caleb.
Victoria. Sí. Estar con ella era mucho mejor que eso, pensó, y se concentró en la tarea que tenía que llevar a cabo.
-Riley. Dime lo que necesitas que haga para que puedas vencer a Thomas.
El lobo lo observó, y asintió como si se sintiera satisfecho por lo que había hecho Aden.
-Dímelo y lo haré. Sea lo que sea.
Pasó un momento. El lobo frunció el ceño y rugió. Esperó. Fuera cual fuera la reacción que esperaba de Aden, no la consiguió. Al final, se puso en pie de manera vacilante y entró en el armario más cercano.
-Riley -dijo Aden.
Sabía que el lobo no iba a abandonarlo allí, pero no sabía adónde había podido ir. ¿Se suponía que él debía seguirlo?
Se vio una luz muy brillante y se oyeron varios rugidos, y después, Riley salió del armario con un par de vaqueros. Sin camiseta, sin zapatos, sólo aquellos vaqueros que le quedaban tan mal.
¿Cómo había podido tocar la ropa? ¿Acaso su mano no había pasado a través de la tela como si fuera la de un fantasma, de la misma manera que le había ocurrido a él.
Riley estaba muy pálido, tanto, que se le distinguían las venas bajo la piel. Tenía las mejillas hundidas y unas ojeras muy marcadas y oscuras. Tenía varios cortes en el pecho, como si hubiera perdido la capacidad de curarse en un segundo.
-Las hadas no pueden oír los pensamientos de los hombres lobo -le dijo. Incluso su voz sonaba debilitada-. Eso debe de significar que tú tampoco puedes oírme mientras te halles ahí dentro, porque te estaba diciendo lo que tienes que hacer, pero tú no reaccionabas.
Así pues, esperaba una reacción.. ¿Por qué? ¿Le había dado malas noticias?
-Dímelo otra vez.
«No lo ayudes», rugió Thomas dentro de su cabeza. «Él es el enemigo. Sus dueños destruirán el mundo y a todos los humanos que lo habitan. ¿Me oyes? ¡Mátalo!
Aden volvió a bloquearlo en su mente.
-Necesito clavarle una daga en el corazón -anunció Ri ley.
«¡No!». Aquella protesta surgió de Thomas y de Aden a la vez.
«Estupendo», dijo Caleb.
«Dios santo», musitó Julian.
«Sangre», vaticinó Elijah.
-¿Y no hay ningún otro modo? -preguntó Aden-. ¿No podemos dejarlo atrapado aquí para impedirle que vuelva a hacer daño a alguien?
-No. Es un hada, y, como todos ellos, tiene la capacidad de tomar prestadas las habilidades de otras criaturas inmortales y poseerlas temporalmente. Además, él es un príncipe. Si sobrevive, llamará a su ejército y vendrá por nosotros.
-No me gusta la idea de matarlo. Protege a los humanos.
-Te matará si tiene otra oportunidad -dijo Riley.
-Lo sé -admitió Aden-. Pero no me importa.
-Matará a Victoria -añadió Riley fríamente.
Un golpe bajo. El lobo sabía que él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por protegerla. Apretó los puños y cerró los ojos. El corazón comenzó a latirle salvajemente mientras condenaba a muerte a otra criatura.
-Está bien. Dios. Vamos a hacerlo.
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Entonces, manos a la obra -respondió Riley.
El lobo asintió y esperó a que Aden hiciera lo mismo. Entonces se sacó una daga del bolsillo trasero del pantalón. Una daga que pertenecía a Aden.
«¡No hagas esto!», le ordenó Thomas.
-Tú no habías traído eso -dijo Aden, para distraerse de la hoja afilada y letal que le iban a hundir en el pecho.
-Mientras estaba en el armario me deslicé a la dimensión humana y tomé lo que necesitaba -respondió Riley, encogiéndose de hombros-. Después volví.
-¿Así de fácil?
-Así de fácil.
Toda la confianza y la relajación de Riley desaparecieron cuando dio un paso hacia delante, y frunció el ceño.
-¿No vas a sufrir cuando lo haga?
-No. Me han asegurado que sobreviviré.
-Mi rey...
-No me llames eso -dijo Aden, y Thomas jadeó de la sorpresa.
«¿Rey?».
Aden lo ignoró de nuevo.
-Si hubiera otro modo... -continuó Riley.
-Lo sé.
Durante varios minutos, ninguno de los dos se movió ni dijo nada.
-Tal vez deberías tumbarte -le dijo Riley, que se había echado a temblar.
-Está bien.
Aden miró a su alrededor. La pelea había terminado en la habitación de R.J. La cama se había volcado y el colchón estaba en el suelo. Aden obligó al cuerpo del príncipe de las hadas a tumbarse en él. Cuando se quedó quieto, temblaba más que Riley.
¿Qué era un apuñalamiento comparado con que lo quemaran vivo a uno? Podía hacerlo.
«Vais a arrepentiros de esto», rugió el príncipe.
-Si me prometes que no vas a hacerle daño a Victoria...
Riley ya había acercado la hoja al pecho de Aden, y en aquel momento lo miró con una expresión ofendida.
-Yo nunca le haría daño.
-Tú no. El príncipe.
«Eso no puedo prometértelo. Tu Victoria es hija de Vlad, y su hermana Lauren iba a ser la prometida de mi hermano. Era un acuerdo de paz para conseguir la unión entre las dos razas. Lauren mató a mi hermano antes de que se celebrara la ceremonia, y admitió que nunca había tenido intención de casarse con él. Si yo vivo, Victoria morirá. Hermana por hermano. No renunciaré a mi venganza».
Por lo menos, el hada no había mentido.
-¿Aunque te cueste la vida? -le preguntó Aden, y en aquella ocasión, Riley lo ignoró.
«Escúchame. Ya he matado a tres miembros de su familia. Y los demás seguirán el mismo camino».
-¿A tres? -preguntó Aden-. Eso no es hermana por hermano. ¿A quién has matado?
«A tres de sus primos. Pero eso no es suficiente. Los quiero a todos. A toda la familia real».
-Entonces, tú eres un asesino, y esto te lo has buscado tú mismo.
«¿Yo soy un asesino? ¿Y tú qué eres?».
Riley alzó la daga con vacilación.
-¿Listo?
-Yo...
«Ella es un vampiro», dijo Thomas, interrumpiendo a Aden. «Tú eres un humano. Lo único que puedes llegar a ser para ella es un esclavo de sangre adicto a su mordida. ¿Y de todos modos estás dispuesto a matar por ella?».
Aden sintió un ataque de furia. Él era algo más que el esclavo de sangre de Victoria. No podía creer otra cosa.
-Sí. Por ella haré cualquier cosa.
«Por mi hermano, yo haré cualquier cosa también. Tal vez puedas matarme, pero nunca acabarás conmigo. Y te obligaré a pagar por esto de algún modo, aunque sea desde la tumba».
-¿Estás listo? -repitió Riley-. Quiero hacerlo antes de que puedas cambiar de opinión.
Aden respiró profundamente y exhaló. Estaba muy tenso, lo que iba a causarle más dolor, pero eso no iba a cambiar el resultado final.
-¿Listo? -repitió Riley por tercera vez. El sudor goteaba de su mano.
-Listo -dijo Aden-. ¡Hazlo! ¡Vamos, hazlo ya!
-Lo siento -dijo Riley.
La hoja de la daga se abatió sobre él y se clavó en su pecho. Atravesó piel, huesos y músculos, y llegó al órgano vital. Quemando, destruyendo. Aden gritó con todas sus fuerzas, pero su voz se quebró pronto.
El corazón, sin embargo, siguió latiendo. Al principio. Con cada bombeo, la hoja se hundía más, cortaba peor, quemaba más. La sangre que fluía de la herida le empapó el pecho y se derramó hacia el colchón. También corrió a borbotones por su garganta y lo ahogó, antes de salirle por la boca y caer por sus mejillas.
«Ríos», dijo Elijah, como si estuviera en trance. «Fluyen».
Caleb, Julian y Thomas estaban aullando. No sentían el sufrimiento de Aden, y él se alegraba de que se libraran de él. Sin embargo, sí estaban sintiendo su angustia mental.
«Cálmate», se dijo. «Por ellos».
Sin embargo, el dolor no disminuyó, ni siquiera cuando hubo perdido hasta el último resquicio de vida, ni cuando sus miembros se volvieron tan pesados, que ya no pudo levantarlos. Aden podría haber abandonado el cuerpo en cualquier momento, pero quería ahorrarle a Thomas todo el dolor que pudiera. Además, tenía que saberlo. Para conservar su paz debía saber cuándo había terminado. Tenía que saber lo que él mismo iba a soportar algún día.
Momentos después, Aden murió por segunda vez aquel día.