JUGAR EL MUNDIAL

La pregunta surgió de un periodista alemán y por un instante produjo un silencio de misa en la sala de conferencias. El cronista interrogaba a Bielsa acerca de su apodo y la contestación era una verdadera perla: «El apodo de Loco está justificado y obedece a exageraciones de mi comportamiento. El diccionario dice más o menos eso. De las acepciones que figuran elegí la más suave».

La respuesta entregada con una sonrisa permanente le permitía al técnico reírse de sí mismo por un rato. Las clases de yoga tomadas en Santiago para lograr equilibrio y paz interior hacían su parte. La estadía en Sudáfrica de la Selección de Chile llevaba varios días y el comienzo del Mundial estaba muy cerca.

El último amistoso, jugado en tres tiempos de treinta minutos ante Nueva Zelanda, había dejado un triunfo por dos a cero, pero al mismo tiempo arrojaba otras conclusiones. La recuperación de Suazo de su desgarro era la más saliente y aunque su estado no iba de la mano del alta médica, ya podía participar con normalidad de cualquier ejercicio. Para el técnico, el equipo llegaba al debut en condiciones óptimas, cumpliendo con la puesta a punto tal como se la había planeado.

Jugar el mundial era el sueño de todos y ante eso cualquier incomodidad quedaba en un lugar secundario. El complejo de Ingwenyama acunaba los sueños de ese grupo de hombres que trabajaba intensamente con el objetivo de quedar en la historia. Poco importaba que la conexión de Internet se cayera con asiduidad o que las duchas rebeldes no siempre suministraran agua caliente.

La exigencia de cada jornada era máxima. Con la experiencia del Mundial 2002, Bielsa sabía que debía encontrar la puesta a punto del equipo en el momento justo. En su cabeza casi no existían dudas respecto de la formación para enfrentar a Honduras, y en todo caso las que podían perdurar se irían disipando con el correr de las horas.

Sin la presencia de los periodistas, salvo por los quince minutos reglamentarios, y sin excepciones siquiera para la prensa de la FIFA, los entrenamientos se realizaban en el horario del partido inaugural para que los jugadores se acostumbraran a la temperatura y en ellos se buscaba la máxima exigencia.

A la hora de expresarse en la previa de la competencia, el entrenador abría parte de sus sentimientos y confesaba las diferencias con su antigua historia mundialista: «Nostalgia por Argentina siento siempre, pero la canalizo porque mis lazos y mis raíces están activados. Soy argentino, me siento así y pertenezco a mi país. Respecto de las diferencias, no las hay. Me siento más viejo, han pasado ocho años de esta profesión, empeoran el carácter y la salud y esas cosas son diferenciales. En todo caso, estoy peor».

Sin tener claro aún si ubicaría a Suazo entre los titulares, se encargaba de explicar que si ese lugar lo ocupaba Valdivia, su sitio en la cancha sería diferente del que tenía el centrodelantero, ya que «uno recibe pases y el otro los da y entonces sería injusto al tener la posesión no permitirle a Valdivia que descienda a hacerse de la pelota».

Las horas finales se consumieron con la visita de la ex presidenta Michelle Bachelet, que arribó a Sudáfrica para alentar a su Selección en la fase inicial, y el convencimiento del grupo de que debían ganarse los tres puntos para comenzar con autoridad.

Con gran expectativa y un país a la distancia, en vilo y paralizado por el encuentro, el 16 de junio salieron a jugar para enfrentar a Honduras: Bravo; Medel, Ponce, Vidal; Isla, Carmona, Millar; Fernández; Sánchez, Valdivia y Beausejour.

Desde el arranque mismo del juego, los de Bielsa dominaron el partido con su presión característica y la tenencia del balón. La ausencia de Suazo le quitaba peso en el área rival, pero la actitud era la misma que les había permitido llegar a esa instancia. Varias aproximaciones anunciaban la conquista. Una gran combinación con pase de Fernández y centro de Isla, fue conectada por Beausejour en el centro del área para abrir el marcador. La jugada resultaba perfecta y era una síntesis de lo que se debía buscar sin un ariete en el centro del ataque. El movimiento de Isla ganando el fondo con su desborde y el cierre de Beausejour llegando desde la izquierda para conectar en el centro.

Los hondureños no inquietaron a la defensa chilena ni siquiera con la desventaja. El resultado se cerró con la mínima diferencia por culpa del arquero Valladares, que le tapó un cabezazo a quemarropa a Ponce, y por la impericia de los chilenos para concretar su superioridad en el terreno de juego. El final mostró a los jugadores festejando una victoria histórica que Chile no lograba en mundiales desde 1962, y la primera fuera de casa en sesenta años. El Mbombela Stadium de Nelspruit se transformaba en un sitio inolvidable. Bielsa abandonó el perímetro raudo, cuaderno en mano, consciente de que se habían dilapidado varias situaciones propicias para ampliar el marcador, y aunque en su interior todo era satisfacción, recordaba por su experiencia personal que una victoria aislada no servía de mucho si no iba acompañada por los próximos resultados. «El resultado fue justo —analizó—. Podríamos haber marcado más goles, el dominio del juego fue bien resuelto por nuestro equipo y defensivamente no sufrimos mucho. Ahora hay que tratar de que estos puntos rentabilicen, y para eso es necesario que volvamos a intentar ganar en el próximo partido, porque el objetivo está más ligado a tratar de pasar de ronda que a los récords.»

Los titulares de los diarios expresaban con letras gigantes la trascendencia de ese debut y todo Chile se volcaba a las calles para festejar un triunfo buscado durante décadas. El primer paso estaba dado con firmeza, más allá de la mínima diferencia que marcaba el resultado. Honduras surgía a priori como el rival más accesible del grupo y eso generaba la obligación de la victoria. La empresa no era sencilla por los nervios de la primera presentación y Chile superaba la prueba con su juego característico de los últimos tres años.

Tras la celebración en la intimidad, con alegría pero sin estridencias, el plantel iba a ser testigo de una sorpresa mayúscula: Suiza, con un planteo híper defensivo, le ganaba al favorito España por uno a cero y obligaba rápidamente a sacar cuentas. Si horas antes el partido frente al conjunto helvético tenía un valor importante, ahora pasaba a la categoría de decisivo de cara a los octavos de final.

Se vendrían emociones muy fuertes. Los mundiales siempre deparan sorpresas y había que estar listo para soportarlas. Bielsa y los suyos estaban en Sudáfrica 2010 para hacer historia y era la hora de demostrar si tenían las armas para interpretar ese guión.