UN COLOSO DE CEMENTO
La postal se repetía, con sus lógicas variaciones, en cada calle cercana al hermoso Parque Independencia. El hombre entrecano le contaba a su hijo acerca de aquel equipo de los setenta, lujoso y ganador, pero reconocía la seriedad de ese señor que supo tomar la posta años más tarde. El cuarentón le explicaba a su pibe, con el abuelo de testigo, que su pasión por el rojo y negro había sido heredada, pero que su primera gran alegría se produjo cuando acompañó a aquellos leones por todo el continente, cuando jugaron la Copa Libertadores en los inicios de los noventa. El chico escuchaba y se preparaba para ver con sus propios ojos a la persona de la que tanto le hablaban y que por fin esa noche iba a hacer su aparición en vivo y en directo. Tres generaciones, con sus hijos, hijas, padres y madres y abuelos, se unían gracias a un hombre. La procesión era multitudinaria El campeonato ya era parte del pasado y aunque Newell’s había quedado sumido en la frustración, luego de pelear por el título hasta el final, cediéndolo recién en la última jornada, el motivo era demasiado importante como para no estar presente.
Tenía que ser un 22 de diciembre. El 22 es «el loco». Además, y como para confirmar que dos casualidades juntas ya marcan una tendencia, ese mismo día, pero diecinueve años antes, el conjunto leproso ganaba el Apertura en la recordada definición ante San Lorenzo y con el suspenso del final del partido de River.
Luego de obtenida la clasificación para el Mundial dirigiendo a Chile, algún periodista le preguntó al técnico si podía esperarse una reacción como aquella del primer festejo en el que se mostró eufórico. El entrenador, con su sinceridad habitual, respondió que era imposible que pudiera llegar a querer una camiseta más que la de Newell’s. Ante semejante demostración de cariño y entendiendo que Bielsa era un ícono para toda la familia leprosa, la dirigencia decidió bautizar al estadio con su nombre, homenajeando en vida a uno de sus hijos dilectos.
El Coloso del Parque se llamaría oficialmente «Marcelo Bielsa».
Algunos minutos antes de las ocho de la noche, apareció en el gimnasio cubierto para brindar una conferencia de prensa, acompañado por el presidente del club, Guillermo Llorente, y por Gerardo Martino, con cuyo nombre se designaría a la tribuna de la visera. Su figura resultó inconfundible. Mientras sus compañeros vestían traje, su característico atuendo deportivo lo acompañaba también esa noche, así como sus lentes colgando del cuello sostenidos por un fino cordón negro. Visiblemente emocionado, respondió las preguntas y aunque se separó del futuro mundialista evitando cualquier requisitoria que excediera al hecho específico por el que allí se encontraba, la emoción le ganó la pulseada al intelecto: «La sensación es hermosa, un sentimiento de gratitud y un momento que no voy a olvidar nunca. La dimensión del reconocimiento excede la posibilidad de retribución. Es demasiado importante para el que lo recibe. Uno no imagina el modo en el que puede devolver lo que se le ofrece».
Se lo veía relajado y agradecido. Su historia con el club alcanzaba el cierre perfecto. La fiesta simbolizaba muchas cosas y Bielsa tenía que ver con todas ellas. En las elecciones de 2008, una carta abierta publicada en los medios en los días previos a los comicios y que llevaba su firma, invitaba a los socios a votar para terminar con los años oscuros de Eduardo López que devastaron al club. La misiva y su presencia en las urnas bien temprano fueron clave para que el Movimiento Leproso (MOLE) arrasara en los números.
«Recuerdo a Newell’s por sus éxitos, sus logros… Pero sobre todo por su prestigio. Era una medida a la hora de distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. El deseo es que vuelva a ser una referencia que marque el camino, veo un club sano y me gustaría que su salud, como es un actor social, se extienda al fútbol mismo y a los ámbitos del país que tiendan a reflejarse en los mensajes de las instituciones…» En el campo de juego, a través de una pantalla gigante, los hinchas observaban el momento y estallaban ante cada expresión. Recordó cuando, dirigiendo a Vélez, atravesó el campo de juego bajo una ovación sostenida de todo el estadio, y se permitió una humorada pidiendo que si se arrepentían de la decisión de llamar al estadio con su nombre, al menos le dieran una semana para contárselo a sus amigos.
Dio una vuelta olímpica saludando a los más de veinte mil fieles que lo acompañaban, escuchó un par de canciones especialmente dedicadas por grupos musicales locales, recibió un balón de cristal, un carnet de socio honorario y una maqueta del que ahora sería su estadio. Agradeció con sus manos en alto y luego de repartir abrazos entre viejos compañeros de ruta, dirigió a uno de los equipos que jugaron un partido entre viejas glorias del club y actuales profesionales.
Para su alivio, no fue necesario que leyera ese discurso que había preparado con tanto esfuerzo en el campo de Máximo Paz; y disfrutó de una noche única, de esas que quedan grabadas en el corazón. «No sé cómo expresarlo sin que suene vanidoso, pero cuando los pedidos se hacen de a muchos y se originan en los afectos es muy difícil razonar. Es desmedido ser reconocido de este modo. No es del todo justo, pero el gesto es de afecto y a esas cosas uno no se resiste, se somete con felicidad.»
La emoción lo dominaba todo. Ningún título, ninguna victoria era comparable con semejante reconocimiento. Se premiaba a un modelo, a una filosofía, a un camino de vida, mucho más que a un resultado.
Ese 22 de diciembre, Marcelo Bielsa dejó de ser un símbolo en la vida de Newell’s y se transformó en estadio y en mito viviente.