CRUZAR LA CORDILLERA
Tres años estuvo Marcelo Bielsa sin dirigir. Cada vez que necesitaba un poco de paz para su vida, su lugar en el mundo era el campo. En la localidad de Máximo Paz, a 80 kilómetros de Rosario, se instaló para recuperarse del agotamiento físico y mental de los seis años que dirigió a la Selección argentina, y también para evitar cualquier acoso periodístico y gozar de la tranquilidad y los beneficios de la naturaleza. No abandonó algunas actividades que podía tener en su ciudad, pero la rutina pasó a desarrollarse en ese ámbito alejado del ruido. En el pueblo podía ir a dar una vuelta en bicicleta o, simplemente, salir a comprar los diarios. Mucha de la gente del lugar sabía quién era, pero lo trataba como a un vecino más. Otros directamente desconocían su popularidad. Como el casero de una finca cercana, al que Bielsa le llevaba los alimentos para que preparara el almuerzo y con el que compartía un rato de cada mediodía en el que se hablaba de cualquier cosa menos de fútbol.
En su refugio, su vida no se había modificado demasiado. Su rutina física permanecía inalterable, lo mismo que la necesidad de placeres gastronómicos y su pasión por el juego. En la casa tenía todo lo necesario para ver partidos: televisor enorme y videocasetera confiable. Para completar su proceso de desintoxicación y repitiendo una costumbre que ejecutaba cada vez que el estrés marcaba picos altos, se internó un par de meses en un centro de vida sana manejado por adventistas en la localidad de Puiggari, Entre Ríos. Se llevó libros y poco más. Tras pasar allí más de sesenta días, al sentir que el encierro lo abrumaba, volvió al campo y sus amplitudes.
Cuando llegó el tiempo de la Copa del Mundo de Alemania 2006 conformó un grupo de estudio para desmenuzar el desarrollo de la copa. Así, con ex jugadores que pasaron por sus manos y antiguos asistentes, montó un laboratorio en el que se analizaban sistemas tácticos, rendimientos individuales, movimientos ofensivos, recursos en defensa y pelotas paradas, entre otros ítems. Cada uno estaba encargado de un grupo específico de selecciones y luego todos juntos sacaban las conclusiones.
En ese tiempo recibió distintas ofertas para volver a dirigir, como la de la Federación Colombiana de fútbol que le ofrecía su Selección, pero ninguna le terminaba de cerrar. El proyecto que le devolviera la motivación debía ser estructural, permitiendo un trabajo desde la base, incorporando jugadores jóvenes.
Luego de la Copa América de Venezuela, en el año 2007, Bielsa recibió un llamado que le permitió vislumbrar próximos movimientos. Harold Mayne-Nicholls era el presidente de la Asociación Nacional del Fútbol Profesional de Chile (ANFP) y quería ofrecerle la dirección técnica de la Selección nacional. Chile atravesaba un período turbulento, con serios problemas disciplinarios en algunos de sus jugadores, que se habían reflejado en la Copa América, para desembocar en una catastrófica eliminación con goleada ante Brasil por seis a uno y en la posterior salida del entrenador Nelson Acosta.
El máximo representante del fútbol trasandino conocía a Bielsa de larga data, de cuando el rosarino era entrenador de Newell’s: la lepra estaba definiendo el título argentino ante Boca y el dirigente cumplía funciones como jefe de prensa de la Copa América de 1991. Sin embargo, la imagen que le quedó grabada tuvo lugar un año después, cuando el conjunto argentino disputó la Copa Libertadores y se enfrentó ante la Universidad Católica. «Recuerdo que como dirigente del club les facilité una cancha de entrenamiento para que pudieran trabajar durante el día previo al partido con nuestro equipo. Comenzaron a las 10 de la mañana y yo observé los movimientos de nuestros jugadores, di un par de vueltas por allí y cuando volví a la cancha que les había ofrecido todavía estaban trabajando. Me sorprendió que lo hicieran tan largo y entonces me quedé mirando lo que hacían. Durante una hora y cuarto estuvieron ensayando una jugada de pelota parada con centros desde los costados, uno que la peinaba y otro que convertía en el segundo palo. Al día siguiente, cerca del final del encuentro, empataron con ese movimiento, gol de Lunari. Ahí entendí todo. Si esos jugadores habían estado ese tiempo, era porque le creían al entrenador. Porque confiaban en sus ideas y en su propuesta de juego atractiva. El esfuerzo y los resultados le daban la razón.»
El hombre fuerte del fútbol chileno sabía que Bielsa tenía conocimiento, trabajo y disciplina, valores que su Selección había perdido. Siempre recordaba la decisión del entrenador de dar un paso al costado luego de la obtención de la medalla dorada en los Juegos Olímpicos y pensaba que si se había retirado en un momento óptimo, seguro tenía espaldas anchas para soportar todo, incluso un comienzo turbulento. A partir de un amigo en común, Mayne-Nicholls consiguió su número telefónico y aquello que ya venía pensando en el vuelo de retorno desde Venezuela, lo puso en práctica sin perder tiempo.
El entrenador lo atendió con educación, pero lo primero que quiso confirmar fue la salida de Nelson Acosta. Una vez que se le reveló ese dato, estuvo dispuesto al diálogo. Se produjeron un par de charlas a la distancia en las que Bielsa escuchó algunos de los objetivos para los cuales se lo quería convocar y analizó todas las variables que desde su visión debía tener en cuenta. Contactó a su gente de confianza pensando en un futuro grupo de trabajo, indagó a fondo acerca de los jugadores del medio chileno, con los que podría llegar a contar, y allí decidió recibir a los dirigentes en su casa de Rosario.
En la reunión, que arrancó de noche y finalizó bien entrada la madrugada, Mayne-Nicholls le explicó los lineamientos generales de la propuesta. Para el fútbol chileno lo importante era el aspecto deportivo, pero también lograr que los jugadores recuperaran su esencia, con trabajo, rigor y humildad. Bielsa amalgamaba esos atributos y por eso era la persona elegida.
El rosarino les expresó que aquello era válido, pero que la clasificación para Sudáfrica 2010 tenía que ser el objetivo fundamental. Para lograrlo, el apoyo del fútbol chileno debía ser unánime, la Selección prioridad uno y sus ideas sostenidas con firmeza desde la dirigencia. Como ocurrió en su juventud en Newell’s y algunos años más tarde en Vélez, sorprendió por el volumen de información que tenía del medio y de un número increíble de jugadores. Mayne-Nicholls aún hoy lo recuerda con asombro: «Me sorprendió que Marcelo usara métodos de reportero periodístico para cotejar la información. Me hacía una pregunta y a los veinte minutos me la repetía para ver si confirmaba mi respuesta anterior. Además, era notable la información que tenía del fútbol chileno. Era impresionante el conocimiento que tenía de todo lo concerniente a nuestros jugadores. Todo eso ayudaría mucho en el trabajo, porque a mí no me gusta observar un entrenamiento ni tener que golpearle la espalda al técnico o motivar al plantel. Esa tarea es del entrenador y yo estoy para resolver lo organizativo, para que no le falten herramientas de trabajo».
La fusión era ideal. Bielsa se encontraba con un dirigente joven y respetuoso de los roles, y a la vez podía desarrollar un proyecto estructural con las características que el fútbol chileno estaba buscando. En 1991, como si se tratara de un anticipo, ya había anunciado que algún día le gustaría dirigir en el fútbol chileno, por su seriedad como país, su previsibilidad y su orden. Llegó a Santiago casi de incógnito, un empleado de la Federación lo recibió con un cartel que tenía el nombre de su ex colaborador Javier Torrente, para evitar despertar la curiosidad de los presentes, y se mantuvo en el anonimato durante algunos días, como huésped de un hotel en la zona de Vitacura.
El acuerdo se produjo tras limar pequeños detalles y aunque algunos alzaron la voz inquietos por los números que sellaban el acuerdo desde lo económico, el 13 de agosto de 2007, Marcelo Bielsa fue presentado como nuevo técnico del seleccionado chileno de fútbol. Ese mismo día entregaba sus primeras palabras: «La opción de Chile me pareció viable para reiniciar mi profesión. Por eso vuelvo con ilusión y mucha esperanza, aunque no es sencillo que un equipo llegue a un Mundial. No es un trámite para nadie. La tarea es ardua y emocionante, por eso es lindo intentarla. En el fútbol chileno hay veinte jugadores importantes y un deseo de darles un soporte de organización para que se desarrollen como en los mejores sitios. Estoy contento y cómodo de vincularme con el fútbol chileno».
Su grupo se conformó con Eduardo Berizzo, Pablo Quiroga y Alfredo Berti en la asistencia técnica, aunque este último al poco tiempo retornó a la Argentina. Su compañero de tantos años, Luis Bonini, en la preparación física, y Daniel Morón en la preparación de arqueros. El plantel se completaba con el joven Francisco Meneghini, Paqui, quién con sólo una veintena de años había sido recomendado por una de las hijas de Bielsa, compañera del colegio, por su gran conocimiento del juego. El técnico lo evaluó y lo incluyó para la tarea de observación de los rivales.
El proyecto estaba en marcha y el parate de tres años ya formaba parte del pasado. El comienzo de las eliminatorias estaba demasiado cerca. Era necesario tomar decisiones con celeridad y enfocar con precisión los objetivos. La pizarra, el buzo y el silbato colgado del cuello volvían a ser una imagen familiar. Bielsa estaba de vuelta.