LA MALDICIÓN DEL CÓDIGO PENAL
El árbitro paraguayo Ubaldo Aquino exhibe su enésimo error de la noche cobrando una falta inexistente de Cristian González. El banco de suplentes argentino estalla. La bronca es evidente y la descarga tiene al juez como destinatario. Aquino se acerca con la firme decisión de no pasar por alto ese grito que surcó los aires del Estadio de Luque. Claudio Vivas se eyecta del banco y amaga con irse antes de conocer la sanción.
—¿Él o yo? ¿Me dice a mí o es para él? —pregunta Bielsa como haciéndose el desentendido.
—¡Usted! —le contesta Aquino, y en una palabra le marca el camino del vestuario.
El entrenador argentino atraviesa el campo de juego hasta llegar al portón de acceso al césped, que está detrás del arco que defiende Burgos. Es un minuto fatal. Antes de perderse en el túnel asiste como testigo privilegiado al segundo gol colombiano convertido por el delantero Edwin Congo. Intenta volver y desde los carteles publicitarios les da alguna indicación a sus defensores para que no pierdan ni el orden ni la calma. Un policía que lo custodia lo frena y lo lleva nuevamente hacia la salida, en donde permanece casi un cuarto de hora. El tercer gol de Montaño, lo convence de la retirada. Colombia le gana a la Argentina tres a cero; un partido increíble.
Los diez jugadores argentinos que quedan en el campo (Zanetti fue expulsado promediando el complemento) se retiran sin dar crédito a lo que ha ocurrido. La noche fue extraña, irrepetible.
Martín Palermo ejecutó tres penales y todos fueron marrados. Uno fue devuelto por el travesaño, otro salió desviado y el último lo detuvo el arquero Miguel Calero. El goleador argentino experimentó distintas situaciones a lo largo de su extraordinaria carrera, pero jamás una escena como ésa. El árbitro cobró cinco penales en total, beneficiando a Colombia con otros dos, de los cuales uno convirtió Iván Ramiro Córdoba y el restante también fue malogrado por Hamilton Ricard.
Luego del triunfo ante Ecuador, el conjunto nacional buscaba un resultado positivo que afianzara la idea y lo clasificara para los cuartos de final. Sin embargo, las cosas no salieron como se habían soñado. En muchos pasajes del encuentro, especialmente en el inicio, el equipo albiceleste dominó las acciones, pero su falta de contundencia se pagó con un precio altísimo. Ni el más optimista de los simpatizantes colombianos suponía una victoria tan cómoda. De cualquier manera, el análisis del encuentro quedó signado por la enorme cantidad de incidencias que condicionaron el desarrollo del juego. Resultó tan cierto que el funcionamiento colectivo y las respuestas individuales tuvieron deficiencias, como que en las primeras dos ejecuciones de Palermo el partido estaba absolutamente abierto en su resultado: empatado sin goles en el primero y con derrota por la mínima diferencia al ejecutarse el segundo.
Luego del encuentro surgieron todo tipo de especulaciones respecto de la decisión del centrodelantero de repetir la ejecución aun habiendo fallado. Bielsa se hizo cargo de la situación: «Tuvo la valentía de pedir patear los penales a pesar de errar el primero y yo lo convalidé. Toda la responsabilidad de la derrota es mía, porque eso le cabe al conductor de un grupo».
Además, expresó cierta conformidad con el desempeño del equipo y explicó el resultado como una consecuencia lógica del aprovechamiento de las jugadas de riesgo de uno y otro equipo. Consideró justa a su expulsión por el airado reclamo, pero aclaró que no lo hizo en términos descomedidos.
Al día siguiente en el entrenamiento, el grupo trató de dar vuelta la página, aunque la referencia a los penales continuó sobrevolando el espacio. En la charla del grupo, el entrenador apoyó a Palermo, aunque le dio a entender que la ejecución del tercer remate, después de haber fallado dos, lo había expuesto demasiado. Roberto Ayala sería el nuevo encargado de ejecutar, si volvía a presentarse una situación similar.
Para enfrentar a Uruguay en un juego decisivo, dos ausencias estaban cantadas. Zanetti, expulsado, no podría ser de la partida, y Bielsa tampoco estaba en condiciones de ocupar su lugar en el banco. Cagna sería el reemplazante del Pupi y el técnico alterno, Claudio Vivas, se ubicaría en el banco de suplentes y recibiría las órdenes que desde un transmisor le enviaría el entrenador.
La derrota ante Colombia implicaba la posibilidad de enfrentar a Brasil en cuartos de final. Los dos colosos del continente iban por caminos separados y, en el caso de ganar sus grupos, se verían las caras en una eventual y deseada final. Si bien ahora el escenario era distinto, Bielsa no especulaba con posibles resultados, y ante la consulta de la prensa sólo mencionaba una alternativa: «Intentar ganar todos los partidos es nuestra principal conveniencia. Jamás pensaríamos en acomodar el fixture. Si tenemos que jugar contra Brasil, lo haremos. La única meta que tenemos por delante es la de obtener un triunfo en todos los encuentros».
Las palabras fueron claras y de la teoría se llevaron a la práctica. Desde el arranque la actitud denunciaba la intención. A los dos minutos de juego, un furioso zurdazo del Kily González a la salida de un tiro libre lo ponía arriba en el tanteador. Igual que en los partidos anteriores, el equipo argentino disponía de una chance concreta de convertir en el amanecer del partido y ésta vez no fallaba. Con el resultado a favor apareció lo mejor del equipo en la primera ronda. Más relajado, pero sin perder consistencia, hubo buena circulación, intensidad para recuperar el balón y buena dinámica para jugarlo durante los primeros veinticinco minutos. Luego el ritmo decayó, pero el equipo nacional jamás perdió el control del partido.
Para completar una noche reivindicatoria, Palermo tuvo su revancha y desde su sed goleadora llegó el segundo y definitorio grito. La concepción de la jugada fue la síntesis de lo que pretendía el técnico: desborde del Kily, centro atrás para Palermo, que combinó con Riquelme y al recibir la devolución fusiló al arquero con su zurda. La expulsión de Nelson Vivas, segunda del campeonato, quedó como el único lunar de una jornada satisfactoria. La victoria fue una descarga y el pasaporte a los cuartos de final. A pesar de salir a la cancha ya clasificado por la derrota de Ecuador, el conjunto argentino pensó en su bienestar, sin importarle las consecuencias futuras. Sorín, Riquelme y González habían sido las figuras dentro de una actuación regular de todo el equipo. Durante el partido, Bielsa le dio indicaciones a Vivas por un handy, mientras observaba el juego desde una cabina. Al cierre, bajó hacia el vestuario y se mostró conforme con lo visto. El primer objetivo estaba conseguido.
Ubicado entre los mejores ocho, era el tiempo de enfrentar a Brasil. Un clásico de toda la vida, en el que dos colosos del continente volverían a verse las caras. Un partido aparte con un efecto inmediato. La victoria ponía la chapa de candidato. La derrota obligaba a armar las valijas y emprender el retorno a casa.